Spinoza en 90 minutos
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Spinoza en 90 minutos

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El brillante sistema metafísico de Spinoza no se deriva de la realidad ni de la experiencia. Partiendo de unos supuestos básicos, y a través de una serie de pruebas presentadas al estilo de la geometría, construye un universo que es también Dios, una sola cosa en él, constituyendo así el ejemplo clásico de panteísmo. Aunque su sistema parece extraño hoy, las conclusiones de Spinoza están en profundo acuerdo con el pensamiento moderno, desde la ciencia (la ética holística de los ecologistas actuales) hasta la política (la idea de que el Estado existe para proteger al individuo). El sistema de Spinoza y sus conclusiones poseen una belleza cautivadora, sin igual en la historia de la filosofía. En Spinoza en 90 minutos, Paul Strathern expone de manera clara y concisa la vida e ideas de uno de los grandes pensadores racionalistas del siglo XVII. El libro incluye una selección de sus escritos, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pen-samiento, y cronologías que sitúan a Spinoza en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432317248
Edición
1
Categoría
Filosofía
Vida y obra de Spinoza
Baruch (Benedictus, o Benito) de Spinoza nació el 4 de noviembre de 1632 en Ámsterdam, descendiente de judíos sefardíes portugueses; su nombre se deriva de la villa de Espinosa de los Monteros, en tierra castellana de Burgos. Su familia había emigrado a Holanda, donde pudieron desprenderse del culto cristiano que les había sido impuesto bajo la Inquisición y regresar al judaísmo de sus antepasados. El padre de Spinoza fue un próspero comerciante que vivía en una elegante casa de Burgwal, cerca de la antigua sinagoga portuguesa. Su madre, que procedía también de Portugal, murió de parto cuando él tenía seis años. La infancia de Spinoza estuvo ensombrecida por aflicciones de familia. Cuando él tenía veintidós años murió su padre, que había enterrado a tres esposas y a cuatro de sus hijos.
Spinoza fue educado a la asfixiante manera judía de la época, dedicando horas al día al estudio de la Biblia (el Antiguo Testamento cristiano) y del Talmud, el corpus autorizado de la tradición judía. A pesar del atroz aburrimiento de semejante programa de estudios, parece ser que Spinoza lo siguió con gusto, de modo que su padre supuso que llegaría a rabino. Aparte de las horas de escuela, el joven Spinoza fue animado a tomar lecciones de latín y de griego antiguo. La realidad y el mundo moderno ocuparon, al parecer, una parte muy reducida de su edudación, lo mismo que habría de ocurrir con su filosofía. Pero Baruch de Spinoza no era ningún joven rancio. Los estudiantes judíos de mente independiente empezaban a tropezar con las rigideces de la ortodoxia. Sentían que sus necesidades espirituales sobrepasaban las de una tribu de prehistóricos nómadas asiáticos y comenzaban a cuestionar la Biblia.
A los líderes de la comunidad judía les preocupaba cada vez más esta tendencia. Las Provincias Holandesas Unidas formaban una sociedad tolerante, pero solo si se la comparaba con la mentalidad de Ku Klux Klan prevalenciente en el resto de Europa. (Fue la Inquisición española de la época la que proporcionó al Ku Klux Klan sus estúpidos uniformes.) Los judíos no eran todavía ciudadanos de Holanda, y los ataques que hacían a la Biblia podían interpretarse como ataques al cristianismo.
De modo que la reacción de las autoridades judías no fue de simpatía cuando Spinoza se dedicó a pasar el tiempo en los alrededores de la sinagoga difundiendo sus heterodoxas opiniones. Según él, los autores del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia) eran unos ignorantes en ciencia, y no mucho más sabios como teólogos. Por si esto no fuera suficiente, Spinoza, a sus veintidós años, se puso a argumentar que no había pruebas en la Biblia que demostraran que Dios tuviera cuerpo, que el alma fuera inmortal, o que los ángeles existían (como si la lucha de Jacob no hubiera sido más que una especie de ataque epiléptico).
Spinoza era un joven extremadamente brillante y resultaba prácticamente imposible argumentar contra él, así que las autoridades decidieron probar un plan de acción diferente. Intentaron primero silenciarle con vagas amenazas, pero, cuando vieron que Spinoza era demasiado terco como para que esto pudiera funcionar, le ofrecieron el pago de 1.000 florines al año con tal de que desapareciera y se guardara sus ideas. (Por entonces, un estudiante podía vivir durante un año con 2.000 florines.) Teniendo en cuenta la gravedad de las blasfemias de Spinoza, la actitud de las autoridades judías fue sorprendentemente benévola, pero Spinoza rechazó con desdén su generosa oferta. La anécdota suele considerarse como un ejemplo de su santa repulsa a dejar de decir la verdad, pero se le suele perdonar a la comunidad judía de Áms­terdam del siglo xvii que viera las cosas de distinta manera. ¿Qué podían hacer para obligarle a callar?
Una tarde, al abandonar Spinoza la sinagoga portuguesa, un hombre le abordó. Spinoza se percató al instante de que el hombre alzaba una mano armada con un puñal y se echó hacia atrás protegiéndose con la capa, resultando ileso (se dice que guardó la capa rasgada «como recuerdo»). Se suele presentar al hombre responsable del ataque como un fanático, y es muy posible que lo fuera. Por otro lado, también pudo muy bien ser un hombre valiente y generoso que tomaba sobre sus espaldas la tarea de liberar a la comunidad de una amenaza peligrosa, cometiendo un crimen por el que casi con toda certeza sería prendido y ahorcado. La santidad y el martirio requieren ambos una arrogancia similar.
Por si esto no fuera suficiente, Spinoza envió entonces a las autoridades de la sinagoga una carta abierta en la que detallaba sus puntos de vista, apoyándolos en una serie de argumentos lógicos que él creía irrefutables.
Las autoridades de la sinagoga concluyeron que ahora no les quedaba ninguna alternativa y tendrían que demostrar a la comunidad cristiana que dejarían de tener relación alguna con este Spinoza. Para ellos, Spinoza dejaría en adelante de ser considerado persona, sería un exjudío. En julio de 1656 se celebró una gran ceremonia de excomunión, y Spinoza fue expulsado de la comunidad judía con toda solemnidad. Se tocó el gran cuerno, las velas fueron apagadas una a una, y se proclamó en alta voz la maldición: «Con ayuda del juicio de los ángeles y los santos, excomulgamos, execramos y anatematizamos a Baruch de Spinoza. Maldito sea de día y maldito de noche, maldito al acostarse y maldito al levantarse, maldito al salir y maldito al entrar. El Señor borrará su nombre bajo el Sol y le apartará por su desmán de las tribus de Israel. Nadie podrá comunicarse con él ni de palabra ni por escrito, ni mostrarle favor alguno, ni estar bajo el mismo techo con él, ni acercarse a menos de cuatro codos de él, ni leer ningún documento escrito o dictado por él». Con semejante recomendación, no es de extrañar que los escritos de Spinoza hayan sido buscados afanosamente por lectores judíos (y gentiles) hasta el día de hoy.
Entretanto, Spinoza, a sus veintitrés años de edad, se vio en un cierto aprieto. Su padre había muerto un año antes dejándole todo el capital. La familia, siguiendo la vieja costumbre (tan popular entre los judíos como entre gentiles), había estado disputando acerbamente la herencia. Rebeca, hermanastra de Spinoza, se querelló con la pretensión de que todos los bienes le correspondían por derecho.
Spinoza, santo como era, no quería esa riqueza no ganada. Pero también era un filósofo, y como tal no concebía que nadie le pudiera vencer en argumentos, de modo que disputó el caso. Después de perder todos el tiempo y de cobrar los abogados las abultadas sumas de costumbre, Spinoza ganó, e hizo saber a su hermana que, de todas maneras, ella podía quedarse con todo (salvo una cama de cuatro postes, con cortinas que resguardaran su intimidad, y de la cual estaba encaprichado). Una vez cumplidos todos los gestos filosóficos debidos, Spinoza se encontró prácticamente arruinado. Además, después de la ceremonia de excomunión, ya no tenía ni siguiera un buen hogar judío donde colocar su cama.
Spinoza se vio obligado a dirigirse a un amigo cristiano llamado Affinius van den Ende, que regentaba una escuela privada en su casa. Van den Ende era un exjesuita convertido en librepensador. Era un hombre de vastos saberes, especialmente de los clásicos, que, además de dirigir su escuela, ejercía de poeta y dramaturgo. La Escuela Van den Ende gozaba de buen nombre en la comunidad, aunque algunos angustiados padres habían sacado recientemente a sus hijos al sospechar que se les enseñaba a pensar por sí mismos. El librepensamiento era considerado oficialmente como algo absolutamente intolerable, pero fuera del campo de lo oficial era visto simplemente como una parte del proceso educativo, una fase que los alumnos superaban pronto, lo mismo que ahora.
Spinoza se ganó la vida enseñando en la escuelita privada de van d...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Vida y obra de Spinoza
  6. Epílogo
  7. De los escritos de Spinoza
  8. Cronología de fechas filosóficas importantes
  9. Cronología de la vida y la época de Spinoza
  10. Lecturas recomendadas