El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 16
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 16

  1. 109 páginas
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 16

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, decimosexto tomo. Este libro contiene los capítulos XXXVIII al XLVII de la segunda parte y un prólogo de Julio Torri.

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Información

Año
2018
ISBN
9786071653048
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

CAPÍTULO XLIV

Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la extraña aventura que en el castillo sucedió a Don Quijote
Dicen que en el propio original desta historia se lee que, llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como ésta de Don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar extenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido al entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que por huir deste inconveniente había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso Impertinente y la del Capitán Cautivo, que están como separadas de la historia, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo Don Quijote, que no podían dejar de escribirse. También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la atención que piden las hazañas de Don Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con priesa, o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las locuras de Don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieran a luz; y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun éstos limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.
Y luego prosigue la historia, diciendo que en acabando de comer Don Quijote el día que dio los consejos a Sancho, aquella tarde se los dio escritos, para que él buscase quien se los leyese; pero apenas se los hubo dado cuando se le cayeron y vinieron a manos del Duque, que los comunicó con la Duquesa, y los dos se admiraron de nuevo de la locura y del ingenio de Don Quijote; y así, llevando adelante sus burlas, aquella tarde enviaron a Sancho con mucho acompañamiento al lugar que para él había de ser ínsula. Acaeció, pues, que el que le llevaba a cargo era un mayordomo del Duque, muy discreto y muy gracioso (que no puede haber gracia donde no hay discreción), el cual había hecho la persona de la Condesa Trifaldi con el donaire que queda referido; y con esto, y con ir industriado de sus señores de cómo se había de haber con Sancho, salió con su intento maravillosamente. Digo, pues, que acaeció que así como Sancho vio tal mayordomo, se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y, volviéndose a su señor, le dijo:
—Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy en justo y en creyente,1 o vuesa merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del Duque, que aquí está, es el mesmo de la Dolorida.
Miró Don Quijote atentamente al Mayordomo, y habiéndole mirado, dijo a Sancho:
—No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, ni en justo ni en creyente (que no sé lo que quieres decir); que el rostro de la Dolorida es el del Mayordomo, pero no por eso el Mayordomo es la Dolorida; que, a serlo, implicaría contradicción muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos en intricados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar a nuestro Señor muy de veras que nos libre a los dos de malos hechiceros y de malos encantadores.
—No es burla, señor —replicó Sancho—, sino que denantes le oí hablar y no pareció sino que la voz de la Trifaldi me sonaba en los oídos. Ahora bien: yo callaré; pero no dejaré de andar advertido de aquí adelante, a ver si descubre otra señal que confirme o desfaga mi sospecha.
—Así lo has de hacer, Sancho —dijo Don Quijote—, y darásme aviso de todo lo que en este caso descubrieres y de todo aquello que en el gobierno te sucediere.
Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, y encima, un gabán muy ancho de chamelote de aguas2 leonado, con una montera de lo mesmo, sobre un macho a la jineta,3 y detrás dél, por orden del Duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvía Sancho la cabeza de cuando en cuando a mirar a su asno, en cuya compañía iba tan contento, que no se trocara con el Emperador de Alemania. Al despedirse de los Duques, les besó las manos y tomó la bendición de su señor, que se la dio con lágrimas, y Sancho la recibió con pucheritos.
Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa, que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo, y en tanto, atiende a saber lo que le pasó a su amo aquella noche; que si con ello no rieres, por lo menos desplegarás los labios con risa de jimia, porque los sucesos de Don Quijote, o se han de celebrar con admiración, o con risa. Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando Don Quijote sintió su soledad; y si le fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno lo hiciera. Conoció la Duquesa su melancolía, y preguntóle que de qué estaba triste; que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas había en su casa que le servirían muy a satisfacción de su deseo.
—Verdad es, señora mía —respondió Don Quijote—, que siento la ausencia de Sancho; pero no es ésa la causa principal que me hace parecer que estoy triste, y de los muchos ofrecimientos que vuestra excelencia me hace, solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y en lo demás, suplico a vuestra excelencia que, dentro de mi aposento, consienta y permita que yo solo sea el que me sirva.
—En verdad —dijo la Duquesa—, señor Don Quijote, que no ha de ser así; que le han de servir cuatro doncellas de las mías, hermosas como unas flores.
—Para mí —respondió Don Quijote— no serán ellas como flores, sino como espinas que me puncen el alma. Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante el hacerme merced sin yo merecerla, déjeme que yo me las haya conmigo y que yo me sirva de mis puertas adentro; que yo ponga una muralla en medio de mis deseos y de mi honestidad, y no quiero perder esta costumbre por la liberalidad que vuestra alteza quiere mostrar conmigo. Y, en resolución, antes dormiré vestido que consentir que nadie me desnude.
—¡No más, no más, señor Don Quijote! —replicó la Duquesa—. Por mí digo que daré orden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella; no soy y...

Índice

  1. PRÓLOGO. Julio Torri
  2. CAP. XXXVIII.—Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la Dueña Dolorida.
  3. CAP. XXXIX.—Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia.
  4. CAP. XL.—De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia.
  5. CAP. XLI.—De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura.
  6. CAP. XLII.—De los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la Ínsula, con otras bien consideradas.
  7. CAP. XLIII.—De los consejos segundos que dio Don Quijote a Sancho Panza.
  8. CAP. XLIV.—Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la extraña aventura que en el castillo sucedió a Don Quijote.
  9. CAP. XLV.—De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su Ínsula y del modo que comenzó a gobernar.
  10. CAP. XLVI.—Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió Don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora.
  11. CAP. XLVII.—Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno.
  12. Plan de la obra