Morelos
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Morelos

  1. 225 páginas
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Información del libro

Con su prosa ceñida y directa, plena de contrastes iluminadores, Fernando Benítez ha escrito un testimonio de admiración por Morelos. Este original repaso histórico de la vida pública del "Generalísimo" nos ofrece la oportunidad de conciliar la acción y la reflexión democráticas e igualitarias, como paradigma del hombre que piensa y que lucha siempre en pos de la constitución y la consolidación de un país libre y soberano.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071618979
Categoría
History

LIBRO II

JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN

LA CAPELLANÍA DE DON PEDRO

En 1750 agonizaba don Pedro Pérez Pavón, anciano de cierta fortuna, originario de Apaseo, Michoacán. A ambos lados de la cama el diablo y el ángel de la guarda luchaban por el alma del moribundo. Además se hallaban presentes el notario del pueblo y un sacerdote. El anciano pudo aún dictar su testamento, donde asentó que tuvo a su hijo José Antonio en unión libre. Destinó su fortuna a fundar una capellanía, a fin de que el hijo y sus nietos pagaran misas que ayudasen a salvar su alma. El diablo, furioso, abandonó el cuarto, pero con el tiempo los descendientes rechazaron la vida de santidad y optaron por el matrimonio o el concubinato.
Poco antes o poco después de la muerte de su padre, José Antonio se unió a doña Juana María Molina de Estrada. En el primer caso, el testador murió ignorando la ilegítima unión de su hijo, puesto que le nombró beneficiado de la capellanía que fundaba para que la disfrutara dentro del estado eclesiástico. En el segundo, José Antonio guardó el secreto de la unión ilícita y continuó su bachillerato, por lo que encaminaba al presbiterado, alargándolo todo lo posible para que no llegara siquiera al subdiaconado. De esa relación nació Juana Pavón, madre de Morelos.
José Antonio impartía instrucción a los niños de la ciudad; por lo tanto, su hija Juana debió de ser su discípula aventajada. Los conocimientos de su hija sirvieron más tarde al mismo Morelos, que, gracias a ellos, no fue un labriego ignorante. La cultura que demostró Juana Pavón debió ser muy superior a la de su esposo, artesano que no dispuso de más elementos para su instrucción que los que le permitieron ser un “menestral en el oficio de carpintero”, según las declaraciones hechas años más tarde por Morelos al Tribunal de la Inquisición, al referirse a sus padres.

LA INFANCIA DE JOSÉ MARÍA

El acta bautismal de Morelos dice:
En la ciudad de Valladolid, en cuatro días del mes de octubre de mil setecientos sesenta y cinco años, yo, el Bachiller D. Francisco Gutiérrez de Robles, teniente de cura, exorcisé solemnemente, puse óleo, bautizé y puse crisma a un infante que nació el día treinta de septiembre, a el cual puse por nombre José María Teclo, hijo legítimo de Manuel Morelos y de Juana Pavón, españoles; fueron padrinos Lorenzo A. Cendejas y Cecilia Sagrero, a quienes hice saber su obligación, y para que conste lo firmé. —Br. Francisco Gutiérrez de Robles.
Este documento, así como las confesiones del propio José María, permitían que se le tuviera por un criollo de la clase humilde. Sin embargo, esta afirmación cae por tierra debido a la costumbre de ocultar en aquella época la verdadera procedencia natal, queriendo todo el mundo pasar por criollo o español. Algunos historiadores, con inconsciente racismo, han negado su pertenencia étnica a las mayorías mexicanas. Morelos, como gran parte de la población novohispana, era miembro en realidad de alguna de las innumerables castas. Más de tres etnias habían intervenido en su nacimiento. Hay quienes afirman que los apellidos “Morelos” y “Pavón” no son castizos, y que los ascendientes del caudillo llevaron el apellido Sandoval, y que por ser vendedores de moras, los llamaron “moreros” y después, por corrupción, “Morelos”. La versión sobre el segundo apellido es más curiosa: viene a ser aumentativo de “pavo”, en referencia al color azulado del rostro de algunos de sus miembros.
José María tuvo dos hermanos: Nicolás y Antonia, uno nacido en 1770, la otra en 1776. El padre de Morelos ganaba poco y la familia conoció penurias económicas. Para sostener a los suyos, don Pedro trabajaba hasta bien entrada la noche, acabando con su salud en pocos años. Muerto en 1776 el abuelo Juan Antonio Pérez Pavón, y emigrado a San Luis Potosí el padre (que se llevó consigo a su hijo Nicolás), doña Juana, sola, tuvo que luchar por sus hijos. Años después don Pedro, alejado de su familia, moriría de agotamiento.
En su infancia y juventud José María fue labrador y ejerció el áspero aunque productivo oficio de arriero, posiblemente llevando en sus recuas las mercancías de la Nao de China. Como es bien sabido, cada año llegaba a Acapulco la Nao cargada de sedas, marfiles, biombos y muebles preciosos, y zarpaba de regreso llena de frailes y de pesos de plata que eran el ahorro de los chinos. En esa época miles y miles de mulas, a cargo de sus arrieros, transitaban por todos los caminos ya que no había otro medio de transporte. Los arrieros formaban una cofradía donde se ayudaban unos a otros. Soportaban el intenso calor de los trópicos, el frío y las lluvias tormentosas. Descargaban sus mulas en la noche, cenaban y dormían a campo abierto, y reanudaban su marcha a los altiplanos donde se asentaba la metrópoli.
Morelos siguió ese oficio hasta que su madre le aconsejó estudiar la carrera sacerdotal para servirse de la capellanía heredada, ya para entonces bastante mermada por un albacea sin escrúpulos.
Carente de vocación religiosa, como la inmensa mayoría de los curas de entonces, Morelos estudió en el colegio de San Nicolás, en Valladolid —ciudad que hoy, en homenaje a Morelos, se llama Morelia—, de 1790 a 1795, cuando era su rector Miguel Hidalgo, cura tan inclinado hacia las mujeres como el propio José María.
La necesidad de formar un cuerpo numeroso de sacerdotes para lugares humildes y lejanos le permitió ordenarse con muy escasos estudios. Después del colegio de San Nicolás pasó al Seminario Tridentino, donde continuó sus estudios de filosofía y de moral. En un certificado que firma su mentor, el doctor José María Pisa, se asienta que Morelos sacó primer lugar en cursos de filosofía y que dejó de asistir a la cátedra de teología moral para recibir el grado de bachiller en artes por la Universidad de México. Fue entonces cuando Morelos hizo su primer viaje a la capital para recibir dicho grado, luego de un examen que presentó el 28 de abril de 1795.
Morelos no fue un estudiante distinguido ni un clérigo letrado, pero no era un ignorante. Sin duda, como ya hemos señalado, antes de iniciarse en la carrera eclesiástica recibió alguna instrucción, indispensable para ser admitido en colegios superiores. Hasta el año de 1797 siguió sus estudios, obteniendo sucesivamente las investiduras de subdiácono, diácono y presbítero.
Antes de ascender al presbiterado, vivía Morelos, ya fuera del seminario, en Valladolid, acompañado de su madre y de su hermana Antonia, en una casa modesta de la calle de Mira al Llano. Su situación económica era tan penosa que para continuar sus estudios hubo de aceptar el ofrecimiento del cura de Uruapan, bachiller Nicolás Santiago de Herrera, quien le pidió que enseñara gramática y retórica a los niños aventajados que debían pasar a escuelas superiores. El mismo cura de Uruapan certificó que Morelos no sólo cumplió sus tareas eclesiásticas con decoro y solicitud, sino también sus obligaciones de preceptor con empeño y eficacia.
Morelos encontró en don Miguel Hidalgo una guía. Sin llegar a ser su discípulo directo, pues no asistió a sus cátedras, todo indica que José María recibió de su rector una influencia decisiva en sus ideas políticas y sociales.

EL CURA DE CARÁCUARO

Para entonces, la capellanía de don Pedro Pérez Pavón que con tanto tesón había litigado doña Juana en favor de su hijo, ya se había fallado en contra de los Morelos. El color y aspecto de José María lo condenaban a las zonas ínfimas de la sociedad novohispana. De modo que, ya ordenado, sólo pudo obtener los curatos de Churumuco y la Huacana, en tierra caliente, que eran lugares malsanos, azotados por enfermedades tropicales. A causa de ello murió su madre y enfermó de gravedad su hermana. En vano Morelos envió a doña Juana a Valladolid en busca de aires mejores. Al llegar a Pátzcuaro la enferma no pudo continuar y murió el 5 de enero de 1789, sin que su hijo pudiera estar presente en sus funerales por atender su curato. Dos días antes de la muerte de su madre, Morelos pidió a sus superiores un destino para tierra fría y, aunque a destiempo, poco después se le notificó el cambio. A principios de marzo pasó a encargarse de los curatos de Carácuaro y Nocupétaro. Estos poblados se encuentran separados por la corriente del río Carácuaro, a cuyos márgenes se forma un valle fértil. Cuando llegó Morelos formaban ambos un mismo curato, aunque separados por una distancia de cuatro kilómetros. Morelos se radicó en Nocupétaro, y en sus ratos de ocio, recordando el oficio de su padre, llegó a construir un púlpito de madera, que aún se conserva.
En su nueva residencia Morelos ganaba apenas 100 pesos anuales, arrancados casi por la fuerza a sus feligreses, en tanto que el obispo de Michoacán percibía una renta de 100 000 pesos al año. Este desnivel muestra lo que significaba en la sociedad novohispana la desgracia involuntaria de no ser blanco y, de preferencia, peninsular.
En toda la jurisdicción del curato los pobladores de San Agustín Carácuaro, a pesar de ventajas naturales sobre otras parroquias vecinas, se distinguían por su resistencia para subsanar las necesidades de su párroco. A los ocho meses de residir en su nueva parroquia los feligreses presentaron en su contra un escrito dirigido al arzobispo donde lo acusaban de maltratos y pedían pagar sus impuestos por arancel y no por tasación. En aquel tiempo, los curas disponían de los siguientes ingresos para su sustento: la tasación, las obvenciones y el pindecuario; los diezmos se cobraban para la mitra y las primicias en curatos administrados por frailes de las órdenes monásticas. La tasación era una cantidad de dinero que los pueblos entregaban al cura mensualmente; las obvenciones se entregaban en calidad de paga por la administración de los sacramentos; el pindecuario era una erogación extraordinaria para las fiestas de los santos patronos del pueblo.
Los feligreses de Carácuaro pedían se pagaran solamente los servicios religiosos, pero esto era grave, pues sin una mensualidad fija el párroco no podía subsistir, ya que los servicios religiosos podían o no solicitarse. Aseguraban que de no atenderse sus quejas, se verían obligados a no pagar, endeudarse o emigrar. A causa del escrito el arzobispo solicitó a Morelos la aclaración pertinente. En su contestación el párroco pone en su justo término las exageradas quejas de los feligreses para no pagar sus contribuciones que, debe reconocerse, eran forzadas y aumentaban su penuria económica.
La queja no prosperó ni tuvo ninguna consecuencia. En modo alguno ocasionó que Morelos perdiera el interés por su curato, pues continuó trabajando con empeño. Sus feligreses siguieron recibiendo con oportunidad los sacramentos, hasta en los lugares más apartados de su parroquia.
En vista de lo miserable de sus ingresos (seis y medio reales diarios), Morelos llegó a realizar algunas transacciones comerciales muy modestas que le permitieron construir una pequeña casa en Valladolid, con el propósito de darla en propiedad a su hermana. Según José R. Benítez,
el caudillo dirigió la iglesia de Nocupétaro, personalmente, trabajando en la construcción de la espadaña, y cómo también personalmente labró el púlpito de su curato. Pero si eso no fuera suficiente prueba de su habilidad como constructor, hay documentos que nos refieren que tomaba por su cuenta obras de cierta importancia, por contrato, para obtener utilidades materiales.
Agrega Benítez que
el cura pueblerino, que no contaba con más auxilios de su feligresía que los 81 centavos diarios de obvención, cantidad prohibitiva de todo ahorro, además de sus negocios de comercio para los que tenía gran vocación […] se dedicó a aumentar sus economías, y lo preparaba para poner en práctica los conocimientos adquiridos, como lo demostró en la construcción de su casa de Valladolid, que puede considerarse como modelo dentro de su época.

EL ASPECTO DE MORELOS

Teja Zabre lo describe como
grueso de cuerpo y cara, con una estatura poco menor de cinco pies y robusto, a pesar de las enfermedades que lo aquejaron; las facciones, duras y enérgicas, que no se alteraban ni en los trances más difíciles ni dejaban traslucir sus pensamientos ni sus emociones; la mirada, fija y sombría, y el entrecejo, ceñudo; la nariz, marcada por el golpe que recibió una vez contra un árbol, persiguiendo a un toro, durante su vida de campesino; color atezado y pelo negro; un lunar cerca de la oreja, y todo el conjunto poco marcial.
Sin embargo, muy distinta es la imagen que se deriva de la pintura al óleo que ha sido adoptada para uso oficial en México. En ella aparece Morelos de pie, vistiendo ropas talares al estilo de la época. Su mano izquierda toca la ropa entreabierta a la altura del pecho; en la derecha, sus dedos parecen sostener los originales escritos a mano de los Sentimientos de la Nación. En el cuadro no se aprecia la “sombría” mirada como dice Teja Zabre, sino unos ojos de místico y visionario, como apunta Baltasar Dromundo:
Bajo las cejas casi pobladas, esa mirada suya tiene una penetración dramática y atormentada. Despejada y amplia la frente, casi tersa, luminosa. Recta la nariz, proporcionada, no aguileña. Gruesos los labios, pero mesurados. Coloreado el rostro moreno muy claro, casi a la manera de los pintores españoles e italianos de fines del XVIII. Con igual claridad destacan las manos cuidadas de modo natural, llanas, de hombre criollo. Quizá esta pintura diste un poco de aquella realidad y del mestizo que fue el héroe; quizá sea mayor la fidelidad de la reproducción hecha en Oaxaca durante sus campañas; lo cierto es que este óleo reviste un señorío y una belleza extraordinarias. Tentativamente así fue visto Morelos antes de 1810.

MORELOS Y LAS MUJERES

El cura de aldea tuvo, como era inevitable, amantes a las que hacía pasar como sobrinas o amas de llaves. Una de ellas le dio un hijo natural, Juan Nepomuceno Almonte (1803-1869). Hay dos versiones sobre su ape...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción
  3. Libro I. Antecedentes e inicio de la lucha de independencia
  4. Libro II. José María Morelos y Pavón
  5. Índice