Discursos sobre la primera década de Tito Livio
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Discursos sobre la primera década de Tito Livio

Nicolás Maquiavelo

  1. 432 páginas
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Discursos sobre la primera década de Tito Livio

Nicolás Maquiavelo

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En contraste con la defensa de la monarquía que hace Maquiavelo en El príncipe, los Discursos proponen la república como el sistema político ideal, dado que, bien organizada, permite participar tanto a grandes como a comunes para contener así los conflictos políticos habituales entre ellos. No obstante, la república debe gozar de las instituciones necesarias para canalizar dicha participación, algo que la monarquía, la aristocracia, la tiranía o la democracia no lograrían dada su inestabilidad. Es comprensible entonces que la oposición a la república que el autor parece plasmar en El príncipe haya generado un debate intenso en torno a la coherencia de su pensamiento y a la posible conciliación de ambas obras. Algo posible si admitimos que la verdadera preocupación del italiano era la creación de un Estado moderno en la Italia de su tiempo.

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Información

Libro tercero
1. De cómo si se quiere que una facción o república perdure en el tiempo conviene devolverla a sus principios.
Nada hay más cierto que el hecho de que todas las cosas del mundo llegan a su fin. Pero, en general, sólo completan el ciclo que les ha sido asignado por el cielo aquellas que no descuidan el gobierno del cuerpo, que lo conservan, alterándolo solamente cuando resulta beneficioso. En el caso de los cuerpos mixtos, como las facciones o repúblicas, considero saludables aquellas alteraciones que las reconducen a sus principios. De ahí que estén mejor organizadas y gocen de una vida más larga las que cuentan con instituciones que las permiten renovarse a menudo, así como aquellas que se renuevan por cualquier circunstancia ajena a su ordenamiento. Es evidente que lo que no se renueva no puede perdurar. Como he dicho, para renovarlas, conviene reconducirlas a sus principios. Pues siempre hay algo bueno en los principios de cualquier facción, república o reino que les permite recuperar su primitiva reputación y capacidad de desarrollo. Con el paso del tiempo la bondad inicial se corrompe y, si nada las reconduce a sus principios, las ciudades mueren inevitablemente. Al hablar del cuerpo humano los médicos afirman que: «quod quotidie aggregatur aliquid, quod quandoque indiget curatione»[1]. En el caso de las repúblicas, la reconducción a los principios puede deberse a alguna circunstancia externa o a la prudencia de sus habitantes. En relación a la primera posibilidad hemos visto cómo Roma hubo de ser tomada por los galos para que los romanos quisieran que renaciera, provista de nueva vida y virtù, y desearan volver a respetar los preceptos de la religión y la justica cuya observancia flaqueaba. Livio habla de ello en su historia al narrar que no se celebró ninguna ceremonia religiosa, ni cuando se envió al ejército contra los galos ni cuando se crearon los tribunos[2] con potestad consular. Tampoco castigaron a los Fabios, que habían atentado contra el ius gentium combatiendo contra los galos, sino que los nombraron tribunos. Cabe suponer que tampoco respetarían razonablemente el resto de las buenas normas, necesarias para la conservación de la vida libre, implementadas por Rómulo y los demás sabios legisladores. Sin embargo, cuando les vino del exterior tamaño golpe volvieron a tener en cuenta los antiguos ordenamientos. El pueblo se percató de que no sólo había que mantener la religión y la justicia, sino también estimar a los ciudadanos más excelentes y dar mayor importancia a la virtù que a las comodidades de las que creían que se les estaba privando. Rápidamente retomaron sus antiguos principios pues, en cuanto recuperaron Roma, pusieron en vigor todos los ordenamientos de la antigua religión, castigaron a aquellos Fabios que habían atentado contra el ius gentium[3] y tuvieron en tan alta estima la bondad y virtù de Camilo que, olvidándose de cualquier traza de envidia, los ciudadanos y senadores le encomendaron todas las responsabilidades del gobierno de la república[4]. De manera que, como he dicho, los hombres que viven juntos bajo un orden común deben someterse a examen a menudo por razones internas o externas. Conviene que se promulgue una ley que exija responsabilidades a todos los que forman parte del cuerpo político, o que lo haga un hombre virtuoso que con su ejemplo y buenas acciones produzca el mismo efecto que la ley.
De modo que el bien común de las repúblicas depende de un hombre o una ley. En el caso de Roma fueron los tribunos, los censores y todas las leyes contrarias a la ambición y la insolencia de los hombres, los que la recondujeron a sus principios. Los órdenes políticos deben renovarse a través de la virtù de algún ciudadano que decida esgrimirlos valerosamente contra quienes los transgreden. Contamos con ejemplos notables de la ejecución de estas normas. Pensemos en la muerte de los hijos de Bruto, la de los decenviros, la de Melio Frumentario y, más tarde, la de Manlio Capitolino, la del hijo de Manlio Torcuato[5], la acusación de Papirio Cursor contra Fabio, jefe de su caballería, y las acusaciones vertidas contra los Escipiones[6]. Cuando se daban estas circunstancias excepcionales los hombres volvían a asumir los principios originarios, pero cuando las reformas empezaron a ser menos frecuentes tuvieron más tiempo para corromperse y causar peligros y alteraciones del orden cada vez mayores. No deberían pasar más de diez años entre reforma y reforma ya que, pasado este lapso de tiempo, los hombres mudan sus costumbres y transgreden las leyes. Si nada trae a su memoria el castigo o el temor no renueva su ánimo pronto, se juntan tantos delincuentes que ya no cabe castigarlos sin peligro.
Teniendo en cuenta lo anterior, quienes gobernaron el Estado de Florencia entre 1434 y 1494[7], consideraron necesario renovar el gobierno cada cinco años para poder conservarlo sin dificultad. Cuando querían «renovar» el gobierno, sembraban el terror castigando a quienes habían gobernado antes si creían que lo habían hecho mal. Pero como el recuerdo del castigo se acaba borrando, los hombres se animan a probar cosas nuevas y a hablar mal; de ahí que sea necesario devolver al Estado a sus principios. Este renacer de una comunidad política puede deberse enteramente a la virtù de un solo hombre, sin que ninguna ley le estimule a realizar actos ejemplares, pues la virtù de los hombres excepcionales tiene tanto prestigio y es un ejemplo tan eficaz, que los hombres buenos desean imitarlos y los malos se avergüenzan de llevar una vida tan contraria a la suya. En Roma causaron tan beneficiosos efectos varones como Horacio Cocles, Escévola, Fabricio, los dos Decios, Régulo Atilio[8] y algunos otros, que con su extraordinario ejemplo de virtù, cumplieron la misma función que las leyes y las instituciones. Si este ejemplo y las ejecuciones antes mencionadas hubieran prevalecido durante un periodo de al menos diez años, la república nunca se hubiera corrompido. Pero como tanto unas como otros escaseaban cada vez más, multiplicándose en cambio los niveles de corrupción, no hubo quien recogiera el testigo de Marco Régulo. Aunque más tarde aparecieran los Catones[9], los separaba tal espacio de tiempo y estaban tan solos que su buen ejemplo no produjo efecto alguno. El último Catón, que halló corrupta a toda la ciudad, no consiguió que los ciudadanos se volvieran mejores gracias a su ejemplo. Y hasta aquí en lo que a las repúblicas respecta.
En relación a las facciones o sectas vemos cuán necesaria es su renovación gracias al ejemplo de nuestra religión que, de no haberse volcado en sus orígenes gracias a san Francisco y santo Domingo, se hubiera perdido completamente. Estos renovaron la religión cristiana en el espíritu de los hombres con su pobreza y su imitación de la vida de Cristo. Evitaron así que se olvidaran los orígenes y crearon unas órdenes tan poderosas que ni la deshonestidad de los prelados y los jefes de la Iglesia lograron acabar con ellas[10]. Sus miembros viven pobremente y el pueblo tiene fe en ellos por sus confesiones y sus sermones, en los que dan a entender que no es bueno hablar de los males que cometen los prelados y que se debe vivir bajo su obediencia, encomendando a Dios el castigo que pudieran merecer por sus culpas. Los prelados, por su parte, obran de la peor manera posible, pues no temen un castigo que no ven y en el que no creen. De modo que esa renovación mantuvo y mantiene viva nuestra religión.
También los reinos precisan renovación y han de reconducir las leyes a sus principios. Vemos los buenos efectos que esto ha tenido en el reino de Francia, que vive bajo las leyes y los ordenamientos más antiguos de todos los reinos. Los parlamentos, sobre todo el de París, mantienen las normas, y las renuevan cada vez que emprenden una acción judicial contra algún príncipe de aquel reino y el rey ratifica la sentencia[11]. Hasta ahora se ha mantenido en el trono precisamente por ser un obstinado ejecutor de miembros de la nobleza, pues de haberles garantizado una mínima impunidad los desórdenes se hubieran multiplicado de tal forma que hubiera sido difícil corregirlos pudiendo llegarse incluso a la disgregación del reino. Concluyo, por lo tanto, que no hay nada más necesario para una comunidad, sea facción, reino o república, que devolverle la reputación de la que gozara en sus orígenes y procurar que lo hagan buenos hombres u ordenamientos en vez de una fuerza exterior. Pues aunque a veces este pueda ser un buen remedio, como en el caso de Roma, es tan peligroso que no resulta atractivo. Para demostrar a todos hasta qué punto fueron los actos de hombres privados los que hicieron grande a Roma con bonísimos efectos para la ciudad, narraré algunas de sus historias concluyendo así este libro tercero, última parte de la Primera Década. Aunque los actos de los reyes fueron grandes y notables los dejaré de lado, habida cuenta de que las historias los explican profusamente. Tan sólo mencionaré algunas de las acciones que hayan ejecutado en su beneficio particular. Empezaré hablando de Bruto, el padre de la libertad romana.
2. De lo prudente que resulta fingir locura durante algún tiempo.
No ha habido nadie tan prudente ni considerado más sabio por un acto egregio que Junio Bruto cuando simulaba locura. Aunque Tito Livio sólo menciona como posible causa de esta simulación la preservación de su vida y de su patrimonio, si analizamos su modo de proceder podemos deducir que también simulaba para que le vigilaran menos y le resultara más fácil atacar al rey y liberar a su patria cuando se le presentara la ocasión[12]. Quien reflexione sobre estos asuntos verá que al interpretar el oráculo de Apolo fingió que se caía para besar la tierra, juzgando que los dioses favorecerían sus designios y que luego, junto a la difunta Lucrecia y entre el padre, el marido y demás parientes de la fallecida, fue el primero en sacar su cuchillo de la herida haciendo jurar a los allí presentes que no tolerarían nunca más que hubiera un rey en Roma[13]. Todos aquellos que estén descontentos con un príncipe deben tener presente su ejemplo y ante todo medir y sopesar sus fuerzas. Si son lo suficientemente poderosos como para descubrirse ante sus enemigos y hacerles la guerra abiertamente deben hacerlo, pues es menos peligroso y más honorable. Pero si se percatan de que sus fuerzas no resistirían la confrontación abierta deben procurar su amistad por todos los medios posibles, complaciendo sus deseos y pareciendo hallar placer en todo lo que les complazca. Esta familiaridad te permite vivir seguro, disfrutar de la buena fortuna de aquel príncipe sin peligro alguno y realizar tus propósitos con mayor comodidad. Lo cierto es que hay quien dice que no conviene estar tan próximo a un príncipe que puede salpicarte con su ruina ni tan lejos que, cuando se hunda, no estés a tiempo de alzarte sobre sus ruinas. Esta vía media sería la mejor de poderse poner en práctica, pero como creo que es imposible adoptarla conviene limitarse a los procedimientos citados o sea, o alejarse lo más posible o convertirse en su sombra. Quien obra de modo diferente siendo un hombre de notables cualidades vivirá en constante peligro. No basta con decir: «No me preocupo de nada, no ambiciono honores ni beneficios, quiero vivir tranquilo, libre de preocupaciones». Pues quien oye esto lo considera una excusa, y para los hombres de valía vivir apartados no es una opción porque, aunque su intención fuera sincera, nadie les creería y no les concederán la tranquilidad que anhelan. De ahí que convenga hacerse el loco como hiciera Bruto, que dio muchas pruebas de su locura alabando, diciendo, viendo y haciendo cosas contrarias a sus propias inclinaciones para complacer al príncipe. Tras hablar de la prudencia de este hombre a la hora de recuperar la libertad de Roma, hablaremos de su severidad para mantenerla.
3. De cómo hay que matar a los hijos de Bruto para conservar la libertad recién conquistada.
La severidad de Bruto a la hora de conservar la libertad que él mismo había recuperado para Roma fue tan útil como necesaria ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contraportada
  4. Legal
  5. Estudio preliminar
  6. Bibliografía
  7. Nota de la traductora
  8. Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio
  9. Nicolás Maquiavelo a Zanobi Buondelmonti y Cosme Rucellai
  10. Libro primero
  11. Libro segundo
  12. Libro tercero
  13. Publicidad
Estilos de citas para Discursos sobre la primera década de Tito Livio

APA 6 Citation

Maquiavelo, N. (2017). Discursos sobre la primera década de Tito Livio ([edition unavailable]). Ediciones Akal. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2040257/discursos-sobre-la-primera-dcada-de-tito-livio-pdf (Original work published 2017)

Chicago Citation

Maquiavelo, Nicolás. (2017) 2017. Discursos Sobre La Primera Década de Tito Livio. [Edition unavailable]. Ediciones Akal. https://www.perlego.com/book/2040257/discursos-sobre-la-primera-dcada-de-tito-livio-pdf.

Harvard Citation

Maquiavelo, N. (2017) Discursos sobre la primera década de Tito Livio. [edition unavailable]. Ediciones Akal. Available at: https://www.perlego.com/book/2040257/discursos-sobre-la-primera-dcada-de-tito-livio-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Maquiavelo, Nicolás. Discursos Sobre La Primera Década de Tito Livio. [edition unavailable]. Ediciones Akal, 2017. Web. 15 Oct. 2022.