1. Las claves de la actuación de la Inquisición
Para entender bien la actuación de la Inquisición, es preciso tener claros algunos aspectos. A lo largo de los años, se ha fantaseado mucho sobre lo que fue la Inquisición, a quiénes perseguía y cómo actuaba.
Conviene ser claros, y dejar las fábulas al margen . En su esencia, la Inquisición nació para perseguir a los convertidos falsamente al cristianismo de modo que su actuación debería haber sido sóla y exclusivamente teológica.
Las pesquisas contra esos falsos conversos se harían sobre todo contra individuos de origen judío, practicantes a escondidas de la religión de Moisés, que se bautizaban para poder gozar de los beneficios del cristiano. Pero no hay que creer que esos judíos convertidos actuaban de forma pícara: al contrario, si así obraban, era porque la sociedad cristiana se lo imponía. Aunque pudieras obtener algún beneficio social, ¿entenderías que tus padres te ocultaran sus orígenes, y que tú se los tuvieras que ocultar a tus hijos, viviendo siempre en un ambiente de miedo porque fueras a ser descubierto? Verdaderamente no merece la pena, salvo que tengas que sobrevivir a lo que te rodea, y que hostilmente, te exige hacerlo así. Muchos han sido los que a lo largo de la Historia, y en distintos países han tenido que disimular y mentir, entonces por motivos religiosos, hoy por motivos políticos. No olvides a San Pedro, amedrentado, negando hasta tres veces pertenecer al grupo de los de Jesús el Nazareno. Las casas de los conversos en Extremadura en el xvii han sido descritas así: «Nada de lo que allí había podía hacer sospechar que no se trataba de una casa de cristianos viejos. Como en ésas, colgaban los perniles y tocinos en la cocina y adornaban la sala las imágenes de los santos».
De otras religiones y razas, también podía haber convertidos al cristianismo: los musulmanes, o los extranjeros de aquellos países que con posterioridad a la década de 1520, en que empieza la Reforma protestante, se hubieran afincado en España. Pero los musulmanes conversos no tenían el poder económico y social de los judíos: por eso (y no porque los judíos hubieran crucificado a Cristo) no se les tenía permanentemente bajo sospecha. A los extranjeros de los que se descubriera su falsa conversión, se los tenía por espías, y entonces pasaban a manos de la justicia civil.
Queda claro por lo tanto que:
1. La Inquisición nace para perseguir a los falsos conversos.
2. La mayor parte de esos conversos perseguidos son de origen judío.
3. Los conversos al cristianismo pueden serlo con sinceridad (son los conversos, cristianos nuevos y, para inducir a la confusión, los marranos), o por necesidad (los verdaderamente marranos o los criptojudíos) El cristiano viejo siempre desconfiará del cristiano nuevo, interesándole tener a todos los conversos o a sus descendientes por falsos conversos o marranos. Etimológicamente, marrano puede ser tanto puerco, como más bien el errado: «Sam marranos os que marram/ nossa fé, mui inféis/ bautizados...», dice un soneto portugués de la Baja Edad Media. En el Tesoro de la Lengua castellana o española de 1601 dice Sebastián de Cobarrubias: «Marrano es el recién convertido al cristianismo, y tenemos ruin concepto de él por haberse convertido fingidamente». Al hablar de marrar, «Es faltar; vocablo antiguo castellano, del qual por ventura (sin embargo de lo dicho) vino el nombre de marrano del judío que no se convirtió llana y simplemente», sino por interés. Sea cual fuera la etimología, el término es bastante despectivo.
A partir de 1492, la sospecha recaerá en los descendientes a lo largo de varias generaciones: imagínate que porque tu bisabuelo fuera judío tu padre perdiera su trabajo. En ese ambiente de intransigencia, ¿puede funcionar alguna sociedad?
Venera de la Inquisición.
Como bien sabes, los judíos han sido perseguidos desde la más remota Antigüedad hasta nuestros días.
Pero para lo que nos interesa en este librito, basta con iniciar el viaje en el siglo xiv. En las Cortes de Castilla celebradas en Toro en 1371, y en las de Madrid de 1405, se ordenó que los judíos llevasen en sus vestidos en el pecho una señal, cuatro dedos en forma de circunferencia sobre fondo amarillo. En 1412 tanto en los territorios de la Corona de Aragón como en los de Castilla se reforzó la legislación de los distintivos y se les prohibió ocupar ciertos cargos públicos o profesiones. Igualmente se les prohibió que cristianos trabajaran para ellos, y se les prohibió relacionarse con los cristianos. Tampoco podían llevar ropajes muy lujosos, ni cortarse el pelo ni afeitarse... y también en Al-Andalus ocurría lo mismo. Todo esto se irá complicando con mucha más sutileza contra los descendientes de conversos a lo largo de los siglos xvi y xvii sobre todo.
Serie de grabados del francés Callot (1592-1635). Los métodos represivos de la Inquisición no eran extraños a los europeos, acostumbrados al terror por las distintas guerras o por la justicia civil.
Por sus actividades financieras, esencialmente, se les tenía gran inquina. El populacho los odiaba porque veía en ellos gentes que, en la medida de lo posible, no conseguían su riqueza con el sudor de su frente, sino por su inteligencia. Vivían en las ciudades y constituían lo que hoy llamaríamos la clase media: eran abogados o médicos, y también sastres o zapateros de lujo, plateros, comerciantes... y ante todo, hombres de negocios. En donde había una comunidad judía fuerte, había movimiento de dinero. Y en aquella ciudad en la que hubiera una aljama, o una judería importante, era punto de encuentro de los habitantes de los alrededores en busca de préstamos, cambios y empeños.
Un cronista de los Reyes Católicos los definía así:
«Nunca quisieron tomar oficios de arar ni cavar, ni andar por los campos criando ganados, ni lo enseñaban a sus hijos; salvo oficios de poblado [es decir, de ciudad], e de estar asentados ganando de comer con poco trabajo».
Está claro el por qué de la inquina del populacho. En nuestro refranero tienen también su espacio: la avaricia queda plasmada grotescamente en el refran que dice «Echaba el judío pan al pato y tentábale el culo de rato en rato», para ver si había engordado, se supone. Otros dichos nos hablan que el judío es un usurero, «Duerme don Sem Tob, pero su dinero no»; desconfiado y frío, «En judío no hay amigo», etc. Reconocidos quedan como grandes comerciantes, «Judío para la mercadería y fraile para la hipocresía» y estimuladores de la vida urbana, aunque a ser posible, cuantos menos haya mejor: «En la heredad un guindo, y en la villa un judío». Finalmente, otro refrán plasma la tragedia en la España Moderna:
«No fíes del judío converso,
ni de su hijo, ni de su nieto»
En aquella sociedad, lo que todos ansiaban, lo que era el motor de la vida social, era la nobleza. Si a los nobles no les hubiera causado molestia la convivencia con los judíos, acaso la Inquisición nunca hubiera existido con tanta fuerza. Pero para algunos nobles de rancio abolengo, era insultante que los valores del dinero, los propios de la burguesía (que entonces empezaba a funcionar), les pudieran hacer sombra. Nada mejor que acabar de raíz con los que les prestaban dinero, y les apretaban las tuercas cuando no podían devolverlo; los que se habían hecho con parte del poder en las ciudades y orientaban la economía hacia otros derroteros que no eran sólo la guerra y la agricultura; nada mejor que acabar con los judíos. Lo malo fue que cuando se «puso de moda» rastrear los orígenes de todo bicho viviente, resultaba que en tal linaje nobiliario había un antepasado converso, y, por antonomasia, judío. Fue entonces cuando esta institución, probablemente creada para salvaguardar a la nobleza y a su cúspide —la aristocracia— se volvió contra ese estamento.
Imagínate: en un primer momento la nobleza ve con satisfacción la persecución contra la clase media urbana; y el populacho también. Andando el tiempo, se encuentran máculas de sangre judía en buena parte de la nobleza.Y no ha transcurrido má...