Los Contemporáneos ayer
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Los Contemporáneos ayer

  1. 413 páginas
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Los Contemporáneos ayer

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Información del libro

Guillermo Sheridan realiza un trabajo de reconstrucción literario-histórica del surgimiento, desarrollo y apogeo del grupo literario de los Contemporáneos, entre quienes destacan Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, Bernardo Ortiz de Montellano y José Gorostiza.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071625854
Categoría
Literatura

Segunda Parte

LA VIDA PÚBLICA

IX. 1925: ES NECESARIO ECHAR UNA BOMBA
(SE ABURRE UNO)

ELGRUPO SIN GRUPOSUEÑA UNA REVISTA; TORRES BODET: POEMAS, BIOMBO; ORTIZ DE MONTELLANO: EL TROMPO DE SIETE COLORES; GOROSTIZA: CANCIONES PARA CANTAR EN LAS BARCAS; TARDES DE TEDIO; PRIMER PROYECTO DE CONTEMPORÁNEOS; VILLAURRUTIA ANTE LA PINTURA; NOVO: ENSAYOS Y ENSAYOS DE POEMAS
PUEDE considerarse al año de 1925 como aquel en el que “el grupo sin grupo” ha quedado constituido —a pesar de reticencias individuales— y, por lo tanto, ha iniciado lo que, no sin cierto pudor bíblico, puede llamarse su “vida pública”. El periodo propedéutico, sostenido en las revistas de corte estudiantil y en algunos tomos de poesía juveniles, así como en algunas antologías, comienza a dejar su sitio a uno nuevo en el que los rasgos determinantes implican, de entrada, una fina paradoja: el espíritu que anima al grupo como tal nunca estará tan cohesionado como en estos años que vienen, pero, al tiempo, se establecen diferenciaciones y sutilezas programáticas que, una vez más, explicarán nuevas escisiones.
Este espíritu que anima al grupo de amigos al iniciarse 1925 es el que ya se comentaba en la introducción a este estudio: el rigor crítico, el afán experimental, la voluntad de modernidad. Las intenciones de los años de La Falange a la conferencia de Villaurrutia, “La poesía de los jóvenes en México”, a partir de este año, comenzarán a convertirse en obras, y en la contundencia manifiesta de los libros habrá de leerse, de ahora en adelante, la justicia de lo que hasta ese momento habían sido apenas enumeraciones de la voluntad, programas imperiosos.
Verá 1925 la aparición de varios libros escritos por miembros ya no del Nuevo Ateneo o de la “generación bicápite” sino del “grupo sin grupo”: Biombo de Torres Bodet, El trompo de siete colores de Ortiz de Montellano, Canciones para cantar en las barcas de Gorostiza, Ensayos (que incluyen los XX poemas) de Novo; ese año también Owen redacta Desvelo y Villaurrutia Reflejos.
Por otra parte, 1925 es el año en el que el grupo comienza a interesarse a fondo en el teatro, las artes plásticas y, sobre todo, la narrativa. Es el año también, por último, en el que, con la publicación de “El afeminamiento en la literatura mexicana”, ensayo de Julio Jiménez Rueda, se inicia formalmente una polémica que habría de convertirse en una de las constantes en las que nuestras observaciones sobre el sentido de la literatura mexicana del siglo suelen justificar su morosidad.
Es 1925 el año de la velocidad y el automóvil (dos temas inevitables en la literatura europea de la hora) en tanto que signos de los tiempos y pauta del nuevo ritmo cardiaco; es el año en el que el cinematógrafo comienza finalmente a ser considerado un nuevo y determinante vocal de la sensibilidad moderna; es el año en el que la alharaca de las sufraguettes y su peinado bob electriza, a ritmo de charlestón, los incipientes reacomodos sociales.
Calles, desde la presidencia del país, negocia lo que Jean Meyer ha llamado “la ofensiva norteamericana” a partir de su renuencia a aceptar las severas condiciones que se desprenden de los Tratados de Bucareli que habían llevado a los delahuertistas a la rebelión y a la derrota. Calles, incluso, llegó a acelerar no sólo las reformas al delicado y polémico artículo 27 de la Constitución, sino la distribución de tierras y las afectaciones de propiedades norteamericanas. Los problemas que derivaban de esto hacia la zona crítica de las negociaciones petroleras se acentuaban. El hecho de que Calles y su gobierno apoyaran a los sandinistas nicaragüenses contra el intervencionismo norteamericano, y de que el problema religioso que habría de llevar al país a una nueva guerra interna se comenzara a gestar, aumentan el radio de problemas a los que la Revolución debe enfrentarse. La “diarquía” Obregón-Calles, expresión oficiosa del maximato obvio que, con el paso del tiempo, ya ni siquiera pretende disimularse (y que tenía como programa el regreso de Obregón a la presidencia en 1928) habrá de capear el temporal financiero y político a pesar de su gravedad y gracias a la habilidad de sus protagonistas, no sin comprometer la integridad de la nación a cada momento.
La delicadeza del momento político exige durante el cuatrienio un compromiso de intelectuales y artistas que difícilmente salía del paréntesis holgado de la formalidad. El fervor militante de la primera década de Revolución y el frenesí populista de los años de Vasconcelos ceden su lugar a posturas dogmáticas y a un nacionalismo de dientes para afuera cuya naturaleza parece ser menos la de quien se compromete con una causa que la de quien edifica su notoriedad ideológica a base de desprestigiar la supuesta indecisión de sus antagonistas. Eran los años de nuestro proletcult que, en su “versión mexicana”,1 optaba explicablemente por un adusto nacionalismo tan sui generis, tan supuestamente alineado con la causa nacional en crisis, que habría de convertirse en un mexicanismo de exportación, privado de toda actitud crítica y recubierto por el aura dudosa, pero funcional, de una imaginaria misión nacional. La supuesta tibieza del grupo, la indiferencia de la que se les habría de acusar y que llegaría a convertirse en una etiqueta caracterizante acusa, por otra parte, una ignorancia cabal de sus posiciones en tanto grupo, a partir de este año. No es únicamente el problema del nacionalismo el que habrá de exigirles una comunal (pero individualizada siempre) declaración de principios y ante el que habrán de echar a andar todo el poder de su energía analítica; 1925 es también el año en el que se inicia su polémica contra la tesis de “la necesidad de una literatura viril” —variante del problema anterior— y, sobre todo, contra las tesis de Ortega sobre “la deshumanización del arte” y los supuestos peligros de la literatura pura.
Los componentes del “grupo sin grupo” cuentan, en 1925, entre 20 y 26 años de edad. La forma de introspección que implicaba el amparo de esa categoría compleja que hemos llamado “lo juvenil” comienza a resultar insuficiente. El grupo asume en este año —no en declaraciones, sí en actitudes y actividades— su carácter “profesional”. Las revistas juveniles ceden su lugar a proyectos mucho más ambiciosos en los que la palabra mágica, verdadero pasaporte vasconceliano, “juventud”, deja de existir como parapeto y como ingrediente atenuante para proponerse como auténtica actitud vital. El joven, declara Villaurrutia, es aquel que tiene “todas las edades” simultáneamente, es una forma de compromiso con el arte y más una obligación que una virtud, o, en todo caso, una virtud ardua y hasta difícil de sobrellevar.
El “grupo sin grupo” decide, previsiblemente, fundar una revista que sea expresión de esta nueva circunstancia. Para estas fechas es claro que el panorama de las letras mexicanas les pertenece casi exclusivamente. Una prueba de ello la da con frecuencia El Universal Ilustrado que, si no era la única, sí era la magazine más leída, así como la más atareada con la actividad cultural. No hay casi artículos de o sobre literatura que no estén firmados por miembros del grupo, e incluso el índice de popularidad que significaban las encuestas (sobre los temas más diversos: modas, deporte, ciencia) tiene en el “grupo sin grupo” a sus protagonistas favoritos. Lo paradójico era que, aparte de su labor sostenida en el campo del periodismo, aparte de las antologías y traducciones para Editorial Cvltvra, con la excepción de Jaime Torres Bodet, el grupo carecía de obra publicada propia que avalara esta precoz preeminencia sobre un panorama mermado, despoblado de sus grandes figuras por los avatares de la Revolución, pero a fin de cuentas incapaz de darse por satisfecho con prestigios todavía sin comprobación.
Torres Bodet, quien todavía parece llevar el mando (tanto por su precoz prestigio, sus varios tomos publicados y su cercanía incuestionable con Gastélum) intenta darle coherencia al grupo bajo su mando. Atrae al distanciado Gorostiza y logra limar las asperezas de su relación con él consiguiéndole trabajo en la oficina de Salubridad, y afirma su relación con Villaurrutia. Novo, por su parte, conserva su distancia gracias en cierta medida a su independencia económica conseguida por medio de Puig Casauranc en Educación (quien nombra a Novo jefe de publicaciones) y Cuesta y Owen aún no se deciden a practicar tan seriamente el ejercicio literario.
Para los cinco restantes la necesidad de publicar sus libros se convierte en una estrategia y en una obligación inaplazables. Igualmente, la necesidad de una revista de calidad que acompañe el proyecto editorial y sea su plataforma, su defensa y su aclaración de propósitos. A mediados del año, Torres Bodet y Villaurrutia ya saben lo que desean: una revista semejante a la Revista de Occidente —que Villaurrutia hacía circular cada mes entre sus amigos— que habría de llamarse “Contemporáneos” y que, por razones económicas, abortaría por lo pronto.
Torres Bodet había publicado Poemas, su séptimo volumen de poesía en diciembre de 1924 en los talleres de los hermanos Herrero. El libro reunía 77 poemas lucubrados con material habitual ya después de siete libros: el amor, la pasión vacía e inútil hacia los seres y las cosas, el malabarismo moral. Pablo González Casanova (padre), filólogo y eventual comentarista de libros, lo saludó en estos términos: “Poesía sintética cuya alma es la palabra interior, logos esotérico que la exégesis resuelve en tonos cromáticos desde el caos de la subconsciencia”,2 mientras que Antonio Machado, desde Madrid, se declaraba cautivado porque “en su libro, las imágenes no son cobertura de conceptos sino expresión de intuiciones vivas y las ideas están siempre en su sitio: dentro, como los huesos del cuerpo humano o como las luminarias de horizonte”.3 El libro se sostiene entre la usual bienaventuranza y la crisis domeñada por esa seguridad en sí mismo que Torres Bodet solía administrar desde el principio. Un poema, “Adolescencia”, que, a decir de Carballo —con justicia— “vale como un adiós”,4 alude a lo que se comentaba anteriormente en relación con el cambio de lo juvenil a lo profesional:
Yo decía: —No quiero ni grandeza ni gloria,
ni fortuna, ni amores: lo que anhelo es vivir
en una ciudad vieja que no tenga ya historia
ni porvenir.
En una ciudad vieja, cubierta de neblinas,
goteante de lluvia, entre nieves de alud,
con muchas voces claras de esquilas argentinas
llorando por mi juventud.
Vivir, porque la vida no puede renunciarse,
pero hacer el menor
ruido posible… En el silencio de un engarce
hundir la perla de un dolor.
Y abandonarse al movimiento
del bien y el mal en su monótono vaivén,
como las hojas en el viento
o los viajeros fatigados en el tren…5
Curioso que a Machado este tipo de imágenes le parecieran tan reveladoras. Biombo fue el libro de 1925. Torres Bodet lo anuncia a mediados del año y es muy probable que haya aparecido en diciembre, pues si el libro carece de fecha la primera nota registrada sobre él, debida por cierto a Owen, es de enero de 1926. Torres Bodet lo anuncia con su tono peculiar de mesura, insidia y orden:
Preparo actualmente un libro de versos, “Biombo”, que, en el desarrollo un poco lento, sincero siempre, de mis labores, será un retorno a la alegría de las formas puras ¿y una anticipación hacia caminos de síntesis y de expresión indirecta? ¡Tal vez! Sobre todo, no al imaginismo, extraña modulación norteamericana que otros logran evocar con acierto,6 pero que considero por completo ajena a la vibración de mi raza y de mi espíritu. ¿Verso libre? Todavía no. Lo haré algún día cuando entrañe una concepción total en cada unidad métrica, como en los versículos.7
La alegría de las formas puras se vació en versos de arte menor que cuajan desde los habituales tercetos del haikú a la manera de Tablada, hasta romances intensamente líricos a la manera de Machado. El viraje de intenciones y dependencias acusa un periplo que se antoja lógico: de González Martínez a Tablada con claras influencias de Pellicer en l...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción
  3. Primera parte. La vida oculta
  4. Segunda parte. La vida pública
  5. Bibliografía
  6. Índice