El movimiento anti-metafísico del siglo veinte
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El movimiento anti-metafísico del siglo veinte

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El movimiento anti-metafísico del siglo veinte

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El libro ofrece una guía sobre los autores y argumentos contemporáneos más destacados en contra de la metafísica. La filosofía antimetafísica es analizada desde sus orígenes y ortodoxia, subrayándose sus límites y compromisos tanto ontológicos como formales. En sus tres secciones se aborda el desarrollo de un modo de ver la filosofía basado exclusivamente en la predicción de los fenómenos observables y la confusión entre la explicación ontológica y la deducción lógica.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446040484
XII. Hacia una de-construcción de los mundos posibles
De-construcción del problema de la esencia y la identidad
Desde el punto de vista del discurso tanto ordinario como científico el argot de los mundos posibles no deja de ser una mera metáfora. Esta opinión es por supuesto compartida por la mayoría de los científicos, y por no pocos filósofos. Si los problemas de la esencia y la identidad en términos de mundos posibles no alcanzan una solución satisfactoria, quizá tenga sentido analizar la naturaleza del problema en el ámbito de lo que, en el Capítulo IX, se denominaba «éxito referencial» de nombres propios tales como «Sócrates», «Lorca», etc. y de nombres de géneros naturales tales como «agua», «oro», etc., en el contexto de uso real de los mismos desde proferencias concretas.
Desde luego, la expresión «éxito referencial de determinados términos en el contexto de uso real» parece prima facie incompatible con la jerga de los mundos posibles, toda vez que parece remitirnos sin paliativos a lo que de facto ocurre en el mundo actual, i.e., en nuestro mundo. Por otra parte, resulta plausible de-construir la envoltura epistémico-pragmática de estos problemas en los mundos posibles, ya que esta metáfora va acompañada de la sugerencia de que existe la posibilidad real de visionar e inspeccionar otros mundos vía «telescopios a lo Verne».
Lo que en estricta consecuencia sugieren aquellos que emplean subrepticiamente la analogía del telescopio es que estamos en posición de utilizar en otros mundos posibles aquellos criterios de identificación que una persona normal (provista de un componente biológico normal y un componente de información normal) utilizaría en el mundo actual. Digamos pues que, en estricta justicia, el problema de la identificación en el mundo actual, sin recurso a posibles técnicas y aparatos, es el mismo que el problema de la identificación en otros mundos gracias al uso y asistencia de técnicas y aparatos como el «telescopio a lo Verne».
Podemos emplear –en favor de la inteligibilidad y delimitación de esta maniobra de-constructiva– la distinción hoy ya clásica entre competencia y actuación lingüística de un hablante. Desde esta dicotomía parece plausible mantener que la identificación transmundana sería un problema de competencia, puesto que no sabemos qué características podría tener Sócrates, o el agua, en otro mundo posible. Por otra parte, la identificación en el mundo actual no es un problema de competencia, puesto que sabemos grosso modo quién es Sócrates o qué es el agua, aunque puedan darse errores de actuación en la tarea identificatoria. Sin embargo, y atendiendo a nuestro propósito de-constructivo trataremos, no de desestimar la distinción competencia-actuación, pero si al menos de debilitarla.
Tomemos el caso de un individuo o un objeto que una persona normal en cuanto a su competencia lingüística podría reconocer. Desde luego, el caso de Sócrates no nos sirve, pues las características que lo describen podrían ser insuficientes para garantizar el éxito referencial de alguna persona actual que, digamos, estuviese en disposición de viajar en el tiempo y se trasladase a la antigua Grecia. Evidentemente, en este nivel ordinario parece que identificar –en el sentido de «visionar» como lo entienden los críticos de la identidad transmundana– reconociendo alguna propiedad empíricamente detectable por una persona normal, sólo parece posible en un mundo donde la información que posee un individuo consista en material gráfico, visual, como fotografías, imágenes de vídeo, etc., que nos sirvan de conocimiento «background» competencial utilizable empíricamente a la hora de identificar. Así, si hablamos de García Lorca, presumiblemente la característica de ser el más importante dramaturgo español del siglo xx, de haber sido asesinado en Granada, etc., no son propiedades que puedan guiar una identificación exitosa, puesto que no son captables empíricamente de un modo directo en el sentido de ser normalmente perceptibles. Desde esta perspectiva, la única vía de solución y el único tipo de ítem informativo que puede dotar de competencia identificatoria es el propio aspecto físico de García Lorca, su rostro, color de pelo, estatura, la lengua que habla, etc.. En otras palabras, estamos hablando de características manifiestas empíricamente.
Ahora bien, llevando este argumento hasta sus últimas consecuencias, resulta que hoy por hoy, en nuestro mundo, en el mundo, es posible que una persona modifique casi totalmente su rostro vía cirugía estética o bien que rejuvenezca vía «lifting»; puede teñirse el pelo, puede someterse a dieta rigurosa y modificar sustancialmente su peso; su estatura puede cambiarse sensiblemente por procedimientos ortopédicos, puede falsificar su documentación, cambiar su domicilio, hablar una segunda lengua con completa propiedad, etc., etc. Bajo este cúmulo de opciones efectivas en el mundo actual, ¿es lícito plantear que el problema identificatorio es reconstruible en el mundo real? Ante este número de variantes reales, nadie puede estar seguro de estar dirigiéndose, señalando o identificando a un individuo del cual disponíamos de lo que en principio creíamos información competencial suficiente.
De este modo, aunque la distinción competencia-actuación podía presentarse como una intuición inicial interesante, su aplicación específica a la luz de los comentarios precedentes resulta cuando menos problemática, toda vez que parece que, ya sea en otros mundos o en el mundo actual, la carencia es profundamente competencial. El argumento tiene una línea parecida con respecto a los géneros naturales. En definitiva, se trata de subrayar que las cosas, muy a menudo, «no son lo que parecen».
Planteada la situación en estos términos, parece que el único modo de identificar correctamente a alguien o a algo –en particular en el mundo actual– exige una ampliación de nuestro concepto de «competencia cognoscitiva observacional». Dicho de otro modo, tenemos que optar por que la identificación no se efectúe sólo vía propiedades empíricamente manifiestas de un individuo u objeto, sino que parece necesario utilizar un aparato teórico y experimental que complemente sustancialmente la competencia cognoscitiva de un observador.
En principio, y tal como se puso de manifiesto en el Capítulo VII, bajo la hipótesis de la inadecuación de los principios lógico-empiristas, el único modo de identificar a un individuo o a un género natural es la investigación de su naturaleza profunda. Tenemos entonces que el código genético de un individuo y la naturaleza físico-química de un género natural constituyen la naturaleza esencial de estas entidades. Pero esta idea de esencialidad debe separarse de la solución trivial de definir extensionalmente el conjunto de propiedades que se dan en todo mundo posible como esenciales a un individuo. Más bien queremos dar cuenta del problema óntico-epistémico involucrado en el contexto del descubrimiento desde una perspectiva realista.
Se trata pues de articular la idea de que las propiedades esenciales no triviales son descubiertas a posteriori vía investigación empírica. Nótese que desde una perspectiva estrictamente empirista resulta inconsistente la idea de propiedades esenciales (necesarias), si sólo poseemos evidencia a posteriori descubierta en un sólo mundo, el actual. Para un empirista, ninguna propiedad esencial puede ser conocida mediante observación empírica, y en general ninguna verdad modal del tipo «es necesario que a sea P» puede ser descubierta por observación directa. Ello se debe a que un enunciado modal cerrado por el operador de necesidad no solamente dice algo acerca del mundo actual, sino que involucra una cuantificación universal implícita sobre los mundos posibles. De este modo, el problema es cómo la investigación empírica sobre el mundo actual no sólo da cuenta (según el criterio empirista) de lo que de facto ocurre, sino además de lo que debe ser el caso (según el criterio realista que claramente supera los cánones admisibles para los empiristas).
El compromiso realista cualificado del esencialismo que asumimos encuentra su contenido característico en las teorías científicas. Recordemos que sus leyes son descripciones que reflejan aquellos mecanismos generativos que operan en la naturaleza. El realismo cualificado mantiene que el comportamiento de cualquier sistema físico es explicado por referencia a sus componentes últimos, cuya naturaleza y estructura explican las capacidades y propensiones de los objetos para actuar y reaccionar de un modo determinado bajo ciertas circunstancias. De este modo, es natural concebir a un individuo o a un género natural como función de su esencia real constitutiva y el conjunto de sus circunstancias relevantes, que nos da como valor su esencia nominal o consecutiva. No obstante, esta definición en términos de funciones debe matizarse, toda vez que nuestro compromiso realista sugiere que «las flechas funcionales» tienen una carga más comprometida que la meramente extensional de la teoría de conjuntos. De modo preciso, no podemos tener certeza epistémica de haber encontrado de una vez y por todas la naturaleza esencial de una entidad. Ahora bien, dada la naturaleza esencial constitutiva que tiene, existe un vínculo necesario con su esencia nominal consecutiva, vía condiciones relevantes para la actualización del mecanismo generador.
Enfrentémonos ahora –cara a cara– con el problema de la identificación. Tenemos un rostro de un individuo ante nuestra vista. Pudo haber tenido otro rostro, pero tiene el que tiene. Dados los descubrimientos de la moderna genética, ya no es contingente que le tocara el rostro que le tocó, sino que existe una conexión necesaria entre su código genético y el aspecto externo natural que tiene, vía las condiciones ambientales relevantes que le tocó vivir. Esta explicación, por supuesto, no excluye la razonable expectativa de que la investigación ulterior en biología pueda ofrecer una explicación aún más «profunda» de los mecanismos subyacentes, responsables no sólo ya del aspecto externo de un individuo sino incluso de la propia estructura genética del mismo.
El argumento con respecto a géneros naturales es similar. El cobre tiene la propiedad de ser un excelente conductor de la electricidad. Su peso atómico es 63.5, y según la mejor teoría actual acerca de la naturaleza del cobre y las bases físicas de la conductividad descubiertas a posteriori existe un vínculo necesario entre el peso atómico de dicho metal y la característica de ser un buen conductor de la electricidad. La posibilidad de error en la tarea identificatoria deja inmunes a las tesis realistas. En efecto, podemos tener grandes dificultades a la hora de determinar si ciertas muestras de metal rojo y sonoro tiene dicho peso atómico. También podríamos finalmente creer que, en virtud de la investigación empírica a posteriori, no existe un metal tal. Nada de ello refuta la posición realista; i.e., ninguna de estas eventualidades rompe el vínculo necesario entre determinado peso atómico y la propiedad de ser un buen conductor.
Si la metafísica del realista es la que realmente subyace a la gramática ordinaria del científico podemos entonces relocalizar también el problema de la causalidad.
De-construcción del problema de la causalidad
El problema del persistente extensionalismo en el tratamiento de las leyes de la naturaleza y de los enunciados disposicionales que discutimos en el Capítulo IX sugiere también la necesidad de de-construir la noción de causalidad tal como se representa en términos de lógica y semántica de mundos posibles.
El extensionalismo de la teoría de conjuntos que es la disciplina subyacente a todos los análisis semánticos, ya sea de la lógica de primer orden o de las lógicas extendidas con operadores modales, impone un «pie forzado» en el tratamiento que de estos problemas se ha hecho bajo el prisma lógico-empirista. En efecto, si consideramos una ley de la naturaleza cuya matriz es un condicional material, podemos obtener el enunciado contrapositivo extensionalmente equivalente. Sin embargo, el enunciado contrapositivo que se sigue lógicamente de la ley resulta pre-vaciado de la conexión modal necesaria entre las propiedades del antecedente y las propiedades del consecuente en la ley original. El principio de sustitución –de contexto libre– que se da en la lógica extensional y en la lógica causal de Burks dio lugar a la bien conocida paradoja de los cuervos en el primer caso y a la «anomalía ontológica» en el segundo caso, que fueron discutidas en el Capítulo IX.
Por supuesto, existe una íntima conexión entre el extensionalismo lógico y la concepción de las leyes en la tradición empirista, que frecuentemente se denominó teoría de la regularidad. De modo preciso, el extensionalismo inducido por la teoría de conjuntos provee de soporte formal a la idea de que el contenido empírico de una ley causal especifica o recoge meramente una constante concatenación de eventos. Esta concatenación podría ser diferente y por tanto la regularidad mentada resulta ser meramente contingente. Como ya indicáramos, bajo esta perspectiva la existencia de poderes causales y vínculos necesarios tiene el estatuto de «misterio psicológico».
F. Drestske (1977) es sensible a esta dificultad y sugiere una distinción entre la presencia «transparente» y la presencia «opaca» de los predicados en un enunciado universal. El carácter modal de la presencia opaca de predicados en una ley debe entenderse, de acuerdo con Drestske, no mediante la relación extensional de inclusión entre conjuntos (propiedades), sino mediante una genuina relación nómica entre intensiones. Para Drestske una ley es un enunciado singular que describe una relación intencional ent...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. PRIMERA PARTE. La guerra contra el idealismo
  5. I. La metafísica del final del siglo diecinueve
  6. II. Demolición para el análisis
  7. III. La lógica como la esencia de la filosofía
  8. SEGUNDA PARTE. La guerra contra la teoría de los objetos
  9. IV. La teoría de los objetos
  10. V. La frontera entre el sentido y el sinsentido
  11. VI. El verificacionismo y el uso de las condiciones de verdad como armas para luchar contra la metafísica en general
  12. TERCERA PARTE. La guerra contra los fantasmas de la lógica
  13. VII. Ciencia y metafísica
  14. VIII. El criterio de formalización como metodología antimetafísica
  15. IX. La causalidad en la semántica modal
  16. X. Esencialismo e identidad
  17. XI. El problema de la existencia en la semántica de los mundos posibles
  18. XII. Hacia una de-construcción de los mundos posibles
  19. Bibliografía
  20. Otros títulos publicados