La escritura enjuiciada
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La escritura enjuiciada

Una antología general

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La escritura enjuiciada

Una antología general

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La antología recoge algunos de los textos más representativos de Heriberto Frías, en los que plasmó, siempre conservando su particular estilo de denuncia, los más atroces episodios de nuestra historia.

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Información

Año
2016
ISBN
9786071644213

NOVELISTA DE LA REVOLUCIÓN

¿ÁGUILA O SOL?
Novela histórica mexicana*

Dedico la novela histórica
¿Águila o sol?
a la mujer mexicana
Porque el autor condensó en este libro el dilema íntimo de su vieja vida borrascosa, salvada muchas veces del cadalso político, de la cárcel, de la emboscada mortal y del vicio por la mujer mexicana, y porque ese dilema refleja la angustiosa interrogación de su patria, que debe ser salvada también por la mujer mexicana.
Porque la mujer mexicana incubó la Revolución desde la primera etapa de la guerra de Independencia.
Porque el sentimiento popular, al comprobar por fin que sin las primeras criollas, mestizas e indias ni el cura mexicano (Hidalgo), ni el soldado mexicano (Allende), ni El Pensador Mexicano (Fernández de Lizardi) hubieran iniciado y sostenido la guerra santa, la ha erigido como reina en los festivales conmemorativos de septiembre, entre cuyo esplendor se alza el tradicional volado de “¿águila o sol?”
Porque ella ha sufrido y sufre, más que el mexicano, los dolores y las miserias de su raza, de su patria y de su hogar. Porque ella, como madre, hermana, compañera o hija del combatiente, le anima, le consuela, le inspira, le purifica y le perdona.
Porque si el mexicano tiene los vicios ancestrales de las dos razas de que deriva, la mexicana se aquilata con las ancestrales virtudes de esas dos mismas razas.
Porque las ventajas del progreso y de la Revolución han sido todas en favor del hombre, incluso la de morir sin dolor, ora en el combate, ora en el albazo, ya en el patíbulo, y porque la mexicana ha soportado todas las desventajas, sin alcanzarle en plenitud todavía ni la justicia política, ni la justicia económica, ni la justicia educacional.
Porque si en lo pasado fue núcleo del hogar y del dolor mexicano, conservador, neutral o revolucionario, no contagiada por el vicio, la ambición, la venganza y el lucro que han solido convertir en forajidos a tantos héroes de tantos bandos políticos, en lo porvenir será vaso y molde de las nuevas generaciones mexicanas, con su amor, su piedad y su espíritu de paz y de perdón.
Porque si algunas veces el mexicano ha querido y quiere ser águila de rapiña y de combate, ella es sol de justicia y de paz.
Porque si el hombre es cerebro ambicioso y garra cruel, la mujer es corazón piadoso y mano consoladora.
Precisamente porque la mujer mexicana ha sido siempre esclava, desde las tortilleras de los jacales y las soldaderas de los cuarteles, hasta las esposas de los caudillos militares y políticos, y de los grandes directores intelectuales y financieros, ha logrado, inconsciente o conscientemente, esa carne y ese espíritu de amor y de sacrificio, reprimir, atenuar y rectificar un poco, con alma de conciliación y de perdón, la voracidad, la rapacidad, la crueldad y el desenfreno de sus amos y señores. El cristianismo, la revolución más trascendental, lo insinuaron los descalzos y vagabundos discípulos de Jesús en las esclavas de los esclavos y siervas de los legionarios romanos y de los caudillos bárbaros y de los emperadores bizantinos, hasta que, conforme al ritmo histórico y evangélico, los de abajo llegaron a ser los de arriba y los últimos los primeros. Ello fue, es y será, no sin guerra, sin sangre, sin dolor; mas no sin que la mujer ponga bálsamo en las heridas, rosas en los sepulcros, treguas en los combates, descanso en las fatigas, certidumbre en las dudas y luz de alegría en vencidos y vencedores que fraternicen después del combate en las tinieblas de los campos de batalla.

* México, Imprenta Franco-mexicana, 1923.
Dedico también este libro al publicista mexicano
Porque únicamente la educación desvanecerá las sombras, espejismos, vicios, supersticiones y rutinas que obscurecen, embriagan y agobian a la mujer mexicana y al trabajador mexicano de la urbe y del campo.
Y el publicista será en esencia el héroe futuro: el educador, el divulgador de las verdades útiles, buenas y bellas, capaz de sufrirlo todo para conocerlo todo, capaz de arder para iluminar.
Porque el maestro, el profesional, el caudillo, el jefe del partido político social o municipal, el diputado, el senador, el ministro o presidente que no haya sido o sepa ser en la ocasión un buen periodista, carecerá de la facultad expresiva exteriorizadora y, por lo tanto, pueden frustrar el éxito de la función especial que ejerzan. Si el tal es periodista, será valeroso y apto para hacer públicas, en bien de todos, sus ideas, sus intenciones y la interpretación que da a los hechos. De modo que la expresión de sus pensamientos propugna el mal y defiende lo que él cree justo, útil y necesario, corrigiendo la prensa con la prensa, rectificando la historia en lo pasado, escribiéndola, comentándola y aun haciéndola en lo presente y preparándola para lo futuro.
Aparecen inconcebibles un buen estadista, un buen economista, un buen abogado, un buen médico, un buen ingeniero, un buen diplomático o un buen cónsul, si no son capaces de dar expresión clara y concreta a sus pensamientos y actos por medio de la frase escrita que deba ser multiplicada por los periódicos, folletos y libros del momento actual.
Nuestros grandes presidentes, Juárez, Lerdo de Tejada y Madero, fueron publicistas. Casi todos sus ministros lo fueron también. Casi todos los presidentes de la Unión Norteamericana fueron periodistas, especialmente en estos últimos tiempos el demócrata Wilson y el republicano Harding.
El funcionario público, pedagogo o general, desde el maestro rural hasta el ministro, deben ser aptos para la función periodística intensamente divulgadora de la idea, del sentimiento y de la acción, que cuando se inspiran en la verdad, en la justicia y en el amor, tres formas de la belleza, son verbo del sol creador y renovador: palabra de Dios.
Arquetipo de noble mujer mexicana es la heroína luminosa y fecunda de un caos de dramas observados y sentidos, en el México de hace veinte años, por un pobre diablo de viejo periodista, de aquellos antiguos modestos precursores de la gran prensa nacional de hoy.
En el fondo del escenario se alza el alba roja de la Revolución.
Por eso este es un libro hecho sólo con recuerdos míos que suman una gran esperanza de luz sobre la raza, sobre la patria y sobre el hogar de la mujer mexicana y del publicista mexicano.
HERIBERTO FRÍAS

CAPÍTULO I
La leperita canora
del barrio de la India Triste

Fue un escándalo en toda la señorial villa la rapaza incansable en el trabajar, en el correr y en el cantar. Peregrina muchacha aquella que atravesaba Mixtlán de extremo a extremo como un pajarito, siempre trinando, repitiendo todas las canciones y tonadas que oía lo mismo en las ventanas de las casas grandes de las familias ricas, a donde llevaba los platones de dulces y las canastas con frutas de la cocina y de la huerta de las Tías Cajetas, que en los jacales de los rancheros y de los indios del contorno, de donde traía elotes y gallinas.
Extraña lloroncita que cantar solía hasta bajo los toldos de petate y trapos de los puestos de chimole, pulque y mezcal, en las zarabandas de las borracheras, los lunes y días festivos.
Aunque al principio no iba a la escuela, porque en la única que existía no la admitían por traviesa y curiosa, ni a la doctrina, pues sus tías y el cura de la Parroquia Chica le enseñaban las primeras letras y la cristianizaban con éxito pasmoso, escapaba, a eso de las cinco, a las calles donde se reunían los granujillas de los barrios pobres, y sobre éstos imponía la picaruela el dominio de su gracia altiva y burlona y el ímpetu de su iniciativa victoriosa. Su personalidad alzaba un alto prestigio sobre la masa que la reconocía como su dominadora dulce. Jugaba con ellos a los soldados: los acaudillaba. Apedreaba, a mano limpia o con honda, las tapias del establo del gringo hereje; apostaba carreras, y aun en ellas era corredora; trepaba a los árboles donde improvisaba columpios; robaba la fruta del “cercado ajeno” —jamás del propio— y, finalmente, les contaba cuentos y les cantaba canciones tristes con emoción tal, que lloraba y hacía llorar tanto y tan bien, sin dejar de reír o sonreír, que la chiquillada astrosa y peladuzca le proclamó su reina.
El ruinoso caserón de las Cajetas, coronado por la verde cimera de un ciprés puntiagudo entre dos enormes y redondos fresnos, sugería a toda el alma compleja de Mixtlán —ricos señores Águilas, gente decente, catrines rotos, obreros pelados, tropa y hasta indiada ranchera— la visión jubilosa de la Llorona Alegre y el perenne cántico del cenzontle popular. Aquella dominante y destartalada casa, codiciada por su huerta, convertida en jaula y trofeo, por cuya propiedad las cuatro familias principales mixtlecas reñían, agravándose sus viejos odios, envidias y rivalidades, tenía el prestigio de un símbolo con su niña Gaudelia —sol de alegría— y su verde y alto penacho en el que levantábase al cielo, como índice de última apelación, el rígido ciprés de muerte y esperanza.
Trepaba alígera y canora en la rama máxima del fresno más alto y contemplaba el alargado cientopiés que simulaba el caserío de Mixtlán.
El cerrito de la India Triste, barrio de obreros y de indios, con el caserón en lo alto, formaba la cabeza. Seguía el tronco, hinchado como vientre lleno, la plazuela de las Siete Esquinas, bullicioso y sucio, hediondo a pulque, fritangas y mezcal, foro y feria del peladaje obrero y minero, de la soldadesca y de la indiada. Continuaba el tronco del reptil por las calles de los catrines rotos —los decentes pobres— y los comerciantes extranjeros, constituyendo la llamada Avenida de San Francisco. Llegaba al cuadrilátero de la Plaza de Armas, vetustos portales, feo Palacio Municipal y enorme y desabrida parroquia, centro de las autoridades política, eclesiástica y plutocrática. Extendíase por la calleja que flanqueaba la Alameda, y, por fin, remataba la punta de su cola en la mísera caseta de la Estación del Ferrocarril Regional, rodeada de un halo de figones, tendajos y pulquerías improvisados al aire libre con viejos tejamaniles y petates.
A un flanco del cientopiés mixtleco roncaba perennemente la Fábrica de Hilados y Tejidos, arrullando sus largas filas de chaparras accesorias en que vegetaban las familias de sus pelados obreros; y al otro flanco, simétricamente opuesto en una planicie fresca y verde, regada por el agua que había movido las turbinas de la fábrica, levantábanse el Establo Modelo de Mr. Hanssen, bucólico, con su olor a leche y su mugir de vacas, con su jardín al frente, y los caprichosos castillejos y palacetes de la ciudad gringa.
Todo el cuerpo de la alargada urbe adormilada por el lema de su jefe político, “poca tinta y mucho pulque”, estaba erizado por las cúpulas y torrecillas de sus catorce iglesias entre las que dominaba, como una reina de ajedrez coronada por una cruz, la torre churrigueresca, embadurnada de azul, de la Parroquia Grande.
Las Tías Cajetas adoraban a la pícara Gaudelia, no atreviéndose a ponerla en riguroso encierro sino muy raras veces, y ello vanamente, pues burlaba el castigo saltando las tapias de la huerta o trepando a los árboles como un...

Índice

  1. Estudio preliminar
  2. Advertencia editorial
  3. Agradecimientos
  4. Poeta maldito
  5. Militar romántico
  6. Amante del folclor
  7. Cronista del pueblo
  8. El otro Frías
  9. Historiador Del Ejército
  10. Periodista de combate
  11. Novelista del siglo XIXBiógrafo del Porfiriato
  12. Novelista de la Revolución
  13. Ensayos críticos
  14. Cronología
  15. Índice de nombres