La vida en los desiertos mexicanos
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La vida en los desiertos mexicanos

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La vida en los desiertos mexicanos

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Esta obra habla sobre los aspectos históricos, demográficos, biológicos y climáticos de los desiertos de Chihuahua y Sonora; desde su formación geológica hasta sus primeros habitantes humanos, así como su flora y fauna actuales. También toca el tema del comercio clandestino de cactáceas y animales propios del desierto y la manera en que esto afecta la frágil biodiversidad de los ecosistemas.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071613806

III. Desiertos de México

COMO ADELANTAMOS YA, en Norteamérica existen cuatro grandes regiones desérticas: los desiertos de la Gran Cuenca, Mojave, Sonorense y Chihuahuense. Desde un punto de vista geográfico, estas regiones, que forman un extenso corredor árido, se ubican desde el sureste de Oregon, Estados Unidos, hasta los estados mexicanos de Guanajuato, Querétaro e Hidalgo (véase la figura III.1). Es difícil definir la configuración de cada región, así como sus fronteras internas; de hecho, existen áreas de transición en las zonas donde hacen contacto.
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FIGURA III.1. Principales regiones desérticas de Norteamérica

III.1 GENERALIDADES SOBRE LOS DESIERTOS DE NORTEAMÉRICA

Según el esquema de clasificación de la UNESCO (1977), cerca de 55% del territorio de los desiertos de Norteamérica es semiárido, 40% árido, y el 5% restante hiperárido (MacMahon, 1979).
Respecto de la altitud, el piso de los valles desérticos se ubica desde el nivel del mar hasta alrededor de 1500 metros en la Gran Cuenca y 2 100 metros en partes de la porción sur del Chihuahuense. En el Desierto Sonorense, los valles son de baja altitud, y su elevación casi nunca excede los 650 metros sobre el nivel del mar (msnm). Más aún, el Valle de la Muerte y el Mar de Salton, en el Desierto de Mojave, se ubican a 86 y 71.7 metros por debajo del nivel del mar, respectivamente (MacMahon, 1979).
Un rasgo fisiográfico común en los desiertos norteamericanos es la existencia de abanicos aluviales, también llamados bajadas: segmentos de terreno en las laderas de los cerros con forma de abanico, que suelen terminar en las porciones planas de los valles. Éstos se forman por la acumulación de materiales de diversa textura, producto de la erosión y de la intemperización, que la lluvia acarrea. Los componentes de mayor tamaño, como las gravas, se acumulan en las partes altas y medias del abanico, mientras que las partículas más finas, como las arenas o el limo, se depositan en su base y en los valles. Este hecho es de suma importancia biológica, pues el gradiente de texturas que se forma en los abanicos aluviales establece condiciones edáficas diferenciales que permiten el establecimiento de organismos diversos. Los cambios sutiles en la textura del suelo se reflejan en variaciones de su capacidad para absorber y retener el agua producida por la precipitación. Entonces, en respuesta a este gradiente de condiciones edáficas, las plantas se comportan de manera específica; algunas especies tienden a establecerse en suelos finos y profundos, donde son capaces de retener mayor cantidad de humedad, mientras que otras están bien adaptadas en suelos pedregosos, en donde puede acentuarse el estrés por falta de humedad. En consecuencia, no es difícil deducir que la heterogeneidad edáfica de los abanicos aluviales contribuye a incrementar la biodiversidad en una escala local.
Respecto del clima, los cuatro grandes desiertos de Norteamérica tienen diferencias fundamentales. La Gran Cuenca, el desierto más septentrional, es considerado frío por recibir la mayor parte de su precipitación en invierno, en forma de nieve. Los otros tres son desiertos cálidos, pues la mayor parte de su exigua precipitación cae en forma de lluvia; el Desierto de Mojave recibe lluvias sobre todo en el invierno (de noviembre a abril); el Chihuahuense, en el verano (de mayo a octubre); y el Sonorense se beneficia por lluvias de invierno o de verano, según la región.
En términos generales, los patrones de temperatura se corresponden con los gradientes de latitud y altitud. La máxima temperatura (57° C) se registró en el Valle de la Muerte, California (MacMahon, 1979). En lo que concierne a las temperaturas mínimas, la Gran Cuenca por lo general resiente en el invierno varios días sucesivos con temperaturas por debajo de 0° C. En contraste, los desiertos cálidos tienen inviernos más benignos, con una frecuencia baja de heladas; sin embargo, todas las regiones desérticas de Norteamérica están sometidas a eventos de bajas temperaturas en el invierno, al menos de manera esporádica.
Un ejemplo relativamente reciente es el de una fuerte helada en el invierno de 1997 que afectó una amplia extensión al sur del Desierto Chihuahuense. Con el fin de ilustrar este fenómeno, la figura III.2 muestra la variación de las temperaturas máximas y mínimas diarias registradas en una estación meteorológica del norte de San Luis Potosí, durante diciembre de 1997. Las curvas indican con claridad que las temperaturas máximas se mantuvieron entre 0° C y −2° C durante más de 24 horas, y las mínimas se sostuvieron por debajo de 0° C por cinco días, para descender hasta −7°C. El inusual descenso de la temperatura en esta región por un periodo tan prolongado provocó altos índices de mortalidad en varias especies de cactáceas arbustivas. Por ejemplo, en la región de Pozas de Santa Ana, al norte de San Luis Potosí, se registró un alto índice de mortalidad o daño parcial en los individuos del garambullo (Myrtillocactus geometrizans). De igual manera, esta severa helada provocó un daño muy acentuado en las nopaleras de extensas zonas de San Luis Potosí y Zacatecas.
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FIGURA III.2. Variación de las temperaturas máximas y mínimas diarias durante diciembre de 1997, en Charcas, San Luis Potosí (23° 8 lat. N, 101° 07 long. W; altitud, 2 030 msnm). Fuente: Servicio Meteorológico Nacional

III.1.1 Vegetación

En el paisaje de los desiertos de Norteamérica, el horizonte es amplio y generoso. Esto se debe a la existencia de enormes extensiones relativamente planas, a la usual carencia de nubosidad y a lo bajo de la vegetación. Con un paisaje casi monocromático y a primera vista monótono, la mayor parte de los desiertos de Norteamérica está cubierta por asociaciones vegetales de tipo matorral, con frecuencia dominados por arbustos bajos, por lo general de menos de un metro de altura. Desde luego, dentro de cada región desértica varían la dominancia y composición de las especies de acuerdo con las condiciones locales del clima y del suelo.
En algunas regiones, además de los arbustos bajos, existen zonas en donde destacan especies de talla mayor. En partes del Desierto Sonorense, por ejemplo, son visibles las asociaciones vegetales dominadas por cactáceas columnares, como el saguaro (Carnegiea gigantea), el cardón (Pachycereus pringlei), el pitayo dulce (Stenocereus thurberi) y la sinita (Pachycereus schottii), así como por otras especies, como el palo verde (Parkinsonia), el palo fierro (Olneya tesota) y el mezquite (Prosopis). En el Chihuahuense, en cambio, son característicos los izotales formados por diferentes especies de Yucca, los mezquitales de Prosopis y las nopaleras producto de la concurrencia de varias especies de Opuntia que llegan a adquirir estaturas de varios metros de altura. En el desierto de Mojave, por su parte, los arbustos altos o las especies arborescentes están esencialmente ausentes, salvo la Yucca brevifolia, que en Estados Unidos se conoce como joshua tree, especie indicadora de altitudes elevadas de este desierto. Por último, en la Gran Cuenca, a consecuencia de lo severo del clima invernal, la variedad de formas de vida, así como la biodiversidad, es mucho más baja que en los otros desiertos. Aquí el paisaje no incluye arbustos altos, y en vastas extensiones de terreno predominan arbustos bajos pertenecientes a los géneros Artemisia y Atriplex, además de varias especies de pastos.

III.1.2 La gobernadora

Un hecho notable en los tres desiertos cálidos de Norteamérica es la casi omnipresencia de Larrea tridentata, conocida en México como gobernadora (véase la figura III.3). Como su nombre común lo sugiere, esta especie es extraordinariamente abundante en las tres regiones y suele ser la especie dominante en las amplias planicies aluviales, a menudo a lo largo de extensiones de cientos de kilómetros (Campos et al., 1979).
Existen numerosas evidencias de que la gobernadora se originó en los desiertos sudamericanos, desde donde se dispersó a Norteamérica, quizá durante los últimos 11000 años. En los desiertos de Sudamérica existen cinco especies pertenecientes al género Larrea, y es posible que la especie norteamericana (L. tridentata) se derivase a partir de un evento de migración de la especie sudamericana L. divaricata. Sin embargo, todavía no existe una explicación convincente de la dispersión de esa especie desde los desiertos de Sudamérica hasta Norteamérica, a través de una franja de más de siete mil kilómetros de tierras mucho más húmedas.
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FIGURA III.3. La gobernadora (Larrea tridentata) está entre las especies de plantas más abundantes y con mayor área de distribución en Norteamérica
La gobernadora es una de las plantas más abundantes en los tres desiertos norteamericanos mencionados, y también una de las más longevas. Su adaptabilidad para establecerse en diferentes tipos de suelos, incluso terrenos degradados, es enorme. Asimismo, se ha adaptado a los regímenes climáticos diversos, propios de los desiertos en donde habita (p. ej., lluvias de invierno o de verano). Además, es una de las especies más tolerantes a la sequía en Norteamérica. Salvo periodos prolongados de aridez extrema, es capaz de mantener sus hojas, de manera que permanece activa fotosintéticamente por largos periodos. Un rasgo importante de la gobernadora es que su follaje contiene grandes cantidades de compuestos químicos, cuya función parece ser la de repeler a los herbívoros.
Un hecho interesante desde el punto de vista evolutivo es que las diferentes formas de gobernadora que habitan los desiertos de Norteamérica presentan diferentes niveles de ploidía. Es decir, las plantas del Desierto Chihuahuense son diploides (2x = 26), pues tienen 13 pares de cromosomas, mientras que las propias de las otras dos regiones son derivadas poliploides; las del Sonorense, tetraploides (4x = 52); y las del Mojave, hexaploides (6x = 78). La poliploidía es un sistema genético relativamente común entre las plantas superiores, en particular bien representado en especies que viven en latitudes elevadas, más que en latitudes cercanas al ecuador, en donde el clima suele ser más benigno. La poliploidía otorga a las plantas una habilidad superior para sobrevivir en regiones con clima severo, en donde las condiciones ecológicas son extremas.

III.2 HISTORIA DE LOS DESIERTOS MEXICANOS

Los biólogos dedicados al estudio de los desiertos con frecuencia nos planteamos preguntas en torno a la evolución de estos ecosistemas tan extendidos y representativos de México. ¿Cuál es su antigüedad? ¿Cómo varió su extensión y configuración geográfica en el pasado reciente? ¿Qué edad tienen las especies que los habitan? ¿Cuáles son las fuerzas evolutivas que dieron origen a las peculiares formas de vida de estos desiertos? ¿Por qué hay tantas especies endémicas?
Aunque la mayor parte de estas preguntas permanece sin respuesta, la evidencia científica nos indica que las regiones desérticas de Norteamérica experimentaron fuertes desplazamientos y contracciones como consecuencia de cambios climáticos más o menos recientes. Esas intensas perturbaciones en la estabilidad del clima, en ocasiones durante periodos relativamente cortos, operaron como fuerza poderosa que estimuló procesos activos en la evolución de los organismos.

III.2.1 Escenario climático

Durante el Pleistoceno, la Tierra experimentó al menos diez ciclos glaciales/interglaciales, durante los cuales se expandieron y contrajeron enormes masas de hielo continental sobre la superficie terrestre. El registro paleontológico nos indica que durante esos periodos glaciales, alternados con etapas interglaciales, fueron profundos los efectos sobre el clima y la distribución de la biota de los territorios no glaciales.
En la etapa más intensa del más reciente periodo glacial, conocido como Wisconsiniano, entre 21000 y 15 000 años antes del presente (aap), en Norteamérica las masas de hielo se extendieron desde el Ártico hasta el paralelo 45° de latitud norte, lo que cubrió todo lo que hoy es Canadá y el norte de Estados Unidos. Se calcula que durante esta glaciación, la temperatura media en las áreas no glaciales disminuyó entre 4 y 8° C. Así, aunque los territorios ocupados por los desiertos contemporáneos no se cubrieron con las enormes masas de hielo glacial, sí fueron considerables las consecuencias sobre el clima, y por ende la flora y la fauna, por estar ubicados debajo del paralelo 40°.
Como resultado de los cambios drásticos en el clima, los organismos de las zonas no cubiertas por las capas de hielo, adaptados a condiciones estables por un extenso periodo, pudieron haber respondido de tres maneras diferentes (Brown y Lomolino, 1998): 1) algunas especies se desplazaron de forma altitudinal o latitudinal con su hábitat óptimo, 2) otras especies permanecieron en su región original, para adaptarse a los ambientes locales modificados, y 3) por último, otras, incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones, experimentaron una reducción drástica en su área de distribución y a la larga se extinguieron.
El ambiente del desierto no es propicio para la formación de fósiles. Sin embargo, por sorprendente que parezca, mucho de lo que sabemos sobre la evolución climática y biótica de las regiones hoy ocupadas por los desiertos norteamericanos está basado en el estudio de fósiles recientes encontrados en las madrigueras de las ratas magueyeras.

III.2.2 Los nidos de Neotoma

Las ratas magueyeras han habitado las regiones desérticas de Norteamérica por miles de años. Estas ratas de campo, pertenecientes al género Neotoma, se venden en el mercado de la ciudad de San Luis Potosí y de varias otras localidades del sur del Desierto Chihuahuense, y son una fuente importante de alimento en las áreas rurales (Mellink et al., 1986; Rangel y Mellink, 1993). Pero más allá de su importancia gastronómica para los habitantes del desierto, las madrigueras de Neotoma, en particular las de N. albigula, son repositorios importantes de macrofósiles, gracias a los cuales se han podido reconstruir los paleoambientes del Cuaternario tardío, en el suroeste de los Estados Unidos y norte de México.
Las madrigueras de Neotoma, también conocidas como nidos o packrat middens, son depósitos de desechos orgánicos (hojas, espinas, ramas, semillas, esqueletos de artrópodos, excrementos, fragmentos de huesos, etc.) colectados por las ratas en un radio no mayor de 100 metros alrededor de la madriguera, acumulados durante varias generaciones. Los materiales, por lo general depositados en cuevas y otros sitios rocosos protegidos, son cementados con la orina de estos animales, lo que da por resultado a la larga una masa sólida que se preserva por varios miles de años,...

Índice

  1. PORTADA
  2. ÍNDICE GENERAL
  3. AGRADECIMIENTOS
  4. CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS
  5. I. ¿QUÉ SON LOS DESIERTOS?
  6. II. ADAPTACIÓN
  7. III. DESIERTOS DE MÉXICO
  8. IV. PRESENCIA DEL HOMBRE
  9. V. RECURSOS NATURALES
  10. VI. CONSERVACIÓN DE LA BIODIVERSIDAD
  11. BIBLIOGRAFÍA
  12. GLOSARIO
  13. ÍNDICE DE FIGURAS
  14. ÍNDICE DE CUADROS
  15. ÍNDICE TAXONÓMICO DE PLANTAS
  16. ÍNDICE TAXONÓMICO DE ANIMALES