El zorro y el cuervo
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El zorro y el cuervo

Estudios sobre las fábulas

  1. 164 páginas
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El zorro y el cuervo

Estudios sobre las fábulas

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La fábula fue un género literario de muy larga tradición y muy extensa popularidad. Durante siglos y siglos se narraron y leyeron esas breves ficciones en que los animales parlantes protagonizan ejemplares encuentros de los que podía deducirse una cierta moraleja. En la literatura griega fue Esopo el fabulista por excelencia, el que dio su nombre a la colección canónica del género, ese repertorio traducido luego a todas las lenguas de Europa. La primera parte del este libro trata de la fábula en general, de su historia, su estructura narrativa y sus ecos. La segunda parte trata de una fábula muy representativa y comenta sus múltiples versiones en diversas lenguas y épocas. Desde Esopo y Fedro hasta La Fontaine Y Samaniego, el apólogo del astuto zorro y el vanidoso cuervo ha conocido estupendas versiones literarias. Aquí se analizan diez: tres antiguas, tres medievales y cuatro modernas. A través de esas variaciones y variantes se puede advertir claramente el juego creativo de la intertextualidad y la parodia.

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Información

Año
2017
ISBN
9786071651235
INTRODUCCIÓN

LA FÁBULA ESÓPICA: ESTRUCTURA E
IDEOLOGÍA DE UN GÉNERO POPULAR*
1
Las narraciones fabulísticas, de claros precedentes en la literatura mesopotámica,1 penetraron muy pronto en la tradición helénica. La primera fábula griega aparece en Hesíodo (Trabajos y días, vs. 203-212). Es la de “El halcón y el ruiseñor”, incluida en un contexto muy significativo: preludia las reflexiones del poeta sobre el tema de la justicia social.2 Ya los preceptistas antiguos eran conscientes de que el introductor de la fábula en la literatura occidental fue Hesíodo. Nam videtur fabellarum primus auctor Hesiodus, dice Quintiliano (Inst. V. 11, 19).
Luego encontramos otras fábulas testimoniadas en Arquíloco (“El águila y la zorra”, “El zorro y el mono”),3 en Semónides (“El águila y el escarabajo”),4 en Estesícoro (“El caballo y el ciervo”, “El labrador y el águila”)5 y tal vez en el Margites,6 con anterioridad a Esopo, cuya existencia, como figura histórica o como personaje literario, hay que situar, de acuerdo con los datos transmitidos sobre él a partir de Heródoto (Hist. II, 134), en la segunda mitad del siglo VI a.C. Las razones por las que este enigmático Esopo, tan famoso y a la par tan desconocido, haya sido considerado como el creador del género son claras: él creó la primera colección de fábulas y fijó el tipo clásico de las mismas.
La popularidad de su nombre está relacionada con su papel de protagonista en un curiosísimo relato: la Vida de Esopo, especie de biografía novelesca y popular que, en versión original, es probable que conocieran ya Heródoto y Aristófanes. (La versión de esta Vida tal y como nosotros la conocemos, en sus dos versiones G y W, es una reelaboración de ese núcleo antiguo, confeccionada hacia el siglo I a.C. en Alejandría).7 Ya Aristófanes y Sócrates (según Diógenes Laercio, II 42) presentaban a Esopo como el típico narrador de fábulas, costumbre que sigue Fedro, para quien Esopo es ya el inventor, Auctor, del género que él introduce en la literatura latina. (Los prólogos de Fedro a sus varios libros de fábulas son muy interesantes, porque muestran su conciencia de escritor de un tipo de literatura crítica y porque en ellos se expone una teoría sobre los orígenes del género muy influyente).8
Por otra parte, la tradición textual del corpus fabulístico atribuido a Esopo es singularmente complicada. En principio hay que contar con la difundida transmisión oral a que se presta esta literatura popular, con la refección y adición de relatos sobre la pauta general, con versificaciones y prosificaciones sucesivas, con el añadido de nuevas moralejas, y con el escaso respeto de los copistas frente al texto del original, compuesto en un lenguaje sencillo y vulgar.
La más antigua e importante de las tres colecciones anónimas de fábulas griegas que poseemos, la llamada Augustana, puede retrotraerse, a lo más, al siglo I de nuestra era. Y es muy probable que sea bastante posterior.9 En esa larga y fluida transmisión del Corpus tradicionalmente atribuido a Esopo debemos reconocer un papel fundamental a la edición realizada por Demetrio de Falero a finales del siglo IV a.C. Como buen peripatético, Demetrio estaba interesado en la conservación de un género literario tradicional. Es probable que el carácter moralizante y abstracto de la mayoría de las moralejas, bien distintas de las aplicaciones concretas y políticas de las fábulas documentadas en autores más antiguos, dependa de los epimythia añadidos por este discípulo de Teofrasto. En general se reconoce que los epimythia son posteriores al núcleo narrativo de las fábulas, y que en no pocos casos desvían la conclusión que puede deducirse lógica y directamente de aquel.10
Después de haber recordado estos márgenes que limitan nuestra consideración de la obra esópica, intentaremos ahora precisar la aportación de Esopo a este género que no inventó, pero que acuñó de modo clásico. Quizás sea oportuno hacer algunas advertencias más, antes de entrar en nuestro tema.
2
La negación de la existencia histórica de Esopo -como puede leerse, por ejemplo, en el erudito artículo de S. Josifovic (1974) no debe interpretarse como una vuelta a la posición romántica de G. Vico, quien postulaba que tras el nombre del fabulista latía un colectivo espíritu popular, verdadero creador del género.11 Se trata de algo mucho más fácil de aceptar: que ese narrador de apólogos, esclavo, feísimo y astutísimo, de azacaneada vida, y asesinado en Delfos, es un ente de ficción, un personaje y no un autor real. La serie de rasgos legendarios que rodean su vida -incluidos sus contactos con personas históricas como Solón, Creso y los siete Sabios-, apunta en esa dirección. Sin embargo, es innegable la existencia de un autor de la Vida de Esopo, que lo inventó (con ayuda de ciertos precedentes orientales, como la Historia del sabio Achicar, en algunos episodios). Introdujo así un narrador (al modo como existe en las colecciones de fábulas indias, por ejemplo el docto preceptor Vishnusarman del Panchatantra), mediante el cual las fábulas quedaban engarzadas en un relato unitario. Así, por otra parte, lograba un cierto distanciamiento irónico frente a esas narraciones. Luego, las fábulas y la Vida de Esopo se han desarrollado por separado (aunque tradicionalmente se solía editar la Vida como prólogo a la colección de estas). Al seguir llamando Esopo al desconocido y anónimo escritor griego12 que compuso esa colección, probablemente estamos dando al autor el nombre del protagonista ficticio de su obra.13 Se trata de una ambigüedad que es preciso advertir, pero que luego no plantea mayores problemas.
Que la fábula fuera un género popular desde su orígen no parece necesitar de muchos testimonios. En el mundo griego basta recordar el de Aristófanes, gran admirador de Esopo.14 Por otra parte, la sencillez formal y la difusión y rememoración fácil de esos breves relatos (además de las fábulas se atribuían a Esopo chistes y dichos curiosos, géloia) y su aplicación a casos de la vida cotidiana, los hacía especialmente adecuados para esa popularidad. (Como más tarde se ha pensado que tales rasgos los hacían apropiados para la educación de los niños, a pesar de que la moral pragmática de las fábulas no es nada adecuada a esa edad, como ya vieron algunos moralistas del XVIII). Pero las fábulas son populares por su público y su intención, no por haber surgido de un espíritu colectivo y anónimo.
Conviene además aludir brevemente a la distancia entre la fábula y el cuento popular. Aunque los animales parlantes figuren en ambos, la oposición entre uno y otro tipo de relatos es notoria. A la trascendencia mágica y a la fantasía del cuento se opone la estructura lógica y cerrada de la fábula (como luego veremos) y su lección ética. En la práctica histórica puede haber interferencias y contaminaciones entre los cuentos y las fábulas, pero en la teoría es fácil trazar la distinción general entre uno y otro género, diversos por su origen y su intención. Sin acudir al análisis directo de la estructura narrativa, ya B. E. Perry trazó la divisoria con claridad (rechazando la confusión romántica de la teoría de J. Grimm en su famoso Reinhart Fuchs, Berlín, 1-34).15
3
Proponer una definición de la fábula como género literario es mucho más difícil de lo que el lector ingenuo puede suponer. Una tal definición debe ser precisa, de modo que distinga pertinentemente la fábula de otros tipos de narración, como la alegoría o la parábola, en general, y también del proverbio, de la anécdota y del cuento fantástico con animales. Por otra parte, la definición ha de ser lo suficientemente amplia para comprender las variadas realizaciones históricas del género, tan extendido en la literatura universal. (Es decir, que pueda convenir a la fábula mesopotámica, la grecolatina, la oriental, las versiones medievales, las dieciochescas, etc.). La lectura de algunos estudios críticos, por ejemplo de los de Perry, Fable (1959), y de Nøjgaard, La fableantique, I (1964), da una clara idea de lo arduo de la cuestión, que en ese aspecto remonta a los estudios críticos “sobre la esencia de la fábula” que G. E. Lessing publicó en 1759.
Aristóteles, que, al menos para nosotros, es el primero en teorizar sobre la fábula, no la define, al aludir a ella muy brevemente, en su Retórica (II, 20). Es interesante advertir el punto de vista en el que se sitúa su referencia, más atenta a su utilidad como recurso retórico que a la consideración poética de las fábulas. Como señala Nøjgaard (op. cit., p. 27):
Aristóteles no considera la fábula como un género de ficción independiente, sino como uno de los numerosos medios del orador para provocar la persuasión (pístis), es decir, como figura retórica. Esta manera de ver reinará exclusivamente hasta el siglo XVIII, hasta el punto de que el género no será juzgado digno, en la patria de La Fontaine, de ser admitido en el Arte Poético de Boileau, ferviente (admirador) de Aristóteles.
Aristóteles considera la fábula como una especie del ejemplo (parádeigma) empleado por los oradores, y señala dos rasgos de la misma: que es una narración ficticia y alegórica.16
Desde la misma perspectiva, y tras las huellas de Aristóteles, los autores de otros manuales retóricos escolares (progymnásmata) como son Teón, Hermógenes (traducido por Prisciano al latín) y Antonio, insistirán en el uso de las fábulas con una finalidad retórica y pedagógica. Un eco de esta consideración, atenta sobre todo a la función utilitaria del género, aparece aún en Perry (op. cit., p. 24):
La fábula en su origen no es una forma literaria independiente, creada, como la novela o el drama, por una nueva clase de sociedad con una perspectiva cultural, sino tan solo un medio retórico, un nuevo instrumento. Como tal puede servir a las necesidades de personas de actitudes sociales opuestas, que incluyen las necesidades del amo ocasionalmente tanto como las del esclavo o el oprimido.
(La última frase alude a cierta concepción de la ...

Índice

  1. Portada
  2. Prólogo
  3. Introducción: La fábula esópica: estructura e ideología de un género popular
  4. I. Los animales en la literatura griega: de los símiles a las fábulas
  5. II. Tradición, traducciones y estructura de la fábula esópica
  6. III. Esopo: “El cuervo y la zorra”
  7. IV. Fedro: “La zorra y el cuervo”
  8. V. Babrio
  9. VI. Roman de Renard (Rama II)
  10. VII. Dos versiones divergentes y dos estilos: Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita
  11. VIII. La Fontaine
  12. IX. Samaniego
  13. X. G. E. Lessing y J. E. Hartzenbusch
  14. XI. Una variación sobre el tema: R. J. Crespo
  15. XII. Franz Grillparzer
  16. XIII. Una versión rusa oral
  17. XIV. Los triunfos del zorro: una estampa y un modelo
  18. Bibliografía