Me llamo Hokusai
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Me llamo Hokusai

  1. 75 páginas
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Información del libro

Christian Peña fue ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2014 gracias a la presente obra. En ella se reúne la plástica oriental del pintor y grabador Hokusai (Tokio 1760 - 1849) y un yo lírico cuyo nombre se encuentra diferido por toda la obra. Al recorrer la poesía el lector constantemente se preguntara: ¿quién es Hokusai? El artista japonés se hacía llamar de tantas maneras: Shunro, Sori, Kako, Taito, Gakyonjin, Iitsu. Todos estos nombres surgen en la vida de un niño aprendiendo a nadar, de un padre resuelto a enseñarle, de un enfermo de cáncer en un pulmón, de un mutilado, de una mujer pulpo y de un escritor.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071631596
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía

IV

EL FANTASMA DE KOHADA KOHEIJI QUE APARECE NOCHE A NOCHE AL PIE DE SU ANTIGUA CAMA ES EL FANTASMA DE UN HOMBRE DECAPITADO EN LA CARRETERA DE MATEHUALA Y EL FANTASMA DE MI SUEGRO QUE RONDA LA COCINA TAMBIÉN LA SENSACIÓN ANTE LA PÉRDIDA DE ALGUNA EXTREMIDAD MEJOR CONOCIDA EL SÍNDROME DEL MIEMBRO FANTASMA
Encender la luz sin encontrarla,
ser más negro en lo negro para estar más desnudo;
ser un grito de auxilio,
un grito que se confunde con un aullido sobre la carretera,
la fecha extraviada de una cruz; huir, rodar,
recorrer con el índice una larga lista de lugares pendientes,
tener en cuenta que el arte de olvidar comienza recordando,
permanecer, quizás, a pesar de la tierra;
algo que pesa menos que su sombra, un recuerdo atrapado entre dos territorios, un cuerpo debatiéndose en el límite, alguien que cruza la frontera, un muerto en vivo, el tercer hemisferio del cerebro, una carta sin remitente, un indocumentado, un cadáver sin acta de defunción, un hueco, un pariente lejano, una aparición que nos procura pesadillas, Kohada Koheiji, una pregunta, un dolor, alguien que oprime el interruptor de la luz sin lograr encenderla, un apagón, una fila de cruces sobre la carretera o una foto en la cómoda de mi habitación, ¿qué cosa es un fantasma?
El fantasma de mi suegro, por ejemplo.
Mi suegro se infartó en noviembre, cerca del día de muertos. Mi mujer lo lloró mucho. Desde entonces anhela verlo en sueños, en la casa, en cualquier parte; enciende veladoras a las fotografías donde aparecen juntos.
Mi mujer levanta noche a noche un altar de cera y de papel kodak. La cómoda de la recámara es una galería de recuerdos, una casa de apariciones como el Templo de Zenshoan donde se encuentra la estampa del fantasma de Kohada Koheiji.
Un lugar pensado para adorar la imagen de los muertos.
Perder un padre como se pierde una pierna o una mano. Perder un padre es quedarse sin ojos para su paisaje.
Escucho las oraciones de mi mujer, pidiendo por su padre; la voz con la que nunca me ha llamado, los secretos que jamás me ha compartido, el lenguaje a señas de la ausencia.
Una voz más oscura y apartada que el eco. Una voz concebida para llamar fantasmas.
En las noches oigo sonidos en la cocina. Escucho cómo los trastes se acomodan en la alacena; el rojo ruido del comal sobre la lumbre, la puerta del refrigerador cerrándose de golpe, las cucharas y su concierto de metales dormidos, el cuchillo rebanando una cebolla.
Mi mujer se ha quedado dormida después del rezo. En su cabello recostado la noche enciende su misterio.
Desde su muerte, cuando menos una noche por semana, mi suegro se instala en la cocina; guisa viejos hábitos para la cena.
Mi suegro es el único fantasma que he visto; la última vez que lo visité en vida, me preparó chuletas de puerco en salsa verde.
Mi suegro tenía la mejor sazón.
Padre, te toco por última vez. Este frío de tu mano es un soplo de adentro; de más lejos que tú, del primer frío del mundo.
Tu inmenso cuerpo de patriarca colmaba la cocina. Un mueble entre los muebles eras tú, árbol petrificado, barco zozobrado sobre el mosaico gris. Nuestras infancias, padre. Sí, juguetes decapitados que arden.
Al suelo me incliné en tus últimos sobresaltos, sobre tu vida desmoronada.
Un pájaro perdido sobre un pájaro muerto.
Rozo el cartón-piedra de tu piel. De su terciopelo rígido llega a mis dedos mi propio origen, todas nuestras palabras no dichas, más allá del pudor de los antiguos secretos.
Negra hendidura de tu boca entreabierta.
Descenso a los abismos donde manos muertas te sujetan.
Un muerto no es lo mismo que un fantasma;
una mano no es lo mismo que su sombra: esta mano que brota de la tierra para pedirme que le dé una mano, una prótesis para escarbar, para salir de la oscuridad que gobierna bajo tierra, para sobreponerse a la muerte, para que mi mujer se sobreponga al final de su padre; una prótesis para batirse a duelo:
uno, dos, tres, cuatro pasos
y espaldas para poner distancia;
cinco, seis, siete pasos
para abrir fuego contra nuestros muertos, para desenterrarlos; ocho, nueve y, ahora sí, una mano con un índice fuerte para disparar entre ceja y ceja; una prótesis para darle cuerpo al miembro fantasma.
Algo me falta.
¿Por qué siento que algo me falta?
A mi mujer le falta su padre como si le hubieran arrancado un brazo. Cercenar, quitar.
A mí también me duele esa muerte; el duelo es algo contagioso, una plaga que comienza en el pecho y luego se expande por el cuarto y toda la casa hasta mostrarme que una casa está siempre incompleta, siempre faltando algo o alguien para llenarla; una lámpara de refacción para cuando la luz se va o un bebé que a medianoche perturbe con su llanto hasta el último tabique.
Que falte un padre, por ejemplo.
El duelo: enfermedad crónico degenerativa; negar lo inacabado de las cosas.
Y siempre algo me falta.
Me falta coraje, ambición, severidad:
esa palabra temblando en la punta de la lengua. Ahora mismo no sé si siento mi mano.
Un ejército de hormigas recorre el lugar donde debería estar mi mano. Siento cosquillas, pero también siento miedo.
Miedo a perder algo de tajo.
Miedo a descubrirme con muñones. Sin una mano, ¿cómo saludo?
Entre estos dedos que faltan se enredaron los cabellos de mi esposa. Esta mano murió prematuramente.
¿Dónde se entierran los miembros arrancados?
¿Existe un cementerio para brazos y piernas en la ciudad, un mausoleo para el árbol genealógico de nuestro cuerpo?
¿También allí aparecen fantasmas?
Los miembros cercenados terminan en bolsas de plástico dentro de los contenedores de basura de los hospitales; anónimos, muertos a la intemperie.
Si quiero conservar mi mano arrancada, ¿sería algo raro llevármela a casa?
¿Puedo usar mi pierna amputada como si fuera un florero?
Las cosas tienen la edad de quien las toca.
Sin manos para sentirlas, las cosas se afantasman. Este peine no peina mi cabello como debería. Esta taza de café no va a beberse sola.
Este cigarro a punto de consumirse no me quema los dedos. Este muñón no se eriza ante mi deseo.
Escribo, pero no soy yo quien escribe. Me convierto, línea tras línea, en otra cosa. Estoy entre dos territorios: mi mano y el nombre que mi mano escribe.
El nombre con el que firmo estas líneas es mi fantasma.
Pongo mi mano frente al espejo. Pincho la imagen con una aguja, pero el reflejo me duele en la otra mano, la de carne, la de venas y huesos. Acaricio el cabello de mi mujer con esa mano. Ella duerme, seguramente sueña con su padre.
Trato de encender la luz de la habitación, pero no puedo. Estoy a oscuras.
Mi mano no encuentra lo que toca.
Periódico La Jornada
Viernes 12 de abril de 2013, p. 2
París 11 de abril
Las personas con algún miembro amputado experimentan a menudo el síndrome del “miembro fantasma”, una sensación en la que el cerebro imagina la existencia de un miembro que no está ahí. Sin embargo, un reciente estudio sueco muestra que incluso los no amputados pueden experimentarlo. Arvid Guterstam y su equipo de investigadores del Instituto Karolinska llevaron a cabo 11 experimentos, para que voluntarios con ambas manos vivieran la sensación de una mano invisible. Los participantes se sentaron alrededor de una mesa con la mano derecha escondida. Luego, un investigador tocaba la mano derecha del participante con un pincel, mientras imitaba el mismo movimiento con otro pincel en el aire, ante la vista del participante. “Descubrimos que la mayoría de los participantes, en menos de un minuto, transferían la sensació...

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