Obras IV. Política y subjetividad, 1995-2003
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Obras IV. Política y subjetividad, 1995-2003

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Obras IV. Política y subjetividad, 1995-2003

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Es el cuarto volumen de la serie que abarca la obra del reconocido politólogo Norbert Lechner, en orden cronológico. Incluye una introducción a cargo de Ilán Semo, Francisco Valdés Ugalde (director de Flacso-México) y Paulina Gutiérrez (viuda de Lechner), así como notas críticas. Esta obra reúne algunos de los últimos ensayos hasta 2003, un año antes de su fallecimiento. Consta de una serie de textos provenientes de los libros Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política (FCE, 1988) e Intelectuales y política: nuevo contexto y nuevos desafíos (1997), de varios artículos aparecidos en diversas publicaciones de América del Sur, de documentos mecanografiados y documentos de trabajo elaborados durante su estancia en Flacso.

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Información

2002
13
LAS SOMBRAS DEL MAÑANA.
LA DIMENSIÓN SUBJETIVA DE LA POLÍTICA
INTRODUCCIÓN
I. LA NATURALIZACIÓN DE LO SOCIAL
II. LA EROSIÓN DE LOS MAPAS MENTALES
III. NUESTROS MIEDOS
IV. LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LAS MEMORIAS COLECTIVAS
V. ORDEN Y MEMORIA
VI. ¿CÓMO RECONSTRUIMOS UN NOSOTROS?
BIBLIOGRAFÍA
Santiago, LOM Ediciones, 2002
Para Sofía
Nota del autor: Cuatro textos [de este libro] ya fueron publicados anteriormente. Para esta ocasión, introduje sólo cambios menores.
El texto sobre la erosión de los mapas mentales (capítulo II) se apoya en la ponencia que presenté en la conferencia Politics of Antipolitics, organizada por el Vienna Dialogue on Democracy (Viena, 7 a 10 de julio de 1994). La versión inglesa fue publicada en A. Schedler (ed.), The End of Politics, Londres, MacMillan Press, 1997, y la versión original en R. Winocur (ed.), Culturas políticas a fin de siglo, México, Flacso / Juan Pablos Editor, 1997.
El estudio sobre nuestros miedos (capítulo III) fue expuesto en la conferencia inaugural dictada con ocasión de la Asamblea General de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, en mayo de 1998 en México, y publicado en Perfiles Latinoamericanos (México) 13, 1998, y en M. Villa, El miedo, reflexiones sobre su dimensión social y cultural, Medellín, Corporación Región, 2002.
En colaboración con Pedro Güell escribimos la reflexión sobre la construcción social de las memorias colectivas (capítulo IV) que presenté al taller del Social Science Research Council en Montevideo (noviembre de 1998). El artículo fue publicado originalmente en la revista Esprit (París) 258, noviembre de 1999. La versión española fue incluida en A. Menéndez-Carrión y A. Joignant (eds.), La caja de Pandora: el retorno de la transición chilena, Santiago, Planeta / Ariel, 1999.
El quinto capítulo fue presentado y publicado por el Museo Nacional de Colombia en G. Sánchez Gómez y M. E. Wills Obregón (comps.), Museo, memoria y nación, Bogotá, 2000.
El primer capítulo y el último son trabajos inéditos; el ensayo introductorio sobre “La naturalización de lo social” es un producto lateral de la discusión en el equipo de Desarrollo Humano del PNUD con miras al informe 2002 y de un debate con Tomás Moulian (“El loro de Flaubert y el búho de Minerva”, Rocinante [Santiago] 28, febrero de 2001).
INTRODUCCIÓN
¿Qué tienen que ver mis miedos y anhelos con la política? Y a la inversa, ¿qué podría yo esperar de la democracia para dar significación a mis vivencias? Fue tarde cuando me di cuenta de cuán entrelazadas estaban mis indagaciones sobre la política con mi biografía personal. En su momento fue la cuestión del orden. Al plantearla, quería dar cuenta de las vivencias durante la dictadura pero, sin saberlo, estaba respondiendo a mi experiencia anterior de desorden. Habiendo nacido en Alemania en vísperas de la guerra y cambiado varias veces de país, soy sensible a la pérdida de referentes ordenadores. Al vivir en medio de incertidumbres, los lazos de pertenencia y arraigo tienden a ser frágiles. Aprendo así, aunque sea de manera instintiva, que la pregunta por el orden no alude sólo a un problema institucional o estructural. Implica, por sobre todo, las emociones, creencias e imágenes con las que nos orientamos en la vida cotidiana.
En el movimiento del 68 descubro que los sentimientos no son un asunto encerrado en el ámbito personal. Pero son los años de plomo bajo Pinochet los que enseñan cuán imbricadas están experiencia subjetiva y orden político. Desde entonces, creo yo, mi reflexión gira en torno a la subjetividad social. Hace años, y de manera cada vez más explícita, me dedico a explorar la carga subjetiva de la política. Mi libro Los patios interiores de la democracia: subjetividad y política1 recoge un conjunto de variaciones sobre el tema. Y los textos aquí reunidos siguen indagando la relación entre subjetividad y política.
¿Por qué interesa la dimensión subjetiva de la política? Mi preocupación deriva de una premisa tácita. Si se entiende por política lo que yo alguna vez llamara “la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”,a la subjetividad social ofrece las motivaciones que alimentan dicho proceso de construcción. Ello presupone, sin embargo, que la política contribuya efectivamente a producir sociedad. Reivindicar el carácter “constructivista” de la política moderna no está de más en una época que tiende a la “naturalización de lo social”. En nuestros días cunde la sensación de que el estado de cosas existente sería un hecho natural frente al cual no cabrían alternativas. Nos hacen creer que estamos sometidos a una autoridad que no hemos creado. En contra de una sociedad que se niega a reconocer el origen humano de la ley que ella misma insta a obedecer, guarda vigencia la lucha de la modernidad por “ser sujeto”. De política puede hablarse sólo donde el orden es concebido como obra humana. Por eso, quiero comenzar la reflexión acerca de una política de subjetivación oponiéndome al halo de “lo natural” que oculta la producción social de nuestras formas de convivir.
“Él tiene dos adversarios. El primero lo presiona desde atrás, desde su origen; el segundo le bloquea el camino hacia adelante. Lucha con ambos. En realidad, el primero lo apoya en su lucha contra el segundo, pues lo quiere empujar hacia delante e, igualmente, el segundo le presta su apoyo en su lucha contra el primero, ya que lo proyecta hacia atrás. Pero esto sólo teóricamente es así. Pues ahí no están sólo los dos adversarios, sino él mismo también, ¿y quién conoce sus intenciones? Siempre sueña que en un momento de descuido —aunque requeriría una noche más oscura que nunca— podrá evadirse del frente de batalla y ser elevado, gracias a su experiencia de lucha, a árbitro por encima de los combatientes.” La parábola de Kafka, que extraigo de un texto de Hannah Arendt,2 sintetiza el desgarro del hombre entre pasado y futuro. Por un lado, las experiencias pasadas, sean rutinas inertes o acontecimientos extraordinarios, nos fijan los objetivos que ambicionamos. Por el otro, expuestos a un futuro inédito, somos llevados a buscar en el pasado las lecciones que ayuden a comprenderlo. Y soñamos entonces con estar por encima de esa tensión; no fuera del tiempo, sino pudiendo seleccionar qué pasado asumimos y qué futuro nace de cero. Pero no podemos escapar del fuego cruzado. Lo que puedo llegar a ser siempre lleva la impronta de lo que he llegado a ser. No sólo el pasado echa sombras, también el mañana. Son las fuerzas que nos inhiben de imaginar lo nuevo, otro mundo, una vida diferente, un futuro mejor. Podría objetarse que no hay nada mejor que imaginar otros mundos para olvidar lo doloroso que es el mundo en que vivimos. Es lo que piensa Baudolino, el personaje de Umberto Eco, antes de comprender que imaginando otros mundos se acaba por cambiar también a éste. De tales dificultades y desafíos tratan los siguientes textos.
La dimensión subjetiva de la política ha recibido poca atención de parte de la teoría política contemporánea. Ello refleja el proceso de des-subjetivación que fomentan las ciencias sociales hace tiempo. Es notable el contraste con los años sesenta y setenta, cuando las ciencias sociales latinoamericanas contribuyeron a dotar a los cambios de inteligibilidad y sentido. Sus aportes fueron muchas veces erróneos, plagados de premisas dogmáticas y propuestas ilusorias. Así y todo, entregaron claves que estimularon el debate acerca del rumbo y del sentido de dichas transformaciones. Hoy día, echamos de menos los “mapas mentales” que permiten dar cuenta del mundo en que vivimos. Baste con ver cómo cambiaron las coordenadas de espacio y tiempo y, por ende, ciertos criterios básicos de orientación. Y ese redimensionamiento afecta, en particular, a la acción política. En el segundo capítulo indico algunas razones por las cuales la política ya no es lo que fue. Una de sus transformaciones tiene que ver con las claves de interpretación que permiten al ciudadano estructurar lo real. Criterios como izquierda / derecha, reforma / revolución, Estado / sociedad civil eran algunos de esos instrumentos clasificatorios que ayudaban a interpretar la complejidad de la sociedad. Ahora, un falso “realismo” pretende prescindir de todo “discurso ideológico”. Donde reina el accionar sabio y fluido de la “mano invisible” del mercado estarían de sobra las ideas. Mi interés, por el contrario, es reformular nuestros códigos interpretativos. Es una necesidad tanto para la política que busca trazar la trayectoria del país como para los ciudadanos que buscan su lugar como partícipes de un mundo común.
Es cierto que prevalecen situaciones de incertidumbre y contingencia. Y la desorientación hace surgir sentimientos de abandono y desamparo. ¿Cómo responde la política? Puesto que un gobierno honesto no puede prometer seguridad y certidumbre a los ciudadanos, trata de descargar la angustia acumulada por medio de reiteradas campañas contra la delincuencia. Pero no es el peligro sino el sentimiento de vulnerabilidad frente al Otro desconocido lo que produce miedo. Algunos miedos responden a hechos concretos como la violencia urbana o la amenaza de desempleo. Otros son temores difusos que no tienen nombre ni motivo. Hay miedos que no se hablan y miedos que pueden ser conjurados entre todos. Hay quienes temen confesar sus miedos y quienes se apropian de ellos y los manipulan. De ello trata el tercer capítulo. A partir de los resultados empíricos que presenta el informe Desarrollo humano en Chile 1998, se pueden descubrir algunas de las vivencias que nos atrapan: el miedo al Otro y a la exclusión social, el temor sigiloso al sinsentido. Son emociones como éstas las que condicionan nuestras expectativas acerca de qué puede y debe producir un orden democrático. Por eso, digo yo, nombrar los miedos es un ejercicio de democracia. Debemos hacernos cargo del lado oscuro de la vida cotidiana si queremos evitar que un discurso populista acoja y movilice la subjetividad vulnerada de los ciudadanos. Es cierto que el neopopulismo reconoce los temores de la gente; pero sólo “uno por uno” como casos individuales, no como una causa común y una acción conjunta. Mas un listado de problemas privados nunca conforma un ámbito público. Hace falta algo más.
Los temores en torno al futuro nacen en el pasado. Y los sueños de futuro nos hablan de las promesas incumplidas del pasado; lo que pudo ser y no fue. De lo que hemos perdido y de lo que no debía haber sucedido. Hacer memoria es actualizar esas nuestras experiencias. Pero, como dice el aforismo de René Char, nuestra herencia no está precedida de ningún testamento. Ya no podemos recurrir a una tradición consagrada que nombra y transmite, selecciona y valora aquel pasado que “vale la pena” preservar. No sólo el futuro, también el pasado está abierto a una (re)construcción. Cuando, a invitación de Elisabeth Jelin,3 me puse a escribir con Pedro Güell sobre las memorias colectivas, queríamos no sólo iluminar los silencios que envuelven a la dictadura chilena. La reflexión sobre las políticas de la memoria en Chile nos permite argumentar dos tesis adicionales. Primero, el hilo que une el pasado —y, por ende, la manera en que construimos las memorias— con el presente y nuestras actuales capacidades de enfrentar el futuro. Segundo, el nexo que entrelaza la forma en que estructuramos el tiempo social con la forma en que ordenamos nuestra convivencia. El cuarto capítulo pretende mostrar cómo la producción de los horizontes temporales está imbricada con la producción del orden social. Y recordar, a la inversa, que la manera de moldear nuestras formas de convivir tiene que ver con las temporalidades que nos orientan. Agrego un pequeño capítulo con algunas ideas que habían quedado en el tintero.
Una afirmación de Zygmunt Bauman4 resume bien uno de los dilemas actuales. El incremento de la libertad individual, nos dice, tiende a coincidir con un incremento de la impotencia colectiva. Hoy día, el individuo gana un grado de autonomía inédito al mismo tiempo que la acción colectiva se restringe a sucesivas manifestaciones de intereses focalizados. El fenómeno señala cuán limitada es la “libertad de elegir” que disfruta el individuo. Mucho antes de que él ejerza su derecho de elegir libremente, buena parte de los asuntos relevantes para su vida cotidiana ya han sido decididos. Eso vale tanto para el consumidor que expresa sus preferencias en el mercado como para la libertad ciudadana de elegir distintas opciones de organización social. ¿Cómo realizar la autonomía individual que la sociedad proclama desde las condiciones subjetivas que esta misma sociedad promueve?
Al sentimiento de desazón e impotencia respondo con dos tesis que se desprenden de los estudios del Programa de Desarrollo Humano.5 Por un lado, el grado de autonomía individual se encuentra condicionado por el nivel de autonomía que goza la sociedad. Por el otro, las capacidades de la sociedad de intervenir sobre su propio desarrollo dependen de la autoimagen que ella tenga de sí misma. Vale decir, sólo una sociedad que disponga de una imagen fuerte del Nosotros como actor colectivo se siente en poder de decidir la marcha del país. Y desarrollamos tal imaginario del Nosotros en la medida en que realizamos experiencias exitosas de acción colectiva. Y bien, ¿quiénes somos Nosotros? El Nosotros sería la argamasa que vincula a los individuos en una comunidad. Cornelius Castoriadis6 encuentra la expresión justa: “somos una colectividad autónoma formada por individuos autónomos. Y que podemos observarnos, reconocernos, interrogarnos en y por nuestras obras”. En el capítulo final presento indicios acerca de la debilidad del Nosotros en Chile y de su influencia en la precariedad del capital social y en el desarraigo afectivo de la democracia.
Es tarea de la política, dije, y una de sus tareas más nobles, acoger los deseos y los malestares, las ansiedades y las dudas de la gente, e incorporar sus vivencias al discurso público. Así, dando cabida a la subjetividad, la política da al ciudadano la oportunidad de reconocer su experiencia cotidiana como parte de la vida en sociedad. Pues bien, ¿qué ha hecho la política para nombrar e interpretar lo que nos pasa? Poco. Por eso, la llamada “crisis de representación”. La brecha que se abre entre sociedad y política tiene que ver con las dificultades de acoger y procesar la subjetividad. Ésta no es una materia prima anterior a la vida social; es una construcción cultural. Depende, pues, del modo en que se organiza la sociedad y, en especial, del modo en que la política moldea esa organización social. Me pregunto, empero, si el sistema político dispone de “antenas” capaces de ver y escuchar, más allá de las reivindicaciones ruidosas, los murmullos y silencios de la calle. Que la política se ha vuelto un sistema autorreferido no es novedad. Pero hay más que eso, creo yo. Aunque los políticos estén bien informados de los problemas concretos de la gente, no logran traducirlos al debate público y la voluntad política. Parece que lo social habría dejado de ser una totalidad coherente. Quiero decir, la noción misma de “sociedad” parece puesta en entredicho.
¿Podemos pedir a la política lo que no brinda la sociedad? Los estudios acerca del desarrollo humano en Chile hacen pensar que la...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción, Ilán Semo, Francisco Valdés Ugalde y Paulina Gutiérrez
  3. 1991
  4. 1996
  5. 1997
  6. 1999
  7. 2000
  8. 2001
  9. 2002
  10. 2003
  11. 2004