País de un solo hombre, II
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País de un solo hombre, II

El México de Santa Anna. La sociedad del fuego cruzado

  1. 852 páginas
  2. Spanish
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País de un solo hombre, II

El México de Santa Anna. La sociedad del fuego cruzado

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Información del libro

Segundo volumen del vasto repaso en torno a la difícil consolidación del México moderno. Se hace un puntual registro de las personalidades que influyeron en el desarrollo de los acontecimientos que va de 1829 a 1836, es decir, los muy difíciles años en que los grupos y líderes políticos en interminable pugna finalmente parecen convocar con su actuación el regreso de Santa Anna.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071613790
Categoría
History
Categoría
Mexican History

VOL. II

LA SOCIEDAD DEL FUEGO CRUZADO 1829-1837

Oí una voz que me gritaba:
¡Ya nunca dormirás!
Macbeth, asesinaste al sueño…
al inocente sueño que forma un ovillo de seda
con la madeja enredada de nuestros afanes
domésticos…
Baño reparador… dulce muerte de cada día…
bálsamo del acongojado pensamiento…
y en el festín de la naturaleza, el más nutritivo
alimento…
Ya nunca dormirás…
Macbeth ha asesinado al sueño.
SHAKESPEARE (LEÓN FELIPE)
¿FUE ALGUNA LEY HISTÓRICA o tan sólo un impulso azaroso lo que determinó que Santa Anna se encaminara a su tienda a dormir la siesta y ocurriera entonces —como en el jusego infantil de que “lo que hace la mano hace la tras”— que el resto del fatigado ejército se despreocupara y desbalagara en el tranquilo bosquecillo de San Jacinto, unos jugando baraja y otros lavando su ropa en el río cercano, los más aprovechando el asueto simplemente para holgar? Ése fue el momento preciso que aprovechó Sam Houston para sorprenderlos y dar buena cuenta de ellos, literalmente “en un abrir y cerrar de ojos”.
¿Fueron las desveladas previas de la continua persecución de un ejército fantasma, que hoy aparecía aquí y mañana allá, y que no osaba dar la cara? ¿O fue acaso la vieja costumbre tropical que empuja al breve sueño vespertino y que permite la reparación de las fuerzas perdidas? ¿O tal vez ocurrió lo que cuentan historiadores texanos, que el general, siempre “con un ojo al gato y otro al garabato”, se habría topado con una bellísima mulata: Emily Morgan, la famosa Yellow Rose of Texas quien, a pesar de su corta estancia en territorio texano, por solidaridad con los colonos o con su benefactor el coronel James Morgan, habría jugado su juego, dejándose seducir por el eterno seductor, para mermar sus energías durante un, tal vez, memorable y exitoso combate nocturno en las vísperas del trágico 21 de abril de 1836?
Es difícil saberlo. El hecho cierto, el registrable, el que se volvió dato histórico, fue que la siesta de Antonio López de Santa Anna facilitó que la fatalidad se cerniera sobre él y los mexicanos que, a querer o no, lo seguían en la lejana aventura, y que el destino cumpliera sorpresivamente con su cometido en un santiamén. Casi como si se tratara de una mala pasada y no del legendario destino que desde los griegos obsesiona y aflige a la humanidad. Como quiera que fuese, esta vez la rueda de la fortuna giró al revés, y el general presidente, el eterno ganador, perdió ahí no sólo la “batalla” de San Jacinto sino, tal vez, el sueño. Por lo menos, durante el tiempo que permaneció en territorio ajeno. Houston se le había adelantado: había desenfundado el revólver primero, a la usanza del wild west.

I. VICENTE GUERRERO, ¿BUEN SALVAJE O CIUDADANO?

¡Ah mi amigo! Me decía algunas veces en el campo cuando andábamos solos. ¡Cuánto mejor es esta soledad, este silencio, esta inocencia que aquel tumulto de la capital y de los negocios!
LORENZO DE ZAVALA
Dotado de una exquisita susceptibilidad, en los asuntos graves obraba con un impulso extraordinario y pasaba sobre sus defectos como sobre ascuas para manifestar sus opiniones.
LORENZO DE ZAVALA

PANORAMA RETROSPECTIVO

Uno de los personajes más significativos y trágicos de la comedia humana que empezó a ponerse en escena en México a partir de la Independencia fue Vicente Guerrero. Pues bien: a pesar de lo familiar que nos resulta su nombre, sigue siendo para casi todos un desconocido. Y eso se debe, entre otros motivos, a una leyenda negra que se construyó a su alrededor. Esa leyenda negra se la fueron forjando a la medida, desde el momento mismo en que hizo su aparición en el proscenio de la historia con el propósito deliberado de entorpecerle la acción. Algo semejante a lo que se hizo con Guadalupe Victoria.
Era Vicente Guerrero un hombre de clara inteligencia natural aunque no hubiera tenido acceso, ciertamente, a la educación formal. Como soldado en el Ejército del Sur aprendió desde muy joven de sus propias vivencias y de observar con ojos atentos cómo manejaba las cosas y organizaba a los hombres el cura Morelos. Y, en verdad, aquello no fue una mala escuela ni mucho menos, mal que les pesara a quienes sólo consideraban enseñanza aquella que proviene de los libros leídos en las aulas o en las bibliotecas de las escuelas. Alguien que venía de las montañas y que había aprendido, en su relación con la naturaleza y con otros hombres, a luchar por la libertad y por la igualdad de los mexicanos, podía parecer a muchos un hombre sin instrucción. Así se le fabricó la leyenda negra a Vicente Guerrero, con el notorio objeto de desplazarlo del poder sin demasiados escrúpulos de conciencia. A la larga —como se sabe— el general Guerrero no sólo fue arrojado del gobierno del que, por otra parte, ya estaba harto, sino que todo terminó con su asesinato proditorio en aquella guerra civil que, con numerosos altibajos, fue escenificándose durante la década de los treinta del siglo XIX y a la que yo nombro la sociedad del fuego cruzado.
El régimen del general Guerrero, como todos los de la época, con sus matices y asegunes, era el resultado de un profundo antagonismo histórico. Sin embargo, hay que hacer notar que los años que siguieron a la Independencia estuvieron dominados, a pesar de todo, por un deseo de condescender, de transigir, de lograr un compromiso entre las fuerzas contrarias. Tantos años de violencia propiciaron, tal vez, una concentrada voluntad política: aunque faltara oficio sobraba voluntad. Pienso en la Independencia cuando Iturbide logró el acuerdo con Guerrero y las fuerzas revolucionarias en Iguala, y ocurrió, también, durante el régimen de Guadalupe Victoria.
Pero ahora la contradicción mayúscula mantenía en una mansedumbre tensa al país. Por lo parejo de las fuerzas encontradas, el conflicto, al no poder resolverse por el predominio definitivo de una de esas fuerzas se suavizaba, a querer o no, mediante alianzas circunstanciales entre los distintos participantes. Por su parte, tales alianzas entre contrarios sólo velaban temporalmente las diferencias que al menor pretexto, como ocurría ahora, volvían a aparecer a la vista de todos.
La síntesis política del momento la expresó el doctor Mora claramente cuando dijo “[…] el desorden se prolongó en la república lo que la lucha entre escoceses y yorkinos: los escoceses acabaron con la derrota que sufrieron en Tulancingo y los yorkinos con el triunfo que obtuvieron en la Acordada”.1
Algo innegable había sido el principio de todo. La enorme popularidad del héroe del sur no había coincidido con el resultado de las elecciones que, recordémoslo, entonces eran indirectas: las legislaturas de los estados eran las que votaban. Los partidarios de Guerrero se sintieron burlados por lo que a primera vista parecía una astucia habilidosa de aquel abigarrado bloque que, tanto dentro como fuera del gobierno, dentro del yorkismo aliado con parte del ejército y en el interior del partido moderado aliado al clero, había sacado adelante con buenas y con malas artes la candidatura de Gómez Pedraza.
Pero la gente de Guerrero no creyó en los resultados y ahí se encendió la chispa de la discordia que hizo reaparecer de inmediato la honda división social. El descontento se plasmó en levantamientos por distintos rumbos del país que hubieran podido correr con diversa suerte y durar un tiempo más o menos largo si a Lorenzo de Zavala no se le hubiera ocurrido llevar la querella hasta la misma ciudad capital. Y como en la ciudad de México había siempre una “plebe” dispuesta a mitigar su precaria situación, a como diera lugar, los estragos de El Parián no se harían esperar.
Lamentablemente el motín de La Acordada, que se convirtió en botín de desesperados, si bien sirvió a los fines que buscaban los partidarios del general Guerrero, desacreditó a los seguidores del caudillo popular y a los dirigentes que lo instrumentaron. Las cenizas del incendio tiznaron a Lorenzo de Zavala, principal estratega de la causa, y al hasta entonces pulcro sureño. Y sus adversarios, como es lógico suponer, atizaron con ganas a los guerreristas.
No hubo así, en los orígenes de aquel gobierno, ni legalidad ni legitimidad. Legalmente había ganado Pedraza —aunque la legalidad fuera discutible—. Y, en cuanto a la legitimidad, la autoridad moral de Guerrero habíase puesto en entredicho desde el motín. Lorenzo de Zavala, el historiador, condena a Lorenzo de Zavala, el golpista, cuando reconoce francamente que “la elección de Pedraza fue legítima y, de consiguiente, atentatoria a la Constitución la revolución que lo despojó”. En consecuencia, tanto el futuro general presidente como su principal colaborador, “la mejor cabeza del yorkismo”, y para algunos como Santa Anna —siempre atento a la correlación de fuerzas— “la mejor cabeza de la política de entonces”, habían salido maltrechos. Aquello fue, pues, un mal comienzo. Digo más: antes de comenzar, las cosas se habían revuelto demasiado, se habían deteriorado y empezaban a pudrirse.
El régimen de Guadalupe Victoria, que agonizaba, estaba más frágil que nunca, pues a su vocación conciliadora se achacaba parte de los resultados en los comicios y de los mitotes postelectorales. Todos andaban divididos: tanto los partidos políticos como los estamentos coloniales. Y los sectores económicos poderosos, más erizados que nunca, temiendo por la suerte que pudieran correr sus propiedades. En cuanto a las familias españolas, vivían con el Jesús en la boca, viendo moros con tranchetes en todo lo que ocurría. Aquel país otrora tranquilo era a la sazón un verdadero desbarajuste. La preocupación cundía como una epidemia. Al callejón no se le veía salida: la fisura social era evidente.
El comienzo del gobierno de Guerrero fue, pues, endiabladamente difícil. La situación creada por un triunfo tan dudoso resultó muy inestable y quizá más para el que ganó que para el que perdió.
[…] Nacida del atentado escandaloso de la Acordada, no contaba realmente con el apoyo de un partido organizado que pudiese sostener la justicia de su derecho con la fuerza de cohesión de sus adeptos […] [por] la división del bando yorkino en las dos fracciones, no contrarias sino enemigas, que cubrieron de sangre y luto la capital […] [pues sus] directores habían movido a las masas desplegando ante sus ojos no el limpio lienzo de la bandera de una causa justificada sino el sangriento guión del cosaco a quien solo entusiasmaba el pillaje y la rapiña […]2
En consecuencia, las instituciones habían quedado en la precariedad absoluta, y la autoridad
[…] suprema y legítima del presidente Victoria en sensible humillación y vilipendio [se vio] obligada a izar bandera de parlamento y a salir de palacio, su residencia única y legal, para ir a conferenciar con los rebeldes, atravesando las calles con riesgo de la vida […]3

A VECES PERDIENDO SE GANA

La conclusión de Olavarría y Ferrari tenía que ver lo mismo con quien había perdido que con quien ganó. Aunque, como suele ocurrir en política algunas veces, el que hoy perdiera fuera a ganar más adelante, y el ganador del día fuese perdedor en el futuro inmediato: no sólo del poder sino de la vida misma.
[…] borrón será siempre de aquellos actos y de sus directores y corifeos el haber unido a la causa popular que invocaban odios y resentimientos personales tan terroríficos y desordenados que a Pedraza, el candidato enemigo, obligaron a desistir de sus derechos, y a Guerrero, el candidato amigo, le hicieron retirarse después de haber estado con ellos en los primeros instantes, disgustado tal vez de tomar parte y ser cómplice en tan desatentado escándalo […]4
Ahora bien, todos estos antecedentes conducen a la causa originaria que, tal vez, tuvo en mente el general Guerrero no sólo para ver con buenos ojos, sino para proponer e impulsar la candidatura de Anastasio Bustamante a la vicepresidencia de la República y quizás, en una sociedad estable y unida, la maniobra hubiera podido resultar en la medida en que Bustamante había ocupado el tercer lugar en la elección. Pero, dadas las circunstancias de aquel tramo histórico, Guerrero pensó que con Bustamante lograría bienquistarse con las gentes acomodadas o, por lo menos, aplacarlas un poco. Falsa deducción: “la gente de bien” desconfiaba de Guerrero por sus orígenes y no sólo a partir de hechos recientes como los de La Acordada.
Compitieron con Bustamante, Melchor Múzquiz e Ignacio Godoy y, tal vez, cualquiera de los dos, en la medida en que eran menos representativos socialmente...

Índice

  1. PORTADA
  2. AGRADECIMIENTOS
  3. INTRODUCCIÓN. LA SOCIEDAD DEL FUEGO CRUZADO: 1829-1837
  4. VOL. II LA SOCIEDAD DEL FUEGO CRUZADO 1829-1837
  5. EPÍLOGO. REGRESO SIN GLORIA
  6. CRONOLOGÍA DE SANTA ANNA VOLUMEN II (1829-1837)
  7. BIBLIOGRAFÍA
  8. ÍNDICE ANALÍTICO Y ONOMÁSTICO
  9. ÍNDICE DE LÁMINAS
  10. ÍNDICE GENERAL