La maquinación y el privilegio
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La maquinación y el privilegio

El gobierno de las universidades

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La maquinación y el privilegio

El gobierno de las universidades

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En el mundo se está produciendo un proceso de destrucción de la universidad pública, paralelo al de destrucción de las clases medias. La investigación científica es ya claramente postacadémica y sirve a los intereses de las grandes industrias. El valor de la educación como instrumento de formación cívica y como medio de promoción social se pone cada vez más en duda y se pretende recuperar el sentido elitista de la educación superior. En España las universidades pretenden quedar al margen de la crisis económica y los conflictos sociales, sus profesores viven en una burbuja en la que el orden legal de estas instituciones está siendo minado gracias a la génesis de un poder paralelo. Un poder en el que grupos de profesores, agencias públicas y privadas, bancos y alguna empresa, amparados por el poder político, han creado sistemas de captación de fondos, dotación de plazas y creación de centros en los que quienes dominan el arte de la maquinación académica se van consolidando como grupos privilegiados. Si a ello unimos la crisis de legitimidad de la autoridad académica, observamos un panorama en el que los miembros de las universidades españolas contemplan, pasivos e inermes, un previsible proceso de brutal reconversión del que solo serán conscientes una vez que haya transformado radicalmente el paraíso artificial en el que ahora viven.

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Información

Año
2011
ISBN
9788446035213
Categoría
Social Sciences
Categoría
Anthropology
II
Por qué es necesario cerrar la aneca y neutralizar su ideología
La supresión de la ANECA, mediante un decreto o una ley que la deje sin efecto legal alguno, es una necesidad imperiosa del sistema universitario español, debido a que es la propia existencia de esa agencia la que imposibilita cualquier reforma real de las universidades españolas.
Como veremos a continuación, el proceso de creación y consolidación de esa agencia, pieza clave de la política universitaria del PP y del PSOE, ha traído consigo:
1. La creación, difusión e implantación de una ideología muy concreta de la enseñanza superior.
2. La consolidación de un grupo social cada vez más amplio de profesores supuestamente expertos en establecer criterios objetivos de valoración de la docencia y la investigación, que a su vez son los que pueden dar acceso al disfrute de cuotas mayores o menores de fondos públicos necesarios para enseñar e investigar.
3. La sumisión del profesorado a todo tipo de procesos de control, con el fin de poder acceder a sus cuotas correspondientes de incentivos económicos, ya sea en sus nóminas, a nivel personal, o en otro tipo de ingresos.
4. El debilitamiento institucional de las universidades.
5. Y, lo que es más grave, la implantación y aceptación masiva de un sistema de doble verdad, en el cual todo el mundo sabe, pero nadie se atreve a decir, que todos estos procesos carecen de finalidad alguna.
La ANECA fue creada por Pilar del Castillo, ministra de Educación en el Gobierno de José María Aznar, y fue concebida como un instrumento que podría permitir el control político e ideológico y la futura reconversión de las universidades españolas.
En el discurso aparentemente neoliberal que encarnaba Pilar del Castillo era necesario establecer un sistema de valoración de la calidad de las universidades con el fin de ajustarlas a las supuestas necesidades del mercado. En ese mismo discurso, sin embargo, anidaba una profunda contradicción, puesto que un elemento esencial del pensamiento neoliberal es que el mercado es un mecanismo que se autorregula de acuerdo con sus propias leyes, no siendo posible en modo alguno afirmar que la creación de un discurso sobre el mercado en un marco meramente académico −como iba a ocurrir en España− hubiese de ser el instrumento esencial de transformación de la realidad.
La realidad con la que se encontró Pilar del Castillo fue la de un sistema universitario español fragmentado entre 17 autonomías que en modo alguno estaban dispuestas a colaborar entre sí de ninguna manera. En el sistema político español actual, derivado del peculiar desarrollo de la Constitución de 1978, cada autonomía actúa como una mónada política y como un agente en un supuesto mercado político en el que trata de optimizar sus beneficios y minimizar sus gastos, sin que nadie pueda creer ya hoy día que el resultado de todo ello sea en modo alguno el bien común de nuestro sistema estatal.
Ante esta situación, si Pilar del Castillo y sus asesores hubiesen sido coherentes, hubiesen tenido que seguir una de estas dos opciones en el caso de las universidades, presas de las autonomías:
a) o bien retirar a las universidades españolas del sistema político de las autonomías, lo cual podía parecer lógico cuando se predicaba ya la unidad del mercado europeo de educación superior y la libre circulación de profesores y alumnos, a la vez que la homologación generalizada de los títulos en toda Europa;
b) o bien privatizar todo el sistema universitario español y hacerlo depender realmente del mercado, del mismo modo que Rodrigo Rato y los equipos económicos de José María Aznar se encargaron de liquidar lo que quedaba de las empresas públicas en España.
Si Pilar del Castillo no optó por ninguna de estas dos soluciones, las únicas concordes con sus presupuestos ideológicos predicados en nombre del supuesto fin de las ideologías, fue porque sabía que no tenía posibilidad alguna de hacerlo.
En el discurso del PP y de su líder en esos momentos había un fuerte acento antiautonómico y procentralista, pero, como José María Aznar pasó a gobernar con la ayuda de vascos (PNV) y catalanes (CiU), haciendo exactamente lo mismo que había reprochado a Felipe González, el discurso antiautonómico tuvo que ser bruscamente frenado, simbolizando ese frenazo la célebre frase del candidato a presidente del Gobierno «yo también hablo catalán en la intimidad», aunque sus hooligans gritasen en aquellos momentos: «¡Pujol, enano, habla castellano!».
Todo esto fue algo más que una anécdota, puesto que, cuando el PP subió al poder, pasó a utilizar sin ninguna cortapisa cualquier tipo de alianza política en Madrid o en cada autonomía y ayuntamiento, con el fin de conquistar el poder en un momento dado. Y todo ello en nombre de un discurso pragmático que afirmaba que, al no existir ya las ideologías, lo único importante sería la realidad y su transformación mediante las recetas del conocimiento técnico imprescindible en todos y cada uno de los ámbitos sociales.
El freno a las universidades de las autonomías y la vuelta a un sistema centralista o la creación de un nuevo sistema adaptado al nuevo marco europeo fue, pues, legalmente inconcebible, por estar supeditada la educación y las universidades a los intereses del sistema de alianzas entre partidos.
Y algo similar ocurrió con la idea posible de privatizar las universidades. No se implementó ni en la imaginación porque todo el mundo sabía que ello supondría la desaparición casi total del sistema universitario español. Y no sólo porque no hubiese empresas dispuestas a comprar las universidades públicas para hacerlas rentables, sino porque, dada la evolución del incipiente proceso de creación de las universidades privadas en España, todo el mundo sabía que las únicas titulaciones que iban a ser objeto de su interés serían las empresariales, algunas jurídicas y en una parte mucho menor alguna que otra titulación tecnológica. Y ello era así porque era evidente −y lo sigue siendo ahora− que la estructura económica española, con un peso excesivo del sector público, de la construcción y el turismo, apenas necesita de las universidades ni para la formación de su fuerza de trabajo ni para renovar su infraestructura productiva.
Como no se podía optar por ninguna de las soluciones que se deberían haber intentado honradamente −si ser honrado es ser consecuente con lo que se dice y se piensa−, se decidió implantar un sistema insólito en el que se creía que la creación de un discurso neoliberal y tecnocrático de la educación superior sería el instrumento básico para cambiar toda la realidad. Se trata de un sistema casi hegeliano en el que el autodespliegue del pensamiento de un nuevo Absoluto evaluador de sí mismo −como el Geist de ese filósofo− conseguiría ir creando la realidad a golpe de enunciados, del mismo modo que Yahvé creó el mundo en el primer libro del Génesis.
Veámoslo punto por punto.
La ideología aneca
El discurso de, y en torno a, la ANECA es una ideología porque se basa en la idea de la omnipotencia de un mercado autorregulado en el terreno de la educación superior, un mercado que debe ser nutrido de trabajadores por parte de las universidades que deberían ajustarse exclusivamente a sus necesidades laborales.
Todo el mundo pasó a hablar en términos neoliberales: políticos, autoridades académicas y profesores. Se utilizaron constantemente expresiones como «las demandas del mercado», confundiendo sistemáticamente la realidad del mercado con la totalidad de la estructura social. Se pasó a utilizar el término empresa como sinónimo de sistema, institución y organismo, dando la impresión de que en el universo, desde el átomo hasta la ONU, todo son empresas que se regulan a sí mismas.
La autorregulación y la búsqueda de equilibrio en cualquier sistema se definió como un intercambio entre proveedores y clientes, casi desde el nivel celular a la estructura de la mente. Todos los sistemas serían agentes autorregulados en supuestos mercados. Los alumnos serían clientes de sus profesores, las facultades proveedoras de sus universidades, las unidades administrativas menores de las mayores. Las estructuras de la administración pública sólo serían redes empresariales, y su funcionamiento un proceso medido por procesos de control de calidad y creación e intercambio de productos del mercado de la educación, microcosmos del mercado universal.
La existencia de la universidad sólo se pretendió justificar por su utilidad económica (una rentabilidad inexistente en España). Los rectores españoles pasaron a decir que la importancia de sus instituciones se debería expresar en la cuota del PIB que habría que darles, aunque casi ninguno de ellos sabría definir el PIB. De sus bocas comenzaron a salir profecías sobre negros futuros o paradisíacos porvenires del país, que habría de depender casi exclusivamente de que sus universidades recibiesen cada vez más dinero, aunque no se sabía muy bien para qué, ya que ninguno de ellos podría demostrar, ni estadísticamente ni mediante un modelo econométrico razonable, cómo sus instituciones eran bases y cimientos de la prosperidad de su ciudad, o de su comunidad autónoma, por no decir ya de toda España.
El discurso académico sobre la economía no es más que una ideología, en el sentido que da la sociología clásica al término (Mannheim, 1941; Koffan, 1975; Plamenatz, 1983; Eagleton, 1997; Žižek, 2003); es decir, un discurso que no sólo no se corresponde con la realidad, sino que la presenta de forma invertida, siguiendo la vieja metáfora de la «cámara oscura» o cámara fotográfica en la que el objetivo proyecta invertido el objeto enfocado.
La consolidación de la ideología del mercado en la universidad fue a la par del «milagro económico de Rodrigo Rato», aplaudido por el PP, alabado por el PSOE y consolidado por Rodríguez Zapatero. A dicho milagro Rato dedicó su propia tesis doctoral, buscando así la consagración académica −como expresión máxima de su pensamiento ventrílocuo−, y que se basó en mejorar la economía española y conseguir un superávit fiscal gracias a la venta de las empresas públicas, a la impulsión de una gigantesca burbuja inmobiliaria incentivada por un sistema crediticio y fiscal disparatado y al mantenimiento de la dependencia de buena parte de nuestro sistema económico del turismo y del sector servicios.
Ese milagro económico, anunciado por el propio José María Aznar el mismo día que tomó posesión de su cargo con el lema «España va bien», a pesar de que dos días más tarde estaba en el más absoluto descalabro institucional y ruina económica, tuvo un cierto componente performativo o mágico.
Se llama enunciado performativo, o realizativo, a aquel que crea la realidad, al igual que Yahvé creó el mundo a golpe de órdenes en el Génesis. Los enunciados performativos son básicos en el mundo social; se expresan en el modo imperativo y con ellos se transmiten las órdenes. En el caso español lo que ocurrió fue que el carácter performativo se convirtió en el elemento estructurante de la realidad política, de tal modo que podríamos decir que en España pasó a ser realidad lo que las autoridades decían una y mil veces que era real. En la economía el milagro dejó de ser real cuando la burbuja financiera estalló, porque la economía sí que es real, pero, en el caso de las universidades, libres de los vaivenes del mercado, la realidad continuó siendo todavía meramente verbal. Así, en medio de una espantosa crisis, sus rectores siguieron sin tener reparos en pedir más y más dinero, en proclamarse garantes máximos del bienestar común y predicar como profetas beatíficos de un porvenir feliz en un mundo terriblemente incierto.
El discurso del mercado sigue plenamente en vigor en las universidades españolas, que creen en él porque el mercado no les afecta. Con ese discurso se muestran totalmente incapaces no sólo de analizar su realidad circundante sino también de analizarse a sí mismas. Pero, si ello sigue siendo posible, es porque, a pesar de su autismo, a pesar de su rigidez, de su inmovilidad y de su notoria incapacidad de transformarse, no cesan de generar un falso discurso de eficacia y control y de una supuesta reforma y transformación de sí mismas. Es un discurso cuyos ideólogos y creadores son las autoridades de todo tipo estructuradas en torno a la ANECA, con sus funcionarios y sus redes piramidales de evaluadores.
La ideología de la ANECA se basa en primer lugar en la idea del mercado y la empresa, que funcionan como las dos metáforas maestras que le permiten producir sus textos, sus informes y sus baremos de evaluación. Pero esas dos metáforas serían inaplicables si no se concretasen en una determinada ideología de la educación: una ideología de la educación basada en las metáforas clave de las competencias y las habilidades.
Las ideas de competencias y habilidades son sólo parte de una ideología de la educación muy concreta y no dos conceptos clave que permitan explicar todo tipo de aprendizajes. Y además de ello estas dos ideas carecen totalmente de valor jurídico, aunque se les haya otorgado sedicentemente.
Se llama competencia al conjunto de capacidades manuales, cognitivas e intelectuales que son necesarias para cumplir una determinada función, y más concretamente para ocupar un puesto de trabajo en un mercado competitivo o un lugar en una organización. La idea de que la competencia es el concepto clave de la educación sólo es defendible si ésta se subordina única y exclusivamente a la creación de una fuerza de trabajo adaptada a las necesidades transitorias de un mercado en constante evolución.
La práctica totalidad de los procesos educativos, a nivel sensoriomotriz, cognitivo, lingüístico o de cualquier tipo de pensamiento, no es reducible al nivel de meras competencias, porque la educación es un proceso complejo en el que interrelacionan diferentes sistemas, instituciones y valores, y con una serie de agentes que interaccionan de modo continuo, complejo y cambiante en el tiempo.
La educación no es un conjunto numerable de competencias, sino un conjunto compuesto de numerosos subconjuntos que interseccionan...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Preludio
  5. Introducción
  6. I. ¿Quién debe gobernar las universidades?
  7. II. Por qué es necesario cerrar la ANECA y neutralizar su ideología
  8. III. Un fiasco
  9. IV. Calculus vanitatis
  10. V. Profesores y papeles
  11. VI. Un discurso a los alumnos
  12. Conclusión
  13. Apéndices
  14. Bibliografía