Después de la crisis
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Después de la crisis

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Información del libro

Ensayo del sociólogo francés, Alain Touraine, en que explica la crisis económica como el resultado de la incompatibilidad entre las reglas de convivencia creadas por el sistema capitalista y las tradiciones propias de una cultura. El autor ve en la actual coyuntura financiera una oportunidad para replantear las formas de producción y hacerlas más acordes a las necesidades ecológicas y humanas.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071617590
Categoría
Sociología

Segunda parte

La sociedad posible

VI. La hipótesis

A SIMPLE vista, la evolución a largo plazo de una sociedad y la de una crisis económica no tienen mucha relación entre sí, ya que la crisis actual, como tantas otras, tiene causas financieras que obedecen a un exceso de liquidez, a la creación de créditos que sobrepasan los bienes reales sobre los que se apoyan y al desarrollo en masa de «productos derivados» no controlados. Sobre este fondo de búsqueda pura de las ganancias, la crisis de las hipotecas subprime, además de la quiebra de un gran banco neoyorquino, tuvo consecuencias catastróficas sobre el conjunto de la economía.
La crisis económica, por lo demás, fue un obstáculo para la formación de una nueva sociedad, de nuevos actores económicos y de las relaciones entre ambos. Desde este punto de vista, la crisis no puede definirse como una falla de la sociedad capitalista; debe comenzarse por reconocer que destruye a la sociedad dondequiera que estalle.
Una gran crisis financiera y económica, como la de 1929 o ésta que estamos viviendo, entierra a los actores, sus conflictos y todas las formas de mediación y de arbitraje. Quienes dirigen el sistema financiero sólo en su interés propio, que se opone igualmente tanto al de las empresas, en particular pequeñas y medianas, como a los intereses de los asalariados, se colocan en contra de la sociedad y de las instituciones, hasta el punto de actuar con frecuencia de manera ilegal al crear un enorme sector de private equity, que escapa del control público.
De hecho, tales financieros se salen del marco de la sociedad capitalista y entran en la ilegalidad del mismo modo que los cárteles de la droga o los contrabandistas de armas o de tabaco. Su acción se inscribe en la poderosa corriente del desarrollo actual de la economía ilegal. Nada de todo esto debería confundirse con una sociedad capitalista, como se define por lo común. El efecto social más importante de estas acciones salvajes es el importante y duradero crecimiento del desempleo, que se desplaza en el tiempo en relación con la crisis financiera, aunque tampoco se puede descartar la hipótesis de que ésta dé nuevos saltos.

Tres hipótesis falsas

Podemos imaginarnos cuatro hipótesis. La primera es el regreso al statu quo ante, o sea al business as usual. La segunda es un debilitamiento duradero de todos los actores sociales, e incluso del Estado, en una situación dominada por la desorganización económica. Estas dos hipótesis deben descartarse, dada la importancia de las inmensas pérdidas sufridas y de las intervenciones de los Estados. En cambio, los economistas y los observadores convienen con frecuencia en el fin de la hegemonía estadunidense, tanto por los compromisos militares aventureros de los Estados Unidos contra los países musulmanes, como, sobre todo, porque la mayor parte de su economía es administrada por quienes han alentado el sobreendeudamiento y la especulación, sin preocuparse por hacer avanzar la economía real.
La tercera hipótesis es aquella que puede llamarse la hipótesis Tocqueville, en la medida en que éste comprobó, al estudiar las causas económicas de la Revolución francesa, y al exponerlas en L’Ancien Régime et la Révolution (El Antiguo Régimen y la Revolución), que el reinado de Luis XVI fue el periodo más próspero de la vieja monarquía. Precisamente en esta mejora, en relación con la primera mitad del siglo XVIII, periodo de pesimismo y falto de perspectivas, Tocqueville observó una de las explicaciones principales de la Revolución. La recuperación general, debida a Turgot y a Necker, devolvió a los franceses la conciencia de que podían forjar su propio porvenir. Esta hipótesis puede reformularse hoy de la siguiente manera: cuando las economías occidentales se recuperan, y cuando algunas de las grandes economías emergentes empiezan a remontar sus debilidades, ¿no veremos desarrollarse aquí y allá movimientos reivindicativos fuertes al tiempo que proposiciones más positivas para la construcción de un nuevo tipo de vida social? Donde, como en los Estados Unidos, la desigualdad social ha aumentado e incluso ha estallado en el periodo 2000-2008, consecuencia sobre todo de la explosión de los ingresos más elevados, ¿puede evitarse un retroceso violento de la balanza? Incluso en los países donde el sindicalismo enmarca poco las reivindicaciones, ¿puede evitarse una explosión como las de Francia en 1936 o 1947-1948? Nadie puede descartar a priori esta posibilidad, aunque en el momento más violento de la crisis no ocurrió ninguna movilización de masas; sólo ciertos grupos obreros que se rebelaron contra el cierre de su empresa o ante su reubicación crearon focos de resistencia, pero esto sucedió antes de la generalización de la crisis. Es posible que, en tal o cual país, esta movilización se produjera en ocasión de una campaña presidencial. Pero aun en esta hipótesis los movimientos no consistieron en una presión económica, sino más bien en una agitación social que estaba lejos de favorecer la recomposición del sistema de actores. Después de tantos años de debilitamiento de los sindicatos y de las negociaciones colectivas, realmente es poco probable que se puedan reconstruir las relaciones sociales características de las sociedades industriales (incluyendo las postindustriales). Del mismo modo, la liberación de las empresas del dominio del capital financiero está lejos de pisar suelo seguro; el regreso a la época en que John K. Galbraith cantaba la victoria de los ejecutivos es muy poco probable.
Estas tres hipótesis se complacen en contemplar situaciones complejas y móviles, pero ninguna cree en la reconstrucción de las sociedades industriales, con sus objetivos productivistas apoyados en nuevas tecnologías, papel central que otorgan a las grandes empresas, a los sindicatos reconstruidos y a los nuevos métodos de las negociaciones colectivas.

De la tercera a la cuarta hipótesis

Sería injusto, y aun irresponsable, llegar a la conclusión a priori de la imposibilidad de regular los cambios financieros, aunque sea cierto que éstos, dentro del sistema mundial, se han vuelto más importantes que los que intervienen entre el sistema financiero y el sistema económico. En su último libro, Penser la crise (Pensar la crisis, París, Fayard, 2010), Élie Cohen estudia con detalle las proposiciones generalmente presentadas para remontar la crisis y las soluciones que se plantean con más frecuencia.
Se ha hecho un buen número de proposiciones para mejorar el funcionamiento de las agencias calificadoras y, en un nivel más general, se han sugerido otras más, en particular por determinadas autoridades británicas (y aquí debe mencionarse a Adair Turner, director de la Financial Service Authority), en la perspectiva de que se instaurara una especie de tasa Tobin que incida en las transacciones. Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra al que siguieron otros especialistas, propone por su lado una separación de las diversas funciones de los bancos, en particular del banco de primer piso y de la banca de inversión. Otros más proponen que se proceda a un desmantelamiento más adelantado, al distinguir cuatro tipos de estructuras: banco de primer piso, banco de mercado, asset management y seguros (Cohen, 2010, p. 335), lo cual choca por lo demás con la objeción de que son los bancos generales los que mejor resistieron durante la crisis.
Sea lo que fuere, si se lograron progresos, si la FED (y también el Banco Central Europeo) han desempeñado un papel decisivo, y si el Estado norteamericano, apoyado por ciertos Estados europeos, impidió que la crisis del sistema explotara después de la caída de Lehman Brothers, es difícil creer que se disponga hoy de los instrumentos de regulación que cada país, con los Estados Unidos a la cabeza, y toda la economía mundial necesita.
Lo que nos lleva de nuevo a los problemas más graves que conoce la economía mundial, y por lo tanto muy lejos de las primas exorbitantes recibidas por los traders y por los dirigentes de los hedge funds.
Recordemos que el problema más importante al que debe enfrentarse la economía mundial es la ausencia de ahorro y el enorme endeudamiento de los Estados Unidos, que alientan la política ante todo exportadora de China, de Alemania y, a pesar de su larga crisis, de Japón. Política que tropieza, pues impide el mejoramiento del nivel de vida de poblaciones considerables. Pero ¿no es tautológico criticar a las grandes políticas económicas, cuyas víctimas principales son aquellas más pobres, y buscar poner fin al poder excesivo de la economía financiera, ya que ésta proviene de liquideces demasiado abundantes y de la búsqueda de la ganancia pura, sin efecto económico positivo?
Sin dejar de lado la utilidad de los análisis financieros, o incluso de los que con más propiedad son económicos, es preciso ir más lejos.
Una crisis tan grave como la que vivimos no puede tratarse fuera del análisis de las transformaciones económicas que inducen desequilibrios, debilitan a unos y enriquecen a otros. Esta crisis, de la que es necesario recordar que se remonta a fines del siglo XX, ¿puede comprenderse sin que se tome en consideración la transformación de la actividad económica? Mientras el sistema de Bretton Woods funcionó, es decir, mientras duró la recuperación de la economía mundial después de la debacle provocada por la primera Guerra Mundial y los regímenes totalitarios, el mundo conoció un nuevo impulso industrial gracias a los planes quinquenales, la difusión del fordismo y la automatización. A su vez, los cambios tecnológicos acelerados, y sobre todo el crecimiento de los intercambios mundiales, crearon nuevos espacios que ha aprovechado el sistema financiero con fines no económicos. ¿Habrá sucedido esto en una sociedad todavía dominada por las grandes empresas industriales? Fue una sorpresa ver que General Motors y Chrysler dependían del Estado para sobrevivir, al igual que Citibank, varias veces salvado de la quiebra.
El periodo por el cual evolucionamos hoy es difícil de calificar desde el punto de vista de la actividad que se despliega en él. La industria ve reducida su importancia en los países más avanzados, con excepción de Alemania, que comparte todavía con China el primer lugar en las exportaciones industriales mundiales, aunque sabemos que la expresión «sociedad postindustrial» es engañosa.
La mejor manera de enfocar la situación actual, en definitiva, es decir que marca la completa separación entre el mundo económico, cada vez más globalizado, y el mundo social, este último en gran parte destruido por dicha separación, ya que la organización interna de una sociedad está ligada normalmente a la acción «exterior» de ésta, es decir a su trabajo, a su producción y al conjunto de su actividad económica. Frente a la masa impresionante (y amenazadora a la vez) de la economía globalizada, el mundo de las instituciones sociales no encuentra ni función ni coherencia interna. Es un universo de dudas y de confusión y ya no de normas. La importancia del momento radica en que esta ruptura entre el mundo económico y el mundo social es a la vez normal y patológica. Es normal porque marca el fin de una profunda transformación de las economías en las que economía, sociedad y política estaban íntimamente ligadas. Es patológica porque la crisis quiebra los elementos que se separaron y pone obstáculos a la creación de nuevas formas de organización social. La crisis de ninguna manera podrá poner un término a las transformaciones de la vida económica, sino que constituye un obstáculo difícil de superar para todos los esfuerzos de reconstrucción de la vida social, y más aun cuando éstos encuentran sus raíces fuera de la vida social, por encima de ella, como es el caso (también) para la economía globalizada.
Este doble sentido —normal y patológico— de la ruptura entre el mundo económico y el mundo social constituye el punto de partida obligatorio de todo análisis sobre el más allá de la crisis, sobre los futuros a los que ésta nos empuja.
Estos análisis, aunque estén llenos de sentido, no responden a los problemas inmediatos que nos amenazan, pero deben incitarnos a dirigir nuestra vista más lejos y a renovar el gesto que hicimos a finales del periodo de recuperación industrial de la posguerra: indicar un nuevo tipo de sociedad, en su globalidad.

La cuarta hipótesis

De hecho, nos encontramos enfrentados a dos futuros posibles, y uno y otro marcan una ruptura con el pasado. Uno de ellos es desesperante, el otro aporta nuevas esperanzas. Por definición, ninguno de los dos es seguro. Podemos caer de nuevo o podemos levantarnos.
a) El futuro negro
A principios de 2010, la recuperación de los bancos, una ligera mejoría del comercio internacional e incluso, en determinados países, un principio de regreso al crecimiento —a decir verdad muy limitado y sin que lograra hacer descender el desempleo (salvo en Canadá)—, hizo que algunos pensaran que el mundo occidental, europeo y estadunidense, era capaz de salir de la crisis. Optimismo sin fundamento, pues en ese momento se anunciaba ya una segunda crisis. En 2009, se ha dicho, los Estados eran intervenidos para limitar la crisis que había alcanzado la cima en 2008; lo cual fue útil, pero sufrió dos consecuencias cada vez más difíciles de soportar. La primera fue el aumento del déficit presupuestal de los Estados, lo que hizo que se olvidaran los compromisos tomados en virtud del pacto de seguridad para limitar ese déficit a menos de 3% del producto nacional bruto (PNB). El Reino Unido y Grecia alcanzaron 11%; Francia anunció para 2010 un déficit de 8%. La segunda consecuencia fue el aumento del endeudamiento público, que en ciertos países llegó a sobrepasar 100% del PNB.
Ante estas amenazas, los gobiernos difícilmente podían incrementar los gastos del Estado con aumentos de los impuestos, ya que esto habría desencadenado una tercera crisis de crecimiento. Las medidas que se han tomado en Francia, como la no renovación de la mitad de los funcionarios que pasan al retiro, provocan violentas protestas, en particular entre los maestros y el personal de salud. Sólo Alemania permaneció sólida, aunque debido a que escogió contener los salarios reales para acrecentar sus exportaciones, con frecuencia a expensas de sus vecinos y sobre todo de Francia, que, después de haber anunciado por largo tiempo un importante excedente de las exportaciones, se hundió en un profundo déficit comercial.
La gravedad y la fragilidad de la situación condujeron al estallido de una nueva crisis en Grecia y a la formación de graves amenazas contra muchos otros países.
La situación de Grecia fue particular. Había dado a Bruselas cifras manipuladas que subestimaban con mucho su caída; la corrupción le era consustancial y, como en tantos otros países de Europa, los ingresos del turismo, esenciales para su equilibrio, disminuyeron desde 2007. Las agencias calificadoras precipitaron la crisis al bajar la calificación de Grecia, al igual que la de Portugal y España, obligando a estos países a endeudarse a tasas cada vez más elevadas. Grecia casi cae en el abismo, hasta ...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Presentación
  4. Primera parte. Las crisis en contexto
  5. Segunda parte. La sociedad posible
  6. Conclusiones
  7. Resumen
  8. Referencias bibliográficas
  9. Agradecimientos