Tiempos de oscuridad
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Tiempos de oscuridad

Historia de los golpes de Estado en América Latina

  1. 224 páginas
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Tiempos de oscuridad

Historia de los golpes de Estado en América Latina

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"Cuarenta años después del derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile, la versión tradicional de golpe de Estado en América Latina ha pasado a mejor vida. En el futuro será difícil ver carros de combate en las calles y aviones lanzando sus misiles a palacios presidenciales. Hoy, la técnica del golpe de Estado es practicada desde los despachos del poder industrial y financiero, con la connivencia del parlamento o del poder judicial. Son los llamados golpes constitucionales o golpes de "mercado".Sin embargo, no fue así durante la Guerra Fría. Desde mediados del siglo xx, los gobiernos democráticos, populares y antiimperialistas de América Latina sufrieron un ataque tras otro a sus derechos y libertades. Avalados y promocionados desde los EEUU los golpes de Estado se sucedieron. Las fuerzas ar-madas, amparadas por la doctrina de la seguridad nacional, asesinaron y torturaron impunemente, buscando eliminar al subversivo comunista, al enemigo interior que socavaba el orden y los intereses establecidos.Este ensayo es un descarnado relato del anticomunismo en América Latina. Es un texto que obliga a revisitar el pasado de un continente desangrado por militares, políticos e intereses comerciales, un continente que ha batallado, y batalla, entre la libertad y la opresión."

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Información

Año
2017
ISBN
9788446039013
Capítulo III
Golpes de Estado, subversión y anticomunismo
«No se mueve ninguna hoja en este país si no la estoy moviendo yo, que quede claro.»
Augusto Pinochet Ugarte. Dictador chileno.
Guerra global, el golpismo y el soldado transnacional
Tras la Segunda Guerra Mundial las intervenciones militares se caracterizarán por un alto grado de homogeneidad ideológica. Los ejércitos del continente se reciclan en la lectura de manuales que ponen en práctica en cuanto pueden. La derrota del eje aúpa a los Estados Unidos como potencia líder del «mundo libre». Europa pierde el control político-militar de «Occidente». Estados Unidos, se yergue victorioso. La crisis greco-turca enciende la mecha de la Guerra Fría. El discurso pronunciado por el presidente estadounidense Harry Truman ante el congreso de los Estados Unidos, el 12 de marzo de 1947, sienta las bases de un nuevo tiempo histórico. La cooperación económica y militar se presenta como la opción para evitar el avance de las izquierdas a nivel mundial y de los proyectos articulados al socialismo-marxista. «Si dejamos de ayudar a Grecia y Turquía en esta hora decisiva, las consecuencias, tanto para Occidente como Oriente serían de profundo alcance. Debemos proceder resuelta e inmediatamente […] Pido al Congreso la autorización para ayudar a estos dos países con la cantidad de cuatrocientos millones de dólares […] Si vacilamos en nuestra misión de conducción podemos hacer peligrar la paz del mundo.»
El enemigo tiene rostro. En el discurso, Truman definirá los valores que, a su juicio, se presentan como parte constituyente de la identidad sobre la cual se erigen los modos de vida en el mundo libre y el mundo comunista. «Uno de dichos modos de vida se basa en la voluntad de la mayoría y se distingue por la existencia de instituciones libres, un gobierno representativo, elecciones limpias, garantías a la libertad individual, libertad de palabra y religión, y el derecho a vivir sin opresión política. El otro se basa en la voluntad de una minoría impuesta mediante la fuerza a la mayoría. Descansa en el terror y la opresión, en una prensa y radio controladas, en elecciones fraudulentas y en la supresión de las libertades individuales. Creo que Estados Unidos debe ayudar a los pueblos que luchan contra las minorías armadas o contra presiones exteriores que intentan sojuzgarlos. Creo que debemos ayudar a los pueblos libres a cumplir sus propios destinos de la forma que ellos decidan. Creo que nuestra ayuda debe ser principalmente económica y financiera, que es esencial para la estabilidad económica y política»[1].
La amenaza comunista, y la debilidad de los países aliados son el pretexto idóneo para realizar dos maniobras tendentes a frenar el avance de las fuerzas de izquierdas en el mundo occidental. Primero conceder apoyo financiero y económico a sus aliados. En julio de 1947 se aprueba el Plan Marshall, más de veinte mil millones de dólares de la época para reconstruir la Europa devastada por la guerra, y en segundo lugar, fundar la primera organización militar anticomunista occidental, la OTAN, el 4 de abril de 1949, creando un escudo armado capaz de disuadir al enemigo.
Las fuerzas armadas latinoamericanas se integran de manera subordinada a esta nueva visión mundial. Como parte del «mundo libre», se le asigna la defensa de «la civilización occidental y cristiana» en el subcontinente. Considerada, América Latina, el patio trasero de la política de seguridad de Estados Unidos, se firma el Tratado de Chapultepec en 1947, origen, un año más tarde, en Río de Janeiro, del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca (TIAR). Dicha firma, se anticipa dos años a la creación de la OTAN.
El nuevo enemigo, la URSS, define el campo de batalla y amplia la cobertura de actuación de las fuerzas armadas, quedando entre sus funciones, proteger la democracia, fomentar el desarrollo económico y garantizar la seguridad hemisférica. Defensa de la democracia y lucha anticomunista confluyen. Las fuerzas armadas son la avanzada de la lucha anticomunista, con una misión añadida, coadyuvar a los Estados Unidos a combatir a la URSS. El general Eisenhower había dicho en su campaña presidencial de 1952: «No podremos descansar nunca hasta que las naciones del mundo esclavizadas tengan en la plenitud de la libertad el derecho de elegir su propio camino, porque entonces, y solo entonces, podremos decir que hay un modo de vivir pacífica y permanentemente con el comunismo»[2].
Será uno de los más grandes estrategas de la doctrina de la seguridad nacional, el general brasileño Golbery do Couto e Silva, en Geopolítica de Brasil, quien señale la nueva dimensión del problema: «Lo que nos amenaza hoy, como ayer, no es una amenaza propiamente dirigida contra nosotros, sino directamente contra Estados Unidos de América, la cual, incluso si queremos subestimarla dando mayor énfasis a la practicabilidad todavía bastante discutible de un ataque transártico, no por eso resulta insubsistente, a mas de que, de ninguna manera, puede desmerecer la importancia estratégica del nordeste brasileño, no para nosotros, sino para Estados Unidos, que ya se han comprometido en la defensa de Europa»[3].
Se asiste al nacimiento de un sistema de seguridad hemisférico donde se fomenta el fluido intercambio de información, educación y entrenamiento de oficiales latinoamericanos en las academias de guerra norteamericanas. Los programas de asistencia militar, la dependencia tecnológica, el adiestramiento en la lucha antisubversiva en la Escuela de las Américas (Fort Gulick, Panamá), favorecen la emergencia de un nuevo tipo de acción militar. Un ejército dependiente, convencido de ser objetivo militar y político de la Unión soviética se convierte en escudo ideológico contra la nueva amenaza de la civilización occidental.
«Apenas en 1959, los voceros del Pentágono afirmaron que “la amenaza más rotunda a la seguridad del hemisferio es la acción submarina en el Caribe y a lo largo de la costa de Sudamérica”. La mayoría de las armas trasportadas a Latinoamérica en este periodo (barcos de guerra sobrantes, aviones patrulleros, cazas interceptores, etcétera) reflejaban esta apreciación de la imagen de la seguridad. Y, si bien América Latina nunca ha enfrentado la amenaza verosímil de un ataque proveniente de fuera del hemisferio, las fuerzas armadas de las principales potencias latinoamericanas han acabado por parecer una versión a pequeña escala de los ejércitos estadounidenses en Europa, el cercano oriente y Asia»[4].
El corolario, un soldado educado para hacer frente a la lucha anticomunista. «Los nuevos dictadores transnacionales son semejantes al subconjunto de un aparato estatal que echa sus principales raíces en el capital monopólico, en el gobierno norteamericano y en las fuerzas burguesas locales, oligárquicas y neocoloniales. El enorme aparato enfrenta diferentes contradicciones internas y no funciona como un simple dispositivo mecánico. Frente a las fuerzas democráticas alcanza una considerable unidad: está coherentemente organizado para controlar las reacciones del pueblo, y a quienes quieran encabezarlo cada vez que este se oponga a una política que lo empobrece y lo priva de sus derechos individuales y sociales. Pero en cada país y en cada región el aparato militar actúa según las circunstancias, con un sentido pragmático y flexible»[5].
La doctrina de contención del comunismo y defensa de la democracia, amenazados por un poder «extracontinental» se expande, a tal extremo que los gobiernos democráticos existentes en la región, serán considerados incapaces de enfrentar la guerra ante un enemigo cuya potencialidad para subvertir el orden desde sus entrañas, es casi infinita. El marxismo-leninismo y sus variantes, argumentan desde los centros de poder estadounidenses, el Pentágono y la Casa Blanca, tienen capacidad para socavar los fundamentos del Estado de derecho, la libertad y destruir la democracia representativa. Las fuerzas armadas deben estar alertas para evitar que los enemigos del orden democrático instauren regímenes totalitarios. Por consiguiente, nace la necesidad de articular ejércitos que mantengan vivos los valores de civilización occidental, garanticen la defensa de la patria y el Estado, y sean al mismo tiempo motor del desarrollo, la supervivencia y la seguridad nacional.
Nuevamente Golbery do Couto e Silva, el general brasileño, define, el carácter de la amenaza comunista en Brasil y América Latina: «Lo cierto es que hoy en día las amenazas más probables se limitan a la guerrilla, los conflictos localizados, y sobre todo, la agresión comunista indirecta, que capitaliza a su favor el descontento local, las frustraciones que engendran el hambre y la miseria, y las justas aspiraciones nacionalistas[…] América Latina enfrenta ahora amenazas más reales que nunca, amenazas que pueden conducir a la insurrección, a los estallidos de violencia que procuren implantar (aunque no abiertamente) un gobierno favorable a la ideología comunista, constituyéndose en grave e inminente peligro para la unidad y seguridad de los americanos y del mundo occidental»[6].
El vínculo entre desarrollo y seguridad se convierte en el primer eslabón de la cadena para la militarización de las sociedades. Robert McNamara, Secretario de Defensa del presidente John Kennedy perfila el núcleo de la doctrina: «La seguridad es desarrollo y sin desarrollo no hay seguridad. Un país subdesarrollado y que no se desarrolla jamás alcanzará nivel alguno de seguridad por la sencilla razón de que no puede despojar a sus ciudadanos de la naturaleza humana. Efectivamente, si se necesitan condiciones previas a la seguridad deberían ser un mínimo de orden y también de estabilidad. Ahora bien, sin una evolución interna, por mínima que sea, el orden y la estabilidad son imposibles ya que la naturaleza humana no puede estar frustrada indefinidamente. El hombre reacciona entonces, porque debe hacerlo […] Al insistir en el hecho de que la seguridad es la hija del desarrollo, no niego que un país en vías de desarrollo pueda verse afectado por una revuelta interna o una agresión externa o una combinación de ambas cosas. Esto sucede, y para poner remedio a las condiciones que permiten este estado de cosas es preciso que este país tenga una potencia militar que responda a este problema específico. Pero el poder de las armas no es sino una faceta menor del vasto problema de la seguridad. Una fuerza militar puede ayudar a asegurar el orden y la ley, pero solamente si estos reposan ya en una base aceptable dentro de la sociedad de que hablamos y si la población está dispuesta a colaborar con ella. La ley o el orden constituyen el escudo tras el cual puede desarrollar un país y por consiguiente asegurar en gran parte su seguridad. El desarrollo es el progreso económico, social y político»[7].
Los procesos de modernización deben controlarse. Las burguesías locales, pro-imperialistas y desnacionalizadoras deben asumir la dirección de los procesos de cambio social. Los proyectos nacionalistas que escapan a su dominio sufrirán los embates de la Guerra Fría, siendo contrarrestados por sendos golpes de Estado. Un año antes del golpe de Estado que derrocase al general Jacobo Arbenz en Guatemala, el Consejo Nacional de Seguridad de EEUU, alertaba de las consecuencias de un nacionalismo infiltrado por el comunismo: «El comunismo debe ser considerado no solo como un movimiento en sí mismo también como una fuerza que explota y expresa razonadamente las llamadas “aspiraciones nacionalistas”, y que provee orientación organizativa y política a todos los elementos anti-EEUU aunque es una facción minoritaria en el área, actualmente es un serio problema en Guatemala y posiblemente crece de forma alarmante en Brasil y otros países. Fuera de la ley en varios países, posee no obstante potencialidades peligrosas que caracterizan su presencia en otras partes del mundo. Su doctrina que es paralela a la doctrina nacionalista en importantes aspectos, tiene fuerte atractivo entre intelectuales y obreros, con el resultado de que han sido penetrados las escuelas y sindicatos»[8].
Solo de esta manera se comprende la acción, en 1954, contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala. Se trata de un plan piloto en la región, donde participa por vez primera la CIA, cuyo director, Allen Dulles califica al gobierno guatemalteco de «una cabeza de playa soviética en América». Mientras tanto, el Pentágono y el Departamento de Estado inauguran las acciones encubiertas, bajo el subtitulo de «guerra sucia». Desde la llegada de Arbenz a la presidencia, en 1951 se pondrá en marcha el Plan Fortune para llevar a cabo un golpe de Estado y acabar con las reformas fuera de los marcos admisibles de la seguridad y el desarrollo en el contexto de Guerra Fría[9].
«A pesar de la naturaleza claramente capitalista de la “revolución”, los intereses estadounidenses llegaron a considerarla, cada vez más una amenaza. En primer lugar, la “revolución” emprendió la tarea de regular, y más adelante expropiar con indemnización algunas propiedades estadounidenses […] En segundo lugar, los inversionistas privados estadounidenses y el gobierno de Estados Unidos se inquietaron por la creciente radicalización de la “revolución” guatemalteca bajo Arbenz. Desde el principio, y a lo largo de esos diez años, no había duda que la “revolución” era controlada y dirigida principalmente por la burguesía nacional y la pequeña burguesía de Guatemala. Sin embargo, la base de la “revolución” fue una alianza entre esa burguesía y ciertos sectores de la clase obrera y el campesinado. Sobre todo después de que el gobierno de Arbenz promulgó una reforma agraria de gran alcance en 1952 […] En este sentido, Estados Unidos llegó a percibir a Guatemala no solo como una amenaza a intereses estadounidenses específicos sino también una amenaza general para el orden capitalista internacional. Para empeorar las cosas, la “revolución guatemalteca” se daba en un momento en que Estados Unidos estaba en lo más acentuado de la paranoia macartista de la Guerra Fría, y en que los intereses privados estadounidenses se estaban expandiendo r...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Capítulo I. El siglo XX latinoamericano, una historia de ida y vuelta
  8. Capítulo II. Guerra, golpes de Estado y fuerzas armadas
  9. Capítulo III. Golpes de Estado, subversión y anticomunismo
  10. Capítulo IV. El nuevo golpismo
  11. A modo de epílogo
  12. Breve cronología de golpes de Estado en América Latina
  13. Bibliografía mínima
  14. Otros títulos