Rumbo a Goethe
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Rumbo a Goethe

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Rumbo a Goethe

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La conmemoración del centenario de la muerte de Goethe en 1932 fue suficiente motivo para que Alfonso Reyes presentara la primera versión de este texto que, posteriormente, corregiría y que hoy se publica como una obra terminada. En este ensayo, Reyes esquematiza y describe de manera crítica la producción literaria, científica y política de Goethe. El autor finaliza su texto con un apartado referente al estudio e influencia de Goethe en América. Asunto que, al considerar la vigencia y universalidad de la obra de Goethe, es necesario retomar la aportación de Alfonso Reyes en este texto para enfatizar en las particularidades de su legado en el continente. El título de la obra de Reyes es tan preciso en el contexto en que lo contenido entre estas líneas es una aproximación a la obra e interpretación de la misma de uno de los personajes más emblemáticos de la cultura alemana y, en general, de la cultura occidental, Goethe. Rumbo a Goethe es, entonces, un sendero que Reyes propone a sus lectores para acercarse al autor europeo y, en esta medida, el lector pueda extender dicho sendero.

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Información

Año
2019
ISBN
9786071659606
Categoría
Literatura

TERCERA PARTE

SONDEOS

1. LA VOCACIÓN

Se ha dicho que la fuga a Italia, cuando Goethe huye de Carlsbad bajo nombre supuesto para reaparecer en Roma como un aprendiz de pintura, es signo de vocación frustrada. Detengámonos un instante a considerar los caminos de la vocación.
Es, pues, el caso, que Goethe, según quieren algunos, ha concebido, si no acabado, la mayoría de sus grandes obras literarias antes de los 30. Ya sólo faltan retoques o acaso darles la redacción final, confiarlas al papel. Aceptémoslo provisionalmente, aunque de mala gana. Si así es, el espíritu de Goethe ha quedado libre para nuevos emprendimientos. La expulsión deja sitio a un contenido ulterior. Rimbaud, casi niño, acaba con la poesía, y luego es un oscuro buhonero entre los africanos. Triste, muy triste, pero nada resta a su realización poética que, entretanto, sacude a Europa. En Goethe, a lo sumo, una Musa ha dado ya el hijo y quedan las otras ocho encinta. Su investigación de la vida, con un solo movimiento uniforme —y como las estrellas, “sin prisa y sin descanso”—, cruza la poesía, las artes, las ciencias. Andarse tanteando entre varias actividades, a tal altura de la vida, ¿perturba o esteriliza la vocación de Goethe? Depende de cuál sea su vocación, y si ella se reduce a la mera función poética, en el sentido más “profesional” de la palabra. La vida de Goethe es ya irremediable, y es inútil asumir la figura de Orlando ante la bestia muerta. Pero tenemos obligación de entender, de escuchar a Goethe; “y escuchar es cortesía”, dijo nuestro Ruiz de Alarcón.
El problema del mundo actual arranca del cristianismo. Si buscamos el reflejo de su progresión en la poesía, se nos ofrecen tres etapas: Dante, Shakespeare y Goethe. El primero nos muestra la fe religiosa sistematizada, y la poesía como ancila de la fe. En el segundo, el gran edificio universal se ha cuarteado por mil partes, roído por el individualismo creciente. Como la vida ya no reposa sólidamente en la creencia, aparece el sentido trágico moderno, el drama del individuo, agencia inversa del cristianismo, de la catolicidad. En Shakespeare se da la exacerbación del hombre que no logra descubrir una finalidad en sí mismo, aun cuando el propio Shakespeare, pasando a través de la tragedia por la resistencia de su genio —salamandra entre llamas—, haya conseguido encontrar, al otro polo, una reconciliación, por lo demás no estrictamente cristiana. Recuérdese La tempestad. Goethe, que conoce a fondo las vicisitudes del pensamiento shakespiriano, levanta entonces su “simulacro piacular”, su Fausto, y procura en él, a lo largo de medio siglo, un objeto, una finalidad poética consciente, una nueva reconciliación; no ya del individuo con su destino —que ha quedado quebrantada para siempre o por mucho tiempo—, sino del hombre con la naturaleza.
Ahora bien, esta reconciliación, que él tantea desde la poesía —donde el dolor de Shakespeare lucha con el apaciguamiento de Spinoza—, su época la va construyendo afuera, y no la acaba. Tampoco la acabará Goethe: le faltó vivir otro medio siglo todavía. Pero las líneas de la síntesis quedaron firmemente trazadas. Tal es la órbita de su planeta. De aquí que, cunado en la poesía, Goethe crece de ella, y se va como llevándosela consigo más allá de los límites estrictos de la literatura. Llega a concebir la operación del genio poético como una completa flexibilización del ser, más que como una tarea de versos. Licor prestigioso, la poesía circula por su ser, y donde quiera que ella toca, su ser cobra plenitud de existencia. Cuando todo él llega a estar sensibilizado y despierto, las artes, las ciencias, la acción, la política, son otras tantas funciones de la poesía.
La vocación no ha de confundirse con la especialidad. Porque hubo un día en que el barbero era el cirujano, ¿y quién sabe cuáles serán las futuras sorpresas del “taylorismo”? La vocación es un sentido ético, aunque pueda expresarse en la especialidad. Tajar lápices no es vocación. La vocación es más bien un ritmo genérico y puede abrazar varios oficios y saciarse en varias aventuras de la mente. Es más: las necesita, si es tan amplia como imperiosa. Goethe, el 8 de junio de 1821, dijo a Müller: “Toda solución de un problema es otro problema”. Y lo mismo pudo haberle dicho: —Toda expresión de mi ser me descubre la necesidad de otra nueva expresión. Kestner dijo de él: “Le atraen todas las ramas del saber humano, menos la de ganarse el pan”. Medido a la talla de su actividad general, Goethe da el tamaño de su verdadero destino.
Esta actividad infatigable (entiéndase bien: actividad mental), este ponerse a prueba cada día de nuevo, es índice de su vocación. No permite que nada se le aduerma en acarreo latente. Dondequiera que descubre un germen, lo invita a existir plenamente, en sí mismo y en el mundo que lo rodea: idea de educador, de biólogo experimental, de moralista, de teólogo, de poeta y de enamorado de la vida. Adora el acto, como santo Tomás, y hasta la hora de su muerte se somete a la inducción de nuevos conocimientos, a sumersiones en lo inédito. Más que en ser poeta, artista o “cientista” en el sentido habitual, su vocación está en ser activo o en actualizar toda su capacidad y su conciencia.
El problema de Goethe se me ha presentado siempre como un problema de dimensión, de compás. La física se desconcierta y cambia de registro al llegar a lo infinitamente grande o a lo infinitamente pequeño. Ve perturbadas sus costumbres, sus leyes, y acaba por preguntarse si tales leyes sólo serán modestas interpretaciones funcionales para el mundo de las magnitudes medias en que transcurre la existencia del hombre. De parejo modo, ante la obra y el pensamiento de Goethe —donde la longevidad hasta parece solicitada para realizar un destino—, se diría que nuestras limitaciones conceptuales se desconciertan; y ciencia, arte o poesía, y aun filosofía y religión, se deshacen en la vastedad y se resuelven en alguna otra cosa innominada, en una gran sustancia fértil que fuera la sustancia del alma, y cuyo trabajo trascendiera las marcas convencionalmente establecidas y las denominaciones usuales. Estos modos de actividad, en la dimensión goethiana al menos, no significan destinos diferentes. Si no temiera vaciar de sentido las palabras, diría que en Goethe la contemplación y el acto se confunden. A tal punto se realiza a sí propio.
Cuando Goethe explica a Müller que sus deberes administrativos de Weimar le dieron estímulo para el estudio de las ciencias, y que su geología nació de sus obligaciones en Ilmenau o en Berka; cuando vemos que sus trabajos de anatomía surgen como un desarrollo automático de sus relaciones sociales; cuando le oímos contar a Eckermann que lo mismo le da dirigir un teatro que hacer versos, lo mismo fabricar cucharas que cucharillas, puesto que siempre consideró su obra simbólicamente, entendemos que lo único importante a sus ojos, por entre todas las manifestaciones a que el lenguaje medio ha puesto nombres distintos, es el movimiento de una conducta. Goethe confiesa que, para buscarnos a nosotros mismos, no tenemos más procedimiento que objetivarnos, ni más criterio del acierto que la reacción de placer o dolor que aquella objetivación nos produce. Pero dentro de este cuadro cabrían mil destinos, mil vocaciones en el tamaño habitual de la palabra, limitado y acaso falso. El que va lanzado a vivir 100 años —la ciencia acepta hoy un tiempo vital diferente para las vidas de diferente duración—, ése bien puede buscarse cerca de los 40 en dos o tres actividades que le son todas placenteras y que, desde su alta cima, se le confunden más o menos en un escribir con el pincel, en un pintar con la pluma. En cambio, cuanto cae fuera de la verdadera vocación —el aceptar espectáculos deprimentes, hacer de profeta o demagogo, tomar partido en pleitos accesorios y ajenos, odiar a Napoleón a la fuerza, sentirse bélico de puertas adentro, rechazar por falsa modestia algún respeto merecido, asumir actitudes de oposición sistemática, explicar la calidad por la cantidad, confundir el orden ideal con el orden real, teorizar en el vacío mientras se pueden someter los objetos a la prueba de la palpación—, eso lo rechazará de una manera tan espontánea que muchas veces él no se da cuenta ni nadie se percató de su rechazo. Una mente vigorosa podría recoger todos los relieves desdeñados, procurar entre ellos una síntesis, y ayudarnos, por el exterior y el contorno, a mejor asir el Goethe interno, esa vocación para la cual lo único que nos falta es un nombre.
Finalmente, aparte del engaño o ilusión óptica a que nos conduce la dimensión goethiana, nos equivocamos respecto al punto de vista histórico cuando pretendemos encerrar a Goethe en nuestras actuales nociones de la vocación subdiferenciada. Goethe representa el postrer monumento erigido a la concepción del humanismo renacentista, que se llamó el hombre universal, concepción en que también comulgaron antes los polimatas, los pentatlones de Alejandría, avezados a todas lides. Considerar a Goethe como un enciclopedista más es tomar la sombra por el cuerpo. Su ideal viene de Leonardo, y ya sabemos lo que esto significa. Sea un ejemplo: León Bautista Alberti, el constructor de Florencia, fue pintor, escultor, poeta, filósofo, músico y arquitecto; compuso tratados sobre las bellas artes; y a los 20 años, una comedia latina que pudo pasar por obra de Lépido. Toda su vida anduvo del pincel al cincel y del buril a la pluma, y a veces dejaba los pedales del órgano por la plomada. Hoy sólo buscamos su huella en la arquitectura: en Acqua Vergine o la Fuente de Trevi, en San Andrés de Mantua o San Francisco de Rimini, en Santa María la Nueva o el Palacio Strozzi (como si dijéramos, en el Werther, el Meister, el Germán y Dorotea, la Ifigenia, las Elegías romanas, el Fausto), y el tiempo ha borrado y envuelto las demás facetas de aquella única vocación de hombre universal. Otro tanto han hecho los años con los dibujos de Roma o los de Jena —los de 1810, los últimos que ocuparon a Goethe— o con su Teoría de los colores. Verdad es, como quiere Schweitzer, que la postura de Goethe ante la vida y la manera de desplegar en la acción sus múltiples talentos difieren ya de la estricta figura renacentista —turbulenta, inquieta, incendiaria— acaso mucho más que en un Leibniz; pero la figura general se mantiene en cuanto a la anchura de la vocación.
Plantemos ahora esta vocación en aquella Alemania no muy elaborada —aquella Alemania cuya juventud acompañó a la juventud de Goethe—, y comprenderemos mejor el caso de las múltiples actividades. Ya un medio siglo más tarde, en la Alemania de Eckermann, el caso de Goethe no hubiera sido posible, y éste lo sabía de sobra. Y como su programa de universalidad era tan imperioso, “Yo emigraría a América —suspiraba—, pero ya es tarde: allá también el terreno está muy desbrozado”. Goethe hubiera necesitado, para saciar toda su vocación, la selva virgen de la cultura. “No debemos querer ser tal o cual cosa, sino aspirar a llegar a ser todo, y no tenemos derecho de detenernos ni reposar, sino cuando lo exigen la fatiga de nuestro cuerpo o de nuestro espíritu.”1

2. LA NATURALEZA

Acompañemos los primeros pasos de Goethe en su estudio de la naturaleza, para detenernos en el punto donde la idea cristaliza ya en investigaciones científicas.
Si, como tan elocuentemente se ha dicho, el arte de la biografía consiste en explicar —y conceptualmente, en conciliar— las aparentes contradicciones de una vida (a condición, sin embargo, de aceptar cuanto hay de diverso y fluctuante en el ser del hombre, pues sólo el maniático vive según la idea fija, tortura que asume los extremos de aquellos castigos inventados o interpretados por las mitologías), entonces es una lástima que no aprovechemos tan sabio precepto y que nos refocilemos más bien en exagerar cuanto de pronto nos resulta incoherente.
Hay en Goethe, por una parte, un trágico sentimiento del yo —sentimiento que se desvanece en la aceptación universal con el transcurso de los años—; hay, por otra parte, una plácida contemplación de la naturaleza que nos rodea. ¿Contradicción acaso? En manera alguna. Para convencernos, pongamos a Goethe en la platina del microscopio. Y la verdad es que basta y sobra con el mesoscopio, pues los hechos explicativos en la vida de Goethe no son recónditos.
Con harta razón se nos dice que las cosas de la naturaleza —planta, animal o estrella— se resuelven en evolución; que aquí no hay dudar ni escoger, ni el terrible yo programático en colisión con la propia vida. Para el hombre, en cambio, como a cada paso ha de optar entre un y un no —encrucijada que los retóricos griegos significaron ya en la Duda de Héracles—, la vida es drama. No podría aplicarse el sentimiento trágico al estudio de un arbusto. Sólo cabría en la traslación poética, como cuando el árbol grita a Dante: “¿Por qué me rompes?” Por la otra parte, mal podrían abandonarse a la ciega y dulce evolución —de la que sólo puede decirse que no se equivoca por...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción, por José Luis Martínez
  3. Primera parte. LA PERSPECTIVA
  4. Segunda parte. CONTORNOS
  5. Tercera parte. SONDEOS
  6. Cuarta parte. DESDE AMÉRICA