Retórica cristiana
  1. 834 páginas
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Documento de incuestionable valor, la Retórica cristiana fue portadora de un mensaje trascendental para el hombre europeo: el mensaje americano, que años antes habían hecho resonar Vasco de Quiroga, Las Casas y otros, un mensaje pregonado por la voz de un hombre nacido en el continente. La presente edición es una traducción directa del latín a cargo de un conjunto de especialistas dirigidos por Tarsicio Herrera Zapién.

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Información

Año
2013
ISBN
9786071613844
Categoría
History
Categoría
Mexican History

RETORICA CRISTIANA

SEXTA PARTE


Que contiene los adornos de la retórica con la mayor brevedad que pudo realizarse

I. SOBRE LOS COLORES O ESQUEMAS Y SOBRE LOS TROPOS

HABIENDO tratado en las dos partes anteriores sobre los géneros de las causas, sobre el oficio del orador y sobre las partes sustanciales de la invención, nos resta tratar acerca de los colores (pues así se denomina entre los oradores a los adornos del discurso que, entre los griegos, se llaman esquemas y tropos); porque con ellos, de alguna manera, queda pintado y adornado el discurso mismo, según dice Cicerón. También los padres ortodoxos, además del variado sentido de las Escrituras que ya hemos señalado, adornaron la Sagrada Escritura con tropos y figuras, tanto para ornato del discurso cuanto para la comprensión mística.
Adornamos un discurso como el cuerpo se engalana con un anillo, o con cadenillas y con aderezos de esa clase, y como también Cristo y los santos usaron de comparaciones. Por ejemplo, San Juan Bautista (Lucas, 3) llama a los judíos “raza de víboras”; y Pablo, a los falsos profetas, “perros” (Coloscenses, 3; y Cristo a sus discípulos, “sal de la tierra” (Mateo, 5), y asimismo, “vid” (Juan, 15). Aunque todas estas cosas son escritas a causa de la gente simple que no entiende los misterios, no obstante son tropos y esquemas.
Ahora bien, es labor valiosa explicar ante todo la afinidad y semejanza de aquéllas y, por la parte opuesta, también su diferencia y distinción. En tal asunto hay tan gran oscuridad que muchos, por su enorme afinidad, han confundido varias de ellas, y una misma la han dividido en varias. Reciben al azar, además, varias denominaciones, de manera que una misma figura se expresa a menudo de muchas maneras, según ha parecido oportuno a los primeros creadores dar a entender con varios términos la fuerza y la naturaleza de ellas. Sería, empero, cosa de inmenso trabajo y de fruto exiguo, enumerar con cuidado todos sus nombres y significados. Por ello, me ha parecido oportuno dar a conocer las figuras más célebres y selectas, añadiéndoles tanto las nomenclaturas griegas como las latinas, comenzando por sus definiciones.
Retórica Cristiana
La figura es como el ropaje y el ornato del discurso. De aquí el esquema del habla y la guirnalda de Venus [?], es decir, las figuras de las palabras y de las sentencias. Es ella cierta conformación del discurso lejana de la forma común y que se nos ofrece de entrada. El tropo es una mutación de la palabra o del discurso, de su significado propio hacia otro, hecha con eficacia o, como definen la mayoría de los gramáticos, es una dicción trasladada del lugar en que es propia, a otro en que no es propia. La mayoría han opinado que las figuras son tropos, y yo no me opongo en nada a su opinión. Porque el tropo traslada la palabra u otra parte del discurso, de su sitio propio a uno ajeno. De tales conceptos, nada va en contra de las figuras, pues una figura puede hacerse con palabras adecuadas y colocadas en orden, según se verá en su lugar propio, donde independientemente se desarrollará un tratado sobre los tropos.
Por cierto que la utilidad de las figuras, tan importante como múltiple, en ninguna parte del discurso deja de brillar con gran esplendor. Pues, aunque de ningún modo parece concernir a la demostración con qué figura cada idea se trate, resultan empero creíbles las cosas que decimos y se deslizan en el ánimo de los jueces por un resquicio que no se nota. Y, al igual que en la lucha de las armas, resulta fácil tanto ver como precaver y rechazar los golpes adversos y los ataques rectos y simples; pero los torcidos y ocultos son menos observables. Además, es propio del arte mostrar algo diverso de lo que se piensa. Del mismo modo, resulta derrotado el discurso que carece de acción, de peso, de amplitud y de impulso. Y al que simula y varía sus ataques le es dado caer sobre los costados y los lugares intactos y atraer a su causa las armas, y como engañar con sus actitudes. Ahora bien, el afecto ninguna otra cosa logra, pues, si la frente, los ojos y las manos tienen mucha fuerza para el movimiento de los ánimos, ¿cuánto más el rostro del discurso mismo, dispuesto para aquello que proyectamos realizar? La variedad de figuras tiene, además, gran fuerza en orden a recomendar ya sea para reconciliar las costumbres del que actúa, ya para conseguir un favor para nuestra acción, o para quitar el hastío con la variedad, o para señalar algo en forma más adecuada o más segura. Dicha variedad es triple:
Las figuras dicción, a las que se puede atribuir con propiedad este nombre, son en número de doce. Y hemos decidido darlas a conocer por sus definiciones o descripciones o con ejemplos anexos. Estas figuras son:
1. La repetición, que es llamada anáfora por los griegos, se da cuando al principio de la oración repetimos una misma palabra. Así lo señala Cicerón: “Es la repetición frecuente de una misma palabra en posición inicial”; por ejemplo: “El verdadero amor considera que nada hay duro, nada amargo, nada grave”. [Otro ejemplo:] “¿Cuál hierro, cuáles heridas, cuál castigo, cuáles
Sexta Parte
muertes tienen fuerza para separar al amor perfecto? El amor es coraza impenetrable, resiste los dardos, repele la espada, se burla de los peligros, se ríe de la muerte. Por consiguiente, si hay amor, vence todo”.
Del mismo modo, lo que era figura en el Antiguo Testamento, ahora es una verdad en la Iglesia. Lo que para los antiguos era sólo letra, para nosotros es espíritu. Lo que ellos mismos veían como en sueños, nosotros lo vemos y lo experimentamos con nitidez. Por último, lo que los antiguos esperaban, nosotros lo tenemos. Así pues, en los misterios del Antiguo Testamento no sólo debe atenderse a la letra, sino considerarse, además, de elevada manera, lo que solicita el espíritu. Porque, como dice San Pablo: “La letra mata, pero el espíritu vivifica”.
Del mismo modo, Próspero, al hablar sobre las riquezas, dice así: “Floreces en riquezas, y te jactas de la nobleza de tus mayores, y te gozas en tu patria y en la hermosura de tu cuerpo y en los honores que te son ofrecidos por los hombres: mírate a ti mismo, porque eres mortal, y porque eres tierra y a la tierra irás. Observa alrededor a aquellos que han brillado antes con resplandores semejantes. ¿Dónde están esos a quienes asediaban los principados de los ciudadanos? ¿Dónde los emperadores invencibles? ¿Dónde los que preparaban las reuniones y las fiestas? ¿Dónde los ilustres criadores de caballos? ¿Y los caudillos de los ejércitos? ¿Y los sátrapas? ¿Y los tiranos? ¿No es todo polvo? ¿No son todos cenizas? ¿No queda la memoria de su vida en unos cuantos huesos? Mira los sepulcros; examina y ve quién es siervo, quién señor, quién pobre y quién rico. Distingue, si puedes, al sumiso del poderoso; al fuerte del débil; al hermoso del deforme. Acordándote, entonces, de tu naturaleza, no te ensoberbecerás[1] alguna vez. Y te acordarás si te observas a ti mismo”.
También esto es un ejemplo de la misma figura: “¿Con qué medio pueden redimirse los pecados? Con la compasión [eleemosyna]. ¿Con qué medio prestamos con interés a Dios? Con la compasión. ¿Cuál es entonces el oro encendido, con el cual podemos hacernos ricos? La compasión. Por tanto, con muestras de compasión [limosnas] cuidemos de nuestra propia salvación e invitemos al Señor a que se compadezca de nosotros”. De modo semejante: “Los cristianos abominamos y rehuímos de los miembros de Cristo; los cristianos desertamos del ejército de Cristo; los cristianos, de nuevo, por lo que nos corresponde, crucificamos a Cristo con nuestros pecados”. Véase Cicerón, Retórica a Herenio y, de modo similar, Contra Catilina: “Nada haces, nada tramas, nada piensas, que yo no sólo no oiga,[2] sino que incluso vea y abiertamente conozca”.
2. La conversión, que es llamada también por los griegos anástrofe, se da cuando el discurso se dirige repetidas veces hacia el mismo término: “Cristo venció al mundo, iluminó al mundo, redimió al mundo y abrió la puerta del cielo a aquellos que estaban en el mundo”. O también: “Dios hizo al hombre, redimió al hombre, reconcilió con Dios al hombre, y por causa del mismo se hizo hombre”. Es también semejante aquello del Apóstol: “¿Hebreos son? Pues también yo. ¿Israelitas son? Pues también yo. ¿Estirpe de Abraham son? Pues también yo. ¿Ministros de Cristo son? (como menos prudente lo digo). Lo soy más yo”. Así en Cic. Contra Antonio: “¿Os doléis de que tres ejércitos del pueblo romano hayan sido muertos? Los mató Antonio. ¿Echáis de

[1] Proponemos extolleris por extollaris. [T.]
[2] Valadés usa aquí una lección bien autorizada de Cicerón; pero es más claro el sentido del pasaje en los códices y autores que, leyendo dos veces el adverbio non, dicen: Quod non ego non modo... Nosotros lo traducimos siguiendo esta segunda lección. [T.]
Retórica Cristiana
menos a los más ilustres varones? También os los quitó Antonio. ¿La autoridad de este orden [senatorial] quedó arruinada? La arruinó Antonio”.
3. La complexión, llamada también en griego epanalepsis, es la figura que comprende uno y otro (la repetición y la conversión), de manera que la misma primera palabra se repita muchas veces, y que volvamos a la misma palabra final. Es de este modo: “¿Quiénes son los verdaderos amigos de Dios? Los humildes. ¿Quiénes son con quienes Dios se comunica? Los humildes. ¿Quiénes son quienes disfrutan del mismo sumo bien? Los humildes. ¿Quiénes son como la habitación en que Dios reposa? Los humildes”. O también: “¿Qué eras antes de la creación? Nada. ¿Qué eras antes de la redención? Nada. ¿Qué serías si Dios retirara de ti su gracia? Nada”. Así consta en el autor de la Retórica a Herenio: “¿Quiénes son los que muchas veces violaron los pactos? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que deformaron Italia? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que piden ser perdonados? Los cartagineses. Ved, pues, cuánto convenga que ellos rueguen el perdón”.
4. La reduplicación es la repetición de palabras. Tiene a veces energía y a veces gracia; es conocida por los griegos como epizeusis. Ahora bien, las palabras se repiten de muchos modos, ya sea porque se agrega la misma palabra reiterada, como lo hace Cicerón, Contra Catilina: “Vives, y vives no para deponer, sino para confirmar tu osadía”. O se lleva la misma palabra hasta el final. Así Cice...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción, Esteban J. Palomera
  3. Advertencia: El primer teólogo mestizo en Europa, Alfonso Castro Pallares
  4. Preámbulo: Un equipo de traductores se enfrenta a un grabador, Tarsicio Herrera Zapién
  5. Prólogo a la segunda edición
  6. RETÓRICA CRISTIANA
  7. PRIMERA PARTE
  8. SEGUNDA PARTE
  9. TERCERA PARTE
  10. CUARTA PARTE
  11. QUINTA PARTE
  12. SEXTA PARTE
  13. Explicación de la materia del cuarto libro de las Sentencias
  14. [Índice analítico]
  15. [Fe de erratas]
  16. [Colofón]
  17. Índice general