Semblanza de Martín Cortés
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Semblanza de Martín Cortés

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Semblanza de Martín Cortés

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Información del libro

Bosquejo biográfico de Martín Cortés, hijo del conquistador, que trató de comandar uno de los primeros intentos por conseguir la independencia de México. Bibliófilo, cronista e historiador, Luis González Obregón se dedicó sobre todo a la crónica de la ciudad de México durante la Colonia, por lo que se le considera como uno de los más distinguidos y entrañables historiadores de nuestro pasado.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071616197

Brindis, bandos y cuchilladas

DESPUÉS de la llegada de D. Martín Cortés, segundo marqués del Valle, continuó la ciudad de México llena de alegría, pues no se pensaba en otra cosa más que en «fiestas y galas», como hasta esa época nunca las había habido.
Fue tanto lo que se gastó, que muchos caballeros empeñaron sus haciendas a los mercaderes, y como llegaron los plazos y no pagaron las deudas, quedaron los últimos dueños de las fincas.
El marqués, por su parte, daba espléndidos convites en su casa, donde también se jugaba, y en esos convites comenzóse a introducir la moda de brindar, desconocida hasta esos días en México, pero de modo distinto a como hoy se usa, porque en la mesa se brindaban unos a otros, y era ley que se guardaba estrictamente que aquel que no aceptase el desafío, luego le tomaban la gorra y públicamente se la hacían pedazos a cuchilladas.
En las comidas y cenas llegó a imperar el desorden y la murmuración. Se comentaban las faltas de muchos, estuvieran presentes o ausentes, y se concertaban mascaradas con la mayor facilidad, pues era suficiente que alguno manifestase deseos de ellas, diciendo «esta tarde tendremos máscara», cuando al punto se ponía por obra, saliendo hasta cien hombres disfrazados y a caballo, los cuales recorrían las calles de la ciudad, deteniéndose de ventana en ventana para hablar con las mujeres, y algunos apeábanse, y entraban en las casas de los caballeros, y mercaderes ricos, con objeto de charlar con sus hijas o con sus mujeres.
La audacia de aquellos jóvenes calaveras y atolondrados tomó proporciones tales, que los predicadores tenían que censurar su conducta en los púlpitos, y cuando salía máscara, los esposos se veían obligados a estar con sus consortes en las ventanas, lo mismo que las madres con sus hijas, a fin de evitar que con ellas «hablasen libertades».
La privación incitó más a los prohibidos galanteos, y la industria cortesana vino en su ayuda, pues los donceles «dieron en hacer unas cerbatanas largas, que alcanzaban con ellas las ventanas, y poníanles en las puntas unas florecitas, y llevábanlas en las manos, y por ellas hablaban lo que querían».
Tan curiosos pormenores, que nos ha legado sobre el estado de aquella sociedad un contemporáneo, prueban que la juventud, aunque disipada, estaba del lado del marqués, y deseaba lisonjearle para realizar otros fines más serios, pues sabía muy bien que con esas diversiones y festejos quedaba sumamente complacido, porque era «muy regocijado», aunque más le valiera no serlo, que caro le costó, lo mismo que a sus adictos.
Los asuntos se complicaron mucho, y las miras secretas se descubrieron a causa de que el marqués había mandado contar sus vasallos, concedidos a su padre. Hallóse que habían aumentado en número y rentas, y el virrey, D. Luis de Velasco, considerando que con esto crecía el partido de D. Martín, escribió a la Corte quejándose de la conducta de éste, pintando con colores muy subidos de tono sus actos,
y para que el recargo de tributos hecho por su influencia recayera sobre él, informó a Felipe II, en carta de 22 de junio de 1564, que según la cuenta formada por el libro de tasas, existían en los pueblos del marquesado más de 60 000 indios, que debían producir 84 087 pesos de renta anual; población que no excedía en 37 000 personas, y renta que superaba en 47 000 y tantos pesos a la primera concesión hecha a D. Hernando Cortés.
Suárez de Peralta asegura que la renta del marqués había subido a más de 150 000 pesos de a ocho reales, y que si dijera ducados no mentiría.
Como resultado de los informes del virrey Velasco, el fiscal del Consejo Real puso al marqués demanda, asegurando que el rey había sido engañado en la merced que hizo a su padre, y para esta demanda poco después lo mandaron citar, viniendo con la cita una «Real Cédula», en que se prevenía al virrey que suspendiese la sucesión de los indios, en la tercera vida, es decir, que los nietos de los encomenderos no podían heredar los indios a la muerte de sus padres.
Disgustados como estaban los interesados en este negocio, cifrado como habían cifrado sus aspiraciones en el marqués para que les sirviese de jefe, la cita y la cédula fueron un botafuego en aquel polvorín de antaño almacenado, pues Suárez Peralta dice que entonces
empezóse la tierra a alterar, había muchas juntas y concilios, tratando de que era grandísimo agravio el que su majestad hacía a la tierra, y que quedaba perdida de todo punto, porque ya las más de las encomiendas estaban en tercera vida, y antes perderían las vidas que consentir tal, y verles quitar lo que sus padres habían ganado, y dejar ellos a sus hijos pobres. Sintiéronlo mucho, y como el demonio halló puerta abierta para hacer de las suyas, no faltó quien dijera: ¡«Cuerpo de Dios! Nosotros somos gallinas; pues el rey nos quiere quitar el comer y las haciendas, quitémosle a él el reino, y alcémonos con la tierra y démosla al marqués, pues es suya, y su padre y los nuestros la ganaron a su costa, y no veamos esta lástima.
La causa de las alegrías y los halagos al marqués estaba descubierta. Los hijos de los encomenderos, hijos los más de los conquistadores que vinieron con Cortés, habían oído, siendo niños, las quejas de sus padres en contra de un rey, que sin haberles ayudado más que con el nombre, lograda la atrevida y audaz empresa, quería quitarles sus tierras ganadas con tanto valor y fatigas en la guerra, despojarlos de los indios que habían subyugado, y dejar sin herencia alguna a sus descendientes.
En las palabras que subrayamos de Suárez de Peralta están consignadas las causas y el plan de la primera rebelión seria y justa que a intentar iban los criollos: legítimos representantes de la nueva nacionalidad en vía de formación, dueños verdaderos de una colonia que tanta lucha y tantas penalidades había costado a los conquistadores, a sus padres; vasallos fieles mientras su rey se conformase en compartir con ellos la gloria y el fruto de su conquista, pero no en el momento en que trataba de despojarlos de todo para su provecho.
Desde antes de la cita del marqués, para la demanda, y de recibirse la cédula de las encomiendas, las relaciones del virrey con D. Martín, muy estrechas al principio, se habían enfriado, más bien dicho, habían concluido, produciendo rivalidades y bandos entre los amigos de uno y otro.
El virrey, dice un historiador,
como representante del soberano en la colonia no podía reconocer ni permitir rivales, y al encontrarse con D. Martín que se juzgaba como el primero de los señores de ella, por sus antecedentes, por su fortuna y por su partido, y al observar que para él eran todos los honores, todas las fiestas, en las cuales hasta se habían arruinado algunos; el virrey tuvo no sólo que romper los lazos de la amistad, sino que con esa emulación que los separaba llegar hasta el odio, a pesar del buen carácter y la conducta de que dio tan buenas pruebas en su gobierno de la Nueva España, que mereció ser llamado Padre de los Indios.
Las desavenencias entre D. Luis de Velasco y D. Martín Cortés comenzaron, según Orozco y Berra, con un desaire positivo.
En agosto de 1563 entró en México, por la calzada de Iztapalapa, el visitador Valderrama, enviado por el rey, para arreglar asuntos de la colonia, y como era natural, siempre que llegaba uno de esos representantes del soberano, era temido y respetado por el inmenso poder y las omnímodas facultades de que venían proveídos; y autoridades y súbditos, todos se apresuraban a festejarle para granjearse su favor.
El Ayuntamiento nombró comisionados para recibir a Valderrama. El virrey invitó, con igual objeto, a los principales caballeros, y entre ellos a D. Martín, para que fuesen en su compañía; pero D. Martín, engreído con su poder y fortuna, no obsequió al virrey, sino que de antemano, seguido de su paje que con lanza en mano iba siempre con él, dejó la ciudad, fue a encontrar al visitador y se puso a su lado en los instantes de su entrada a México.
Tal descortesía enojó al virrey, y con pretexto de que yendo la Real Audiencia con Estandarte Real nadie podía ostentar insignia alguna, mandó notificar con su secretario Turcios al marqués, que diera orden de retirarse al paje de la lanza.
D. Martín encolerizóse a su vez con tal notificación; primera que se le hacía desde su regreso de España y en tan pública solemnidad, y se negó a obedecerla. Insistió el virrey, con apremio de enviar gente para hacerla cumplir por la fuerza, y las cosas hubieran tomado mayores proporciones si el prudente visitador, en obvio de escándalos, no previniese que el paje de la lanza se pusiera a buen trecho de la comitiva.
Para colmar la paciencia del buen virrey, D. Martín hospedó en su casa al visitador; intimó amistad con él para que visitase a los pueblos de las encomiendas, y hecha la tasa, aumentara los tributos, como los aumentó al doble; acto contrario a las miras y los sentimientos de D. Luis de Velasco, porque siempre fue amante y favorecedor de los indios.
Pero el marqués, con riesgo de perder su popularidad, quería imponerse a todos, chocar y dominar, y así, entabló pleitos con la Audiencia, que no le permitía seguir «la fábrica comenzada en la plazuela del Volador», con el obispo de Michoacán, «por las tierras de Santa Fe que defendía como suyas»; y con el Ayuntamiento de la ciudad de México, porque aseguraba que los linderos de sus villas de Tacubaya y Coyoacán «llegaban hasta las casas de los barrios de México».
Quizá D. Martín intentaba hacer odiosa la autoridad del visitador, aconsejándole aumentar los tributos, como en efecto lo consiguió, pues refieren los anales indígenas que el 8 de septiembre de 1564 se comenz...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. El muy magnífico señor D. Martín Cortés
  4. Brindis, bandos y cuchilladas
  5. Los conjurados
  6. Una mascarada. El plan de la rebelión
  7. Nuevos proyectos. Fiestas reales
  8. Denuncias y prisiones. Proceso y ejecución de los Ávila
  9. Lo que decían de la conjuración los contemporáneos