Primero como tragedia, después como farsa
eBook - ePub

Primero como tragedia, después como farsa

  1. 192 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Primero como tragedia, después como farsa

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Si se han podido inyectar miles de millones de dólares en el sistema bancario mundial en un intento desesperado por estabilizar los mercados financieros, ¿por qué no se han podido unir las mismas fuerzas para afrontar la pobreza mundial y la crisis medioambiental? Sin dejar títere con cabeza, Slavoj Žižek realiza un análisis en el que enmarca los fallos morales del mundo moderno en los acontecimientos que marcaron la primera década de este siglo. Y halla respuesta en la conocida premisa de Marx sobre la repetición de la historia: primero como tragedia, después como farsa. Con los ataques del 11S y con el colapso global del crédito, el liberalismo ha muerto dos veces: como doctrina política y como teoría económica. "Primero como tragedia, después como farsa" es una llamada a la Izquierda para que se reinvente a la luz de nuestra desesperada situación histórica: el tiempo del chantaje liberal y moralista ha terminado.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Primero como tragedia, después como farsa de Slavoj Zizek en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Philosophy y Philosophy History & Theory. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2011
ISBN
9788446035268
CAPÍTULO I
¡Es la ideología, estúpido!
¿Socialismo capitalista?
La única cosa verdaderamente sorprendente sobre el colapso financiero de 2008 es la facilidad con que se aceptó la idea de que el hecho de que se produjera era una sorpresa imprevisible que sacudió a los mercados cuando menos se esperaba. Hay que recordar las manifestaciones que durante la primera década del nuevo milenio acompañaron regularmente a las reuniones del FMI y del Banco Mundial: las quejas de los manifestantes reflejaban no sólo los habituales temas antiglobalización (la creciente explotación de los países del Tercer Mundo, etc.), sino también cómo los bancos estaban creando la ilusión del crecimiento jugando con dinero ficticio, y cómo todo eso tenía que acabar en una crisis. No fue sólo que economistas como Paul Krugman y Joseph Stiglitz hubieran advertido de los peligros que se avecinaban y que hubieran dejado claro que aquellos que prometían un crecimiento continuo no entendían realmente lo que estaba sucediendo bajo sus narices. En Washington, en 2004, se manifestó tanta gente en torno al peligro del colapso financiero que la policía tuvo que movilizar a 8.000 miembros de policías locales y traer a 6.000 hombres más de Maryland y Virginia. A continuación vinieron los gases lacrimógenos, las palizas y las detenciones masivas, tantas que la policía tuvo que utilizar autobuses para transportar a los detenidos. El mensaje era alto y claro, y se utilizó a la policía para ahogar literalmente a la verdad.
Después de este sostenido esfuerzo de deliberada ignorancia no sorprende que, cuando finalmente estalló la crisis, como uno de los actores señaló, «nadie sabía realmente qué hacer». La razón estaba en que las expectativas son parte del juego: cómo reaccionará el mercado depende no sólo de hasta qué punto la gente confíe en esta o aquella intervención, sino, todavía más, de hasta qué punto piensa que otros confiarán en ellas; uno no puede tomar en cuenta las consecuencias de sus propias elecciones. Hace tiempo, John Maynard Keynes interpretó con precisión esta autorreferencialidad al comparar el mercado de valores con un ridículo concurso en el que los participantes tienen que escoger a varias chicas guapas entre un centenar de fotografías. El ganador es el que elige a las chicas que están más cerca de la opinión media: «No se trata de elegir a aquellas que, según el propio juicio, son realmente las más guapas, ni siquiera aquellas que la opinión media genuinamente piensa que son las más guapas. Hemos alcanzado el tercer grado, en que dedicamos nuestra inteligencia a anticipar qué opinión media espera que sea la opinión media»1. De este modo, nos vemos obligados a elegir sin tener a nuestra disposición el conocimiento que nos permitiría una elección cualificada, o, como dice John Gray: «Estamos obligados a vivir como si fuéramos libres»2.
En la cima del colapso, Joseph Stiglitz señaló que, a pesar del creciente consenso entre los economistas de que cualquier rescate basado en el plan del secretario del Tesoro, Henry Paulson, no funcionaría,
para los políticos es imposible hacer nada en semejante crisis. Por eso tenemos que rezar para que un acuerdo elaborado con la tóxica mezcla de intereses especiales, medidas económicas torpes e ideologías derechistas que produjeron la crisis pueda de alguna manera producir un plan de rescate que funcione; o que, si fracasa, no haga demasiado daño3.
Stiglitz está en lo cierto porque, de hecho, los mercados están basados en creencias (incluso en creencias sobre las creencias de otras gentes). Por eso, cuando los medios de comunicación se preo-cupan por «cómo reaccionarán los mercados» al plan de rescate, ésta es una pregunta no sólo sobre las consecuencias reales del plan, sino sobre la creencia de los mercados en la eficacia del plan. De ahí que el rescate pueda funcionar incluso si es un desatino económico4.
La presión por «hacer algo» es como la compulsión supersticiosa para realizar algún gesto cuando estamos observando un proceso sobre el cual no tenemos influencia real. ¿No son nuestros actos a menudo gestos como ésos? El viejo dicho «no te limites a hablar, ¡haz algo!» es una de las cosas más estúpidas que se pueden decir, incluso considerándolo bajo los módicos parámetros del sentido común. Quizá, por el contrario, el problema ha sido que últimamente hemos estado «haciendo» demasiado, como, por ejemplo, intervenir en la naturaleza, destruir el medio ambiente, etc. Quizá sea el momento de dar un paso atrás, pensar y decir la cosa correcta. Es cierto que a menudo hablamos sobre algo en vez de hacerlo; pero algunas veces también hacemos cosas para evitar hablar y pensar sobre ellas. Cosas como arrojar 700.000 millones de dólares sobre un problema, en vez de reflexionar, en primer lugar, sobre cómo surgió.
En la actual confusión, hay, ciertamente, suficiente material como para que pensemos las cosas detenidamente. Ya el 15 de julio de 2008, el senador republicano Jim Bunning atacó al presidente de la Fed, Ben Bernanke, afirmando que su propuesta mostraba cómo «el socialismo todavía está vivo y es saludable en Estados Unidos»: «Ahora la Fed quiere ser el regulador del riesgo sistémico. Pero la Fed es el riesgo sistémico. Dar más poder a la Fed es lo mismo que dar un bate más grande al chico del barrio que rompió nuestra ventana jugando al béisbol en la calle, y pensar que eso arreglará el problema»5. El 23 de septiembre volvió a la carga, calificando el plan del Tesoro para el mayor rescate financiero desde la Gran Depresión de «no estadounidense»:
Alguien se tiene que hacer cargo de esas pérdidas. O bien dejamos que la gente que tomó malas decisiones cargue con las consecuencias de sus acciones, o extendemos el dolor a otros. Eso es exactamente lo que propone hacer el secretario del Tesoro: tomar el dolor de Wall Street y extenderlo a los contribuyentes […] Este rescate masivo no es la solución, es socialismo financiero, y es «no estadounidense».
Bunning fue el primero en esbozar públicamente las características del razonamiento que se encontraba detrás de la rebelión del Partido Republicano contra el plan de rescate y que alcanzó su clímax el 29 de septiembre, con el rechazo de la propuesta de la Fed. El argumento merece un análisis más detenido. En primer lugar, hay que señalar cómo la resistencia republicana al proyecto de rescate estaba formulada en términos de «lucha de clases»: Wall Street contra Main Street*. ¿Por qué debemos ayudar en «Wall Street» a los responsables de la crisis, mientras pedimos que el común de la gente que soporta hipotecas en «Main Street» pague el pato? ¿No es éste un caso claro de lo que la teoría económica llama «riesgo moral», definido como «el riesgo a que alguien se comporte inmoralmente debido a que el seguro, la ley u otro organismo le protegerá contra cualquier pérdida que su comportamiento pueda ocasionar»? Si, por ejemplo, estoy asegurado contra incendios, ¿no tomaré menos medidas de precaución contra ellos (o, in extremis, incluso no prenderé fuego a mi local, que está completamente asegurado, pero que genera pérdidas)? Lo mismo sucede con los grandes bancos: ¿no están protegidos contra grandes pérdidas y son capaces de mantener sus beneficios? No sorprende que Michael Moore escribiera una carta abierta en la que condenaba el plan de rescate como el robo del siglo.
Este inesperado solapamiento de las perspectivas de la izquierda con las de los conservadores republicanos es el que nos debe llevar a una pausa para pensar. Ambas perspectivas comparten su desprecio por los grandes especuladores y directivos de las compañías que sacan beneficio de decisiones arriesgadas, pero que están protegidos de los fracasos por «paracaídas de oro». Se puede recordar la cruel broma de la película de Lubitsch, Ser o no ser [To Be or Not to Be]: cuando se le pregunta sobre los campos de concentración alemanes en la ocupada Polonia, el oficial nazi «Erhardt campo de concentración», responsable del mismo, responde bruscamente: «Nosotros hacemos la concentración y los polacos hacen el camping». Lo mismo sucede con el escándalo por la quiebra de Enron en enero de 2002, que puede ser interpretada como una especie de comentario irónico sobre la idea de sociedad de riesgo. Los miles de empleados que perdieron sus trabajos y sus ahorros estaban, ciertamente, expuestos al riesgo, pero sin tener ninguna elección real en el asunto; el riesgo apareció ante ellos como si se tratara del destino. Por el contrario, aquellos que sí tenían alguna comprensión de los riesgos que se corrían, así como el poder de intervenir en la situación (en concreto, los altos directivos), minimizaron sus riesgos liquidando sus acciones y opciones antes de la quiebra. Realmente es cierto que vivimos en una sociedad de elecciones de riesgo, pero es una sociedad en la que algunos hacen las elecciones, mientras que otros asumen los riesgos…
Entonces, ¿el plan de rescate es realmente una medida «socialista», el nacimiento en Estados Unidos del socialismo de Estado? Si lo es, se trata de una forma muy peculiar: una medida «socialista» cuyo objetivo primordial no es ayudar a los pobres, sino a los ricos; no a aquellos que deben, sino a los que prestan. En el colmo de la ironía, «socializar» el sistema bancario es aceptable cuando sirve para estabilizar el capitalismo. (Nótese la simetría con la China actual: igualmente, los comunistas chinos utilizan el capitalismo para imponer su régimen «socialista».)
Pero ¿qué pasa si el «riesgo moral» está inscrito en la misma estructura del capitalismo? Es decir, qué pasa si no hay manera de separar ambas cosas: pues, en el sistema capitalista, el bienestar en Main Street depende de un Wall Street floreciente. Por eso, mientras los populistas republicanos que se oponen al rescate están haciendo lo erróneo por razones correctas, los proponentes del rescate están haciendo lo correcto por razones erróneas. Por plasmarlo en términos más sofisticados, la relación es no transitiva: mientras lo que es bueno para Wall Street no es necesariamente bueno para Main Street, Main Street no puede prosperar si Wall Street se siente enfermo, y esta asimetría otorga a Wall Street una ventaja a priori.
Podemos recordar el clásico argumento del «goteo» en contra de la redistribución igualitaria (mediante niveles más elevados de impuestos progresivos, etc.): en vez de hacer que los pobres sean más ricos, hace que los ricos sean más pobres. Lejos de ser simplemente antiintervencionista, esta actitud realmente muestra una comprensión muy precisa de la intervención económica del Estado: aunque todos queremos que los pobres sean más ricos, es contraproducente ayudarlos directamente, ya que ellos no son el elemento dinámico y productivo de la sociedad. La única clase de intervención que se necesita es la que ayuda a los ricos a ser más ricos; entonces los beneficios automáticamente, por sí mismos, se difundirán entre los pobres… Actualmente, esto toma forma en la creencia de que si arrojamos suficiente dinero sobre Wall Street, finalmente goteará hacia Main Street, ayudando al común de los trabajadores y propietarios. Igualmente, si quieres que la gente tenga dinero para construir casas, no se lo entregues directamente a ellos, sino a los que, a su vez, les prestarán el efectivo. De acuerdo con esta lógica, ésta es la única manera de crear auténtica prosperidad; de otra forma, se tratará, simplemente, de un caso de distribución de fondos del Estado entre los necesitados, a expensas de los verdaderos creadores de la riqueza.
En consecuencia, a aquellos que predican sobre la necesidad de un regreso desde la especulación financiera a la «economía real» de la producción de bienes para satisfacer las necesidades reales de la gente se les escapa la misma esencia del capitalismo: en contraste con la realidad de la producción, el autolanzamiento y el autoincremento de la circulación financiera es su única dimensión de lo Real. Esta ambigüedad quedó clara en el reciente colapso, cuan-do fuimos simultáneamente bombardeados por llamamientos a favor de un regreso a la «economía real» y por recordatorios de que la circulación financiera, un sistema financiero sano, es la sangre vital de nuestras economías. ¿Qué extraña sangre vital es esta que no es parte de la «economía real»? ¿Es que la «economía real», en sí misma, es un cuerpo sin sangre? El eslogan populista «¡Salvad Main Street, no a Wall Street!» es, por ello, totalmente engañoso, una forma de la ideología en su más pura expresión: pasa por alto el hecho de que lo que mantiene a Main Street funcionando bajo el capitalismo es Wall Street. Echa abajo ese Wall [Muro] y Main Street se verá inundada por el pánico y la inflación. Guy Sorman, un ideólogo ejemplar del capitalismo contemporáneo, está realmente en lo cierto cuando afirma: «No hay ninguna racionalidad económica para distinguir el “capitalismo virtual” del “capitalismo real”: no hay nada real que se haya producido nunca sin haber sido financiado ante...

Índice

  1. Portada
  2. Legal
  3. Introducción
  4. Capítulo 1
  5. Capítulo 2
  6. TÍitulos publicados