La filosofía del quiasmo
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La filosofía del quiasmo

  1. 248 páginas
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La filosofía del quiasmo

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Información del libro

Esta obra combina la exposición y sistematización del pensamiento de Merleau-Ponty con una aproximación a su obra desde su propio concepto: el quiasmo o entrelazo. El objetivo de este estudio se encuentra encaminado a descubrir la pertinencia del concepto de quiasmo para el pensamiento contemporáneo en los ámbitos de la filosofía misma, la cultura, la sociedad y la lengua.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071617613

III. El quiasmo ontológico

El Ser, «lo que hay», es el quiasmo. La ontología necesaria y posible no puede ser la metafísica de un ser monolítico y trascendente, ni tampoco esa forma de metafísica subrepticia y decadente que es el positivismo en todas sus variantes. Pero no basta, en el extremo de un pensamiento negativo, con tachar la ontología y dar rienda suelta al subjetivismo más exacerbado, como si las inercias de la conciencia no fueran más que «mala fe» y nada nos enseñaran de la persistencia de un Ser que no podemos pretender domar enteramente bajo la mirada obsesiva de una voluntad «demasiado humana».
Evidentemente, desde el punto de vista del Ser puro y de la Conciencia pura ningún entrelazamiento, ninguna intimidad ontológica puede ser pensada. Pero colocados estrictamente en el plano fenomenológico, el abismo se diluye. El Ser es «ser fenoménico» y la Conciencia es «conciencia encarnada», corporalidad. Entre el mundo sensible y el sujeto corporal no hay exclusión, aunque el movimiento por el que se entrelazan no es el de una armoniosa y anodina unidad. La totalidad que forman es siempre incompleta, escindida, abierta. Entre mi cuerpo y el mundo hay comunidad, pero esta comunidad no adquiere un ser positivo y su manifestación consiste más que en una garantía de la identidad y lugar de los términos relacionados en su relativización y problematización. Lo que mundo y subjetividad tienen en común es lo mismo que les hurta la plenitud ontológica, lo que los empuja permanentemente a buscar en el otro su propia verdad sin jamás poder encontrar respuesta definitiva. El mundo se revela por la subjetividad, pero por una subjetividad que está entreverada en el mundo, en un mundo que a la vez es subjetivo, etc. No hay punto final, y la filosofía es la sabia constatación de este proceso interminable, de esta circularidad o reversibilidad permanentes. Pero en este continuo ir y venir algo se alcanza, algo se logra. Las cosas adquieren cierta estabilidad; el mundo, horizonte de los horizontes, no se diluye tras la multiplicidad de las perspectivas; la temporalidad no se disuelve en la fugacidad de los momentos. Nuestra existencia puede sobreponerse y proyectarse, recogerse, darse una memoria y un entorno propio. La zozobra se atenúa pero no se elimina. La búsqueda produce ciertos anclajes, ciertos puntos de referencia, pero su provisionalidad sigue siendo irresoluble, el proceso continúa…
Éste es el sentido de la filosofía del quiasmo. Un pensamiento estricto de las relaciones, que nos enseña a verlas, a no quedarnos en los términos estáticos y definidos, que nos invita a mantenernos en la «relacionalidad» en cuanto tal. Es un pensamiento que evita positivizar las relaciones, convertirlas en estructuras conceptuales o simbólicas, fórmulas con las que el entendimiento dominaría el mundo. Pensar, aprehender el ser de la relación como tal, es la tarea filosófica. Aquello que sólo la filosofía puede hacer: ir y venir y volver. Estos movimientos son los que vamos a exponer, a perseguir en el modo que Merleau-Ponty da cuenta de ellos.

A. LA SUBJETIVIDAD CORPORAL

1. El ser de la corporalidad

Comenzamos por el cuerpo. La filosofía de Merleau-Ponty es ante todo una filosofía del cuerpo, de la realidad corporal de la subjetividad. Es decir, y es importante aclararlo desde el principio, no se trata de una teoría objetiva del cuerpo humano, de una ciencia de la corporalidad en tanto hecho físico-biológico. Se trata de una reflexión sobre el cuerpo en tanto realidad concreta de la subjetividad, del cuerpo como elemento de la vida de la conciencia, del cuerpo vivido. En todo momento Merleau-Ponty insistirá en la originalidad ontológica de nuestro cuerpo, en la necesidad de elaborar un pensamiento adecuado, capaz de respetar la singularidad de este ser que llevamos tanto como nos lleva, que, más que tener, somos.
En principio, mi cuerpo es irreductible al ser «en sí» objetivo o al ser «para sí» subjetivo, a la materia o a la conciencia. La ambigüedad es su característica ontológica primordial. Ahora bien, de lo que se trata, según Merleau-Ponty, es de pensar rigurosamente la ambigüedad de este ser, el ser de esta ambigüedad. Esto es, no se trata simplemente de decir que el cuerpo es un poco objetivo y un poco subjetivo, un poco material y un poco espiritual. Tampoco se trata meramente de reconocer en él un objeto con ciertas propiedades «extrañas» que, finalmente, en nada modificarían nuestra concepción de las cosas. La psicología clásica reconocía, señala Merleau-Ponty, que el cuerpo era un objeto especial, porque, por ejemplo, a diferencia de otros objetos del mundo se percibe constantemente. Pero, ¿no es ésta una diferencia radical?, ¿no implica que no es un «objeto»? Decir que mi cuerpo siempre está cerca de mí, «siempre ahí para mí, equivale a decir que nunca está verdaderamente delante de mí, que no puedo desplegarlo bajo mi mirada, que se queda al margen de todas mis percepciones, que está conmigo».1 El cuerpo no es un objeto como cualquier otro, no es realmente un objeto. Evidentemente, tampoco podemos decir que sea «sujeto», es decir, «conciencia», «espíritu». ¿Qué es entonces? En principio, se trataría de pensar una nueva forma de ser, una tercera forma de realidad que es más que la suma de las dos formas establecidas y reconocidas, que señala una zona de ser irreductible e incluso originaria. Ésta es la del ser fenomenológico, la forma del ser vivencial, carnal o sensible. Nuestra corporalidad nos abre el camino a este tercer reino del Ser.
Merleau-Ponty determina su concepción de la corporalidad refutando la tesis objetivista, sostenida ya de manera abierta y directa por las concepciones realistas o ya de manera indirecta y dogmática por las idealistas.2 La metafísica clásica realista e idealista solamente podía pensar el ser de la corporalidad como cosa (objeto) y en los términos en que se concibe la existencia de las cosas, según una relación de partes extra partes, esto es, según un principio de exterioridad y causalidad. No hay manera de encajar en tal concepción los rasgos específicos y originales del cuerpo vivido, del cuerpo como totalidad viviente activa y abierta, del cuerpo como cuerpo mío, como cuerpo subjetivado. Para el fenomenólogo francés el cuerpo no es un ser meramente objetivo, una realidad natural, físico-material, esto es, un ente inerte cuya realidad fuera el mero resultado de una acción causal exterior. En tanto totalidad viviente y práctica, mi cuerpo se precede a sus partes y se antedata a sus causas. Las supuestas causas o razones exteriores de la acción corporal —las cualidades sensibles, las determinaciones espaciales de lo percibido, etc.— han de ser concebidas mejor como expresiones de la manera como el cuerpo activo «va al encuentro de unas estimulaciones»3 y se remite a ellas. Toda la teoría clásica del reflejo que opera con el supuesto de un reflejante inerte, ajeno y exterior a lo reflejado se pone en cuestión. Lo que esa teoría no comprende es la corporalidad en tanto praxis intencional, el cuerpo en tanto humano, en tanto subjetividad; es decir, en tanto ser envuelto por una intención y capaz no sólo de actualizarla sino de generarla y de darle realidad. El cuerpo como abertura al mundo, como medio de relación, no posee estrictamente un ser, una realidad dada y terminada. Él es un devenir que se relaciona con fuerzas e intensidades y no con estímulos o cosas. Pero, a su vez, tampoco es un no-ser o un ser menor que todo se lo debiera a lo exterior, puesto que, desde la perspectiva de la acción corporal, «lo exterior» ya no vale como una masa plena y compacta de objetividad. Lo exterior está afectado por mi propio ser corporal.
El cuerpo es inaprehensible si lo consideramos una cosa inerte e insular, pues su ser mismo es la actividad, el movimiento de exteriorización, el intercambio o Ineinander cuerpo-cosas. Es el simbolismo original: las cosas expresando al cuerpo y él a las cosas, formando ambos una totalidad o un sistema de interactuación abierta y...

Índice

  1. Portada
  2. Nota del autor
  3. Presentación
  4. Abreviaturas
  5. Introducción
  6. I. La lectura filosófica como percepción
  7. II. Quiasmo y filosofía
  8. III. El quiasmo ontológico
  9. IV. El quiasmo semiótico
  10. V. La carne y el espíritu
  11. Bibliografía
  12. Índice