García Márquez en 90 minutos
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García Márquez en 90 minutos

  1. 128 páginas
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García Márquez en 90 minutos

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La literatura latinoamericana no ha sido nunca primitiva, aunque desde sus orígenes haya hecho gala de un lirismo fresco, casi infantil. García Márquez es una extraña versión moderna de un increíble legado literario latinoamericano: un escritor que aspira a lo más elevado de su arte sin dejar por ello de ser popular. Los lectores que caen bajo el hechizo de Cien años de soledad la consideran uno de los sueños literarios más ricos jamás escritos. Su "realismo mágico" ha influido sobre otros escritores, de París a Tokio, por su viveza y su imaginación sin límites.En García Márquez en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece el relato conciso de un experto sobre la vida e ideas de García Márquez, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha de los hombres por entender su lugar en el mundo. El libro también incluye una cronología de la vida y época del autor y una selección de lecturas recomendadas para quien desee seguir leyendo.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432318269
Edición
1
Categoría
Littérature
Vida y obra de García Márquez
García Márquez nació en la pequeña ciudad de Aracataca al norte de Colombia, en una región de intenso calor y feroces tormentas tropicales. Él siempre dijo que había nacido en 1928, aunque su padre insistía en que había sido en 1927. Menos de 20 años después, la Banana Fruit Company había creado enormes plantaciones de banana en los alrededores de Aracataca y la ciudad había crecido espectacularmente. Volaban los corchos de las botellas de champán y mujeres desnudas bailaban la cumbia ante los magnates del plátano que encendían ostentosamente sus cigarros con billetes de banco. Llegaron a la ciudad cazadores de fortuna, prostitutas y trabajadores inmigrantes procedentes de lugares tan lejanos como Cuba o Venezuela. La abuela de García Márquez denominaba despectivamente a este aluvión de vagabundos la «hojarasca». En 1914 una plaga de langostas atacó la ciudad y muchos creyeron que había sido un castigo de Dios para los pecadores. Pero la vida volvió a la normalidad enseguida y los salones de baile y burdeles se llenaron más que nunca.
Cuando nació García Márquez el boom se había acabado, en Aracataca solo quedaban unas 10.000 almas, y las calles húmedas, donde reinaba un calor sofocante, se habían sumido en el silencio. Pero las plantaciones de plátanos seguían ahí, y una de ellas se llamaba Macondo. En 1928, los trabajadores de las plantaciones de plátanos de las zonas interiores del Caribe se pusieron en huelga en protesta por sus terribles condiciones de trabajo. El Ejército acabó con la huelga brutalmente, disparando sobre la multitud y matando a unos cuantos trabajadores en la cercana ciénaga.
El padre de García Márquez era hijo ilegítimo y un recién llegado a Aracataca. Había estudiado medicina, pero la falta de dinero le había obligado a dejar los estudios. Cuando nació su primogénito, Gabriel, trabajaba como operador de telégrafo. A lo largo de su vida tendría otros «quince o dieciséis» hijos, casi todo ilegítimos. A Gabriel lo criaría la familia extensa de su abuelo materno, el coronel Nicolás Márquez, quien vivió como un caballero de provincias. Siempre llevaba traje y corbata sin tener en cuenta ni el calor ni la humedad. A su pequeño nieto le fascinaban el reloj de oro con cadena que guardaba en el bolsillo de su chaleco y las lociones aromáticas que usaba. Aunque lo consideraban un terrateniente local, el coronel Márquez no procedía originariamente de Aracataca. Era un exiliado de Riohacha, situada a unos cientos de kilómetros hacia el norte, en la costa del Caribe. Había matado a un hombre en un duelo y no había tenido más remedio que escapar de las ansias de venganza de la familia del difunto. Tomó parte en la famosa guerra civil de 1899-1902, denominada la Guerra de los Mil Días, en la que murieron unas 100.000 personas (casi uno de cada diez varones adultos).
Cada bando de la guerra civil representaba a uno de los dos partidos políticos de Colombia: los conservadores y los liberales. Los conservadores tenían el apoyo de las fuerzas de derechas: el Ejército y la Iglesia. Contaban asimismo con diversos elementos fascistas empeñados en restringir el derecho al voto. Los liberales procedían de los batallones del Ejército que habían combatido con Simón Bolívar, el gran libertador de América Latina. También contaban con el apoyo de muchos comerciantes, quienes deseaban limitar el poder de la Iglesia, e incluso de aquellos terratenientes cuyas fincas precisaban la protección del Ejército local. A veces salía de entre las filas de los liberales un político realmente populista y de entre las de los conservadores un auténtico líder político, pero la mayor parte del tiempo dirigían ambos partidos sus propias facciones de clase alta que solo buscaban el beneficio propio. Los dos partidos gobernaban el país alternándose en el poder y amañando las elecciones.
El coronel Márquez era un miembro destacado de la camarilla política liberal que gobernaba Aracataca. El gobierno conservador de Bogotá se negaba a enviarle la pensión militar a la que tenía derecho debido a sus ideas políticas. El joven Gabriel García Márquez creció sintiendo un miedo reverencial hacia su abuelo del que después diría: «Era la persona que he conocido que más comía y más fornicaba». A pesar de lo mucho que disgustaba al coronel la conducta de su yerno, él también tenía una docena de hijos ilegítimos. Fue el coronel quien llevó al joven Gabito a los almacenes locales de la Banana Fruit Company y el primero en enseñarle el hielo, un incidente que transformaría más tarde en la escena de un milagro al principio de Cien años de soledad.
En la casa donde creció Gabito también había mujeres fuera de lo corriente que antes o después aparecen en sus obras. Su abuela ciega Tranquilina vivía en un mundo de mágica superstición. Asustaba a Gabito hablando de los muertos y espíritus del inframundo que formaban parte de la vida con la misma constancia que los vivos. Su tía Francisca tejía su propio sudario y explicaba a Gabito que lo hacía «porque un día habré de morir». Cuando lo terminó, se tumbó e hizo exactamente eso. Había una habitación en la casa que siempre permanecía vacía porque era donde había fallecido su tía Petra.
Cuando Gabito cumplió ocho años, el coronel enfermó y murió. Gabito fue a vivir con su padre, a la sazón farmacéutico en la región de Barranquilla. Allí asistió a clase en un colegio de los jesuitas. Demostró ser un estudiante prometedor, pero echaba de menos la vida comunitaria que había vivido en casa del abuelo. Pasaba el tiempo leyendo a Alejandro Dumas y a Julio Verne; su mente solo cobraba vida en las peleas de capa y espada de los tres mosqueteros o en un viaje de 20.000 leguas submarino. A los trece años obtuvo una beca para el Liceo Nacional, un internado estatal para niños dotados situado en Zipaquirá, a unos 50 kilómetros al norte de la capital, Bogotá. Tardó más de una semana en hacer el viaje de unos 800 kilómetros, pues hubo de coger el vapor que iba por el río Magdalena y luego un lento tren que cruzaba los Andes. Gabito tuvo ocasión de ver una Colombia que no había visto nunca antes. Tras los vívidos colores del neblinoso norte llegó a un mundo gris y frío donde hasta la gente era diferente. La población del norte tropical era caribeña, una mezcla volátil de africanos, indígenas sudamericanos y españoles. En el interior, a unos 8.000 metros de altura en los Andes, los habitantes seguían siendo mayoritariamente blancos, descendientes de los colonizadores españoles de rostros pálidos y caras de circunstancia.
Más tarde García Márquez describiría su llegada a Bogotá,
una ciudad remota y triste donde no había dejado de caer una llovizna fría desde principios del siglo xvi. Sufrí su amargura por primera vez una malhadada tarde de enero, la más triste de mi vida […]. Bogotá era deprimente y olía a hollín […] los hombres iban a trompicones por las calles, vestidos de negro, con sombreros negros […]. Solo se veían mujeres muy ocasionalmente, ya que no les estaba permitido acudir a lugares públicos.
En sus novelas posteriores imaginaría cómo «en noches fantasmagóricas, los carruajes de los virreyes seguían traqueteando por las estrechas calles empedradas». En época colonial Bogotá había sido la sede del virrey de España, la capital política e intelectual de Nueva Granada que comprendía todo el norte de Sudamérica. Bolívar había liberado esta región en 1821 para convertirla en la Gran Colombia. Diez años después, este territorio, poco manejable, simplemente se había fragmentado en Venezuela, Ecuador y Colombia, que se convirtió en una nación de solo 4.000.000 de habitantes. El siguiente siglo fue de una violencia incesante, hasta el punto de que el historiador J. L. Payne diría: «Si hacemos una escala de muertes políticas por generación, Colombia es uno de los lugares del mundo donde más conflictos políticos ha habido». Para algunos observadores lo anterior no dejaba de ser una estimación modesta. En toda la historia de Colombia hubo raros momentos de paz, como el que se dio en los años siguientes a la Guerra de los Mil Días, cuando los supervivientes sencillamente estaban demasiado exhaustos para seguir luchando y necesitaban un periodo de recuperación antes de pasar a la siguiente época de violencia.
A Gabo el Liceo Nacional le pareció «un convento sin flores ni calefacción». El nivel educativo era bueno y él destacaba en literatura, pero no tenía talento alguno para las ciencias, aunque fueron profesores de ciencias de izquierdas los que más tarde le introdujeron en el socialismo y las ideas de Marx. En los largos y solitarios fines de semana Gabo se refugiaba en la biblioteca. En sus últimos años de colegio había empezado a empaparse de una mezcla explosiva de La interpretación de los sueños de Freud y Las profecías de Nostradamus. El director también tenía algo de poeta y recomendó a Gabo las obras de Rubén Darío, con el que este sintió una afinidad casi inmediata: ambos habían nacido en ciudades de provincias remotas de pequeños países latinoamericanos. Darío había demostrado que se podía proceder de ese escenario y convertirse en un escritor de renombre. Las ideas algo vagas de Gabo empezaron a tomar forma y decidió que él también sería un escritor de fama.
Pero cuando dejó el Liceo Nacional a los 18 años, sus ambiciones eran poco más que un sueño. Al volver a casa, su padre le exigió que estudiara una carrera «seria» y en 1947 García Márquez empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Bogotá. Se aburrió rápidamente de las lecturas obligatorias y empezó a frecuentar los cafés. Se dejó crecer el pelo y un bigote y empezó a escribir poesía. Dedicaba las tardes a tomar ron y participar en fiestas salvajes. Compartía habitación en la residencia universitaria, pero encontró rápidamente la forma de huir hacia una soledad que empezaba a apreciar porque le permitía leer, pensar y escribir poesía. Pagaba los cinco céntimos que costaba el billete del tranvía que hacía una ruta circular por la ciudad y simplemente desaparecía durante horas. Empezó a leer a Kafka en una edición traducida por Borges, lo que le inspiró para escribir un cuento titulado La tercera resignación. En lo que es una «parábola autobiográfica» García Márquez describe a un niño que había muerto a los siete años pero siguió vivo dieciocho años más en su ataúd. El chico percibía sensaciones, tenía recuerdos y conservaba su imaginación mientras su cuerpo se iba pudriendo lentamente. Poco después un crítico de El espectador de Bogotá escribió un artículo en el que hablaba del ramillete de escritores colombianos de última generación a los que consideraba carentes de todo talento, originalidad o imaginación y acababa retando a cualquiera de ellos a demostrar que se equivocaba. García Márquez decidió enviarle su cuento. Quedó más que sorprendido cuando el domingo siguiente echó un vistazo sobre el hombro de alguien que estaba leyendo El espectador y comprobó que habían editado su relato. En una nota introductoria se anunciaba que «con Gabriel García Márquez había cobrado vida un escritor nuevo y notable».
En el segundo año de universidad de García Márquez hubo muchos altercados políticos. Jorge Eliécer Gaitán, líder populista del Partido Liberal, fue asesinado a tiros en una calle de Bogotá, lo que provocó un levantamiento espontáneo. Miles de personas tomaron las calles en cuanto la noticia del asesinato se difundió por la ciudad. La multitud empezó a saquear los comercios y a prender fuego a los edificios. Los militares arrojaron gases lacrimógenos en un intento por dispersar al gentío y a continuación abrieron fuego sobre la gente. Los rebeldes tomaron la emisora de radio estatal y empezaron a retransmitir sus quejas mientras la violencia se extendía por todo el país. El levantamiento se denominó «el Bogotazo», varios días de anarquía que dejaron cientos de muertos solo en las calles de la capital. Colombia se sumió en un largo periodo de inestabilidad civil durante el cual murieron unas 300.000 personas en todo el país. Este periodo, que duró 18 años, se conoce como «la Violencia». (Curiosamente el asesinato que lo desató no fue obra de los conservadores, sino de aquellos elementos de la elite liberal que querían acabar con el populismo de Gaitán e imponer puntos de vista más genuinamente liberales.)
García Márquez se vio atrapado en los episodios de las calles de Bogotá y presenció cómo la multitud prendía fuego a su residencia universitaria. Intentó en vano salvar sus libros y manuscritos. Vertió amargas lágrimas de frustración y desesperación mientras veía arder su obra. El Bogotazo sería un hito en su vida porque le hizo ver que había estado ciego ante las circunstancias de quienes vivían a su alrededor. Los episodios de los que había sido testigo convertirían a este personaje introvertido en un hombr...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Vida y obra de García Márquez
  6. Epílogo
  7. Cronología de la vida y época de García Márquez
  8. Lecturas recomendadas