Cancionero de la emoción fugitiva
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Cancionero de la emoción fugitiva

Una antología general

  1. 490 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

En este volumen de la serie Viajes al siglo XIX de la Biblioteca Americana dedicado a Francisco A. de Icaza se incluyen muestras de las mejores incursiones en la poesía, la ensayística y la crítica literaria y social del autor. Como parte de la serie, continua con el objetivo de la colección: ofrecer a un público amplio una muestra representativa de la producción poética, diplomática y crítica de Icaza y servir como introducción a su variada y rica obra y a las transformaciones histórico-culturales que la hicieron posible.

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Información

Año
2016
ISBN
9786071643575

CRÍTICA LITERARIA

UNA AUTOPSIA (1892)
(Cuadro de H. Simonet)

Juicio acerca de una pintura presentada últimamente a la Academia de Bellas Artes de Madrid
Tiempo ha que aquí se viene repitiendo por los críticos idealistas que el naturalismo literario ha llegado del extranjero, como una de tantas modas que se importan por cualquiera y se siguen por todos. Pero ni aun aquellos que tal afirman podrán decir otro tanto del realismo pictórico, porque en la historia del arte no existen escuela ni tendencias que sean más naturalistas que las de la pintura española del siglo XVII; no sólo por la atmósfera de verdad que rodea hasta las más ideales obras de aquel arte, sino por los mismos asuntos escogidos por los grandes maestros.
Páginas eminentemente naturalistas son en Velázquez los ebrios mofletudos, los magnates raquíticos y los truhanes deformes; en Murillo, los leprosos y los mendigos, los gitanos y los granujas; en Ribera, los martirios y los tormentos; y en Valdés Leal, las tumbas abiertas, donde expone el hervir de la descomposición de nuestro organismo. Pero aquí tengo que cortar este preámbulo, no vayan a suponer los lectores que hay, en el cuadro que el señor Simonet envía a la Academia de Bellas Artes, atrevimientos que necesitan para justificarse ponerlas al lado de aquellas que dignan a sus autores fama imperecedera. El cuadro del señor Simonet no tiene nada que aterrorice o repugne. Es Una autopsia y es serio, porque la ciencia es profundamente seria, aunque otra cosa se imaginen Julio Verne y el doctor Gérard, y es algo más, es triste, porque nada de regocijado tiene el espectáculo de la muerte.
Es un cuadro que no ha menester explicaciones: es una página conmovedora de la realidad, que está en el cauce de todos y que todos podemos leer. No tiene más actores ni más detalles que los necesarios. Nada distrae la vista que abarca al momento la totalidad de la obra: la impresión que produce gana por lo mismo en intensidad y deja en nosotros ese sentimiento mezcla de dolor y compasión que, según el padre de la crítica griega, constituía el extraño deleite de la tragedia.
Tiene por fondo las paredes oscuras de una sala de anatomía, y en ellas resalta la blancura de las planchas de disección. En aquella que está más cerca de la ventana que da luz a la sala, yace el cuerpo de una mujer joven y bella; casta es su desnudez, cubierto a medias por un lienzo blanco y coloreado por la terrible palidez verdosa de la muerte. A su lado, y en el espacio que media entre la segunda y la tercera plancha, está un doctor anciano que hace la autopsia. ¡Qué hermosa es la figura del sabio! Tiene en la mano el corazón de la muerta, y piensa e investiga.
No hay en su fisonomía los rasgos que marcaban en Magendie aquel escepticismo y aquella crítica que nada perdonaba, ni aun sus mismos descubrimientos. Así me imagino yo a Claudio Bernard, aquel maestro eminente y sencillo, de vista segura y perspicacia asombrosa, que señalaba fenómenos evidentes, pero que nadie antes que él había percibido porque, según la frase de Paul Bert, para su maestro descubrir era lo mismo que para nosotros respirar.
Si el cuadro de Simonet origina estas o semejantes ideas, es porque no sólo está bien pensado, que en pintura, más que en ningún otro arte, la idea y la forma son inseparables, sino porque ha sido llevado al lienzo concienzudamente.
La factura es sana y castiza; la luz está admirablemente dispuesta; el color es justo y acusa en el cadáver un penoso estudio del natural que sólo puede apreciarse por los que hayan visto los desnudos en los hospitales; los lienzos blancos, puestos sobre mármoles blancos también, están magistralmente tratados, y estos últimos tienen dureza y tersura como los de Alma Tadema.
Los detalles de la mesa de primer término, la parte que se ve de la camilla y los pies del Cristo que se descubren en el muro del fondo, alumbrados por una lamparilla, son de una realidad pasmosa conseguida sin esfuerzo, con la espontaneidad del verdadero artista, y colocan en su justo valor los términos del cuadro.
En suma, la última obra de Simonet le coloca en la categoría de los más distinguidos pintores, y frente a este primer envío podrían repetirse las palabras que el gran Haller decía contemplando, como el doctor del cuadro, un corazón humano: primum vivens, ultimum moriens.

EXAMEN DE CRÍTICOS (1894)

I
Señores: Vosotros me conocéis y yo os conozco. Huelga, al comenzar este discurso, encarecer vuestra bondad y aquilatar mis escasos merecimientos. La honra que me habéis dispensado es abrumadora: me habéis elegido para ocupar en esta docta casa un puesto que tiene escritos en su historia los nombres gloriosos de Hartzenbusch, Bretón de los Herreros y Campoamor. ¡Cómo corresponder a una distinción tan alta y halagadora! Sólo por el justo temor de no lograrlo, podréis explicar mi tardanza en cumplir obligaciones aceptadas voluntariamente.
Yo deseaba en la medida de mis fuerzas hablar, señores, como estimo que debiera hablarse del tema que habéis escogido para nuestras discusiones en el presente año. Miré de nuevo y de cerca la magnitud del asunto; palpé las dificultades que existen para exponer y encerrar en un trabajo de esta índole el concepto general de la crítica en la literatura contemporánea; y os confieso que hubiera cejado en mi empeño a no obligarme el recuerdo de vuestra benevolencia, porque esa crítica es campo abierto a todo linaje de especulaciones intelectuales.
Lo mismo aquel género severo y profundo que está más vecino de la ciencia que ningún otro género literario, por las estrechas relaciones que con las ciencias históricas y filológicas tiene, que aquella facultad movible, sagaz e investigadora que recoge y refleja la impresión artística del día; lo mismo la crítica que desentierra lo pasado que la que examina lo presente, han adquirido en nuestra época su mayor extensión e importancia. Al desarrollo de una contribuye el creciente adelanto de las ciencias en que se funda; al esplendor de la otra, el amplio criterio que la inspira; y es que la verdadera crítica, cualquiera que sea la forma que revista, conviene admirablemente a la humanidad de hoy tan sabia y culta como curiosa y refinada.
La crítica que en la historia de las letras esclarece y reanima lo pasado busca y desentierra los fragmentos por los cuales reconstruye y clasifica las obras de otras edades, la que cuenta entre sus maestros e iniciadores a aquellos hombres del siglo XVI, suma y compendio del humanismo de entonces, que se llamaron Casaubon, Lipsio y Escalígero, tiene al presente su centro intelectual en Alemania. El otro género de crítica, el genuinamente literario, del que por este concepto hablaré primero y con más extensión, tiene hoy en Francia su principal asiento, si bien no es allí sólo donde cuenta con insignes representantes. Quizás en esta manifestación de las letras es donde puede estudiarse mejor que en ninguna otra el influjo recíproco del escritor y del público, clave de muchos fenómenos literarios.
No cabe duda que el público que lee hoy no está formado del mismo modo que el que leía en otros tiempos.1 A poco que se examine hay que convencerse de que en los últimos siglos leía tan sólo el clero en sus largos ocios, y la nobleza y la milicia cuando el amor, la guerra o el galanteo les dejaban vagar para ello. Hoy todos leemos, por fortuna, y todos escribimos, por desgracia; por donde que en las letras estén representados el vulgo, la burguesía y la aristocracia intelectual. Se me dirá que en todo tiempo hubo escritores buenos, escritores mediocres y escritores malos. Pero no es ése mi pensamiento. Obsérvese que los autores de antaño tenían dentro de su escuela análogas tendencias, como que escribían para un solo público; hoy cada cual escribe para sus lectores. Me explicaré con un ejemplo tomado de la literatura francesa para que no se ofenda nadie: plebe literaria: Montépin; burguesía: Ohnet; aristocracia: Flaubert. Creo que me habréis comprendido y paso adelante.
Dentro de estas tres clases literarias —que al fin y al cabo el crítico eso debe ser, literato— existen tres clases de crítica. Al género inferior, a esa literatura folletinesca y de obras teatrales chabacanas y efectistas, corresponde la crítica anónima que reparte bombos y palos de ciego. En la segunda clase de escritores, esos que trabajan para el público burgués que siente a medias y a medias piensa, entra la crítica de frases hechas y consagradas por el uso de moral casera y de enseñanzas pesadas, que se cree infalible, que pide a la obra artística tendencia docente y que imagina que en el teatro y en la novela deben resolverse problemas sociales. ¡Como si un desenlace pudiera ser una solución! Esta crítica ya afectando una seriedad campanuda se sube a la tribuna para decir con frase hueca vulgaridades de todos conocidas; ya fingiendo un espíritu burlón y desdeñoso ejerce lo que alguien llamó la pedantería de la frivolidad, y que consiste, a mi juicio, en creer que para hablar de todo es necesario no saber de nada. Sus sermones y sus disciplinas son indispensables para los públicos cultivados a medias. Los necesitan y las aplauden. Ella les da los juicios hechos, esperan sus determinaciones para saber a qué atenerse respecto a tal o cual autor, y así pueden juzgarlo sin haberlo leído, evitándose el trabajo de pensar, arduo para ellos e inefable delicia para otros espíritus. Correspondiendo al público de refinados por educación intelectual y por aptitudes psicológicas, público que se entiende directamente con los autores, que no busca quien le administre las ideas y que por fortuna en los pueblos verdaderamente cultos no es tan poco numeroso como al...

Índice

  1. ESTUDIO PRELIMINAR
  2. POESÍA
  3. EFÍMERAS (1892)
  4. LEJANÍAS (1899)
  5. LA CANCIÓN DEL CAMINO (1905)
  6. A PLENO SOL. PAISAJES CON FIGURAS (1920)
  7. NIETZSCHE, POETA. INTERPRETACIONES LÍRICAS(1921)
  8. CANCIONERO DE LA VIDA HONDA Y DE LA EMOCIÓN FUGITIVA (1925)
  9. CRÍTICA LITERARIA
  10. LOPE DE VEGA, SUS AMORES Y SUS ODIOS
  11. ENSAYOS CRÍTICOS
  12. CRONOLOGÍA
  13. ÍNDICE DE NOMBRES