Historia del Marruecos moderno
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Historia del Marruecos moderno

  1. 368 páginas
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Historia del Marruecos moderno

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Marruecos es famoso por su perdurable y estable monarquía, sus estrechos lazos con Occidente, su vibrante vida cultural y el centralismo de la política regional. Este libro de la distinguida historiadora Susan Gilson Miller ofrece un enfoque sumamente documentado de la historia moderna de Marruecos.

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Información

Año
2015
ISBN
9788446041313
Edición
1
Categoría
Storia
Categoría
Storia mondiale
1
EL FINAL DE LA ERA DE LA YIHAD (1830-1860)
En 1830, Marruecos sufrió el asalto de una expansiva y enérgica Europa en forma de un masivo y bien planificado ataque francés a la ciudad de Argel. Con este suceso, Marruecos se vio ineludiblemente arrastrado a un torbellino económico y político, que absorbería sus energías y dibujaría sus perspectivas en los años siguientes. Europa era un adversario familiar para Marruecos, que había vivido a su sombra durante siglos, en ocasiones de forma amistosa, otras veces en un estado de confrontación violenta. Sus historias se entrelazaban debido a la cercanía y la necesidad política. Mercaderes de Marsella instalaron un funduq (un establecimiento para comerciantes) en Ceuta en 1236. En el siglo xv, los judíos expulsados de la península Ibérica después de siglos de asentamiento encontraron refugio seguro en Fez. En el siglo xvii, los moriscos –musulmanes que habían adoptado el catolicismo, pero fueron obligados a abandonar España por la Inquisición– transformaron la economía marítima de Marruecos en corsaria, con lo que volvió el enfrentamiento con el Occidente cristiano a las costas europeas. Desde mediados del siglo xviii, la lenta y constante marcha de Europa hacia lo que los historiadores llaman «modernidad», y que significa mayor nivel de integración estatal, desarrollo capitalista y progreso tecnológico, inevitablemente dio forma a sus acciones y actitudes frente a Marruecos. Marruecos respondía adoptando tácticas y estratagemas que esperaba pudieran mitigar la influencia extranjera y permitirle preservar su independencia[1].
El año 1830 marcó el inicio de la transición a una nueva fase en la que Europa deja de ser un factor intermitente en los asuntos marroquíes y se convierte en una realidad omnipresente, que amenaza los acontecimientos políticos, la economía y hasta la vida social. Sin embargo, el elemento europeo no lo condicionaba todo: otros rasgos destacados del panorama interno siguieron evolucionando, transformándose y oponiéndose unos a otros, poniendo a prueba la capacidad del Estado para aceptar retos dentro y fuera del país. Continuaban en juego factores que se movían independientemente del choque con Europa, como la lucha por la supervivencia diaria frente a las fuerzas de la naturaleza, cambios en la vida intelectual, la tensión entre el sultanato y las clases dirigentes y la llegada de nuevas ideas desde el Oriente musulmán que barrían la sociedad. Estos temas constituyen el telón de fondo del drama de la tumultuosa confrontación de Marruecos con Occidente a inicios del siglo xix. Para entender los sucesos de 1830 en su contexto más amplio, hemos de retroceder hasta el siglo xviii para desvelar algunos factores que determinaron cómo orquestó Marruecos su respuesta a la agresión europea.
Reconstrucción del Estado marroquí
La interminable guerra civil que siguió a la muerte del sultán Ismail en 1727 llevó a una dispersión del poder estatal, dañó la reputación de la dinastía alauí gobernante y devastó la economía. El sultán Abdalá (que reinó intermitentemente entre 1729-1757), hijo del gran constructor del Estado, Ismail, sufrió la ignominia de ser destituido cinco veces durante sus treinta años de reinado. Estas convulsiones fueron una dura lección para su hijo y sucesor Mohamed III (reinado 1757-1790), que estaba convencido de que para preservar la dinastía se requería una aproximación nueva al liderazgo[2]. Los problemas crónicos producían inacabables conflictos: el campo, fraccionado y tribal, exigía vigilancia constante; la economía de subsistencia, que sufría a causa de las inadecuadas reservas de capital; la falta de infraestructuras en forma de carreteras, puentes y otros medios de comunicación. En el último cuarto del siglo xviii, una población que oscilaba entre cuatro y cinco millones de personas se mantenía estancada debido a periódicas oleadas de enfermedades, inundaciones y hambrunas[3]. Otros problemas endémicos bloqueaban el camino a la consolidación del poder estatal, creando un permanente déficit de capacidad en el centro: el ejército estaba mal organizado, escasamente disciplinado y formado por una guardia pretoriana y contingentes tribales poco fiables; la burocracia era corrupta e indisciplinada; la clase religiosa, o ulema, era notoriamente independiente. Por último, la Marina había sido desarticulada, dejando desprotegida la costa de Marruecos.
Mohamed III, nieto del ilustre Ismail, se dio cuenta de que para aportar mayor estabilidad a su gobierno, debía reconstruir el Estado desde sus cimientos. Mantuvo una intensa correspondencia con la Corte otomana e intercambió emisarios. El enviado en el que más confiaba era el historiador Abd al-Qasim al-Zayani, que le traía desde Estambul noticias de primera mano acerca de la manera otomana de hacer las cosas: orden, racionalidad y fortaleza organizativa[4]. Siguiendo el ejemplo otomano, el sultán Mohamed III renovó primero la burocracia estatal, extendiéndola a nivel local. A continuación, reorganizó el ejército de tal forma que respondiese mejor a su dirección. Finalmente, revisó la base financiera del Estado con nuevos métodos para la recaudación de impuestos dependientes de las tasas aduaneras sobre el comercio exterior. Estas significativas reformas distinguieron al sultán Mohamed III como el iniciador de una nueva era en la historia marroquí, influida por acercamientos a la modernidad que se filtraba a través de las prácticas llegadas a Marruecos, sobre todo de Oriente. Tan grande era la ambición del sultán Mohamed III que el historiador marroquí Abdalá Laroui le ha llamado «el arquitecto del Marruecos moderno»[5].
Para llevar adelante su ambicioso programa de reformas, el sultán tuvo que hallar el equilibrio entre intereses implicados y a veces contrarios. En el frente político, tuvo que abandonar la idea de recuperar los territorios de Melilla y Ceuta controlados por los españoles, enclaves en la costa del Mediterráneo marroquí en poder de España desde el siglo xv, porque sabía demasiado bien que semejante movimiento le expondría a las quejas de los religiosos, que argumentarían que había abandonado la yihad. Pero había decidido que el comercio en paz con Europa era un objetivo mucho más inteligente que embarcarse en un conflicto infructuoso: «Ceuta es el corazón de Marruecos, pero solo un loco o un demente consideraría atacarla... nada resultaría de eso, salvo la desgracia para el islam»[6]. En el aspecto económico, reconstruyó los puertos de la costa atlántica marroquí, en especial la ciudad de Al-Sawira (Esauira/Mogador), con el objetivo de impulsar el comercio en ultramar[7]. Creó monopolios para las mercancías a exportar y gravó las importaciones con pesados tributos, que incrementaron enormemente los ingresos estatales, aunque a costa de las iras de los comerciantes extranjeros. Llenó sus arcas gracias a la imposición de una tasa no coránica (maks o impuesto sobre los mercados) condenada tanto por la comunidad ulema como por el pueblo, no solo por su dudosa legalidad, sino también porque la mano del Estado alcanzaba ahora la sustancia de la vida diaria. La gente tenía que pagar por el cruce en ferry entre Rabat y Salé, si sacrificaban una oveja o por el empleo de balanzas en los mercados públicos. Por último, para mitigar el efecto corrosivo de estas impopulares medidas, reabasteció a las mezquitas y zawiyas (escuelas o monasterios religiosos) a lo largo y ancho del país, esperando ganar así el afecto de los «hombres de letras» y los corazones de las personas corrientes[8].
La campaña reformista alcanzó incluso a los elementos más sacrosantos de la sociedad. Mohamed III intervino «donde ningún sultán se había aventurado antes», organizando a los ulemas en clases, en función de sus responsabilidades, y pagándoles de acuerdo con las mismas. Revisó personalmente el plan de enseñanza en las mezquitas y determinó las obras a estudiar, poniendo el énfasis en textos simplificados que desmitificaban la práctica legal. Hizo uso de su prerrogativa como imán (líder religioso) de la comunidad musulmana de Marruecos para reinterpretar leyes existentes y hacer otras nuevas mediante el dictado de fatwas (fatuas o edictos religiosos) y dahirs (decretos oficiales) que apuntalaran sus políticas. Finalmente, estableció listas de la nobleza religiosa (shurafa) y purgó a aquellos que habían esgrimido falsos lazos con la familia del Profeta para lograr el privilegio de la exención de impuestos.
Estos sensatos cambios sacudieron hasta sus raíces a la sociedad marroquí y la reacción no tardó en producirse. A la vanguardia de la oposición estaba su propio hijo, Yazid, que se convirtió en archienemigo de su padre. A Yazid, que basaba su credibilidad fundamentalmente en el «abandono» por parte de su padre de la yihad, se sumaron otros descontentos que habían perdido terreno con las reformas del sultán Mohamed: las elites religiosas privadas de sus privilegios especiales, hermandades que vieron reducidos sus ingresos y gente ordinaria que deploraba el maks como una contravención de la ley religiosa. Durante dos años después de la muerte de Mohamed III en 1790, el país se vio arrojado a un torbellino. Yazid lo devastó de norte a sur, intentando erradicar las innovaciones instauradas por su padre.
Cuando el sultán Sulaimán, segundo hijo de Mohamed III, accedió al trono en 1793, tenía al populacho en contra. Todos esperaban que paliase los excesos de Yazid, pero sufrieron un desengaño. Desde el principio, el sultán Sulaimán mostró rasgos de carácter que afectaban a su capacidad para gobernar. Sus contemporáneos resaltaban que era obstinado y un mal juez del pueblo, que no prestaba atención al consejo de sus ministros y hasta prohibió a sus escribas corregir la gramática en sus cartas[9]. Esta indomable personalidad asumió el poder en un momento delicado, cuando crecían los temores a un enfrentamiento con Occidente. Las noticias de la invasión francesa de Egipto llegaron a Marruecos en 1798, junto con informes de saqueos, asesinatos y abusos a las mujeres egipcias por parte de soldados franceses[10]. El peregrinaje a La Meca se suspendió temporalmente y los marroquíes se sintieron marginados del resto del mundo islámico. La creencia generalizada fue que el meollo del problema eran los extranjeros, que causaban dolor y ponían en grave riesgo a la umma (la comunidad).
El sultán Sulaimán respondió situando a Europa a distancia. Invirtió primero la política de Mohamed III de hacer del comercio exterior el fundamento de las finanzas estatales. Los vínculos comerciales con Europa se extinguieron y se recomendó la salida de los hombres de negocios extranjeros: «Se invita a todos (los extranjeros) a abandonar el país, ya que uno de mis judíos puede importar cualquier cosa que le ordene»[11]. Armado con las fatuas de los ulemas prohibió a sus paisanos viajar a Europa, esgrimiendo que era contrario a la Ley Sagrada. Por último, abandonó toda pretensión de proseguir la yihad por mar. En 1829 entregó al dei de Argel los dos últimos barcos de la Marina marroquí. Su respuesta a la supuesta amenaza europea fue cerrar las puertas y buscar refugio hasta que la tormenta hubiera pasado.
Al mismo tiempo, intentó poner orden en casa, aunque con un celo equivocado que pronto destruyó sus relaciones con elementos clave de la sociedad. Al comienzo de su reinado derogó el odiado maks, retirando así la pesada carga que recaía, sobre todo, en las zonas urbanas. Pensan...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Agradecimientos
  5. Nota sobre transliteración y traducción
  6. Quién es quién
  7. Mapa
  8. Introducción
  9. 1. El final de la era de la yihad (1830-1860)
  10. 2. Haciendo frente a los desafíos de la reforma (1860-1894)
  11. 3. La desaparición del viejo majzén (1894-1912)
  12. 4. Francia y España en Marruecos:primeros años de los protectorados (1912-1930)
  13. 5. Encuadre de la nación (1930-1961)
  14. 6. La primera etapa de Hassan II: el Puño de Hierro (1961-1975)
  15. 7. La segunda etapa de Hassan II: el Guante de Terciopelo (1975-1999)
  16. 8. Recapitulación: la búsqueda de un nuevo equilibrio
  17. 9. Epílogo: la larga década de Mohamed VI (2000-2011)
  18. Abreviaturas
  19. Cronología
  20. Residentes generales franceses en Marruecos, 1912-1956
  21. Sultanes y reyes de la dinastía alauí, 1664-2012
  22. Glosario de términos árabes
  23. Bibliografía de las obras citadas
  24. Publicidad