El porvenir posible
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El porvenir posible

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Conjunto de ensayos que el autor publicó en la revista Palabra del Partido Acción Nacional y en diversas publicaciones como Nexos o Vuelta. El libro es una muestra valiosa del pensamiento de quien es, quizá, el ideólogo más destacado del PAN desde Manuel Gómez Morín y, tal vez, el pensador mexicano católico con mayor resonancia de los últimos tiempos. Las rutas del pensamiento, el estilo de la escritura y la realidad cambiante que encauzaron el hacer político y la prosa de Carlos Castillo Peraza encuentran en la selección de Alonso Lujambio y Germán Martínez un retrato disperso que hacía falta reunir, elegir y explicar.

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PRIMERA PARTE
EN EL RÉGIMEN POSREVOLUCIONARIO
1968-1987

I. PRIMEROS ESCRITOS ENTRE MÉRIDA Y FRIBURGO

EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL: ANÁLISIS, BALANCE, REFLEXIONES*

LOS ACTOS y sucesos que a partir del 23 de julio próximo pasado se han venido desarrollando en la capital de la República, y que han sido agrupados bajo las palabras “Movimiento estudiantil”, “represión” y otras, son dignos de ser estudiados y meditados con seriedad, porque revelan síntomas muy interesantes del estado de madurez humana de los mexicanos.
El título de la serie de artículos al respecto que hoy se inicia es en extremo ambicioso y revela un afán superior a la capacidad de quien los escribe, sin lugar a dudas, pero expresan el deseo inquebrantable de escrutar los “signos de los tiempos” de que hablaba el Papa Juan XXIII.
Asimismo estos comentarios han de parecer extemporáneos. Mas, si se toma en cuenta la variedad y abundancia de hechos, la necesidad de indagar la verdad en sus fuentes y no en los medios noticiosos usuales y la imprescindible reflexión profunda para encontrar el sentido de los hechos, se comprenderá su ubicación en el tiempo. También es oportuno aclarar que sin duda habrá aún más acontecimientos, pues la tranquilidad de los sepulcros es siempre ficticia, y éstos alterarán como es natural el tono, la interpretación y los juicios sobre los acontecimientos, pues la realidad debe ser la base y el cimiento de toda interpretación presente es vertiginosamente cambiante.
No puede pensarse que la causa para el comienzo del problema estudiantil fue tan sólo la intervención excesiva de la policía contra motines del Distrito Federal en un pleito entre escuelas. Si de ello, o de la presión del gobierno para sacar a la superficie una conjura contra la realización de los juegos Olímpicos, o de la intervención extraña —comunista o resentida, pero extra-estudiantil—, surgió y proliferó un movimiento de consideración adverso al régimen fue porque el clima era propicio, y es ese clima el que es preciso analizar con toda seriedad y dedicación por lo complejo de sus factores.
Es indiscutible el fenómeno de las repercusiones sociales, es decir, las ondas de influencia que los hechos de fuera ejercen sobre la población de un país, gracias a la velocidad con que los medios de comunicación social hacen llegar las noticias de un extremo a otro de la tierra. Europa ya había vivido crisis como la nuestra: Italia, España, Inglaterra, Alemania y más recientemente Francia; en los Estados Unidos con los problemas estudiantiles que empezaron en la Universidad de Berkeley, California, llegaron a conmover instituciones escolares de tradicional disciplina como la Universidad Católica de Washington, cuyos 6 600 estudiantes se declararon en huelga. Este y los casos de la “International Christian University” de Tokio, los de las universidades de Suiza, Bélgica, Irlanda, Hungría, Corea del Sur, Bolivia, China roja y Polonia, son descritos por Kai Hermann en su libro Los estudiantes en rebeldía. Todos estos acontecimientos son conocidos por los estudiantes sobre todo en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Al anterior elemento de inquietud hay que añadir otros muchos más. En nuestro país —verdad inobjetable— vivimos un sistema gubernamental, jurídico, administrativo y social demasiado corrupto. La insatisfacción está latente en cada mexicano que no ignora la farsa democrática que padecemos, ni la compra-venta ignominiosa de puestos públicos o sindicales, ni la falsa Reforma Agraria, ni el enriquecimiento ilícito, impúdico, de muchos funcionarios, ni la desproporcionada distribución de la riqueza.
También crean descontento la existencia —clara o solapada— de racismos en nuestra patria y en otros países, la existencia de países poderosos que buscan el dominio de los más débiles, el saber que habrá problemas para ocuparse al terminar la carrera.
Además de estos factores podemos citar el desquiciamiento de los sistemas organizativos, como son en México las llamadas “instituciones emanadas de la Revolución mexicana, como el PRI, que cada vez se acerca más a ser una agencia de empleos y que, por los intereses personalistas y la ambición de sus dirigentes, cierra el camino a las inquietudes de sus militantes jóvenes y la poca consistencia —no vamos a analizar sus causas— de los partidos políticos de oposición; las empresas “descentralizadas” en las que una recomendación vale más que la capacidad para obtener empleo y, para no decir más, la poca influencia de la Iglesia católica cuyos miembros no damos testimonio en las estructuras temporales más que en reducidos casos, por la mentalidad angelista de “no ensuciarse las manos con cosas del mundo” que nos lleva a un acristiano ausentismo.
Ante todo esto, en México y en todo el mundo surge la inconformidad y la rebeldía, que encuentran su mejor caja de resonancia en la juventud, sobre todo en la que va a la Universidad, porque está mejor informada y más al día en los avances del pensamiento; porque no tiene —las más de las veces— compromisos con nadie, y por su independencia, que le permite no temer a un desempleo forzado si manifiesta en cualquier forma su repudio al llamado “estado de cosas”, al “orden establecido”. Es asimismo la juventud, por su psicología propia, el momento de la inquietud, del idealismo y del deseo de componer las circunstancias adversas.
Habría que agregar el natural conflicto entre generaciones ocasionado porque los adultos no viven como piensan —cristianos o no—, ante lo que el joven se dice: o lo que piensan no sirve y es preciso dejar de pensar así, o bien sigamos el juego para poder entrar al grupo que progresa materialmente. El peligro está en que pueden dejar de sentirse la necesidad y el valor de las normas morales. Esto no se dice en forma absoluta ni universal, y también es preciso reconocer que los jóvenes no queremos muchas veces reconocer lo valioso del pasado o de los consejos de los adultos y pensamos que todo lo podemos y que todo es cuestión de tiempo, actitud reflejada por la frase afortunada “la juventud sabe qué no quiere, pero no sabe qué quiere”.
Bien, el caso es que el descontento social explota por la juventud ante cuya rebeldía, el mundo adulto —y dentro de él están las autoridades— reacciona negativamente cuando no lo toma en cuenta, o intenta solucionarlo por medios anacrónicos, o lo reprime con violencia en lugar de oír y encauzar.
¿Cómo se pide a la juventud que use cauces legales para lograr sus demandas, si se conoce la inoperancia casi universal de éstos? ¿Cómo se pide a los jóvenes obrar con rectitud frente a unas autoridades que han hecho de lo ilegal, de lo injusto, de lo inmoral un “orden establecido?” ¿Cómo actuará en otra forma una juventud educada sin cuidado y en una ausencia casi total de valores espirituales, gracias a un sistema masivo, ateo, materialista y laicizante? ¿Cómo se pide al universitario que reaccione con ecuanimidad y justicia y cordura, si se siente “producto” de una Universidad que fabrica lo que el sistema necesita para seguir funcionando con todos los defectos que las teorías de los libros le señalan?
Añadamos a esto la casi total ausencia de líderes genuinos estudiantiles —pues “el sistema” se ha encargado de comprarlos y corromperlos—, existencia de personas con medios e intención de capitalizar el descontento para lograr fines personales o para utilizarlo en cumplimiento de consignas internacionales, dada la inexperiencia, la inestabilidad emocional y el idealismo genuino de la juventud y la conciencia clara, o la intuición, o la superación al menos de la no autonomía de nuestras universidades —apéndices gubernamentales— y comprenderemos la virulencia —aunque no la justifiquemos— del estallido juvenil.
***
Hemos analizado brevemente los fenómenos mundiales, nacionales y ambientales que marcan y ocasionan la rebeldía violenta o pacífica de la juventud, particularmente en nuestro país.
Es preciso pensar un poco más en el universitario concretamente y en la reacción de la parte estable de la sociedad al quedar frente a la crítica juvenil y al verse en peligro frente a la actitud del joven. Ante todo es preciso recalcar que es el universitario el joven representativo de la conformidad juvenil. Las razones ya las hemos dado: mejor información, mayor libertad de acción, virtual imposibilidad de coacción. Es cierto que hoy, al contrario de lo que en épocas anteriores sucedía, la información no va de padres a hijos, sino de hijos a padres. El joven estudiante dispone de tiempo y sabe que un año es poco, si se pierde en la lucha por conseguir lo que él cree justo. El contacto con la información —sobre todo la que da a conocer las injusticias y desniveles sociales— hace al muchacho ser más radical. Por ello destacan como radicales los estudiantes de ciencias sociales: antropología, sociología, filosofía, economía, derecho, etc. También ante el notorio espíritu de solidaridad entre los estudiantes, pensamos que se debe a la creciente necesidad de especialización que provoca un gran sentimiento de interdependencia. ¿Qué puede hacer un gran cirujano sin un buen anestesista, o un dentista sin un radiólogo, etc.? El estudiante sabe que para poder realizar una labor integral, hoy más que nunca, necesita de los demás, necesita del equipo, del complemento, y esto crea en él un gran sentido de solidaridad. La época de los grandes solitarios de la ciencia ha terminado ya.
Solidario, inquieto, informado, insatisfecho, descontento, libre, idealista, con la exigencia de portarse como adulto siendo adolescente o joven; tratado como niño, sin serlo ya, el universitario —reflejando el malestar social— explota y se desborda. Es la inestabilidad encarnada, erguida ante la estabilidad puesta en la picota, pese a la tranquila seguridad que ésta representa. Y los radicales van contagiando a los apáticos con frases casi siempre vacías: “reforma de estructuras”, que poco a poco van haciendo suyas aunque no colaboren en forma decidida en las expresiones de descontento.
Junto a esto, el juicio de los antropólogos que han dicho de la realidad mexicana que consta “de una Iglesia medieval, un Estado capitalista y una educación socialista” nos lleva a comprender la protesta juvenil.
Surgido el movimiento, ¿cómo reacciona el sector “estable” de la sociedad?
Ante todo necesitamos saber cuál es, cómo está constituido ese grupo: partamos de la Revolución mexicana, para determinarlo en nuestro país, en el momento presente.
El movimiento de 1910 se institucionalizó cuando el general Calles creó al antecesor más remoto de nuestro actualmente llamado “partido” oficial. A él ingresaron “los que hicieron la Revolución… los que vivieron la muerte de un millón de mexicanos”, según reza la historia. Ese partido unificó a muchos bajo un membrete o cosas por el estilo, pero sin contenido, que fue el “programa revolucionario”, en torno al cual los estrategas del régimen fueron centrando a muchos —hoy ya casi todos—, los hombres que constituyen “las fuerzas vivas”, que necesitan contemporizar con el sistema gubernamental para seguir existiendo. Nadie cree hoy que en la oposición panista están los banqueros, pero tampoco se ignora que la iniciativa privada da desayunos al candidato oficial y al mismo tiempo ayuda a sufragar los gastos de la oposición: ¡todos contentos, viva la farsa! No se puede generalizar absolutamente en estos casos. Así pues, hay un gran número de personas —que tienen el poder económico y represivo— conforme con el “estado de cosas”, “defensores de las instituciones”, etc., que, unidos al cada vez mayor número de casi siempre mansos y maniatados, conformes o apáticos, burócratas, empleados de los organismos “descentralizados” y demás, integran la parte que hemos llamado “estable”. Y como la Revolución mexicana, aun con todos sus muertos, no está en la mente de la nueva generación, porque no la vivió, y sus resultados se ven malos y encarnados en el “programa y sistemas revolucionarios”, representados por el régimen vigente, el movimiento juvenil enfoca sus baterías contra éste.
Para completar el cuadro, el Gobierno controla en forma por demás conocida a los obreros, por medio de los líderes de los sindicatos unidos al yugo del partido oficial. Los jóvenes se quedan así solos.
Ante la protesta, todos los estables se sienten en peligro inminente. Y teniendo el poder y el apoyo, la represión —paño tibio— es decidida, aprobada y apoyada; se invita a la cordura y se insta al uso de los inoperantes “cauces legales”, y se exige respeto para la multiviolada Constitución. La prensa dice —como parte de lo estable— lo que conviene a “la estabilidad”.
Hay que sumar todavía el clima de pandillerismo y delincuencia juvenil, fruto de la desintegración familiar, de la enseñanza deficiente ya analizada, de la desocupación, etc., que llega hasta el gremio estudiantil con su aportación de anarquía, violencia, desorden y excesos inmorales, que desvirtúa, desprestigia y mal encauza las legítimas demostraciones de inconformidad.
Sin embargo, la respuesta del mundo adulto, estable y poderoso está normada —aquí y en Europa, en los Estados Unidos, en Asia y Sudamérica— por un criterio represivo, que, lejos de ayudar, empeora la situación.
Es sintomático que universalmente los grandes movimientos estudiantiles hayan comenzado por una simpleza —un pleito callejero en México, por ejemplo— que al ser reprimida con brutalidad provoca la unión del estudiantado, despierta la conciencia de solidaridad del citado grupo y desemboca en acontecimientos gigantescamente numéricos y violentos. Lo que pudo haberse solucionado con una medida administrativa simplísima toma dimensiones políticas, la represión crece y en proporción directa se aceleran la politización del sector que protesta y su radicalización.
Claro que ésta es entonces utilizada por los que, con experiencia, preparación y medios económicos desean ocasionarle problemas al gobierno en turno, como de hecho ha sucedido en México, en donde han usado al movimiento los comunistas internacionales, las facciones priistas inconformes y resentidas, la ultraderecha, uno que otro capitalista con deseos de hacerse notar, y algunos con el fin de aprovechar el momento para perfilarse hacia la presidencia de la República en el futuro, pese a que de la gran mayoría de estas afirmaciones no existen pruebas concretas, es vox populi y… “cuando el río suena, agua lleva”. Resalta sin embargo el hecho de que los estudiantes del Politécnico hayan desconocido a la tristemente célebre FNET (Federación Nacional de Estudiantes Técnicos), por sus, de sobra conocidas, relaciones y dependencia con y del gobierno.
Surgen entonces fenómenos como la fe en el movimiento, la conciencia estudiantil de ser ya un grupo de presión política, la politización de la masa estudiantil, los monólogos yuxtapuestos entre líderes estudiantiles y autoridades, la pérdida del control político por parte del Gobierno, la concientización de la masa popular, el uso estudiantil del interés o de intereses extraestudiantiles para provecho del movimiento, el comienzo de una sociedad de personas, la búsqueda de fines claramente políticos, el paso del poder político de los partidos a la sociedad y otros que analizaremos en artículos posteriores.
Baste, para terminar por hoy, decir que la represión empeora cualquier situación y que el diálogo —cuyos problemas circunstanciales también analizaremos— se antoja como solución mejor. Los jóvenes quieren ser oídos, no aplastados; desean participar más en la vida nacional: consideran que el estudiante debe responsabilizarse de la buena marcha de la Nación y adoptar una actit...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Estudio introductorio, Alonso Lujambio y Germán Martínez Cázares.
  4. Primera Parte: EN EL RÉGIMEN POSREVOLUCIONARIO, 1968-1987
  5. Segunda Parte: EN LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA, 1988-2000