Tentativas y orientaciones
eBook - ePub

Tentativas y orientaciones

  1. 177 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Tentativas y orientaciones

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Los más diversos asuntos componen Tentativas y orientaciones. Se inicia con el célebre "Discurso por Virgilio", escrito en homenaje al poeta latino en el segundo milenio de su nacimiento, y después de algunos capítulos estrictamente culturales o referidos a la política internacional, concluye un notable ensayo sobre la lengua y varias páginas dedicadas a la guerra, la desigualdad económica y el papel futuro del panamericanismo. No son extrañas al carácter de estas páginas su preocupación por la armonía entre las naciones y la responsabilidad del nuevo mundo en los empeños por realizarla.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Tentativas y orientaciones de Alfonso Reyes en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Crítica literaria. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9786071661753
Categoría
Literatura

VIII. El hombre y su morada*

1

Tenemos que hacer un viaje a Sirio para contemplar objetivamente las relaciones entre la historia y la geografía, la lucha del hombre por establecerse en su morada terrestre, espectáculo de ajustes y desajustes continuos, que bastaría por sí solo para convencernos del estado de primitivismo en que todavía nos encontramos, si no supiéramos que los problemas sociales no admiten, por su naturaleza cambiante, soluciones definitivas. Las conclusiones de semejante estudio pueden llegar hasta la rectificación de los hábitos y emociones en que hemos sido educados, sobre todo en cuanto a ese extremo del sentimiento nacional que dista mucho de ser la ultima ratio de las sociedades humanas y que es en cierto modo reciente. Por de contado, el punto de vista de Sirio no podría servir de consejo inmediato a la política, y menos en épocas como la que ahora vivimos, cuando este despego de los impulsos defensivos podría fácilmente allanar el camino a las conquistas y a las infamias. Pero la confrontación con las especies universales nunca es perdida. Ella sirve de guía aproximada a la acción, que es siempre transacción. El ajuste, aunque sea cambiante, entre la historia y la geografía sólo sería justo en una humanidad plenamente justa; y por ahora se trata de sofocar un desborde de la injusticia, asunto previo y de inapelable urgencia vital. Con todo, y sin llegar a exageraciones que resultarían criminales, ¿cómo negar que muchas veces las torres de la parroquia nos obstruyen el horizonte? ¿Cómo negar que un mundo donde aquí las poblaciones perecen de hambre, mientras allá se queman cosechas, es un mundo mal repartido? Por eso será bien recordar que quien sólo vive en su tiempo no ve más allá de sus narices.
Desembaracemos la discusión. Aquí se trata de relatar sumariamente ciertas vicisitudes de la relación entre la historia y la geografía, acaso con la vaga intención de que tal relato sea ejemplar. Pero no se trata de repartir el mundo conforme a criterios teóricos que siempre resultan deficientes y olvidan, a sabiendas o no, algunos factores de futuros desastres, propio achaque de los que llamaba Quevedo “locos repúblicos”. Las falsas particiones de Versalles están en el origen de los actuales conflictos. Siempre, a la hora de distribuir el patrimonio entre los herederos del rey, se escucha la voz amenazante de alguna Doña Urraca que dice:
A mí, porque soy mujer,
dejaisme desheredada:
irme he yo por esas tierras
como una mujer errada.
Ardua tarea contentar a todos, y quien más se inspira en la razón a lo mejor se deja de lado la razón de la sinrazón. En esta balanza pesa también el sentimiento ¡y ay del que se ponga a trazar planes para la reorganización futura sin tomar en cuenta a “la loca de la casa”!
Antes de seguir adelante, expliquémonos también sobre aquel extremo melindroso del nacionalismo, al que aludimos muy de pasada y en términos que podrían parecer equívocos. Por cuanto en este sentimiento se arraigan las nociones elementales de dignidad política y hasta de decencia personal, es imposible moverlo sin que se sacuda el árbol de la entereza humana. Por cuanto en este sentimiento se refugia un mínimo indispensable de justicia y de respeto a los pueblos, sólo se lo podría tocar cuando hubiera otra garantía mejor con la cual sustituirlo. La constelación psicológica creada en torno a las tesis de independencia y soberanía de los Estados no puede desarticularse sin riesgo, mientras existan potencias imperiales prontas a aprovecharse de cualquier flaqueo en la conciencia nacional de los países débiles. Y tal es precisamente el enigma que se agita, sin resolverse, en la mente política contemporánea.
La expropiación petrolera, por ejemplo, es plausible a nuestras izquierdas, que ven en ella una redención posible del obrero mexicano, subyugado antes por los magnates del capitalismo extranjero. Pero esas mismas izquierdas, al concebir sus doctrinas sobre una distribución ecuménica de las riquezas, no admiten, en principio, que determinada riqueza pertenezca a un Estado particular, porque más allá de los Estados alcanzan a ver, única e igual, a la raza humana. La casualidad geográfica, parecen decir, no debe gobernarnos: hagamos de la morada humana un hogar para todos; pero, entretanto que llega el día, defendamos el derecho inmediato, que es, por lo menos, la restauración de una parte modesta en el derecho universal que soñamos.
Sea otro ejemplo de aplicación más amplia. Contra el nacionalismo de los actuales agresores, no hay más defensa que robustecer el propio nacionalismo —llámeselo antinacionalismo en buena hora— aun para aquellos cuya filosofía ha superado ya este término. Y tanto es así que, después de la guerra, las Naciones Unidas tendrán que vivir en guardia militar, si de veras quieren prevenirse contra nuevas sorpresas. Lo que, dicho en otros términos, significará una “nacificación” más o menos intensa de los propios enemigos del Eje. Como en la superstición de los salvajes, el vencedor absorberá las condiciones del vencido para incorporarlas en su acervo, y entonces apreciaremos mejor lo que valían las libertades relativa y pasajeramente conquistadas por el denostado siglo XIX. Creemos que el alivio vendrá algo más tarde.
El conflicto, en su última trascendencia, puede describirse en las conclusiones pacifistas de Kant: el ideal es la paz, es el desarme; pero, mientras uno solo esté armado, los otros no se pueden desarmar. Y así será mientras no se produzca una transformación total del régimen, mucho más profunda que aquel Estado universal, aquella ecumene en que vivió la Edad Media antes de repartirse en naciones, o antes de que sus parroquias —lejanas herederas del sentimiento tribal— se hincharan hasta asumir los contornos de las naciones modernas.
Pues, en efecto, como hemos dicho, las figuras nacionales que hoy vemos son cosa relativamente cercana. En la ecumene medieval, los reinos eran fracciones subsidiarias del inmenso orbe cristiano. Y ya da mucho en qué pensar, sobre el carácter contingente de los Estados, el hecho de que un reino como el de Lotario, en el siglo IX, no corresponda a ninguna de las actuales fronteras europeas; o el hecho de que, en la Edad Moderna, el Estado español, que no debe confundirse con el pueblo español, ni siquiera cuente dos siglos y medio, pues que antes de Felipe V es un amasijo de tierras divididas por la geografía, las rivalidades y los recelos, donde mal se juntan peninsulares y extrapeninsulares, hispanos, flamencos, holandeses, zelandeses, sicilianos, napolitanos, milaneses y gente del Franco Condado. Y nótese todavía que el concepto actual de la unidad hispana sólo adquiere plena fisonomía cuando, con la “guerra de independencia”, el monarca cae de un lado y se somete a los invasores, y el pueblo, abandonado a sí mismo, se levanta por otro lado y rescata, en acción común que por pirmera vez acontece, la autonomía española. Pero ¿a qué multiplicar los casos, cuando tenemos tan cerca el de las repúblicas americanas, nacidas ha poco por desvinculación entre las antiguas colonias y las metrópolis europeas, y todavía desprendidas unas de otras dentro de la zona especial de Hispanoamérica?
Europa, como hoy la entendemos, data, grosso modo, de Richelieu, en cuyas manos maduran las dos grandes energías que venían quebrando el cuerpo de la cristiandad. Richelieu en cierto modo edifica a Francia con los elementos mismos del futuro conflicto, poniendo a contribución, por una parte, la lucha entre la original cultura católica y el nuevo brote del protestantismo —el eterno choque de Epimeteo y Prometeo—, y poniendo a contribución, por otra parte, la religión del patriotismo, el culto sumo de la nación, el sacrificio de la unidad en aras de la localidad. Las lejanas consecuencias se llaman Bismarck, la guerra de 1914 y lo de ahora.
Tras este excurso sobre la idea nacional, se entiende mejor que, al referir la historia a la geografía como especies no nacionales, se hace tabla rasa de las consideraciones prácticas del momento, al menos provisionalmente. Y nos colocamos en un ambiente utópico, donde hubiera sobrevenido ya una revolución total, que dejara inútiles muchas virtudes todavía vigentes, defensas inevitables contra los residuos del canibalismo, al modo que la institución jurídica dejó inútil la ordalía o “justicia de Dios”, y la ley abolió la práctica de la venganza privada. Una cosa es procurar entender la historia en teoría; otra aconsejar una conducta política, la cual, irremediablemente, ha de guiarse por el criterio de la oportunidad saludable. Sólo una humanidad justa puede caber en la teoría.

2

Proceden las sociedades humanas por la acción simultánea de un cuadro de normas o ideales y un cuadro físico, el cual se desdobla a su vez en tiempo y en espacio. Estos tres elementos, ideal, tiempo y espacio, reobran entre sí determinando las evoluciones sociales. El ideal puede llamarse, en el sentido más lato y etimológico, religión, liga espiritual del grupo. El temporal es cronología. El espacial es geografía. De la lucha y concordia entre ellos —el amor y el odio de Empédocles— resultan, primero, las aspiraciones, y luego, las instituciones.
Hay un instante en que el grupo humano emerge de la penumbra y se convierte en una civilización. La frontera es indecisa por esencia, e imprecisa por falta de documentos. Las instituciones, por ejemplo, bien pueden ser anteriores al hombre, pues éste no puede coexistir socialmente sin las instituciones. Así, el paso del infrahombre al hombre, aunque indocumentado, es el fenómeno más importante y fundamental de la historia humana. Así, la sociedad primitiva posee instituciones (superstición, tabú, etc.), mucho antes de constituirse en una civilización verdadera.
Aplicando a las vicisitudes humanas la analogía natural de la alternativa entre el reposo y el esfuerzo, entre el cansancio y el rejuvenecimiento, el vago límite entre la prehistoria y la historia propiamente tal es como el paso del estatismo al dinamismo. La historia aparece a modo de aceleración en la cuesta arriba que conduce al hombre hacia sus destinos actuales. Naturalmente que en esta marcha puede haber divagaciones y desvíos, y hasta detenciones esporádicas, como entre los esquimales, nómadas y osmanlíes. Otros, sin meterse en honduras, preferirán atenerse al criterio empírico: la historia —dirán— comienza con los primeros documentos destinados a perpetuar la memoria de los hechos sociales.
Podemos imaginar, con la relativa aproximación que la ciencia autoriza: 1) que el infrahombre evoluciona hacia el hombre en una época que bien puede datar de hace un millón de años; 2) que durante unos 300000 años se produce el sueño o fatiga de las sociedades primitivas; 3) que hacia una época que podemos fijar en unos 6000 años a.C. los grupos primitivos emergen hacia las civilizaciones.
Las civilizaciones, y aun las sociedades primitivas que las preceden, no pueden ser explicadas aisladamente, sino en sus campos históricos inteligibles, que son una integración de religión, cronología y geografía. Los distintos grupos pueden darse aislados en el espacio y sucesivos en el tiempo; pero pueden también coexistir hasta cierto punto y desarrollar entre sí conexiones de radiación y atracción. La posible desconexión va borrándose a medida que se adelanta en la historia. Hoy por hoy, ella es imposible. Pero, desde que la historia puede registrarse, es vano querer trazar la vida de un pueblo, de una nación o de un Estado, sin referirla a su campo histórico cabal. Estos campos históricos definen distintos tipos de sociedades, cuya suma es la humanidad. La continuidad de la historia no implica una sucesión lineal de estas sociedades, ni tampoco un movimiento uniforme en sus desarrollos particulares.
Para esclarecer el concepto del campo histórico y la necesidad de referir a éste la historia de un pueblo, tomemos el ejemplo más cercano. ¿Qué sentido puede tener la historia de México si ignoramos sus relaciones con la civilización en que va injerta? Al aislamiento de los pueblos precortesianos, penumbra de nuestra historia, suceden el descubrimiento de América y la colonización hispana. El descubrimiento nos lleva a las navegaciones europeas por el Occidente africano, a la caída de Constantinopla, a la busca del paso al Oriente por Occidente, a Colón y los Pinzones. La colonización, al establecimiento en las Antillas, a las primeras excursiones por el litoral mexicano, a Velázquez y a Cortés, a los primeros gobiernos españoles en México, al régimen de audiencias y de virreyes y a las relaciones económicas, políticas, culturales y religiosas con la metrópoli, que a su vez tienen relación con el momento cultural europeo; a las rivalidades de las potencias colonizadoras, a la mezcla de razas, al paulatino desprendimiento de un nuevo sentido de autonomía. Después sobreviene la Independencia, incomprensible a su vez sin la consideración de la guerra napoleónica y la difusión del liberalismo francés. El liberalismo francés comenzó obrando en América como reactivo contradictorio —cuando los precursores de las patrias americanas querían ofrecer al monarca hispano un trono libre de la Constitución de Cádiz, donde había aparecido esa entidad nueva que ellos no conocían, “el pueblo español”—, pero acabó obrando como impulso orientador para las nuevas normas de la autonomía nacional. Y la independencia americana es incomprensible también sin la lucha entre la economía hispana de monopolios coloniales y la economía inglesa de los mercados libres. Luego acontecen las luchas en vaivén de tradicionalistas y reformistas, que se inspiran constantemente en experiencias y ejemplos generales y no exclusivamente nacionales. La expropiación de manos muertas, que vino a ser la plataforma de nuestros liberales, arranca de ciertos proyectos de la Corona española y no deja de tener concomitancias cercanas con el problema que, en la Península, quedó como legado de la guerra carlista, y cuya solución intentaron allá con varia fortuna Mendizábal, Espartero y O’Donnell. Aparecen los conflictos con las veleidades imperialistas de varios Estados extranjeros. Se fraguan constituciones de inspiración francesa y norteamericana, etcétera. Inútil continuar: nuestra historia no puede trazarse exclusivamente por dentro, sino sólo en referencia constante al campo histórico que la rodea y la nutre desde afuera. La candorosa afirmación del padre Rivera, que ve en la independencia una continuación lógica y natural del imperio azteca, estorbada por la oscuridad de varios siglos, es una de las mayores sandeces que se han escrito, aunque la haya recogido un día nuestra prensa universitaria, por expresa recomendación de un presidente de la República. Las naciones no son universos suficientes, como no lo es el sistema solar, y mucho menos uno de sus planetas o uno de los satélites de éstos.
Y si la necesidad de sumergir la historia nacional en su campo histórico, para hacerla comprensible, es evidente en países “laterales” como el nuestro, también lo es respecto a países “centrales” del campo histórico. Así en el caso de Francia, con cuyas vicisitudes se confunden casi las vicisitudes de toda la civilización occidental. Así en el caso de la Gran Bretaña, cuya insularidad, geográfica y aun política —que también ésta es notoria en la época de su mayor apogeo imperial—, no la salva de la ley común. Las sucesivas etapas históricas de la Gran Bretaña pueden trazarse por accesos escalonados al campo histórico exterior: a la religión occidental, al feudalismo escandinavo y francés, al humanismo italiano, a la Reforma de la Europa noroccidental, a la expansión marítima que fue consecuencia de la “balanza del poder” y las guerras continentales. Finalmente, encontramos en la Gran Bretaña la génesis del parlamentarismo y del industrialismo, a modo de efectos diferenciados de causas que eran comunes a toda Europa, o a modo de fenómenos sólo comprensibles en la Gran Bretaña por el hecho mismo de que este Estado se encontraba frente a Europa.
Las naciones se diferencian precisamente por su diferente reacción ante provocaciones supernacionales. Estas provocaciones generales dependen del campo histórico, en que cada nación o cada grupo es un caso particular. Y así, el campo histórico permite establecer tipos diferentes en las sociedades, sean sociedades no civilizadas —de que la ciencia ha podido catalogar, por vestigio o perduración, hasta unas seisciento cincuenta—, sean verdaderas civilizaciones, de que Toynbee cree poder definir hasta veintiún tipos. Pues lo característico de la civilización es la tendencia al ensanche, a la nivelación entre las particularidades. Y, en principio, con el desarrollo de las culturas el campo histórico tiende a bañar toda la tierra. Se ha dicho que las dos especies, civilizaciones y sociedades primitivas, guardan entre sí la proporción del elefante al conejo. La muerte del primer tipo es, digamos, biológica o por proceso propio. La del segundo, casi siempre es violenta y determinada por su encuentro con una civilización que llega de fuera.
Volvamos a los tres factores de la evolución social: cronología, geografía y religión. Conforme a la cronología, la clasificación de las sociedades es obvia y apenas vale la pena de recordar que el criterio es relativo: Porque puede darse la coexistencia, parcial o total, de tipos diversos en una misma época. En los orígenes de la historia, el Mediterráneo y el Lejano Oriente evolucionaban por cuenta aparte. Y aun dentro de un mismo país, hay capas sociales que parecen vivir en...

Índice

  1. Noticia
  2. I. Discurso por Virgilio
  3. Apéndice sobre Virgilio y América
  4. II. Atenea Política
  5. III. Homilía por la cultura
  6. IV. Doctrina de paz
  7. V. Ante la Asociación Cultural de Acción Social
  8. VI. Esta hora del mundo
  9. VII. Posición de América
  10. VIII. El hombre y su morada
  11. IX. Discurso por la lengua
  12. X. Un mundo organizado