Aristóteles en 90 minutos
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Aristóteles en 90 minutos

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Aristóteles en 90 minutos

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Aristóteles fue preceptor de Alejandro Magno. La historia no registra detalles de esta relación, pero sabemos que, con el tiempo, Alejandro estuvo a punto de firmar la sentencia de muerte de su maestro, si bien acabó por olvidarse del tema y, en su lugar, se dispuso a invadir la India. De no ser por este golpe de suerte, habríamos perdido al hombre cuya filosofía había de dominar el pensamiento occidental durante cerca de dos milenios. Gracias a Aristóteles, no obstante, el mundo medieval persistió en sus creencias de que el Sol giraba alrededor de la Tierra y que todo estaba compuesto de tierra, aire, fuego y agua. En Aristóteles en 90 minutos, Paul Strathern expone de manera clara y concisa la vida e ideas de quien fuera, para santo Tomás de Aquino, "el filósofo" por antonomasia. El libro incluye asimismo una selección de los principales escritos aristotélicos, y una lista cronológica de fechas filosóficas importantes.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432317224
Edición
1
Categoría
Filosofía
Vida y obra de Aristóteles
Hay una estatua moderna de Aristóteles, pobremente inspirada, en un promontorio que domina la ciudad de Estagira, en el norte de Grecia; su rostro inexpresivo dirige una fija mirada, sobre las encrespadas colinas boscosas, hacia el Egeo azul. La forma prístina de Aristóteles en mármol blanco, casi luminiscente a la brillante luz solar, lleva sandalias y una toga decolletée, y soporta un pergamino ligeramente astillado en su mano izquierda. (Se dice que esta lesión fue producida por un profesor de filosofía argentino a la caza de souvenirs.) Grabadas en el plinto, en griego, están las palabras «Aristóteles el Estagirita».
Aristóteles nació en Estagira en el 384 a.C. pero, a pesar de la estatua, no vino al mundo en el moderno pueblo de Estagira; según la guía, el acontecimiento tuvo lugar en la antigua Estagira cercana, cuyas ruinas, todavía visibles, me propuse visitar después de mi decepcionante encuentro con la estatua. Las ruinas estaban un poco más abajo siguiendo el camino, según me dijo un bedel que recorría el trayecto de la escuela a su casa, a la vez que me indicaba, con un movimiento de su chubasquero negro, la carretera hacia la costa.
Después de una sofocante caminata de una hora por la larga y sinuosa carretera, con truenos retumbando, entre las colinas rocosas, ominosamente sobre mi cabeza, alguien me llevó finalmente en su coche hasta Estratoni, una misteriosa combinación de lugar marítimo de veraneo y poblado minero. La antigua Estagira quedaba algo apartada de la vieja carretera, un poco más al norte, me dijo un carpintero que estaba reparando un café cerrado, frente a la playa vacía.
Pocos coches pasan por esta carretera en octubre, como pronto descubrí, y las tormentas de otoño, cuando finalmente se desatan, pueden ser muy fuertes en esta región. Me refugié durante una hora debajo de un estrecho retallo en la roca, mientras una lluvia torrencial corría por las pendientes desnudas, sin señales de ruinas o vehículos visibles en la oscuridad centelleante que me rodeaba; empapado hasta los huesos, maldecía la estatua que me había dirigido hacia la Estagira equivocada. No era sino un fraude. El moderno pueblo de Estagira no merecía de ninguna manera ser conocido como la cuna de Aristóteles. Por la misma regla de tres, podrían haber erigido una estatua de Juana de Arco en Nueva Orleans.
Aristóteles nació en la antigua Estagira, en la Macedonia griega, en el 384 a.C. En el si­glo iv a.C., los antiguos griegos consideraban Macedonia de manera muy similar a como los franceses de hoy tienden a estimar Gran Bretaña y Norteamérica, aunque Estagira no quedaba fuera de los confines de la civilización, puesto que era una pequeña colonia griega fundada por la isla de Andros, en el Egeo.
El padre de Aristóteles, Nicómaco, había sido médico personal de Amintas, rey de Macedonia y abuelo de Alejandro Magno. De resultas de esta relación, que se había convertido en amistad, parece que el padre de Aristóteles llegó a hacerse rico adquiriendo propiedades alrededor de Estagira y en otros puntos de Grecia. El joven Aristóteles fue criado en una atmós­fera de saberes médicos, pero su padre murió cuando él era todavía un muchacho y Aristóteles fue entonces llevado a Atarneo, una ciudad griega en la costa de Asia Menor, donde su primo Próxeno se hizo cargo de su educación.
Al igual que muchos herederos, Aristóteles se puso enseguida a gastar todo el dinero reci­bido. Una leyenda dice que lo fundió todo en vino, mujeres y fiestas, y que se arruinó de tal modo que tuvo que alistarse por un tiempo en el ejército, después de lo cual regresó a Estagira para dedicarse a la medicina; más tarde, a la edad de treinta años, lo dejó todo y se fue a Atenas para estudiar en la Academia con Platón, donde permaneció ocho años. Hagiógrafos medievales posteriores, decididos a santificar a Aristóteles, ignoraron o vilipendiaron estas impensables calumnias. Pero no podía faltar otra leyenda, más aburrida pero también más verosímil, sobre la juventud de Aristóteles, según la cual ingresó directamente en la Academia a los diecisiete años, aunque algunas de las fuentes de esta historia aluden también a un breve interludio de vino y mujeres, como buen señorito calavera.
En todo caso, Aristóteles se asentó temprano en la Academia para un periodo de intenso estudio, y se hizo notar rápidamente como la mente más brillante de su generación; empezó como estudiante, pero fue pronto invitado al círculo de colegas de Platón. Parece ser que al comienzo Aristóteles veneraba a Platón; cier­tamente, absorbió toda la doctrina platónica ense­ñada en la Academia, y su propia filoso­fía habría de estar firmemente afincada en sus principios.
Pero Aristóteles era demasiado brillante para ser un simple seguidor de nadie, ni siquiera de Platón; siempre que Aristóteles discernía lo que parecía ser una contradicción (o, Dios no lo permita, un fallo) en las obras de su maestro, creía que era su deber intelectual el hacérselo notar. Esta costumbre irritó pronto a Platón, y aunque no parece que se hayan enemistado, hay datos que sugieren que las dos más grandes cabezas de su época encontraron conveniente guardar cierta distancia. Se sabe que Platón se refirió alguna vez a Aristóteles como «esa cabeza con patas», y que llamó a su casa «el taller de lectura»; este último comentario se debe a la famosa colección de pergaminos antiguos que poseía Aristóteles, que tenía el hábito de comprar todos los pergaminos raros de obras antiguas que caían en sus manos, y fue así uno de los primeros ciudadanos en disfrutar de una biblioteca privada.
Se sabe que el joven académico recibía considerables rentas de sus propiedades heredadas y que pronto se dio a conocer en Atenas por sus maneras cultivadas y por su estilo de vida refinado, si bien un tanto profesoral. La tradición dice que era un sujeto flaco, zanquilargo, que hablaba azi, ceceando, y que, quizá como compensación, se convirtió en un elegante a la última moda en sandalias y togas, y que ornaba sus dedos de enjoyados anillos del mejor gusto. Hasta Platón, que no era precisamente un indigente, le envidiaba su biblioteca. Pero, no obstante su confortable y refinado modo de vida, las primeras obras de Aristóteles –perdidas– eran, principalmente, diálogos que versaban sobre la innoble futilidad de la existencia y sobre los gozos del más allá.
Aristóteles tenía una inclinación natural por lo práctico y lo científico, lo que le indujo a mirar las ideas de Platón d...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Vida y obra de Aristóteles
  6. Epílogo
  7. Citas clave
  8. Cronología de fechas filosóficas importantes