EL LIBRO DE LA DISIDENCIA
De Espartaco al lanzador de zapatos de Bagdad
ca. 1800 a.C.
ANÓNIMO
«El cuento del campesino elocuente»
Vuestro corazón es codicioso, no es propio de vos. Os dedicáis a expoliar: eso no es digno de vos… Los funcionarios, que han de proteger contra la injusticia, son una maldición para los desgraciados, eso es lo que son quienes debieran ser un baluarte contra las mentiras. El temor que inspiráis no me ha impedido suplicaros clemencia; si tal pensáis, no conocíais mi corazón. El Sin Voz, que recurre a vos para comunicaros sus cuitas, no tiene miedo a presentároslas… Sed sincero en aras del Señor de la Verdad…
¿Es que la balanza está torcida? ¿O es, quizá, que los platillos se inclinan hacia un lado? Mirad, si no compareciese yo, si fuera otro, tenéis la oportunidad de pronunciaros como alguien que ofrece respuestas, como alguien que habla al que no tiene voz, como alguien que responde a quien no os ha dirigido la palabra… No habéis huido, no os habéis marchado. Pero aún no he obtenido de vos respuesta alguna a esas bellas palabras salidas de la boca misma del dios sol en persona: «Decid la verdad, haced la verdad, porque es grande, es poderosa, es eterna. Os otorgará mérito y os conducirá a la veneración». ¿Acaso está inclinada la balanza de la justicia? Sus platillos sustentan los objetos y en las balanzas justas no hay… fallos.
«El cuento del campesino elocuente» habla de un egipcio que había sido engañado para que su burro comiera del grano de un noble, tras lo cual el supervisor de las tierras del noble se apropió del burro y apaleó al campesino. Las subsiguientes súplicas del campesino fueron tan convincentes que su caso llegó finalmente ante el faraón, que le pidió que presentara su protesta por escrito. Ésta es su petición. El faraón ordenó al noble que entregara todas sus propiedades al campesino y que le fuera también devuelto el burro.
ca. 700 a.C.
HESÍODO
Los trabajos y los días
Los dioses mantienen ocultos a los hombres los medios de vida [cosechas]. De lo contrario, podríais fácilmente trabajar en un día lo suficiente para sobrevivir durante un año entero sin necesidad de faenar más. No tardaríais en echar al fuego vuestro timón y los campos labrados con bueyes y robustas mulas quedarían yermos. Pero Zeus, lleno de ira su corazón, los ocultó, porque el astuto Prometeo le había engañado, y planeó llevar la pena y la desgracia a los hombres. Ocultó el fuego, pero el valiente hijo de Japeto se lo robó de nuevo para el hombre, escondiéndolo en un tallo hueco de hinojo para que Zeus, que se deleita con el rayo, no lo viera. Zeus, que reúne las nubes, le dijo, colérico: «Hijo de Japeto, que a todos sobrepasas en astucia, estás contento de haber sido más listo que yo y haber robado el fuego –una terrible plaga para ti mismo y para los hombres que vendrán–. Pero, como precio por el fuego, daré a los hombres algo que pueda alegrarles el corazón mientras abrazan su propia destrucción». Así habló el padre de los hombres y los dioses, y rió a carcajadas.
Los trabajos y los días, de Hesíodo, es un poema didáctico sobre la necesidad del trabajo humano. Mientras que el anterior relato de Hesíodo sobre el mito de Prometeo le retrata como un personaje negativo por despertar la ira de Zeus, más adelante Prometeo se convirtió en símbolo de la ambición humana y de una actitud desafiante frente a los dioses.
ca. 590 a.C.
SAFO
«Visión suprema de la Negra Tierra»
Algunos dicen que la caballería y otros afirman
que la infantería o una flota de largos remos
es el espectáculo supremo sobre la negra tierra.
Yo digo que lo es
la persona a la cual amas. Y fácil es probarlo.
¿Acaso Helena, cuya belleza superaba
a la de cualquier otro mortal, no abandonó al mejor
de los hombres, su rey,
para partir hacia Troya y olvidar
a su hija y a sus queridos padres? La simple
mirada de Afrodita la doblegó
y la alejó
de su camino. Estas historias me recuerdan ahora
a Anactoria, que no está aquí,
pero yo
al menos
preferiría ver su gracioso y ágil caminar,
el esplendor de su rostro, antes que todos
los carros de Lidia y sus infantes cubiertos
de resplandeciente bronce.
Safo provenía de la isla griega de Lesbos. La falta de información sobre su vida, junto con la temática romántica y homoerótica de aquellos de sus trabajos que han sobrevivido, han conducido a muchas especulaciones sobre si su poesía era de naturaleza autobiográfica.
ca. 522 a.C.
HERÓDOTO
El discurso de Otanes
Entonces Otanes, cuya propuesta de otorgar la igualdad a los persas había sido derrotada, habló así ante todos ellos: «Compañeros conjurados, es evidente que uno de nosotros ha de ser nombrado rey (sea fruto de la suerte, por elección de los persas de confiarle el poder o por cualquier otro medio), pero no competiré con vosotros. No deseo gobernar ni ser gobernado. Si bien renuncio a mi derecho a ser rey, lo hago con una condición: que ni yo ni ninguno de mis descendientes sea súbdito de ninguno de vosotros». Los otros seis estuvieron de acuerdo con dichos términos. Otanes no participó en modo alguno en la pugna y se mantuvo apartado. Hasta hoy su familia (y ninguna otra en Persia) sigue siendo libre y sólo es gobernada en la medida en la que está dispuesta a serlo, siempre que no transgreda la ley persa.
Heródoto recoge el discurso del noble Otanes durante un debate entre los conspiradores persas que habían derrocado al mago Gaumata, el usurpador medo. Al hacer su petición de no gobernar ni ser gobernado, Otanes invoca la idea griega de la isonomía: a grandes rasgos, la igualdad ante la ley.
ca. 415 a.C.
TUCÍDIDES
El diálogo de los melios
Melios: Sin embargo, sabemos que en la guerra la suerte se reparte a veces de forma más equitativa de lo que la diferencia numérica permitiría suponer. Someternos es rendirnos a la desesperanza, mientras que si actuamos, queda todavía para nosotros la esperanza de ser capaces de mantenernos en pie…
Podéis tener por seguro que somos tan conscientes como vosotros de la dificultad de enfrentarnos a vuestro poderío y en contra del azar, si no ha de repartirse por igual. Pero confiamos en que los dioses nos concedan tan buena fortuna como la vuestra, ya que somos hombres justos que luchan contra enemigos injustos.
El conflicto de veintisiete años de duración entre Atenas y Esparta, documentado por Tucídides, acabó por absorber a otras ciudades-Estado griegas. Al principio, el pueblo de los melios deseaba mantener la neutralidad, pero, al enfrentarse a unas fuerzas atenienses superiores y conminados a rendirse, se negaron a ceder y se alzaron en armas. Pese a su valor en el combate, los melios sucumbieron finalmente, tras lo cual los hombres fueron ejecutados y las mujeres y niños esclavizados.
399 a.C.
PLATÓN
Apología de Sócrates
Y ahora, atenienses, no voy a argumentar en mi favor, como quizá penséis, sino en el vuestro, para que no cometáis una falta contra Dios o rechacéis con ligereza su regalo condenándome. Por...