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Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas

  1. 300 páginas
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Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas

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La exploración de las relaciones entre observador y observado, las surgidas del deseo ante lo prohibido o las que ubican la mirada como matriz para descubrir el mundo, es el hilo de los ensayos de Francisco González Crussí, profesor emérito de patología.

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VISIÓN ESPECULAR: TRES FORMAS DE MIRAR AL ESPEJO

I. A TRAVÉS DE ESPEJOS QUE DISTORSIONAN SINIESTRAMENTE

Todos hemos olvidado qué se sintió cuando, siendo niños, vimos por primera vez nuestra imagen en el espejo. Algunos psiquiatras le atribuyen mucha importancia a este descubrimiento; Lacan1 lo ha llamado “el estadio del espejo” del individuo y propuso que desempeña un papel fundamental en la formación del ego. Al parecer, este proceso tiene lugar cuando el bebé aún no tiene el control total de sus movimientos, entre los seis y los 18 meses de edad.
Éramos demasiado jóvenes como para recordar esta primera experiencia. Pero mirar un espejo y recibir una representación total de nuestro físico es algo fundamentalmente fascinante y profundamente perturbador. Pues la experiencia nos ha dicho con insistencia, y después la biología nos ha enseñado, que somos únicos; que cada uno de nosotros es irremplazable en su singularidad; que no hay, no ha habido y nunca habrá otra persona igual a nosotros. (La aparente excepción de los gemelos idénticos no puede modificar nuestra convicción: por más asombroso que pueda ser su parecido físico, los padres o custodios pronto aprenden a distinguir sus marcas de individualidad.) Pero el espejo desmiente todas las reiteraciones de la experiencia, y confunde todas las teorías de la biología. El espejo es implacable: reafirma una y otra vez que no somos únicos, que en realidad tenemos un “doble” que es físicamente idéntico, en cada aspecto y en cada matiz, a nosotros mismos.
Por supuesto, este doble no vive en el mismo plano de realidad objetiva que nosotros. Nuestro “doble” existe en oposición a nuestro yo real, pero pertenece al mundo de las sombras y las presencias insustanciales, al mundo de las almas y los fantasmas. Como ellos, apareció por primera vez en las superficies reflejantes de estanques, lagos, pozos o metales pulidos: los precursores naturales de ese artefacto tecnológico que después se conoció como “espejo”. No es que el carácter etéreo de nuestro reflejo carezca de importancia. Dio origen a la noción, aparentemente común en las sociedades primitivas, de que el reflejo en el agua está íntimamente relacionado con el alma, o es idéntico a ésta.
Una costumbre muy común en el sur de Italia es colocar en todos los espejos una tela oscura después de que ha ocurrido una muerte en la casa; o voltear el espejo, con la superficie reflejante contra la pared. Esto puede expresar el deseo de solemnizar el dolor, y marcar con un toque de gravedad la pérdida de un ser querido. El espejo también tiene el significado metafórico de la vanidad. Es la herramienta que suele utilizarse para arreglar y poner en orden al yo físico; e intuitivamente sentimos que las herramientas de presunción o vanagloria, así como el deseo de ser atractivo para otros, no deberían tener lugar en una familia que guarda luto. Pero en la base de estas explicaciones simplistas está el valor negativo que el espejo tiene para la imaginación elemental, como la trampa que captura o esclaviza al alma humana a punto de volar al más allá.
Una superficie reflejante es una trampa para el alma. Así eran engañados los pájaros por su propio reflejo en la antigüedad. De acuerdo con Eliano,2 se colocaban cuencos llenos de aceite usado para que se detuvieran a mirarse las grajillas en vuelo. La naturaleza amistosa de estas aves era la causa principal de su destrucción. Al posarse en el borde del recipiente y ver su propia imagen reflejada en el aceite, confundían su reflejo con un miembro vivo de su especie. Como las grajillas son eminentemente sociales, deseaban con ansiedad unirse a este sujeto emplumado. Por eso bajaban batiendo las alas, y en el proceso se embadurnaban de aceite, por lo que les era imposible emprender el vuelo de nuevo, como si quedaran encadenadas, “aunque ninguna red o trampa las había capturado”.
Un alma que permaneció después de la muerte, eso debe haberse sospechado tras la muerte de Marguerite Yourcenar, la escritora francesa contemporánea que se naturalizó estadunidense. Cuando dio su último suspiro en Bar Harbor, Maine, uno de los presentes abrió la ventana de la habitación donde se encontraba esperando su última hora. Se dice que esto se hizo para reproducir el gesto que Yourcenar había hecho tras la muerte de su compañera, Grace Frick, y con el mismo propósito declarado: permitir al espíritu recién liberado elevarse al cielo sin obstáculos.
El alma, como la sombra o la imagen reflejada, es el alter ego que obsesiona al individuo, “como una muerte sutil que siempre desaparece” en las palabras de Jean Baudrillard.3 ¿Éste “siempre desaparece” significa que se expulsa a la muerte mediante algún rito mágico? No precisamente. Baudrillard agrega que “cuando el doble se materializa, cuando se vuelve visible, significa una muerte inminente”.
Baudrillard, el intelectual parisino, habla por los hombres que conoce. Su siniestra interpretación parece aplicarse sólo a los individuos de sociedades industrializadas. Una relación más cercana, más íntima, parece posible en las llamadas comunidades atrasadas o subdesarrolladas. El “doble” aquí es corpóreo, y propenso a entrar en intercambios simbólicos continuos con el yo “real”. Antropólogos italianos informaron que entre los huave, una población del Istmo de Tehuantepec en México, se dice que el individuo tiene un doble al que se refieren como tono. Éste puede ser la figura viva y conocida de la muerte. La relación entre hombre y tono puede ser feliz o triste, pero en cualquier caso es personal y concreta; se llevan a cabo intercambios reales de palabras, gestos y rituales. Una relación de comunicación como ésta no se puede definir como una forma de “alienación”, y por lo tanto difiere radicalmente de la idea del “doble” de un individuo en una sociedad sumamente industrializada.4
¡Qué diferentes son las cosas en el llamado mundo “desarrollado” o “avanzado”! Si un hombre construye aquí su Doppelgänger, tiene que ser en un contexto de alienación y perturbación mental: la persona del individuo se escinde sólo cuando la psique se ha desmoronado. Tanto los dobles “civilizados” como los “primitivos” están configurados como realidades especulares, pero los segundos se desarrollan en el reino de la vida normal, cotidiana, y los primeros se originan en la alienación y la esquizofrenia. Por eso en sociedades muy desarrolladas sólo escritores preocupados por los aspectos morbosos y enigmáticos de la psique (ellos mismos un tanto desequilibrados, y tal vez capaces de encontrar en su inestabilidad mental la fuente de su genio) han sido los mejores en explotar el tema del doble. Uno de ellos fue Edgar Allan Poe, con el cuento titulado “William Wilson” (1839). Otro fue Fiodor Mijailovich Dostoievski, con un relato apropiadamente llamado El doble (1846).
En el relato de Poe, William Wilson es un hombre acosado por un misterioso personaje cuyo parecido con él es asombroso. Lo encuentra por primera vez cuando niño, al asistir a un internado inglés. Poe, nacido en los Estados Unidos, y huérfano desde temprana edad, fue criado por un hombre que lo envió a Inglaterra (1815-1820), donde asistió a la Manor House School en Store Newington. Puede haberse basado en sus recuerdos de la infancia en la descripción de la escuela. Aunque su ambiente de juventud fue muy distinto del ambiente suntuosamente lujoso que su prosa evoca con tanta destreza, la atención que presta Poe al detalle es clave para sus logradas descripciones. Su recreación de la atmósfera del internado es un ejemplo excepcional de esta habilidad.
La historia está narrada en primera persona. Un joven sorprendentemente similar a él en su fisonomía, y también apellidado Wilson, se inscribe en la escuela. De manera previsible, y en gran parte para fastidio del protagonista, los chicos de ese establecimiento educativo pronto comienzan a tomarlos como hermanos. Sin embargo, él siente una instintiva antipatía por este joven, quien constantemente parece oponerse a sus planes y frustra sus travesuras. William Wilson es un sujeto impenitente, pícaro y truhán. Pero sus picardías se ven constantemente frustradas, y sus maldades son resistidas con tesón por su homónimo, quien, aunque parezca extraño, con el paso del tiempo se parece físicamente más y más a él.
A través de pérfidas maquinaciones, William Wilson logra deshacerse de su oponente, quien es expulsado de la escuela. Sin embargo, coincidencias extrañas y fortuitas reúnen a los dos en coyunturas totalmente impredecibles. William Wilson parece estar predestinado a encontrarse con su doble una y otra vez, y lo encuentra invariablemente comprometido en contrarrestar sus deseos.
El travieso chico entra a la edad adulta sumido en el vicio; el paso de los años lo convierte en un villano despreciable. Un día, está en un casino exquisito, donde está a punto de ganar una fortuna en un juego de cartas causándole la ruina a un caballero. Nuestro personaje no ha escatimado ningún tipo de artimañas ingeniosas para engañar a su oponente y ganar el juego. En el súmmum del juego, cuando la víctima del estafador ha dado batalla y ha perdido toda su fortuna y enfrenta con pesimismo su ruina, cuando, engañado tanto por el estafador como por la impetuosidad de sus propias acciones, se desespera y contempla el suicidio, en ese preciso momento un personaje misterioso aparece en el establecimiento. Quién sería sino la némesis de Wilson, su perseguidor y doble.
De manera extraordinaria, el desconcertante doble desenmascara públicamente el engaño con el cual William Wilson había ganado el juego de cartas. Está de más decir que el estafador queda confundido: no sólo se ve obligado a devolver a la víctima la ganancia mal obtenida, sino que lo expulsan...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Los genitales femeninos: el principal tabú visual masculino
  4. Mirando las partes pudendas
  5. El cuerpo como voluntad y representación
  6. Ver es creer y creer es ver
  7. Más poder a la mirada
  8. Esa percepción es tendenciosa
  9. Visión especular: tres formas de mirar al espejo
  10. Lo amenazador no visto o visto a medias: la vista borrosa en la literatura francesa renacentista
  11. El ojo clínico
  12. Ilustraciones