¿Qué era el socialismo y por qué se desplomó?
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¿Qué era el socialismo y por qué se desplomó?

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En este volumen de la colección Umbrales se recogen investigaciones y reflexiones escritas en la primera mitad de la década de 1990, es decir, en los años inmediatos al colapso del régimen comunista. De ahí que estos estudios brinden una mirada refrescante y plena de posibilidades de interpretación para comprender la transición desde la economía, la sociedad y la política del llamado socialismo real (en su versión rumana) a otras realidades sociopolíticas y económicas, cuyos perfiles y sustancias no acaban de definirse aún. Por el momento y circunstancias que dieron pie a las investigaciones y a su escritura, y por las capacidades intelectuales de la autora, los lectores gozamos de los privilegios de una perspectiva casi inédita.

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¿QUÉ ERA EL SOCIALISMO Y POR QUÉ SE DESPLOMÓ?*

LA SORPRENDENTE desintegración del gobierno del Partido Comunista en Europa del Este en 1989 y su desenmarañamiento ligeramente más prolongado en la Unión Soviética entre 1985 y 1991 se cuentan entre los sucesos más trascendentales del siglo. Sobre todo porque ni los creadores de políticas ni los especialistas en el área los predijeron, estos acontecimientos generarán muchos análisis después de haber ocurrido, conforme los académicos alcancen la mirada retrospectiva necesaria para entender aquello que antes no pudieron. En este capítulo se busca estimular la discusión en torno a las razones por las que se desplomó el socialismo de estilo soviético. Como considero que las respuestas a esta interrogante necesitan que se entienda la manera en que “funcionaba” el socialismo, parto de un análisis de esto para luego sugerir cómo se cruzó, de modo fatídico, con algunas características del contexto del sistema mundial.
¿QUÉ ERA EL SOCIALISMO?
Las sociedades socialistas de Europa del Este y de la Unión Soviética diferían entre sí en aspectos importantes; por ejemplo, en la intensidad, el alcance y la efectividad del control central, en la cantidad de apoyo o resistencia popular y en el grado y oportunidad de los esfuerzos reformistas. A pesar de estas diferencias en el “socialismo anteriormente existente”,1 me uno a teóricos como Kornai al optar por un solo modelo analítico de éste.2 Para fines analíticos, los parecidos de familia entre los países socialistas eran más importantes que su variedad, tal como es más fácil entender a las sociedades francesa, japonesa, alemana occidental y estadunidense como variantes de un mismo sistema capitalista. Reconociendo así que mi descripción funciona de modo más completo para ciertos países y periodos que para otros, aquí les doy a todos un mismo tratamiento.
Durante varias décadas el análisis del socialismo ha sido una industria internacional que emplea tanto a politólogos occidentales como a disidentes del Este. Desde 1989 esta industria ha recibido un gigantesco suministro de nuevas materias primas, a medida que se abren archivos que antes eran secretos y se traducen investigaciones de académicos locales (en especial polacos y húngaros) sobre sus propios sistemas socialistas en declive.3 Mi gusto por estas teorías es “indigenista”: me parecen más útiles los análisis de los europeos del Este en torno al mundo en que vivieron. El siguiente resumen tiene una gran deuda con esas obras y está sujeto a mejora y revisión conforme se publiquen nuevas investigaciones.4 Debido a las restricciones temporales y espaciales, resumiré los elementos de una discusión más amplia y haré hincapié en la manera en que se organizaba la producción y en qué consecuencias tenía esto para el consumo y los mercados.5 Soy de la opinión de que estos temas son el mejor modo de abordar las razones por las que el gobierno del partido se derrumbó mucho antes de lo que cualquiera esperaba.
Producción
Desde los primeros días del modelo “totalitario”, la imagen que los estadunidenses tenían del “comunismo” era la de un Estado autocrático y todopoderoso que les imponía inexorablemente su rigurosa voluntad a sus súbditos. Incluso cuando la mayoría de los especialistas en el área dejaron de usar el término totalitario en sus escritos, la imagen de una autocracia totalitaria se mantuvo, tanto en el público general como en muchos políticos; de hecho, respaldaba la idea del “imperio maligno” que Ronald Reagan tenía todavía en la década de 1980. Sin embargo, en líneas generales esta imagen era errónea. Los Estados del Partido Comunista no eran todopoderosos; eran comparativamente débiles. Ya que los líderes del socialismo sólo de modo parcial e irregular obtuvieron una actitud positiva y de apoyo de sus ciudadanos —es decir, que los consideraran legítimos—, los regímenes se veían constantemente debilitados por la resistencia interna y por formas ocultas de sabotaje en todos los niveles del sistema.6 Esto contribuyó en gran medida a su colapso final. A continuación se describirán brevemente algunos de los elementos del no totalitarismo socialista y se señalarán algunos de los lugares en donde residía la resistencia.7
La fragilidad del socialismo comienza con el sistema de “planeación centralizada”, que el centro ni planeaba adecuadamente ni controlaba. Los planeadores centrales elaboraban un plan con las cantidades de todo lo que deseaban que se produjera, los llamados objetivos. Dividían el plan en partes apropiadas para su ejecución y calculaban cuánta inversión y cuántas materias primas eran necesarias para que los gerentes de las empresas cumplieran sus objetivos. No obstante, los gerentes pronto se dieron cuenta de que las metas no sólo aumentaban cada año sino que los materiales necesarios no solían llegar a tiempo ni en las cantidades adecuadas, a lo que respondían negociando nuevas condiciones: exigían mayor inversión y más materias primas de las que realmente necesitaban para sus objetivos. Cada gerente, y cada nivel de la burocracia, inflaba los presupuestos y las peticiones, con la esperanza de tener suficiente a la hora de la producción. (Un resultado del proceso de regateo, por supuesto, era que los planeadores centrales siempre tenían información falsa sobre lo que en realidad se necesitaba para la producción, algo que obstaculizaba su capacidad para planear.) Por lo tanto, si los gerentes terminaban de alguna manera con más material del que necesitaban, lo acumulaban. El material acumulado tenía dos usos: lo podían guardar para el siguiente ciclo de producción o lo podían intercambiar con alguna otra empresa por algo que faltara en la suya. Estos intercambios o trueques de material eran un componente crucial del comportamiento en la planeación centralizada.
Un resultado de la inflación de presupuestos y de la acumulación de material era la escasez generalizada, razón por la que se conoce a las economías socialistas como “economías de la escasez”.8 En ocasiones la escasez era relativa, como cuando en realidad existía suficiente material y mano de obra para un nivel de producción dado, pero no en el lugar y el momento en que se necesitaban. A veces la escasez era absoluta, ya fuera porque la escasez relativa solía acarrear una disminución de la producción o —como ocurrió en Rumania— porque los artículos necesarios para la producción o el consumo se exportaban. Las causas de la escasez eran principalmente que las personas en niveles bajos del proceso de planeación pedían más materiales de los que necesitaban y acumulaban lo que recibían. En el fondo de este comportamiento estaba algo que los economistas llaman “restricciones presupuestarias blandas”; es decir, si una empresa perdía dinero, el centro la rescataba. En nuestra economía, con ciertas excepciones (como Chrysler y la industria de ahorros y préstamos), las restricciones presupuestarias son firmes: si no te alcanza con lo que tienes, te vas a pique. Sin embargo, en las economías socialistas no importaba si las empresas pedían una inversión extra o acumulaban materiales: no pagaban multa alguna por ello.
Un ejemplo ficticio nos ayudará a ilustrar lo anterior; digamos que una fábrica de calzado hace zapatos y botas de mujer. Los planeadores centrales establecen los objetivos anuales de la fábrica en 100 000 pares de zapatos y 20 000 pares de botas, para lo que creen que la gerencia necesitará 10 toneladas de cuero, media tonelada de clavos y 400 kg de pegamento. El gerente calcula lo que necesitaría en las condiciones ideales si sus trabajadores laboraran constantemente en turnos de ocho horas. Agrega un poco por desperdicio pues sabe que los trabajadores son flojos y que las máquinas no cortan bien; algo más por robo, porque los trabajadores siempre se roban los clavos y el pegamento; un poco más para intercambiar con otras empresas por si no hay suficiente de un material crucial en un momento crucial, y un poco más porque la curtiduría siempre entrega menos de lo que se le pide. Así, el gerente rechaza el plan que se le asignó y dice que no puede producir esa cantidad de zapatos y botas a menos que le den 13 toneladas y no 10 de cuero, una tonelada y no media tonelada de clavos y 800 kg de pegamento en vez de 400. Además dice que necesita dos nuevas cosedoras industriales alemanas, sin las que no puede producir nada. En pocas palabras, ha puesto nuevas condiciones para el plan. Más tarde, cuando obtiene una parte de estos productos, los almacena o intercambia el exceso de pegamento con el gerente de una fábrica de abrigos por un poco de piel de cerdo extra. Si aun así los suministros de cuero resultan insuficientes, hará menos botas y más zapatos, o más calzado de una talla menor, con el fin de usar menos piel, sin importar que los pies de las mujeres sufran frío en invierno o que las mujeres de pies grandes no tengan nada que ponerse.
Con toda esta inflación de presupuestos y acumulación de materiales, queda claro por qué la escasez era endémica en los sistemas socialistas y por qué el principal problema de las empresas no era si podían cumplir con la demanda (o generarla), sino si podían obtener los suministros adecuados. Así, mientras que el problema principal de los actores económicos en las economías occidentales es obtener utilidades mediante la venta de cosas, el de los actores económicos en las economías socialistas era obtener cosas. Las empresas capitalistas compiten entre sí por los mercados en los que obtendrán utilidades; las empresas socialistas competían por maximizar su poder de negociar con proveedores de los niveles superiores. En nuestra sociedad, el problema son los otros vendedores y, para superarlos, es necesario hacerse amigo del comprador. Por consiguiente, nuestros vendedores y dueños de tiendas sonríen y le dan al cliente un servicio amigable porque quieren hacer negocio; los clientes pueden ser gruñones, pero eso sólo hará que el vendedor se esfuerce más. En el socialismo el lugar de la competencia se encontraba en otra parte: la competencia eran otros compradores, otros buscadores de suministros, y para ganarles era necesario hacerse amigo de aquellos que se encontraban más arriba y proveían. Por consiguiente, en el socialismo no era el dependiente —el proveedor o “vendedor”— quien era amigable (por lo regular eran malhumorados) sino los buscadores de suministros, los clientes, que trataban de congraciarse con sonrisas, sobornos o favores. El trabajo de hacerse de suministros generaba redes completas de relaciones aduladoras entre los gerentes económicos y sus burócratas, los dependientes y sus clientes. Nosotros llamaríamos a esto corrupción, pero eso se debe a que para los capitalistas obtener suministros no es un problema, el problema está en conseguir vender. En una palabra, para el capitalista el arte de vender es valioso; para los gerentes socialistas lo valioso estaba en el arte de adquirir, de obtener suministros.
Hasta ahora he descrito el clientelismo y las negociaciones que socavaban el control efectivo del centro del partido. Una debilidad similar en las relaciones de poder verticales surge de la manera en que la producción y la escasez socialistas despertaban en los trabajadores la conciencia de oposición y la resistencia. Entre las muchas cosas que escaseaban en los sistemas socialistas estaba la mano de obra. Los gerentes acumulaban la mano de obra igual que cualquier otra materia prima, porque nunca sabían cuántos trabajadores necesitarían. Cincuenta trabajadores que laborasen turnos de ocho horas seis días a la semana podían bastar para cumplir los objetivos de la empresa, si ésta tuviera todos los materiales a la mano durante todo el mes. Sin embargo, esto nunca ocurría. Muchos de esos trabajadores no hacían nada durante buena parte del mes y los últimos 10 días, cuando la mayoría de los materiales estuvieran finalmente disponibles, la empresa necesitaría 75 obreros trabajando horas extra para completar el plan. Por lo tanto, el gerente mantenía a 75 trabajadores en su nómina, aun cuando la mayor parte del tiempo necesitaba menos, y ya que todos los otros gerentes hacían lo mismo, la mano de obra era escasa. Esto apoyaba de modo conveniente, aunque no planeado, el empleo garantizado de los regímenes.
Una consecuencia importante de la escasez de mano de obra era que los gerentes de las empresas tenían relativamente poca influencia sobre sus trabajadores. Además, debido a que la escasez de suministros causaba tanta incertidumbre en el proceso de producción, los gerentes debían dejar en los trabajadores buena parte del control de este proceso, para que el trabajo no se detuviera.9 Es decir, en términos estructurales, en el socialismo los trabajadores tenían una posición más poderosa en relación con la gerencia que los trabajadores en el capitalismo. Tal como las negociaciones de los gerentes con los burócratas socavaban el poder central, la posición de la mano de obra en la producción socavaba el de la gerencia.
Aparte de todo, la organización misma del lugar de trabajo provocaba una oposición al gobierno del partido. A través del sindicato controlado por este último y de la frecuente confusión entre las funciones gerenciales y las del partido, las directrices de éste se sentían constantemente en el proceso de producción, y desde el punto de vista de los trabajadores eran innecesarias y perturbadoras. Los funcionarios del sindicato se entrometían sin ánimo de ayudar o no contribuían en nada, sólo para después llevarse el crédito por los resultados de producción que los trabajadores sabían que eran suyos. Los trabajadores participaban con desdén —como descubrió el sociólogo Michael Burawoy en sus estudios de las fábricas húngaras— en los rituales de producción organizados por el partido, como las competencias de la unidad laboral días de trabajo voluntarios y las campañas de producción; les molestaban estas expresiones obligatorias de su supuesto compromiso con un socialismo maravilloso.10 Por lo tanto, en vez de asegurar el consentimiento de los trabajadores, los rituales del lugar de trabajo aumentaban su conciencia y su resistencia. En contra del “culto del trabajo” oficial, usado para...

Índice

  1. ÍNDICE
  2. PRÓLOGO
  3. 1. ¿QUÉ ERA EL SOCIALISMO Y POR QUÉ SE DESPLOMÓ?
  4. 2. ¿UNA TRANSICIÓN DEL SOCIALISMO AL FEUDALISMO?
  5. 3. NACIONALISMO, POSTSOCIALISMO Y ESPACIO EN EUROPA DEL ESTE
  6. 4. FE, ESPERANZA Y CARITAS EN LA TIERRA DE LAS PIRÁMIDES