Lecciones de la vida de Nehemías
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Lecciones de la vida de Nehemías

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Lecciones de la vida de Nehemías

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Índice
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Información del libro

Todo cristiano debe ser un líder, una influencia positiva, un canal de bendición donde sea que se encuentre. Esta guía práctica lo ayudará a pensar en la sagrada responsabilidad que Dios ha colocado sobre sus líderes, y a ampliar la visión de lo que Dios requiere de cada miembro de su iglesia en la actualidad. "Lecciones de la vida de Nehemías" reúne 19 breves artículos escritos por Elena de White en 1904, y publicados por la revista "Southern Watchman" [El vigía del Sur], junto con una guía de estudio que lo ayudará a descubrir los secretos del éxito de esta gran líder del pasado y a aplicar estas pautas en el contexto moderno. Ideal para ser utilizado en Grupos pequeños o para una lectura y estudio individuales, es un libro sencillo y práctico, que transmite la autoridad de la orientación divina a través de Elena G. de White. Con seguridad, esta obra ayudará a líderes y miembros a abordar con sabiduría los desafíos que la iglesia afronta hoy.

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Información

Año
2020
ISBN
9789877981940

Capítulo 1

El santo propósito de restaurar Jerusalén

Entre los hijos de Israel dispersos en tierras paganas como resultado de los setenta años de cautiverio, había patriotas cristianos: hombres que eran fieles a los principios, hombres que apreciaban el servicio a Dios por sobre toda ventaja terrenal, hombres que honrarían a Dios aun bajo el riesgo de perderlo todo. Estos hombres tuvieron que sufrir con los culpables; pero, en la providencia de Dios, su cautiverio fue el medio para que se convirtieran en el centro de atención. Su ejemplo de integridad intachable relució con el brillo del Cielo.
Relativamente pocos de los judíos cautivos aprovecharon el generoso decreto de Ciro, que les concedía la posibilidad de regresar a su propia tierra. Pero, los que regresaron comenzaron la obra de reconstrucción del Templo y las murallas de Jerusalén. Esta gran empresa fue llevada a cabo muy lentamente. Pasaron los años, y la obra todavía no había sido terminada. Entonces, Dios levantó el hombre oportuno a través del cual obró para la restauración de la ciudad de su pueblo escogido.
Nehemías, uno de los desterrados hebreos, ocupaba un cargo de influencia y honor en la corte de Persia. Como copero del rey, tenía libre acceso a la presencia real y, en virtud de esta intimidad, y gracias a sus dotes personales y su fidelidad, llegó a ser el consejero del monarca. Sin embargo, en esa tierra pagana, rodeado por la pompa y el esplendor de la corte, Nehemías no olvidó al Dios de sus padres ni a su pueblo, a quien fueran confiados los sagrados oráculos. Con profundo interés, su corazón se volvía hacia Jerusalén, y sus esperanzas y sus alegrías estaban ligadas a su prosperidad. Días de extrañas pruebas y aflicciones se habían cernido sobre la ciudad escogida. Los mensajeros de Judá describieron a Nehemías su condición. Se había reconstruido el segundo Templo y algunas secciones de la ciudad; pero, la obra de restauración corría peligro, los servicios del Templo eran perturbados y el pueblo estaba en constante alarma por el hecho de que las murallas de la ciudad permanecían mayormente en ruinas; y sus pórticos, incendiados. La capital de Judá se transformaba rápidamente en un lugar desolado y los pocos habitantes que permanecían allí estaban profundamente amargados por las burlas de los agresores idólatras, que les decían: “¿Dónde está su Dios?”
El corazón del patriota hebreo estaba abrumado por las malas noticias. Tan grande era su pesar que no comió ni bebió. “Me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”. Pero, cuando ese primer estallido de angustia concluyó, se volvió en su aflicción hacia el gran Ayudador. El registro dice: “Oré delante del Dios de los cielos”. Vació su corazón delante del Señor. Sabía que la aflicción que había venido sobre Israel era el resultado de su transgresión y, con profunda humillación, se presentó delante de Dios para pedir perdón y suplicar la renovación del favor divino. Elevó sus peticiones al Dios del cielo, “el grande y temible”, porque así se había mostrado el mismo Señor en los terribles juicios que había traído sobre Israel. Pero, con un rayo de esperanza, Nehemías continuó: “que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos”. Por medio del arrepentimiento y la fe, Israel todavía podía alcanzar misericordia.
Fielmente, el hombre de Dios confesó sus pecados y los de su pueblo: “Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo”. Aferrándose a las promesas divinas, Nehemías puso en el estrado de la misericordia celestial su pedido de que el Señor sostuviera la causa de su pueblo penitente, restaurara sus fuerzas y reconstruyera sus lugares asolados. Dios había sido fiel a sus advertencias cuando su pueblo se separó de él: los dispersó entre las naciones, de acuerdo con su palabra. Y Nehemías encontró en este mismo hecho la seguridad de que sería igualmente fiel en cumplir sus promesas. Su pueblo se había vuelto con arrepentimiento y fe para guardar sus mandamientos, y Dios mismo había dicho que, si ellos obraban así, aun cuando habían sido desterrados a los confines de la Tierra, él los haría volver de allí, y haría que la luz de su rostro volviera a brillar sobre ellos. Se les había dado esta promesa más de cien años antes, pero había permanecido invariable a lo largo de las eras. La Palabra de Dios no falla.
La fe y el valor de Nehemías se fortalecieron al asirse de la promesa. Su boca se llenó de santos argumentos. Señaló la deshonra que caería sobre Dios si su pueblo, ahora que había regresado a él, era abandonado en su momento de debilidad y opresión.
Nehemías con frecuencia había derramado así su alma ante Dios a favor de su pueblo. Y, a medida que oraba, se iba forjando en su mente el propósito santo de que, si llegaba a obtener el consentimiento de su rey, y la ayuda necesaria en la búsqueda de herramientas y materiales, él mismo emprendería la ardua tarea de reconstruir las murallas de Jerusalén y buscaría restaurar la fuerza nacional. Y ahora, al cerrar su oración, le rogó al Señor que le otorgara el favor ante los ojos del rey, de tal manera que pudiera llevar a cabo su acariciado plan.–Southern Watchman, 1º de marzo de 1904.

Guía de estudio

Texto bíblico: Nehemías 1:1-11
1. ¿En qué términos declara Elena de White el tema bíblico de que Dios trata con su pueblo como un grupo unido?
2. Examina los siguientes pasajes y nota las declaraciones que muestran identidad en común. Antiguo Testamento: Josué 7:1, 10-12; Nehemías 1:6, 7; 9:33, 34, Daniel 2:13, 14. Nuevo Testamento: Mateo 23:34-36; 1 Corintios 12:14-26; Hebreos 7:9, 10.
3. Tres aspectos compartidas por un pueblo:
a. Identidad compartida: Daniel 2:13, 14
b. Culpa compartida:
1. Mateo 23:34-36
2. “Por medio de la predicación de los apóstoles y de sus compañeros, Dios iba a hacer brillar la luz sobre ellos [los judíos] para que pudiesen ver cómo se habían cumplido las profecías, no únicamente las que se referían al nacimiento y la vida del Salvador sino también las que anunciaban su muerte y su gloriosa resurrección. Los hijos no fueron condenados por los pecados de sus padres; pero cuando, conociendo ya plenamente la luz que fuera dada a sus padres, rechazaron la luz adicional que a ellos mismos les fuera concedida, entonces se hicieron cómplices de las culpas de los padres y colmaron la medida de su iniquidad” (El conflicto de los siglos, p. 27).
c. Castigo compartido:
1. Josué 7:2-5, 12; Nehemías 9:33, 34.
2. “Estos hombres [los patriotas cristianos] tuvieron que sufrir con los culpables…”
Nota: El cumplimiento adecuado de la responsabilidad que Dios les ha dado a los líderes espirituales dentro del grupo (el cuerpo de Cristo) es vital para el éxito del plan de Dios sobre la Tierra. La importancia de este papel es enfatizado por Elena de White varias veces en los siguientes artículos. Preste atención a estas declaraciones.
4. ¿Tenemos evidencias de que Dios todavía trata a su pueblo como un cuerpo en relación con la identidad, la culpa y el castigo compartidos? Justifica tu respuesta.
5. ¿Qué pruebas existen para una identidad compartida entre Dios y su pueblo?
6. Examina la oración de Nehemías (ver Nehemías 1:5-11). Una parte de esta oración es intercesora por naturaleza. Identifique los diversos elementos que caracterizan esta clase de oración.
Pregunta para reflexionar: ¿Qué incluiría en una oración intercesora ofrecida a favor del pueblo de Dios en la actualidad, cuyo objetivo fuese pedir por un reavivamiento en la Iglesia Adventista (el cuerpo de Cristo)?

Capítulo 2

Una oración que prevaleció

Durante cuatro meses Nehemías se vio forzado a esperar una oportunidad favorable para presentar su petición al rey. Mientras tanto, aunque su corazón estaba apesadumbrado, se esforzó por mostrarse alegre en la presencia real.
Pero, en la intimidad, oculto de los ojos humanos, Dios y los ángeles eran testigos de las muchas oraciones, confesiones y lágrimas. En las cortes orientales, estaba prohibida toda manifestación de tristeza. Todos debían aparentar alegría y felicidad. La angustia no debía echar su sombra sobre el rostro de ningún acompañante de la realeza.
Al fin, el pesar que abrumaba el corazón del patriota ya no pudo esconderse. Las noches de insomnio dedicadas a la oración ferviente y los días llenos de congoja, entenebrecidos por la sombre de la esperanza diferida, dejaron sus rastros en el semblante de Nehemías. El rey, velando por su propia seguridad, estaba acostumbrado a observar los rostros y a penetrar los disfraces. Al darse cuenta de que alguna aflicción secreta acosaba a su copero, le preguntó: “¿Por qué está triste tu rostro, pues no estás enfermo? No es esto sino quebranto de corazón”.
La pregunta llenó a Nehemías de aprensión. ¿No se enojaría el rey al saber que, mientras el cortesano parecía dedicado a su servicio, estaba pensando en su pueblo lejano y afligido? ¿No perdería la vida el ofensor? ¿Quedaría en la nada el plan acariciado para devolver su fortaleza a Jerusalén? “Entonces –escribe– temí en gran manera”. Con labios temblorosos y ojos arrasados en lágrimas, reveló la causa de su pesar: la ciudad donde se encontraba el sepulcro de sus padres permanecía desolada, y sus puertas consumidas por el fuego. La mención de la condición en que estaba Jerusalén despertó la simpatía del monarca sin evocar sus prejuicios. Otra pregunta le dio a Nehemías la oportunidad que esperaba desde hacía mucho: “¿Qué cosa pides?” Pero el hombre de Dios no se atrevía a responder antes de haber buscado la conducción de Uno mayor que Artajerjes. “Entonces oré –dijo– al Dios de los cielos”.
Nehemías sintió que tenía un cometido sagrado que cumplir, para el cual necesitaba ayuda del rey; y comprendía que todo dependía de que presentase el asunto de la manera correcta. En esa breve oración, Nehemías se acercó a la presencia del Rey de reyes, y ganó para sí un poder que puede desviar los corazones como se desvían las aguas de los ríos.
Aquí hay una lección para todos los cristianos. Cuando estamos expuestos a dificultades o peligros, incluso cuando estamos cercados por los que no aman ni temen a Dios, el corazón puede elevar su clamor por ayuda, y hay Alguien que se ha comprometido a venir en nuestro auxilio. Esta la clase de oración de la que Cristo hablaba cuando recomendó “orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1). No debemos hacer de la oración espontánea un sustituto de la adoración pública o familiar, o del culto privado, pero es un recurso bendecido que está a nuestra disposición en circunstancias en que es imposible manifestar otras formas de oración. Los que trabajan en las absorbentes actividades de la vida, apremiados y casi abrumados de perplejidad, los que viajan por mar o tierra, cuando se ven amenazados por algún grave peligro, pueden entregarse así a la protección del Cielo. En toda circunstancia y condición de la vida, el alma cargada de pesar y cuidados, o fieramente asaltada por la tentación, puede hallar seguridad, apoyo y socorro en el amor y el poder inagotables de un Dios que guarda su pacto.
Todas las cosas son posibles para el que cree. Nadie que va al Señor con corazón sincero quedará chasqueado. ¡Cuán maravilloso es poder orar eficazmente, y que mortales indignos y falibles posean el poder de presentar sus pedidos ante Dios! ¿Qué poder más grande que estar unido al Dios infinito puede pedir el ser humano? El frágil y pecaminoso ser humano tiene el privilegio de hablar con su Creador. Pronunciamos palabras que alcanzan el trono del Rey del Universo. Expresamos los deseos más íntimos de nuestro corazón. Luego, salimos a caminar con Dios como lo hicieron Enoc y Nehemías.
Podemos hablar con Cristo cuando vamos caminando, y él responde: “Estoy a tu diestra”. Podemos caminar diariamente con su compañía. Aun en medio de nuestras ocupaciones, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón y, aunque ningún ser humano pueda escucharlas, esas palabras no se pierden en el silencio. Nada puede ahogar el deseo del alma. Por sobre el bullicio de las calles, o el ruido de las máquinas, llega hasta las cortes celestiales. Es a Dios a quien le estamos hablando, y nuestra oración es escuchada. Se cumple la promesa: “Pedid, y se os dará”.
Nehemías y Artajerjes se encontraban frente a frente: uno, siervo e hijo de un pueblo oprimido; el otro, el monarca del imperio más grande del mundo. Pero, infinitamente mayor que la diferencia de rango era la distancia moral que los separaba. Nehemías había aceptado la invitación del Rey de reyes: “Si quiere que yo lo proteja, que haga las paces conmigo, sí, que haga las paces conmigo” (Isa. 27:5, DHH). El pedido silencioso que había enviado al Cielo era el mismo que había manifestado durante tantas semanas: que Dios atendiese sus ruegos. Y ahora, al cobrar valor en el pensamiento de que tenía un Amigo omnisciente y omnipotente que obraría a su favor, el hombre de Dios le hizo conocer al rey su deseo: quedar por un tiempo libre de sus deberes en la corte; y solicitó autoridad para edificar los lugares asolados de Jerusal...

Índice

  1. Tapa
  2. Introducción
  3. 1 - El santo propósito de restaurar Jerusalén
  4. 2 - Una oración que prevaleció
  5. 3 - Prudencia y previsión
  6. 4 - Una noche de preparación
  7. 5 - Garantizándose la cooperación del pueblo
  8. 6 - “Celoso de buenas obras”
  9. 7 - Burlas y desánimo
  10. 8 - Descontento entre los creyentes
  11. 9 - Valiente perseverancia
  12. 10 - Reprensión a los chantajistas
  13. 11 - Integridad en los negocios
  14. 12 - Conspiraciones paganas – Primera parte
  15. 13 - Conspiraciones paganas – Segunda parte
  16. 14 - Se instruye al pueblo en la ley de Dios
  17. 15 - Un ayuno solemne
  18. 16 - La reforma del sábado
  19. 17 - La santidad de la Ley de Dios
  20. 18 - Separación entre Israel y los idólatras
  21. 19 - La necesidad de verdaderos reformadores