Vida y obra de Descartes
Descartes no hizo ni el más mínimo trabajo útil en toda su vida. En distintos periodos se define a sí mismo como soldado, matemático, pensador y caballero, pero este último apelativo es el que mejor describe su actitud ante la vida, a la vez que su nivel social. Su inclinación juvenil hacia una vida ociosa y placentera se convirtió pronto en rutina; vivía de sus ingresos privados, se levantaba de la cama a mediodía y viajaba un poco cuando le apetecía. Y eso era todo. Nada de dramas, ni esposas, ni triunfos (ni fracasos) públicos. Y, sin embargo, Descartes es, sin duda, el filósofo más original en los 1.500 años que siguen a la muerte de Aristóteles.
René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en la pequeña ciudad de La Haye, a unos 45 kilómetros al sur de Tours, un lugar que ha sido renombrado Descartes y en el cual se puede visitar la casa donde nació y la iglesia de San Jorge, del siglo XII, donde fue bautizado.
René era el cuarto hijo; su madre moriría durante un parto al año siguiente. Su padre Joachim era juez en la Corte Superior de Bretaña, que se reunía en Rennes, a unos 200 kilómetros, de modo que Joachim estaba en casa menos de la mitad del año; se casó pronto otra vez y René fue criado en casa de su abuela, sintiendo un especial afecto por su aya, a la que guardó toda su vida la más cariñosa estima y a la que mantuvo hasta el día de su muerte.
Descartes pasó una infancia solitaria, la soledad acentuada por su naturaleza enfermiza, y aprendió rápidamente a vivir sin compañía. Se sabe que era introspectivo y reservado desde sus primeros años; un niño de semblante pálido, con cabellos espesos y rizados y grandes ojeras, deambulando por el huerto con su chaqueta negra y su calzones hasta la rodilla, un ancho sombrero negro en la cabeza y una larga bufanda de lana alrededor de su cuello.
A la edad de ocho años, Descartes fue enviado interno al Colegio de los Jesuitas que había abierto recientemente en La Flèche; esta escuela estaba destinada a la educación de la pequeña nobleza local, que anteriormente pasaba de tales asuntos en favor de la caza, la cetrería y desganados sermones en el hogar. El rector del colegio era amigo de la familia de Descartes, de modo que el frágil René tuvo una habitación para él solo y se le permitió levantarse cuando quisiera. Como todo el que goza de tal privilegio, Descartes se levantaba al mediodía, una costumbre que conservó estrictamente el resto de su vida. Mientras los demás alumnos eran intimidados por jesuitas rencorosos y engreídos, versados fanáticamente en los intrincados rincones de la escolástica, el joven e inteligente Descartes podía dedicarse a sus estudios en una atmósfera más relajada, levantándose a tiempo para la comida y tomando lecciones de equitación, esgrima y flauta por la tarde. Cuando llegó el día de dejar la escuela, Descartes había aprendido mucho más que cualquier condiscípulo y su salud se había recuperado completamente (salvo una persistente hipocondría que cultivó cuidadosamente durante el resto de su vida, por lo demás notablemente saludable).
A pesar de que se había llevado todos los premios, Descartes mantuvo una honda ambivalencia hacia su educación; la consideraba como una colección de disparates: rutinarias repeticiones de Aristóteles incrustadas de siglos de interpretaciones, la sofocante teología de Aquino con respuestas para todo, pero que en realidad no respondía nada, un cenagal de metafísica. Nada de lo que aprendió parecía ofrecer ninguna certeza, aparte las matemáticas. Con una vida desprovista de certidumbres en el hogar, de familia y de contactos sociales significativos, Descartes buscaba ansiosamente la certeza en el único dominio en que se sentía a gusto: el intelecto. Dejó la escuela decepcionado, convencido de que no sabía nada, como Sócrates antes que él. Pero las matemáticas proporcionaban solamente una certeza impersonal; la única otra certeza que conocía era Dios.
Al dejar Descartes La Flèche a la edad de 16 años, su padre le envió a estudiar leyes en la Universidad de Poitiers. La intención de Joachim era que René llegara a una posición respetada en la profesión, tal como lo había conseguido su hermano mayor. En aquel tiempo, tales puestos se cubrían mayoritariamente por la práctica del nepotismo, sistema que produjo aproximadamente el mismo porcentaje de jueces absurdos e inadecuados que el sistema en uso hoy en día. Pasados dos años de estudio, Descartes pensó que ya tenía bastante; por entonces había heredado de su madre unas pequeñas propiedades rurales que le proporcionaban unos ingresos modestos, pero suficientes para vivir como él quería, así que dirigió sus pasos hacia París para «proseguir con sus pensamientos». Al juez Joachim no le hizo muy feliz esta decisión; los Descartes eran caballeros y no se esperaba de ellos que malgastaran su tiempo pensando, pero no podía hacer nada, puesto que su hijo era ya un hombre libre.
Descartes se cansó de su acomodada vida parisina de soltero al cabo de dos años, pues, a pesar de que se dedicaba a una amplia gama de estudios y a la escritura, más bien como aficionado, de unos tratados, se estaba viendo envuelto cada vez más en la vida social de la capital, lo que le parecía en extremo fastidioso; no es que esto fuera el resultado de una reflexión sobre la sociedad parisina de moda en aquel tiempo, que le hiciera pensar que esta sociedad era más fastidiosa que las otras, sino más bien que, para Descartes, todas las vidas sociales eran igualmente aburridas. Descartes se refugió en un tranquilo rincón del Faubourg St. Germain, donde absolutamente nadie visitaba a absolutamente nadie y donde vivió recluido y dedicado a pensar en paz.
Este había de ser su modo de vida favorito siempre; sin embargo, después de la tranquilidad de unos pocos meses, cogió de repente las maletas. Descartes parece haber tenido dos obsesiones en delicado equilibrio: la soledad y los viajes. No sintiéndose nunca próximo a los otros hombres, no buscaba su compañía, y no habiendo conocido nunca un verdadero hogar, no deseaba crear uno propio, así que permanecería toda su vida inquieto y solitario.
Con esto, parece todavía más extraña la siguiente decisión de Descartes de alistarse en el ejército, cosa que hizo en Holanda en 1618, donde firmó como oficial sin paga en el ejército protestante del príncipe de Orange, que se preparaba a la sazón a adefender las Provincias Unidas de los Países Bajos contra los católicos españoles, deseosos de recuperar su antigua colonia. ¿Qué hicieron los holandeses con este huraño caballero católico, sin experiencia militar, que solo había hecho un poco de esgrima y equitación en la escuela? Es difícil de imaginar. Descartes no sabía holandés entonces e insistía en su rutina de levantarse de la cama al mediodía; quizá les pasó desapercibido, si es que se quedaba en su tienda escribiendo un tratado de música...