Los grandes momentos del indigenismo en México
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Los grandes momentos del indigenismo en México

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Los grandes momentos del indigenismo en México

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Esta obra es una de las más ambiciosas de Luis Villoro y tuvo su origen en los esfuerzos del grupo Hiperión, cuyo propósito general era construir una filosofía propiamente americana. En este marco, Villoro eligió estudiar el pasado y el presente indígenas de México y sus representaciones. Por estas páginas transitan la persona y la obra de Hernán Cortés, fray Bernardino de Sahagún y Francisco Javier Clavijero, entre otros.

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Segundo momento

Lo indígena manifestado por la razón universal

4. Francisco Javier Clavijero

REBELIÓN CONTRA EUROPA-ARQUETIPO

Dos siglos hace que América fue juzgada y condenada en el tribunal de la historia por boca de Sahagún; dos siglos en que, cumpliendo el fallo de la letra sagrada, las civilizaciones satánicas fueron borradas del haz de la tierra. Condenada en sentencia inapelable pues que universal, América sufre en silencio su larga pena. Tristes siglos de servidumbre, ¿habrán bastado para expiar su terrible pecado? ¿O habrá sido vano el amargo vivir en cadenas? ¿Estará ya purificada América de su mancha?
El europeo tiene por fin una pauta infalible y universal para valorarlo todo, válida no tan sólo en el terreno sobrenatural —como lo era la revelación— sino en todos terrenos y rumbos: la razón. Y por su yugo deberá pasar de nuevo América. El juicio que sobre ella recaiga no concernirá exclusivamente a lo sobrenatural, como antaño; ahora verá toda su naturaleza puesta en juego, desde sus hombres hasta sus montañas y sus valles. Ésta es la segunda gran prueba que el Antiguo Mundo somete al Nuevo, a nombre de la razón. En ella muchos europeos se erigen en jueces y, según las nuevas luces, condenan a todo un continente. Dos siglos después de que América se convirtiera a Europa, sigue siendo aquélla para muchos una tierra maldita.
Pero en el seno del tribunal surge un indignado defensor de América. No pertenece a la raza abominable, es un hombre que desciende de Occidente, un criollo. Él pertenece también a este siglo iluminado; será a nombre de su siglo, a la luz de sus principios mismos, como defenderá al acusado. No necesitará redactar nuevos códigos, se basará en sus mismas leyes para refutar al adversario. Oigamos su propia confesión:
Si para escribir esta disertación fuésemos movidos por alguna pasión o interés, hubiéramos emprendido más bien la defensa de los criollos, como que a más de ser mucho más fácil, debía interesarnos más. Nosotros nacimos de padres españoles y no tenemos ninguna afinidad o consanguinidad con los indios, ni podemos esperar de su miseria ninguna recompensa. Y así ningún otro motivo que el amor a la verdad y el celo por la humanidad nos hace abandonar la propia causa por defender la ajena con menos peligro de errar.[1]
Amor universal a la verdad y al género humano será su bandera, tal al menos reza su protesta. Pero su patria está al poniente del Atlántico y su honor se siente ultrajado. Aunque de sangre europea, su defensa se extenderá al indio y su civilización; que más parece valer aquí país que raza. Francisco Javier Clavijero, exiliado de su patria, hará que ésta salga triunfante de su segunda prueba.
El caso es más difícil de lo que a simple vista parece. Los occidentales han llegado a crear toda una imaginaria red de ideas sobre el nuevo continente que han formado una casi apocalíptica imagen de América.
Cualquiera que lea —nos dice Clavijero— la horrible descripción que hacen algunos europeos de la América, u oiga el injurioso desprecio con que hablan de su tierra, de su clima, de sus plantas, de sus animales, y de sus habitantes, inmediatamente se persuadirá que el furor y la rabia han armado sus plumas y sus lenguas o que el Nuevo Mundo verdaderamente es una tierra maldita y destinada por el cielo para ser el suplicio de malhechores (IV:89).
Pero nuestro jesuita se encargará de deshacer errores. Tal es el objeto de sus Disertaciones y, en gran parte también, de toda su Historia. Las primeras son necesarias para “disuadir a los incautos lectores de los errores en que han incurrido por la gran turba de autores modernos que sin tener suficiente conocimiento, se han puesto a escribir sobre la tierra, los animales y los hombres de América” (IV:9). De entre todas las obras denigradoras de la tierra americana, escogerá principalmente una de ellas, que es como el símbolo y resumen de todas las demás: las Investigaciones filosóficas sobre los americanos de Corneille de Paw. “He escogido esta obra del señor De Paw, porque en ella, como en una sentina o albañal, se han recogido todas las inmundicias, esto es, los errores, de todos los demás” (IV:13). Pero también tendrá que vérselas con otros autores. “Pero aunque la obra del señor De Paw sea el principal blanco a que se dirigen mis tiros, también tendré que hacer con algunos autores, y entre éstos con el señor De Buffon” (IV:12).
Aquellos autores son responsables de las peores calumnias sobre América. Nada escapó a su maledicencia. La tierra americana resultó estéril, el clima malsano, pernicioso el aire, degenerada la naturaleza toda. Animales y hombres, decían, se embrutecían y deformaban en América. Todo fruto o planta degeneraba en aquella tierra sombría, mientras los hombres apenas se diferenciaban de las bestias. Llenos de vicios y defectos físicos, apenas si lograron crear una vida en común mezquina y rala, propia de sus naturalezas salvajes. “Estos y otros semejantes despropósitos de algunos autores —replica Clavijero— son efecto de un ciego y excesivo patriotismo, el cual les ha hecho concebir ciertas imaginarias preeminencias de su propio país sobre todos los otros del mundo” (IV:92). Pero no siempre la causa es cicatero patriotismo; otras veces se alimenta la calumnia en ignorancia y mala fe. Tal el caso de Paw, que “desde su despacho en Berlín” sin ningún conocimiento de América, dicta sus sentencias (cfr. IV:93 y 228). Aun es éste el caso de Buffon que, con toda su gran ciencia e ingenio, habla de la fauna mexicana sin conocerla, ante el fingido azoro de nuestro criollo que se extraña “se muestre [Buffon]… ignorante de los animales más comunes del reino de México” (IV:150). El nuevo continente, en una palabra, convirtióse en el cómodo cajón de la imaginación europea en el que pueden hacerse caber todas las patrañas; pues
los viajeros, historiadores, naturalistas y filósofos europeos han hecho de la América un almacén de sus fábulas y de sus niñerías, y para hacer más amenas sus obras con la novedad maravillosa de sus supuestas observaciones, atribuyen a todos los americanos lo que se ha observado en algunos individuos o en ningunos (IV:232).
Que tal parece que muchos europeos se creerían dispensados de la obligación de veracidad con respecto a un objeto tan manejable por sus manos, como lo es el objeto americano. Y Clavijero se encargará de ir refutando una a una todas las patrañas.
Pero no se crea que se trata tan sólo de una infantil pelea en que sólo entrara en juego el amor propio; mucho más hay en disputa. Se trata en realidad de una contienda contra todo un punto de vista peculiar de muchos europeos, contra todo un sistema de ver el mundo y la historia. La razón universal, instrumento occidental de dominio, implica como tal instrumento la conversión de todo objeto a su imagen y semejanza. Sin ésta, toda sujeción de las cosas parece imposible. Rechazará, pues, lo que le sea irreductible, mientras transforma en racional todo lo que toca. Se convertirá así lo racional en el modelo de las cosas, en el primigenio ejemplar de todo lo existente. Y llegados a trances tales, ¿qué europeo resistirá la terrible tentación de identificar aquella razón universal con la suya propia y señera, con su pensar individual o regional, con tal de convertir así la propia razón individual en modelo universal? Muchos caerán en la insidia y proclamarán ley y arquetipo su regional pensar. Del número de éstos será Paw, para quien la ciencia europea y sus tradicionales objetos adquieren rango arquetípico; para quien, aún más, la misma Europa, sede de la razón, deberá ser designada universal modelo.
Y aquí volvemos a encontrar a nuestro autor. El antiguo continente —nos dice— “debe ser, según la legislación de Paw, el modelo de todo el mundo” (IV:232). Todas las calumnias contra América se derivan —descubrirá Clavijero— de análogo punto de vista. Proclama Paw, resumiendo todos los errores de sus coterráneos, al mundo antiguo como idea arquetípica. Rechazará por tanto todo lo que no se apegue a su imagen; rechazará, ante todo, el continente nuevo y extraño que en todo le parece tan irregular y monstruoso, tan poco semejante a lo propio. Oigamos cómo se aplica este criterio aun a los más nimios detalles:
Él [Paw] pretende hacernos creer irregularidad en la avestruz americana porque en lugar de tener dos solos dedos unidos por una membrana como la africana, tiene cuatro separados. Mas un americano podría decir que la avestruz africana es más bien irregular porque en lugar de tener cuatro dedos separados, tiene solamente dos, y éstos unidos por medio de una membrana. “No, replicaría todo colérico Paw, no es así; la irregularidad está ciertamente en vuestras avestruces, porque no se conforman con las del mundo antiguo, que son los ejemplares de la especie, ni con el retrato que de tales aves nos dejaron los más famosos naturalistas de la Europa” [IV:167].
Y este punto de vista que se aplica por lo pronto a un sufrido animalejo, se aplicará igualmente a todo el continente.
Es como combate contra este punto de vista, como adquieren relieve las Disertaciones. Ante la arrogancia europea, América, por primera vez, levanta su protesta.
Nuestro mundo, responderá el americano, que vosotros llamáis nuevo porque ahora tres siglos no era conocido todavía de vosotros, es tan antiguo como vuestro mundo, y nuestros animales son igualmente coetáneos de los vuestros. Ni éstos tienen ninguna obligación de conformarse con vuestros animales, ni nosotros tenemos la culpa de que las especies de los nuestros hayan sido ignoradas por vuestros naturalistas o confundidas por la escasez de sus luces. Y así, o son irregulares vuestras avestruces porque no se conforman con las nuestras, o al menos las nuestras no deben decirse irregulares porque no se conforman con las vuestras [IV:168].
Rebelión decidida contra una Europa-arquetipo; pretensión de una igualdad de derechos.
Toda la réplica de Clavijero se dirige, en su espíritu, contra tal punto de mira europeo. Irrespetuoso, volteará el nuevo mundo sobre el antiguo todos sus argumentos. “No podrá Paw afirmar en esta materia —protesta nuestro autor— ningún argumento contra la América, que no lo vuelvan eficazmente los americanos contra la Europa o contra la África” (IV:119). Este criterio, que es válido para el caso del clima, también lo será para todo sujeto en disputa. De igual a igual, enfréntase América al continente antiguo: autores europeos han forjado una monstruosa imagen de América “sin advertir que, si nosotros, siguiendo sus huellas, emprendiésemos hacer lo mismo con los diversos países de que se compone el antiguo continente (lo que no sería difícil), haríamos un retrato mucho más abominable que el suyo” (IV:106).
Clavijero emplea sistemáticamente el mismo tipo de argumentación: la refutación ad hominem. Revisemos a grandes pasos la controversia. Socorrida hipótesis contra América era suponerla recién surgida de una completa inundación que la cubriera. A esa catástrofe se debería la malignidad y esterilidad de clima y tierra. “La naturaleza no habría tenido tiempo —decían— para poner en ejecución sus designios ni para tomar toda su extensión” (IV:93). Pero nuestro criollo se encargará de desmenuzar una a una las pretendidas pruebas para restablecer la buena opinión de su tierra. Destaca el argumento central: si América está cubierta de lagunas y pantanos, no menos lo está el viejo mundo. Y tan nuevo continente es éste como aquél, según palabras que recuerda del propio Buffon.
¿Por qué entonces —concluye preguntando— habiendo sido anegada la Europa como la América, y más aquélla, y por más largo tiempo (como evidentemente se deduce de las razones del señor de Buffon), el terreno de la Europa quedó fecundo y el de la América estéril, el cielo de la Europa es tan benigno y el de la América tan avaro; a la Europa se concedieron todos los bienes y a la América se mandaron todos los males? [IV:100].
Iguales argumentos se aducen contra Herrera, que trata de deducir malicia en el clima americano a causa de sus constelaciones (cfr. IV:90 y ss.), y en general contra todos los que pretenden concluir de la falsa premisa de la malignidad del clima americano, la más falsa aserción de su efecto degenerador sobre los seres que lo habitan (cfr. IV:106 y ss.).[2] No sólo resiste el clima de América su comparación con el europeo, sino que aparece como el más dulce y templado, reino de perpetua primavera, que Virgilio u Horacio habrían cantado (IV:123). Y ¿qué diremos de la tierra a la que conviene, según Acosta, el nombre de “paraíso”? (IV:125). Aquí la comparación no sólo revela lo infundado de las calumnias, sino que aun concede ventaja a América. Clavijero con cierta infantil ingenuidad celebra alborozado la victoria, repitiendo palabras de Acosta: “Finalmente, dice Acosta hablando de la América, en general, casi todo lo bueno que se produce en España lo hay allí en parte mejor y en parte no; trigo, cebada, ensaladas, hortalizas, legumbres, etc.” Si él hubiera hablado solamente de la Nueva España —interrumpe el propio Clavijero— hubiera omitido el casi. “Hay allí también otra ventaja, dice Acosta, esto es que en América se dan mejor las cosas de Europa que en Europa las de América” (IV:131). Por fin, en minucioso y paciente análisis, pasa revista nuestro autor a las principales especies de la fauna mexicana y, comparándolas siempre con las del mundo antiguo, rechaza su pretendida inferioridad (cfr. IV:143). Hasta que, concluyendo, podríamos decir que
a cualquier americano de un mediano ingenio y de alguna erudición que quisiese corresponder en la misma moneda a estos escritores… le sería fácil componer una obra con este título: Investigaciones filosóficas sobre los habitantes del antiguo continente. Él, siguiendo el mismo método de Paw, recogería lo que encontrara escrito de países estériles del mundo antiguo, de montañas inaccesibles, de llanuras pantanosas… etc. Cuando llegase el artículo de los vicios, ¡qué inmensa copia de materiales no tendría para su obra!, ¡qué ejemplares de vileza, de perfidia, de crueldad, de superstición y de disolución!, ¡qué excesos en toda suerte de vicios! La sola historia de los romanos, la más célebre nación del mundo antiguo, le proporcionaría una increíble cantidad de las más horrendas maldades. Reconocería pues que semejantes defecto...

Índice

  1. Portada
  2. Prólogo a la segunda edición
  3. Introducción
  4. Primer momento. Lo indígena manifestado por la providencia
  5. Segundo momento. Lo indígena manifestado por la razón universal
  6. Tercer momento. Lo indígena manifestado por la acción y el amor
  7. Conclusión
  8. Obras citadas
  9. Índice