Vida y obra de Foucault
Paul-Michel Foucault nació el 15 de octubre de 1926 en Poitiers, a unos 400 kilómetros al sur de París. Su familia pertenecía a la burguesía acomodada de una ciudad que ha sido y es ejemplo del provincianismo francés. Su padre, cirujano, enseñaba en la facultad de medicina local y ejercía una práctica próspera. Su madre era una mujer resuelta que manejaba las finanzas del marido, ayudaba a administrar su ejercicio profesional y se atrevía a conducir un automóvil.
Además de su residencia de Poitiers, la familia poseía una pequeña casa en el campo. Durante la infancia de Paul-Michel construyeron una villa al lado del mar en la costa atlántica, en La Baule, lo bastante grande para una familia de cinco más el servicio. La familia pasaba allí las vacaciones de verano entre pinos, con vistas a la larga curva de una playa arenosa. El padre era amable, pero estricto; la madre, eficiente pero nerviosa. Para Paul-Michel, la vida en el hogar con su hermana mayor y su hermano menor era el epítome de la normalidad. Ese ha sido –paradójicamente– el ambiente típico de tantos intelectuales intransigentes franceses que se han rebelado contra toda forma de autoridad y de comportamiento burgués. (Aunque se esforzaría por rebelarse contra tantas otras cosas, Foucault no pudo evitar adaptarse a este estereotipo galo, persistente desde Voltaire hasta Sartre.)
El escolar Foucault fue un joven esmirriado y miope, lo que hizo que sus compañeros transformaran su nombre en Polichinela (Polichinelle). A los freudianos les intrigará saber que soñaba con convertirse en un pez de colores, esquiva ambición que se reflejaría en su rendimiento académico. Aunque era a todas luces brillante, nunca destacó. Hasta en su asignatura favorita, la historia, terminó solo de segundo.
Los acontecimientos mundiales incidían poco en la somnolienta Poitiers y en la familia Foucault. La villa junto al mar fue construida durante los primeros años de la depresión. La prensa despachaba con menosprecio autosuficiente las posturas afectadas de Hitler en los noticieros, y los discos alegres y sin pretensiones de Maurice Chevalier giraban en los gramófonos.
El joven Paul-Michel vio a la edad de diez años deambular por las calles de Poitiers a los primeros refugiados de la Guerra Civil Española. Tres años más tarde, Alemania invadía Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial, y la familia tuvo que suspender por primera vez las vacaciones de verano en La Baule. Cuando Foucault cumplía catorce años, los nazis habían invadido Francia, el ejército francés se retiraba en desorden y la agitación llegaba hasta Poitiers. Con la torpeza inflexible de un ordenancista de sala de operaciones, el doctor Foucault supervisaba el establecimiento de unidades médicas de urgencia en la ciudad. En segundo plano, su esposa intentaba penosamente poner orden, y lograba, eficiente, que se hicieran las cosas. Ya con gafas, pero todavía de pantalón corto, el joven Paul-Michel observaba aturdido. Ese año cayeron en picado sus resultados en los exámenes.
La madre movió algunos hilos para transferirlo a otra escuela, con el resultado de que el patito feo se convirtió en cisne. Había de ser una especie de regla; Foucault rendiría poco y mal en exámenes importantes, pero los resolvería con brillantez al segundo intento. A los veinte años –y a la segunda–, Foucault consiguió plaza en la École Normale Supérieure de París, el invernadero intelectual donde se pone a prueba la crème de la crème de los estudiantes de Francia. Ser normalien marca de por vida como una especie superior. La «normalidad» ha sido siempre algo excepcional en Francia, y los superintelectuales normaliens son a menudo un grupo extraño. Pero incluso allí destacó pronto Foucault.
Para entonces, el Polichinela del patio de la escuela había desarrollado un carácter decididamente difícil. Durante el año anterior había adquirido gradualmente conciencia de que era homosexual, lo cual no solo era ilegal en aquel tiempo, sino que era impensable en Poitiers. Paul-Michel no podía dirigirse ni siquiera a su amada madre en busca de guía y sosiego y, además, por entonces había reñido seriamente con su padre. El adolescente Paul-Michel rehusaba proseguir la tradición familiar y hacerse médico. Sencillamente, no le interesaba la medicina, y punto. Subía a su habitación a grandes zancadas, cerraba de golpe la puerta y se enfrascaba en otro volumen de historia. Cuando hizo el examen de ingreso en la École Normale Supérieure no cabía duda de que era un intelectual pura sangre. (Fue cuarto en todo el país.) Pero tampoco cabía duda alguna de que tenía el temperamento impredecible de un pura sangre.
En París decidió llamarse Michel (abandonando Paul, el nombre de su padre). Los primeros años de Michel Foucault en la ENS habrían de ser una letanía de incidentes. En una oportunidad se rasgó el pecho con una cuchilla de afeitar; en otra hubo que retenerle cuando perseguía a un estudiante con una daga, y en otra le faltó poco para suicidarse con una sobredosis de pastillas. Bebía en demasía y experimentó ocasionalmente con drogas (algo muy minoritario en aquellos días lejanos). A veces desaparecía durante muchas noches, hundiéndose después en su dormitorio, con la mirada vacía y ojeroso, deprimido. Pocos adivinaban la verdad. Se torturaba con sentimiento de culpa a causa de sus solitarias expediciones sexuales.
Foucault era incapaz de vivir consigo mismo, y ninguno de los estudiantes de su dormitorio quería vivir con él. Le consideraban loco y peligroso, cualidades que parecía exacerbar su evidente brillantez. Ferozmente agresivo en la argumentación intelectual, no excluía el recurso a la violencia. Sus condiscípulos eludían su compañía y desarrolló dolencias psicosomáticas. Largos periodos en solitarias camas de sanatorio le liberaban de la convivencia del dormitorio y le permitían leer copiosamente, incluso para los estándares de la ENS.
Fue entonces cuando el entusiasmo, en cierta manera fortuito, de Foucault por la historia se consolidó. Comenzó a leer al filósofo alemán del siglo xix G. W. F. Hegel, cuya filosofía pone énfasis en la coherencia y en el sentido de la historia. El propósito de la historia es el de un largo progreso hacia la realidad última de la razón y la autoconciencia. Según Hegel, «todo lo racional es real, y todo lo real es racional». Bajo la superficie de los hechos, la historia esconde una estructura. «En historia nos ocupamos de lo que ha sido y de lo que es; en filosofía, no nos concierne lo que pertenece exclusivamente al pasado o al futuro, sino lo que es, ahora y eternamente, esto es, la razón.» Historia y filosofía se unen en una sola cosa, una unidad que tiene relevancia inmediata en el presente.
Foucault pasó de Hegel al filósofo alemán del siglo xx Martin Heidegger, para quien la condición humana está determinada por elementos más profundos que la mera razón. «Todo el desarrollo de mi filosofía estuvo determinado por mi lectura de Heidegger», escribiría Foucault más adelante. La emoción de un primer encuentro con el pensamiento de Heidegger fue inmejorablemente descrita por una alumna de este, Hannah Arendt: «El pensar ha vuelto a la vida; se está dando voz a los tesoros culturales del pasado, que se creía muertos, con el resultado de que nos proponen cosas distintas de las manidas y familiares trivialidades que se pretendía que dijeran». El pasado estaba vivo en el presente, y el modo en que comprendiéramos el pasado mostraba cómo podríamos entender el presente. La historia no consiste en registrar el pasado, sino en revelar la verdad del presente. Tal era la tendencia a la que se adhería el pensamiento de Foucault.
Simultáneamente, la filosofía de Heidegger era objeto de intenso debate en los cafés de la Orilla Izquierda, de la rive gauche parisina. El desencanto de la posguerra y la falta de fe en los valores tradicionales habían producido un entusiasmo generalizado hacia el existencialismo de Jean-Paul Sartre, que había recibido una fuerte influencia de Heidegger. El existencialismo de Sartre era muy subjetivista; creía que la «existencia es anterior a la esencia». No existe una condición humana, o subjetividad, esencial. La esencia la creamos nosotros mismos por la forma como existimos, elegimos y actuamos en el mundo. Del mismo modo, la subjetividad no es un elemento constante que permita una definición estática y limitadora. Está siendo creada continuamente, evolucionando constantemente, como resultado de la vida que llevamos.
Foucault absorbió muchas ideas de Hegel, Heidegger y Sartre, pero igualmente significativas fueron las ideas que rechazó. Se formó, en gran parte, en reacción a estos filósofos, especialmente a Sartre. Como personaje y como pensador, Sartre dominaba la escena intelectual parisina y su presencia se mantendría a lo largo de casi toda la vida de Foucault, a la vez como ejemplo y como aguijón a sus ambiciones. Las ideas de Sartre representaron un papel similar. Foucault sentía por temperamento aversión a permanecer durante mucho tiempo a la sombra de alguien. No solo tenía ambición, sino también la terquedad suficiente para imponerse, aun cuando sus reacciones impulsivas fueran a menudo más lejos que sus ideas. No habría más figuras paternas; una había sido suficiente.
El joven estaba madurando con gran rapidez, tanto en lo académico como en lo personal. Su creciente seguridad intelectual iba de la mano de su autoconocimiento emocional. Aprendía a aceptar su homosexualidad y la violencia de su carácter, representando ocasionalmente papeles sadomasoquistas.
La capacidad intelectual de Foucault comenzó a atraer la atención de personalidades rectoras de la ENS, que discutían sus ideas con él. Georges Canguilhem, que había sido examinador suyo, estaba desarrollando una historia estructural de la ciencia enteramente nueva. En su opinión, la ciencia no progresa según una evolución gradual e inevitable. La historia de la ciencia incluye una serie de discontinuidades claras, donde el conocimiento da un paso adelante, sin precedentes, hacia un nuevo terreno. (La relatividad de Einstein es quizá el ejemplo más conocido del siglo pasado.) Canguilhem era una personalidad excepcional en cuanto que estaba cualificado tanto en filosofía como en medicina, lo que le permitía pr...