Labor periodística
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Labor periodística

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Labor periodística

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En esta obra se reúnen todos los artículos de opinión y reflexión que Cosío Villegas publicó en el periodo de 1968 a 1976, incluyendo sus columnas en Excelsior y aquéllos que aparecieron en la revista Plural. Este libro contiene dos herencias de Cosío Villegas: su visión aguda sobre problemas de nuestro pasado inmediato y su pensamiento crítico, la impronta que lo convierte en uno de uno de los pensadores fundamentales del siglo XX mexicano.

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Información

DANIEL COSÍO VILLEGAS

Labor periodística

EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL
Y LA UNIVERSIDAD

PRIMERA APROXIMACIÓN:
A LA DERIVA

ESCOJO los desórdenes estudiantiles como tema de mi tardía reaparición en Excélsior porque están destinados a recrudecerse, como lo indican varias circunstancias. Desde luego, ni el gobierno ni los estudiantes han explicado claramente sus respectivas posiciones. En seguida, tampoco se han esforzado por entenderse entre sí. Debe inferirse que el gobierno supone que la sociedad está obligada a aplaudir con delirio todas sus disposiciones así sean arbitrarias e injustas. Asimismo, que los estudiantes creen que todos sus actos, sin importar su carácter del más puro vandalismo, escapan al juicio legal y moral de la nación. Esta desconsideración total de los sentimientos del país es quizá el fenómeno saliente, rico en consecuencias, del enredo. Una entre mil es ésta: México ha tenido muchísimos gobiernos malos y mediocres; pero rara vez tan torpes que no transformen mágicamente sus errores en deslumbrantes aciertos. En este caso puede decirse que el gobierno no ha acertado en nada y que ha errado en todo. No cabe atribuirlo a incapacidad política, sino a que, hecha a un lado la opinión pública, le parece igual una cosa que otra.
Aparte del espectáculo desconcertante de un jefe del Departamento del Distrito Federal que actúa como secretario de Guerra; de un secretario de Guerra que predica como si presidiera la sociedad de madres de familia; de cuatro altos funcionarios que excluyen al secretario de Educación para decretar la ocupación militar de las escuelas; aparte de todo eso, ¿cuál ha sido la versión oficial? ¡Una conjura para estropear los Juegos Olímpicos! Torpeza en los dos extremos. Se expulsará del país a cinco extranjeros y se encarcelará a 10 líderes comunistas. Entonces la conjura se acaba; pero ¿acabará la rebeldía estudiantil? Cuando estalle de nuevo, ¿se entonará otra vez la copla de la conjura? La verdad es que en lo que va del año se ha trabajado poquísimo en la Universidad porque el estudiante vive en una agitación perpetua. No va a clases ni estudia; gasta su vida en mítines, conferencias, asambleas, comités, marchas, protestas y manifiestos. El gobierno, vigilante del bienestar nacional, no puede ignorar estos hechos, y en consecuencia, su explicación de la conjura resulta insostenible. En cuanto a malograr la Olimpiada, está bien: supongamos que México (es decir, el país y no simplemente sus gobernantes) tiene el compromiso de honor de celebrarla, pero estableceríamos una marca olímpica en el salto de longitud si de ese supuesto brincáramos a concluir que, para no perturbar el sueño de nuestros visitantes, los mexicanos debemos contener la respiración hasta el próximo día de muertos.
Este error, gravísimo porque disimula el fondo del problema, es reparable si el gobierno hace calladamente un examen de conciencia; pero el error siguiente no tiene ni puede tener ya reparación posible e imaginable: el despliegue de fuerza innecesario e injustificable de la policía y el ejército. Todos los que vieron la actuación de esas fuerzas se sobrecogieron de espanto ante el espectáculo de una sociedad, cuya vida debe descansar en la razón y en la justicia, quedar a merced de la anarquía vandálica de los estudiantes y de la fuerza bruta y ciega de la autoridad oficial. Y todos recordaron a Francia. Allí, estudiantes y profesores se lanzaron con furia incontenible, no a derribar al gobierno, sino a subvertir la sociedad toda. Inspirados en ellos, 10 millones de obreros huelgan y ocupan las fábricas. Francia estaba de verdad al borde de la guerra civil, y porque así era, De Gaulle pidió el apoyo del ejército. Se le concedió, pero en el entendimiento claro y terminante de que en ninguna circunstancia las tropas dispararían contra los estudiantes.
Entre nosotros sólo ha habido el gesto generoso del presidente en Guadalajara, y valeroso, además, porque estaba expuesto a serios riesgos. Si se interpretaba como una petición de apoyo al gobierno, el peligro residía en que sólo respondieran los organismos oficiales que, como miembros perennes del coro de aduladores, irritan y no convencen. Aun en el supuesto de que surgieran voces genuinamente desinteresadas, el riesgo subsistía: el presidente aparecería apoyado por todo el país, excepto por los estudiantes y por los profesores, o sea el grupo cuya reconciliación se buscaba. Si el gesto presidencial se interpretaba como un llamamiento a olvidar lo ocurrido, el riesgo era peor, pues no se trataba de olvidar o recordar, sino de entender y de remediar.
Los estudiantes admiten que han perdido hoy; pero esperan triunfar en el desquite que ya preparan. ¿No habrá entre esos 150 000 estudiantes uno que recapacite sobre lo ocurrido? Porque hay mil temas sobre los cuales pueden discurrir provechosamente. Han olvidado que todo el lío nació de un pleito entre estudiantes, pleito que ellos no previeron ni liquidaron, a sabiendas de que cualquier escándalo en la vía pública tiene que ser reprimido por la policía, y la nuestra —lo sabemos— carece de discernimiento y de modales comedidos. Se tachó a los estudiantes de ser azuzados por agitadores profesionales y por pandilleros. De lo primero puede dudarse; pero no de lo segundo. ¿Demostraron la autenticidad de su movimiento? Ellos, que se inspiraron en sus colegas franceses para simular barricadas y pintarrajear las fachadas de los edificios, olvidaron el episodio de los katangueses, cinco pandilleros que se colaron en la Sorbona para encubrir sus pillerías. Los estudiantes los echaron a estacazo limpio en cuanto comprobaron su verdadero oficio.
A más de no depurar su movimiento, nunca han sabido escudarlo con reivindicaciones serias y propias de su ocupación de estudiantes. Los de Columbia, por ejemplo, han denunciado el board of trustees como órgano de gobierno que deforma los fines de la universidad; los franceses, una dirección burocrática y centralizada, en la cual nunca han participado los estudiantes y los profesores. Los de aquí pidieron la desaparición de los granaderos y el cese del jefe de policía. Nada, pues, relacionado con su ocupación de estudiantes, pero sí de alborotadores.
Lo cierto es que el panorama resulta bien desalentador. De un lado una gran masa estudiantil que no estudia ni trabaja; que no sabe lo que quiere y menos cómo puede conseguirlo; que se burla de sus propias autoridades y que desprecia a las oficiales. Por el otro lado, unas autoridades educativas que desconocen lo que los estudiantes apetecen y que no tratan de averiguarlo; que carecen de imaginación y de audacia para abrir un surco ancho en que se encauce esa inquietud juvenil. Y encima de toda esta confusión, un gobierno que quiere disiparla con el solo peso de una autoridad tozuda. ¿No estamos a la deriva?
16 de agosto de 1968

SEGUNDA APROXIMACIÓN:
LA GREY ESTUDIANTIL

ASOMBRA y entristece que los politólogos, sociólogos y psicólogos de la Universidad Nacional enturbien el entendimiento de los problemas de ésta. No por ineptos, sino porque han creído atizar su prestigio académico dedicándose a ser candil de la calle y oscuridad de su casa. Lejos de investigar la sociedad mexicana, recitan cuanto escriben los autores extranjeros sobre las demás sociedades del universo. Así, cuando presentan nuestras realidades, pintan meras visiones. Agrava este desenfoque el que muchos de ellos se han declarado izquierdistas, “revolucionarios” (las comillas indican “no a la mexicana”) o “democráticos” (no demócratas). Es decir, tienen tomado un partido tan rígido, que ofrecen a los problemas nacionales soluciones infantilmente irreales. Por último, como su auténtica aspiración es no hacer política, sino ser llamados a disfrutar de ella, aconsejan la amalgama imposible de una estrategia a la Ho-Chi-Minh y una táctica a la Martínez Domínguez.
Hay, pues, que armarse de valor y penetrar por cuenta propia en la maleza universitaria. Parece haber un acuerdo general en que la situación política de los estudiantes se caracteriza por una masa pasiva, amorfa, y por una serie de grupos de “activistas”, o de “grupúsculos”, como comienza a calificárseles tan poco eufónicamente. Pero no paran aquí las cosas, por supuesto. A los rasgos de pasiva y amorfa de esa masa, debe agregarse otro: un desencanto, una “frustración” cuyos orígenes resultan vagos y aun un tanto irreales, pero que se palpa cada vez que se toma el pulso. Esto la convierte en un polvorín que estallará en furia incontenible si cae sobre ella un chispazo. Pero conviene explorar la naturaleza de ese chispazo, pues no todos pueden producir la conflagración. La historia de Danielillo el Rojo (Daniel Cohn-Bendit) ilustra el punto bien: convencido de que no lograría arrastrar a la masa estudiantil de Nanterre glosando a Mao, Althusser o Marcuse, se resuelve a injuriar al ministro que inaugura la piscina de la escuela y acusa de nazi al decano de ésta. Es decir, ese chispazo no es una idea o una doctrina, sino la acusación gruesa y apasionada que se cuelga, justa o injustamente, al ser físico de una figura pública. Lo produce, en suma, la técnica del “desafío”, que consiste en provocar al adversario para obligarlo a combatir en una posición desventajosa.
De todos modos, aquí la situación de los grupúsculos es más complicada por su número, su diversidad y su modo de operar; pero también por la calidad de sus dirigentes y por la corrupción a que están expuestos. Nadie parece saber cuántos hay, pero a la lista habitual de chinófilos y maoístas, castristas y guevaristas, trotskistas, comunistas ortodoxos y heterodoxos y anarquistas, se agregan dos o tres variedades de católicos. Habrá, pues, unos 10, hecho que por sí mismo hace difícil que la masa los distinga; pero también está el matiz imposible que separe al chinófilo (partidario de la revolución china en general) del maoísta (partidario de los procedimientos de Mao, digamos el de la revolución cultural); al castrista (el que se queda a hacer la revolución en casa) del guevarista (el que sale de la propia para hacerla en tierra ajena); etc. La existencia de tantos y tan indefinidos grupúsculos rivales, empeñados cada uno en adueñarse de la masa amorfa, conduce a una labor de agitación permanente y ruidosa, y a una campaña destemplada de dicterios de unos contra otros. Esto, a su vez, tiene una consecuencia más desdichada todavía: al crear una atmósfera hostil al trabajo y al estudio, aumenta la irritabilidad de la masa.
Viene en seguida la calidad de los dirigentes “activistas”: en general parecen incultos e irreflexivos, no muy listos y ni siquiera perseverantes, pues rara vez sobreviven al primer movimiento que encabezan.
Las cosas se complican por un hecho singularísimo de la vida mexicana: este estado de agitación perenne de nuestra Universidad y el temor de que algún día cree situaciones ya irreparables han incitado a que manos propias y extrañas arrimen su ascua a la caldera. Todo el mundo sabe que varios rectores han tenido en sus listas de raya a líderes estudiantiles; asimismo, que altos, altísimos personajes de regímenes pasados y del actual acuden también al soborno para proteger sus “intereses”; la Iglesia o algunas sociedades católicas hacen un sagrado deber religioso el contar con líderes que defiendan la santa fe; y se sabe también que dos grandes embajadas extranjeras, más una pequeña pero picosa, intervienen con largueza en el drama universitario. Pero todavía falta un personaje ocasional, sin el cual quedaría incompleto este cuadro conmovedoramente académico: el agente de la Federal de Seguridad que, disfrazado de estudiante aplicado, escucha las conversaciones de sus “colegas”, asiste sentadito en el último banco a todos los mítines e informa a sus superiores.
Ésta es, pintada gruesamente, la caldera del diablo. Ganaría en fidelidad yendo al detalle, pero la dolorosa preocupación crecería también, y conviene tener la cabeza despejada para bosquejar la próxima vez algunas soluciones.
23 de agosto de 1968

NACIONALES Y EXTRANJEROS:
INTROMISIONES EN LA UNIVERSIDAD

QUEDAMOS en que la situación “política” estudiantil puede caracterizarse por una gran masa pasiva pero desilusionada, y por unos 10 grupúsculos —o “minigrupos”, como también comienza a llamárseles— que pretenden arrastrarla a sus respectivos “partidos” mediante una agitación permanente y ruidosa. Y quedamos también en que semejante estado de cosas, complicado y peligroso de por sí, se agrava por la intromisión de elementos, nacionales y extranjeros, ajenos a la U...

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  1. UN ESTIRÓN A LOS SETENTA
  2. NOTA A ESTA EDICIÓN
  3. DANIEL COSÍO VILLEGAS