De libertades fantasmas o de la literatura como juego
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De libertades fantasmas o de la literatura como juego

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De libertades fantasmas o de la literatura como juego

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Sugestivo y cautivado, José de la Colina se deja seducir por el rostro lúdico de la literatura en una serie de ensayos que, sin dejar de ser resultado de un conocimiento profundo y extenso, han eludido intencionalmente la rigurosidad académica. Dejando de lado su habitual género narrativo, De la Colina analiza todos aquellos juegos literarios que el lector gustoso no puede ignorar.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071618528
Categoría
Letteratura
Categoría
Saggi letterari

De libros fantasmas

LA EXPLOSIÓN BIBLIOGRÁFICA

Hace dos siglos Thomas Robert Malthus, en el Ensayo acerca del principio de la población, tan impugnado que se convirtió en un clásico de los estudios demográficos, alertaba a la lujuriosa y prolífica humanidad sobre el “deseo que manifiestan todos los seres vivientes de multiplicarse más de lo que permite la cantidad de alimentos de que disponen”, o, más exactamente, sobre el fenómeno de que la población crezca en una progresión geométrica, mientras los alimentos disponibles crecen tan sólo en progresión aritmética. Y aunque hoy, según dicen los especialistas, el tiempo ha desmentido la alarma de Malthus, para grandes zonas de la Tierra existe el problema de la sobrepoblación y muchos países del Tercer Mundo sufren de ese monstruo humano, demasiado humano: la explosión demográfica.
Además, en otra esfera de la realidad en principio perteneciente al orden espiritual pero a final de cuentas y cuentos manifestada de modo tangible: en objetos, en volúmenes, en las tres clásicas dimensiones (a las cuales habría que añadir la cuarta: el Espíritu mismo), están los fenómenos también alarmantes de la sobrepublicación y la explosión bibliográfica, ya advertidos desde hace no pocos siglos. “Componer libros es cosa sin fin; basta de palabras; todo está escrito”, se dice en el Eclesiastés, un libro del Libro con mayúscula. “La muchedumbre de libros disipa al espíritu”, pensaba Séneca. Para Lutero “la abundancia de libros es calamitosa”. “El gramático Dídimo, que, dice Platón, escribió cuatro mil libros, es el mayor cacalibri de la historia”, anota en el siglo XVIII Lichtenberg, al parecer más aficionado a concebir objetos inmateriales, como su famoso cuchillo sin mango al que le falta la hoja. A mediados del siglo XIX el escritor estadunidense de cuentos de horror Edgar Allan Poe escribía acerca de un horror que no era un cuento: “La enorme multiplicación de libros en cualquier rama del conocimiento es uno de los grandes males de nuestra época”. Y a finales del mismo siglo el prolífico novelista español don Benito Pérez Galdós deseaba que un día, “ante el temor de que nos ahoguemos en la inundación de papel impreso, invente la tecnología un procedimiento para fabricar un buen guano con sus cenizas”.
Así, los mismos autores de libros son los primeros en advertir el fenómeno de la sobrepoblación bibliográfica, motivada por el deseo de algunos seres humanos de escribir y publicar todo lo que les ocurre, o todo lo que se les ocurre, de lo cual resulta que, dicho sea en estilo malthusiano, mientras la producción de libros crece en progresión geométrica, la cantidad disponible de lectores lo hace solamente en progresión aritmética.
Más cerca de nosotros, Gabriel Zaid trata del problema en el libro titulado precisamente Los demasiados libros: “La humanidad publica un libro cada medio minuto. Suponiendo un precio medio de quince dólares y un grueso medio de dos centímetros, harían falta quince millones de dólares y veinte kilómetros de anaqueles para la ampliación anual de la biblioteca de Mallarmé, si hoy quisiera decir: Hélas ! La carne es triste y he leído todos los libros”. Y el problema no es solamente de espacio mental o espiritual, sino también de espacio meramente físico: los muchos libros crean bibliotecas monstruosas, que amenazan echarnos de casa, de modo que Augusto Monterroso, en “Cómo me deshice de quinientos libros”, relato particularmente desasosegante de su Movimiento perpetuo, ha contado una experiencia bien conocida de cuantos ilusos considerábamos a la lectura “un vicio impune”: esos quinientos, tras una serie de intentos tan desesperados como fallidos, finalmente se redujeron a veinte, número que, añade desesperado, “empieza a acortarse debido a una que otra devolución por correo”.
Así sucede. El dragón tragón de papel y tinta engorda aun con las obras en que los escritores lo denuncian y combaten. ¿Por qué? Acaso porque en el horror a la expansión numérica de los libros en el espacio, que seguramente ocurre en proporción inversa a su expansión espiritual en las mentes, hay, como en cualquier clase de horror, una parte de fascinación. Ítem más: cualquier escritor que se precie de su profesión seguirá produciendo libros sin remordimientos, porque seguramente sabe que los libros sobrantes en el mundo son los de los otros, no los de uno, y ¿no es verdad, lúcido autor, mi semejante, mi hermano, que, después de cada noble e implacable ejercicio de autocrítica de los que con ánimo estoico acostumbramos realizar antes de sentarnos a escribir, no podemos evitar la conclusión estrictamente objetiva y justa de que la cultura nacional, y aun la universal, no pueden prescindir de nuestras obras?
Luego el problema se agranda y complica por un subsecuente fenómeno que sólo podría explicar el espiritualismo dialéctico (que podría ser una ciencia, mientras el materialismo dialéctico fue una religión): el odio a los libros de una porción de la humanidad recrudece el amor a los libros de otro sector. En el libro Fahrenheit 451 de Ray Bradbury se plantea y heroicamente resuelve ese conflicto en una sociedad venidera: ante la posibilidad de un total exterminio de libros y de una prohibición de la lectura y la escritura, algunos ciudadanos todavía adictos a los libros forman focos de resistencia integrados por clandestinos memorizadores de obras, las cuales salvan volviéndose libros ellos mismos, igual que algunos terroristas y los pilotos kamikaze se volvían hombres-bombas por amor a la diosa Libertad o al Imperio del Sol Naciente.1

AQUÍ APARECEN
LOS LIBROS FANTASMAS

Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant [“Los demonios hacen que hasta lo que no es se presente a los ojos de los hombres como si existiera”], sentenciaba Lactancio. Xa sei que non hi que crer nas meigas, mais habelas, hai-nas [“Ya sé que no hay que creer en las brujas, pero haberlas, haylas”], susurraba un inculto aunque sabio campesino gallego. Y como si no bastara el fenómeno de la sobrepoblación bibliográfica, además (se) aparecen de cuando en cuando los libros virtuales, esto es los que, careciendo de realidad física, sin embargo gozan de una forma abstracta de existencia y llegan a parasitar las obras de autores grandes o pequeños, a infiltrarse en bibliografías y archivos bibliotecarios, a ilusionar a incautos espíritus lectores y a confundir hasta a las más avezadas erudiciones y bibliofilias.
De modo que, como en el caso del poeta Coleridge y su poema Kublah Khan (véase más adelante), el astrónomo Kepler decía haber transcrito de un libro por él soñado su vertiginoso tratado Somnium Astronomicum, y fray Antonio de Guevara para escribir su Relox de príncipes o Libro áureo del Emperador Marco Aurelio tradujo un manuscrito antiguo que sospechamos sólo estaba impreso en la fantasía del mismo fray Antonio de Guevara, y, autor ya prolífico, Ramón Gómez de la Serna además encargó al protagonista de su novela El novelista escribir una multitud de otras novelas que sólo existen por su íncipit y a veces también por su finis, y Vladimir Nabokov en La vida secreta de Sebastian Knight noveló la busca de la personalidad de un novelista a través de la vida de éste y de sus libros, de los que llega a mostrar los títulos y algunos párrafos, y Umberto Eco pretextó la composición de su monacal y bibliofílica novela El nombre de la rosa con la incertificable existencia de “una versión neogótica francesa de una edición latina del siglo XVII de una obra escrita en latín por un monje alemán de finales del XIV” (o sea: Eco recoge un eco de un eco de un eco), e Italo Calvino, en la novela de tan sugerente título: Si una noche de invierno un viajero, jugó a hacer y deshacer y rehacer una y otra vez un libro en el ...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Al lector (si lo hay)
  4. La Penúltima de Mallarmé
  5. Snoopy, el Escritor
  6. La flor del desvelo
  7. Noctium phantasmata
  8. Entrevista de José de la Colina con José de la Colina
  9. ¿Sherlock en carne y hueso?
  10. El metódico soñador Hervey de Saint-Denis
  11. Manual de la lengua
  12. El arte de Sheherezada
  13. De libros fantasmas
  14. Historia casi universal de la adivinanza
  15. Los íncipits
  16. Los otros Quijotes de Cervantes
  17. El Persiles: el juego de Cervantes al final del camino
  18. Ramón, o el juego con el mundo
  19. Cri Cri o la fiesta del mundo
  20. La invención de Pinocho
  21. Del arte de la dedicatoria
  22. Desarrollos
  23. De anagramas y palindromas
  24. “Todo será posible menos llamarse Carlos”
  25. El contratexto y el texto definicional
  26. Georgina Hübner, novia fantasma
  27. Apuntes hacia una teoría de S. E., o del escritor como El Escritor
  28. Gregorio Samsa en 12 versiones
  29. Lo que Hipnos me dictó
  30. Del tartamudeo como arte
  31. La canción mexicana de Li Po
  32. Pistolas de sombra, pistolas soñadas
  33. El gato, el puente, la luna
  34. Eros / Gato 
(tema / variaciones / pastiche)
  35. El mirón Miret
  36. La comedia poética de Gerardo Deniz
  37. Don Juan, es decir Drácula
  38. Tabladurías
  39. Los cursis, las cursis y lo cursi bueno o malo