Riquezas del Perú
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Riquezas del Perú

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Riquezas del Perú

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Garcilaso de la Vega realizó uno de los más extensos y detallados retratos del mundo inca peruano. En estas páginas se abren algunas vistas a la maravillosa riqueza del paisaje del Perú anterior al arribo de los españoles.

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Información

Capítulo XXV.
Del azogue, y cómo fundían el metal antes de él

Como en otra parte apuntamos, los reyes incas alcanzaron el azogue y se admiraron de su viveza y movimiento, mas no supieron qué hacer de él ni con él.
Porque para el servicio de ellos no le hallaron de provecho para cosa alguna, antes sintieron que era dañoso para la vida de los que lo sacan y tratan, porque vieron que les causaba el temblar y perder los sentidos. Por lo cual (como reyes que tanto cuidaban de la salud de sus vasallos, conforme al apellido “amador de pobres”) vedaron por ley que no lo sacasen ni se acordasen de él.
Y así lo aborrecieron los indios de tal manera que aun el nombre borraron de la memoria y de su lenguaje, que no lo tienen para nombrar el azogue si no lo han inventado después que los españoles lo descubrierón el año de 1567. Que, como aquellas gentes no tuvieron letras, olvidaban muy aína cualquier vocablo que no traían en uso.
Lo que usaron los incas y permitieron que usasen sus vasallos fue del color carmesí, finísimo sobre todo encarecimiento, que en los minerales del azogue se cría en polvo que los indios llaman ichma (que el nombre llimpí, que el padre Acosta dice, que es de otro color purpúreo menos fino que sacan de otros mineros, que en aquella tierra los hay de todos los colores).
Y porque los indios aficionados de la hermosura del color ichma (que, cierto, es para aficionar apasionadamente) se desmandaban en sacarlo, temiendo los incas no dañarse el andar por aquellas cavernas vedaron a la gente común el uso de él, sino que fuese solamente para las mujeres de la sangre real —que los varones no se lo ponían, como yo lo vi. Y las mujeres que usaban de él eran mozas y hermosas y no las mayores de edad: que más era gala de gente moza que ornamento de gente madura. Y aún las mozas no lo ponían por las mejillas, como acá el arrebol, sino desde las puntas de los ojos hasta las sienes, con un palillo, hecho a semejanza del alcohol. La raya que hacían era del ancho de una paja de trigo. ¡Y estábales bien!
No usaron de otro afeite las pallas sino del ichma en polvo (como se ha dicho). Y aún no era cada día sino de cuando en cuando, por vía de fiesta. Sus caras traían limpias y lo mismo era de todo el mujeriego de la gente común. Verdad es que las presumían de su hermosura y buena tez del rostro, para que no se les estragase se ponían una lechecilla blanca (que hacían no se de qué) en lugar de mudas y la dejaban estar nueve días. Al cabo de ellos se alzaba la leche y se despegaba del rostro y se dejaba quitar de un cabo al otro como un hollejo y dejaba la tez de la cara mejorada.
Con la escasez que hemos dicho gastaban el color ichma, tan estimado entre los indios, por excusar a los vasallos por sacarlo. El pintarse o teñirse los rostros con diversos colores, en la guerra o en las fiestas (que un autor dice), nunca lo hicieron los incas ni todos los indios en común, sino algunas naciones particulares que se tenían por más feroces y eran más brutos.
Resta decir cómo fundían el metal de la plata antes que se hallara el azogue.
Es así que cerca del cerro Potosí hay otro cerro pequeño, de la misma forma que el grande, a quien los indios llaman Huaina Potosí, que quiere decir “Potosí el mozo" (a diferencia del pequeño llamaron Hatun Potocsi —o Potocchi, que todo es uno—. Y dijeron que eran padre e hijo).
El metal de la plata se saca del cerro grande (como atrás se ha dicho), en el cual hallaron mucha dificultad en fundirlo porque no corría sino que se quemaba y consumía en humo. Y no sabían los indios la causa, aunque habían trazado otros metales.
Más como la necesidad o la codicia sea tan gran maestra, principalmente en lances de oro y plata, puso tanta diligencia buscando y probando remedios que dio en uno. Y fue que en el cerro pequeño halló metal bajo, que casi todo o del todo era de plomo, el cual mezclado con el metal de plata le hacía correr, por lo cual le llamaron zurúchec, que quiere decir “el que hace deslizar”.
Mezclaban estos metales por su cuenta y razón, que a tantas libras del metal de plata echaban otras tantas onzas del metal de plomo, más y menos según que el uso y la experiencia les enseñaba de día en día. Porque no todo metal de plata es de una misma suerte: que unos metales son de más plata que otros, aunque sean de una misma veta, porque unos días lo sacan de más plata que otros y otros de menos. Y conforme a la calidad y riqueza de cada metal le echaban el zurúchec.
Templado así el metal lo fundían en unos hornos portátiles, a manera de anafes de barro. No fundían con fuelles ni a soplos con los cañutos de cobre (como en otra parte dijimos que fundían la plata y el oro para labrarlo), que aunque lo probaron muchas veces no corrió el metal ni pudieron los indios alcanzar la causa, por lo cual dieron en fundirlo al viento natural.
Más también era necesario templar el viento con los metales, porque si el viento era muy recio gastaba el carbón y enfriaba el metal, y si era blando no tenía fuerzas para fundirlo. Por esto se iban de noche a los cerros y collados y se ponían en las laderas altas o bajas —conforme al viento que corría, poco o mucho— para templarlo con el sitio más o menos abrigado.
(¡Era cosa hermosa de ver en aquellos tiempos ocho, diez, doce, quince mil hornillos arder por aquellos cerros y alturas!)
En ellas hacían sus primeras fundiciones. Después en sus casas, hacían las segundas o terceras con los cañutos de cobre, para apurar la plata y gastar el plomo. Porque no hallando los indios los ingenios que por acá tienen los españoles (de agua fuerte y otras cosas) para apartar el oro de la plata y del cobre —y la plata del cobre y del plomo— la afinaban a poder de fundirla muchas veces.
De la manera que se ha dicho hacían los indios la fundición de la plata en Potosí antes que se hallara el azogue. Y todavía hay algo de esto entre ellos, aunque no en la muchedumbre y grandeza pasada.
Los señores de las minas, viendo que por esta vía de fundir con viento natural se derramaban sus riquezas por muchas manos y participaban de ellas otros muchos, quisieron remediarlo por gozar de su metal a solas, sacándolo a jornal y haciendo ellos sus fundiciones —y no los indios, porque hasta entonces lo sacaban los indios con condición de acudir al señor de la mina con un tanto de plata por cada quintal de metal que sacasen.
Con esta avaricia hicieron fuelles muy grandes, que soplasen los hornillos desde lejos, como viento natural. Más, no aprovechando este artíficio, hicieron máquinas y ruedas con velas —a semejanza de las que hacen para los molinos de vi...

Índice

  1. Portada
  2. Presentación
  3. Capítulo IX. Del maíz y lo que llaman arroz. Y de otras semillas
  4. Capítulo X. De las legumbres que se crían debajo de tierra
  5. Capítulo XI. De las frutas de árboles mayores
  6. Capítulo XII. Del árbol mulli. Y del pimiento
  7. Capítulo XIII. Del árbol maguey y de sus provechos
  8. Capítulo XIV. Del plátano, piña y otras frutas
  9. Capítulo XV. De la preciada hoja llamada cuca. Y del tabaco
  10. Capítulo XVI. Del ganado manso y las recuas que de él había
  11. Capítulo XVII. Del ganado bravo y otras sabandijas
  12. Capítulo XVIII. Leones, osos, tigres, micos y monas
  13. Capítulo XIX. De las aves mansas y bravas de tierra y de agua
  14. Capítulo XX. De las perdices, palomas y otras aves menores
  15. Capítulo XXI. Diferencias de papagayos. Y su mucho hablar
  16. Capítulo XXII. De cuatro ríos famosos y del pescado que en los del Perú se cría
  17. Capítulo XXIII. De las esmeraldas, turquesas y perlas
  18. Capítulo XXIV. Del oro y plata
  19. Capítulo XXV. Del azogue, y cómo fundían el metal antes de él