Trayectoria de Goethe
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Trayectoria de Goethe

  1. 176 páginas
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Trayectoria de Goethe

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Alfonso Reyes dijo de Goethe que si pecó por algo fue por querer aplicarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas, y agregó: "nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas". Con su jugosa exposición, Alfonso Reyes nos pinta la existencia, obra y contorno del genio creador de Fausto.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071621924

VI
ÚLTIMAS CUMBRES

1805-22 de mayo de 1832

1. NAPOLEÓN

Herder había fallecido en 1803. Schiller murió el 9 de mayo de 1805. Goethe ni siquiera lo había visto de un mes atrás, recluido a su vez por achaques de salud. Adivinó la amarga noticia en la cara de sus familiares. No tuvo ánimos para acercarse al féretro ni asistir a los funerales —no aceptaba su sabiduría estas humillaciones ociosas al dolor—, pero luego consagró a su amigo una espléndida capilla mortuoria. Quiso continuar el drama Demetrio que aquella “mitad de su persona” había comenzado: no lo dejó la angustia. Contaba ya cincuenta y cinco años y contemplaba el porvenir con melancolía.
¿Sería, otra vez, la soledad? Aun sus relaciones con el duque se habían ido haciendo cada vez más protocolares. Wolf, el comentarista de Homero, pasó algunos días a su lado. Fue entonces su único solaz, y un solaz por cierto algo equívoco. Eran ambos buenos amigos; pero las eternas negaciones de Wolf impacientaban a Goethe, que lo llamaba perro gruñón. Una vez se encontraron juntos en el balneario de Tennstedt. Se acercaba el cumpleaños de Goethe. La presencia del aguafiestas no era ciertamente deseable. Goethe lo engañó en la fecha y lo obligó a partir la víspera: “Temí que, si se encontraba a mi lado el día de mi aniversario, se le ocurriera revocar a duda que yo hubiese venido al mundo”.1
A mediados de 1806 Goethe decidió ir a Carlsbad; volvió restablecido, sólo para padecer nuevas aflicciones. Acababa de crearse la Confederación Germánica del Rin, que puso término a aquella sombra del Santo Imperio romano. Y estalló la guerra entre Francia y Prusia. Napoleón invadió a Alemania. Los Estados germánicos se repartieron entre los bandos. Goethe no creía en la derrota de las armas imperiales, y contemplaba los preparativos bélicos con no disimulado escepticismo.
Pronto el cañón tronó sobre Jena. El duque se mantuvo fiel a Prusia, y Weimar sufrió las consecuencias. No fue posible evitar que la soldadesca amenazara la casa y la persona de Goethe, aunque el primer adversario que se presentó en la ciudad, a la cabeza de los húsares, fue el joven teniente Türckheim, hijo de Lilí Schoenemann, que al instante vino a saludarlo; pero parece que no quiso darse a conocer por algún escrúpulo o reserva. Después aparecieron sucesivamente los mariscales Ney, Victor, Lannes, Augereau, y Goethe se vio mejor tratado. El general Dentzel, antiguo universitario de Jena, restableció el orden e hizo custodiar respetuosamente la casa del poeta. Además, le envió al más grato de los huéspedes militares, al barón Vivant Denon, con quien Goethe se había encontrado en Venecia, compañero de Napoleón en Egipto, y ahora Inspector General de Bellas Artes y de los Museos Nacionales. En aquellos días luctuosos, Goethe tuvo al menos a quién mostrar sus joyas artísticas y sus colecciones, y el huésped mandó grabar el busto de Goethe en un medallón que le dejó de recuerdo.
Aconsejado, según dicen, por el mariscal Augereau, agradecido a Cristiana que lo defendió y lo salvó de los soldados intrusos, Goethe se desposó con ella el 19 de octubre, aprovechando la confusión general. En el acta matrimonial hizo inscribir la fecha fatídica de la invasión: 14 de octubre de 1806. El paso era oportuno para regularizar la situación de su hijo Augusto, que estaba ya en edad universitaria.
Entretanto, Napoleón había pasado por Weimar, donde la altiva dignidad de la duquesa Luisa lo impresionó al punto que concedió su perdón al duque. La duquesa Amalia, otra predilección de Goethe, falleció en 1807; y al año siguiente, “Frau Aja”, la madre inolvidable. Goethe buscó alivio en el trabajo. No bien acabado el Primer Fausto, se consagró a la Pandora, a Las afinidades electivas, a la Poesía y realidad, verdadero poema de su juventud. Cristiana salió para Fráncfort a recibir la herencia materna, y él se encaminó al Congreso de Erfurt, donde, entre otros príncipes y señores, habían de encontrarse Napoleón y el zar Alejandro, reconciliados en Tilsitt. Aunque Goethe fue de mala gana, tuvo algunas compensaciones: asistió a la Comedia Francesa —que venía en el séquito imperial—, aplaudió a Talma, y el 2 de octubre de 1808 fue recibido por Napoleón.
La entrevista ha sido narrada y comentada hasta la saciedad.2 Para apreciar cabalmente la impresión de Goethe nos haría falta la presencia de Napoleón. Mientras tomaba el desayuno, entre las tareas de su despacho habitual, ante Talleyrand, Berthier, Savary y el Intendente Daru —un germanista distinguido—, Napoleón fue afable y deferente. Ya se alejaba con Goethe al balcón para hablarle a solas, ya lo mezclaba en la conversación de sus negocios y solicitaba el sentir de Monsieur Goet. Lo encontró bien conservado para sus sesenta años; quiso saber si era casado y tenía hijos; convencerse de que eran buenas sus relaciones en la Corte y de que se encontraba en los mejores términos con el duque de Dalberg, hoy favorito del emperador y príncipe primado de la Confederación del Rin. “Si va usted a la Comedia —añadió—, lo verá dormir noche a noche sobre el hombro del rey de Würtemberg.” Y a propósito, recomendó a Goethe que aprovechara la ocasión para conocer el teatro francés. Le declaró que lo tenía por el primer trágico de Alemania, y que ignoraba a Lessing, a Wieland, a Schiller, aunque había ojeado su Guerra de Treinta Años, la cual no le parecía revelar a un dramaturgo de altura. Averiguó que el duque de Weimar —su adversario ya castigado y perdonado— era un protector de las artes y las ciencias. Y a su manera tajante, como quien dicta órdenes, aseguró que el Mahoma de Voltaire —recién traducido por Goethe— era una obra mala, y que las tragedias de la Fatalidad le interesaban poco. El Destino es cosa gastada. “El Destino es la Política.” Dijo que había leído siete veces el Werther, que lo había llevado consigo a Egipto, e hizo algunas objeciones de detalle que Goethe aceptó sonriendo y justificó en breves frases. “Si escribe usted algo sobre el Congreso de Erfurt, Monsieur Goet, no olvide dedicárselo al zar de Rusia.” Se ve que quería llevarle el genio a aquel que solía llamar “el Talma del Norte”. y cuando Goethe se retiraba, la famosa frase: “He aquí un hombre”.
A los cuatro días, Napoleón estaba en Weimar, y la Comedia Francesa representaba, en el teatro de Goethe, La muerte de César. Siguió un baile. Napoleón hizo llamar a Goethe y a Wieland; comentó la tragedia; expresó el deseo de que Goethe fuera a París y escribiera otra obra sobre César, haciendo ver lo que perdió el mundo con su muerte. “Nada supera a una buena tragedia. La tragedia, en cierto modo, está por encima de la historia.” No dijo otra cosa Aristóteles. Después, dirigiéndose a Wieland, comenzó a deturpar a Tácito, y se interrumpió para observar lo bien que bailaba el zar Alejandro.
Lannes y Maret se alojaban en la casa de Goethe. Él y Wieland recibieron la Legión de Honor. Los Talma almorzaron con Goethe. El gran actor le ofreció hospedarlo en París, y no se cansaba de elogiar el Werther. El poeta, pensando en su pasado romántico, suspiró y dijo:
—No escribe uno tales cosas sin que se le caigan algunas plumas.
Ni Napoleón ni Talma sospechaban —observa la crítica—, que Goethe sería en adelante, por antonoma­sia, el autor del Fausto.

2. MINNA, BETTINA Y MARIANA

Afirman que, cuando Goethe se casó con Cristiana, su corazón pertenecía ya a la joven Minna Herzlieb, hija adoptiva del editor Fromann, la cual contaba a la sazón dieciocho años. Verdad es que le dedicó diecisiete espléndidos sonetos a modo de juego de sociedad —a Goethe no le interesaba ya el soneto—, pero aquello más parece haber sido un cariño que una pasión, y hasta un deseo de emular a Zacarías Werner, brillante y efímero meteoro. Verdad es que Minna pudo inspirar a Goethe algún fragmento de Pandora, pero esto no quiere decir amor. Y Goethe no necesitaba olvidar a una mujer para apreciar el encanto de otra.
Un año antes del Congreso de Erfurt, apareció en Weimar una de las figuras más características del romanticismo alemán: Bettina Brentano, impetuosa muchacha de unos veinte años a quien el príncipe Pückler había puesto un apodo que la define: “Orlanda Furiosa”. Era hija de Maximiliana de Laroche, y se había criado en la admiración de Goethe. Muy joven aún, se unió con una amistad apasionada a la canonesa Carolina de Günderode, y tras el suicidio de ésta, volvió a Goethe los ojos. Cuando se presentó inesperadamente ante el glorioso viejo, tras largas y penosísimas cabalgatas y vestida con un traje de hombre, comenzó por echarle al cuello los brazos y luego se le durmió en las rodillas. Lo asedió durante diez días, y él se dejaba embriagar un poco en la atmósfera de aquella naturaleza arrebatada y graciosa. Es posible que este episodio haya inspirado el ...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. I LAS JORNADAS HEROICAS. 1749-1775
  4. II UN ALTO EN WEIMAR. Noviembre de 1775-septiembre de 1786
  5. III ITALIA. 1786-1788
  6. IV EL SEGUNDO WEIMAR. Junio de 1788-juliode 1794
  7. V GOETHE Y SCHILLER. 24 de junio de 1794-9 demayo de 1805
  8. VI ÚLTIMAS CUMBRES. 1805-22 de mayo de 1832
  9. ÍNDICE