Berkeley en 90 minutos
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Berkeley en 90 minutos

  1. 88 páginas
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Información del libro

La filosofía de Berkeley niega la existencia de la materia. Según él, no existe el mundo material, solamente la experiencia, de modo que, cuando algo no se ve, es que no existe. Entonces, ¿cómo es que subsiste el mundo? Pues porque lo sustenta la percepción constante de un Dios que todo lo ve. Las ideas de Berkeley parecen llevar el empirismo hasta extremos absurdos, pero ¿acaso no tenemos nosotros que dejar el sentido común y lo obvio a un lado para ir más allá de la pura existencia cotidiana?

En Berkeley en 90 minutos, Paul Strathern expone de manera clara y concisa la vida e ideas de George Berkeley. El libro incluye una selección de sus escritos, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Berkeley en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432317569
Vida y obra de Berkeley
Berkeley fue el primer irlandés (y el último) que hizo una contribución importante a la filosofía. Nació, el 12 de marzo de 1685, en la villa campesina de Kilkenny, 60 millas al suroeste de Dublín. Su padre fue un inmigrante inglés partidario del rey y con ínfulas de caballero, pero que en realidad era un joven oficial de los Dragones convertido en granjero.
George Berkeley fue criado cerca de Kilkenny, en una casa de piedra situada junto a la ribera del río Nore, al lado de la torre en ruinas del castillo de Dysert. La casa debió de ser originariamente uno de los edificios aledaños al castillo, y hoy está también hundida. La última vez que visité el lugar, todo lo que quedaba de la casa de Berkeley eran los restos de los muros derruidos cubiertos de hiedra. Al otro lado del campo está la ruina de la torre del castillo de Dysert, con los cuervos graznando por las almenas. Por debajo de las colinas boscosas, el sol del atardecer centelleaba en la curva del río.
Al cumplir once años, Berkely fue enviado a estudiar interno al Kilkenny College, entonces la mejor escuela de Irlanda. El satírico Jonathan Swift y el dramaturgo William Congreve habían sido educados allí durante la década anterior. A los quince años, Berkeley pasó a un colegio universitario, el Trinity College de Dublín, que había sido fundado dos siglos antes por Isabel I para educar a uno de sus jóvenes admiradores ignorantes.
En 1704, cuando contaba 19 años de edad, Berkeley recibió la licenciatura. Es evidente que disfrutó de su época de estudiante, pues permaneció en Dublín durante unos pocos años «a la espera de obtener una beca». Berkeley comenzó en ese tiempo a leer a Locke y al filósofo francés Malebranche, el exponente principal del cartesianismo. Berkeley compartía la opinión empirista de Locke de que todo conocimiento tiene su origen en los sentidos, pero se dio cuenta de que el resultado era un materialismo que no dejaba mucho lugar para Dios. Berkeley fue un hombre profundamente religioso durante toda su vida y resistió con firmeza cualquier tendencia al ateísmo. Pero ¿cómo podría mantener a la vez su empirismo y la fe en Dios?
Berkeley demostró ingeniosamente el error de la fe materialista de Locke. Señaló que, aunque derivemos nuestro conocimiento de la experiencia, esta consiste solo en sensaciones y no nos permite el acceso a una sustancia material subyacente que pudiera originar estas sensaciones. Este argumento es profundo, a pesar de que pueda parecer absurdo, y condujo a Berkeley hasta su conclusión famosa: esse est percipi (ser es ser percibido); así superó, triunfante, el materialismo, pero le dejó el problema de qué sucede con el mundo cuando nadie lo está mirando. Como hemos visto, Berkeley sugirió que Dios mira siempre, siguiendo una opinión propia de Malebranche, quien sostuvo que los cambios no se producen por objetos que actúan entre sí según causa y efecto, sino por la acción continua de Dios sobre el mundo.
Berkeley expuso sus ideas en Un ensayo acerca de una nueva teoría de la visión, publicado en 1709, y Tratado sobre los principios del conocimiento humano, editado en 1710. Estas obras, que sacudieron los cimientos en que se basaban los filósofos anteriores, causaron sensación. Pero son difíciles de comprender, a menos que se tenga la resistencia de un corredor de carreras de obstáculos. Muchos lectores no pasan de la primera valla, que comienza con la frase siguiente: «Es evidente para quienquiera que haga un examen de los objetos del conocimiento humano que estos, o bien son (1) ideas impresas en los sentidos, o bien son (2) percibidas atendiendo a las pasiones y operaciones de la mente, o, finalmente, son (3) ideas formadas con ayuda de la memoria y la imaginación, sea por composición y división, sea, simplemente, mediante la representación de las ideas percibidas originariamente en las formas antes mencionadas».
Por fortuna, Berkeley expuso sus ideas también en Tres diálogos entre Hilas y Filonús. Este es un texto mucho más manejable; comienza con Finolús encontrándose al amanecer con un Hilas insomne bajo un «cielo púrpura», y con las «notas salvajes y dulces de pájaros» que gorjean a su alrededor. Estos diálogos aclaran las ideas de Berkeley, que, como vimos, comenzaron en el sentido común para llegar, muy razonablemente, a lo irrazonable. No hay razón alguna por la cual la filosofía debiera adecuarse al sentido común (en verdad, solamente durante breves periodos la filosofía ha tenido que ver algo con él), pero la gente parecía esperar otra cosa, y Berkeley fue objeto del ridículo público y tuvo que ser, por tanto, defendido animosamente por todos los intelectuales contrarios a toda estrechez de miras.
No es de extrañar que muchos de los contemporáneos de Berkeley no pensaran en absoluto que fuera un empirista y lo vieran, en cambio, como un redomado metafísico. Hay algo de verdad en ello, a pesar de la insistencia de Berkeley en afirmar lo contrario. El empirismo de Berkeley lo convierte en un solipsista, es decir, en alguien que cree que solamente él existe en el mundo. Después de todo, si mi experiencia es la única realidad, ¿cómo puedo llegar a saber que existe otra persona? Todo lo que experimento cuando veo a otro es una colección de impresiones. A partir de esto, el sentido común podrá hacer que infiera que ese otro existe de modo muy similar al mío. Pero, en realidad, yo no experimento nada de esto. Es una suposición que no se basa en ninguna percepción mía.
De manera similar, la idea de Berkeley de que el mundo se mantiene por la continua percepción de un Dios que todo lo ve no se apoya en la experiencia. Es metafísica, es decir, va más allá de cualquier conocimiento físico que podamos descubrir. Berkeley queda en la curiosa situación de ser un empirista cabal a la vez que un metafísico integral, una contradicción aparente. Pero esta contradicción está en el corazón de nuestra visión actual del mundo. La mayor parte de la filosofía moderna, y todo el pensamiento científico, se encuentran en una situación semejante. Antes de comenzar a buscar una explicación racional o científica del universo, debemos hacer primero varias suposiciones de gran alcance que no se derivan de la experiencia, y que son, por lo tanto, presupuestos metafísicos. Por ejemplo, suponemos que el mundo es consistente y, partiendo de ahí, que se adecua a las leyes de la lógica tal como las concebimos nosotros. Esto nos conduce a su vez a creer que esta realidad es conforme, de algún modo extremadamente preciso e íntimo, a las matemáticas. Hacemos una hipótesis igualmente importante al suponer que el mundo «se corresponde» de alguna manera con nuestra percepción. ¿Qué experiencia posible nos revelaría que nuestras percepciones tienen en absoluto algo que ver con lo que las origina? (Un paciente con los ojos vendados experimenta un dolor localizado extremadamente agudo. Podría ser producido por una aguja, un electrodo, la picadura de una abeja, una gota de ácido concentrado, etc. ¿Cuál fue? ¿A cuál de estas situaciones se asemeja su dolor? No se asemeja a ninguna, naturalmente. Solo a otras situaciones similares, no a lo que pudiera haber sido su causa.)
Otras suposiciones «obvias» están igualmente injustificadas. Veamos una de las leyes fundamentales de la lógica, el principio de identidad, que establece, básicamente, que una cosa es ella misma y ninguna otra simultáneamente. Desobedecemos esta ley tan pronto nos enfrentamos a una obra de arte. El cuadro de un paisaje, por ejemplo, es visto a la vez como un paisaje y como un lienzo embadurnado con pigmentos de diferentes colores. Podría argüirse que lo que obtenemos en la percepción estética no es realmente conocimiento, pero aun así sigue siendo un componente importante de la manera en que percibimos el mu...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Vida y obra de Berkeley
  6. De los escritos de Berkeley
  7. Cronología de fechas filosóficas importantes
  8. Cronología de la vida de Berkeley
  9. Cronología de la época de Berkeley
  10. Lecturas recomendadas