La divulgación científica
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La divulgación científica

Estructuras y prácticas en las universidades

  1. 224 páginas
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La divulgación científica

Estructuras y prácticas en las universidades

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Información del libro

La divulgación y la información científica son parte fundamental de las misiones que tienen encomendadas las universidades en su transferencia de conocimiento. Es obligación de estas instituciones de Educación Superior formar, a través de sus diversas acciones comunicativas, a una ciudadanía crítica y participativa.Bajo esta premisa, este libro se centra en esbozar el tejido temporal que justifica la vinculación ciencia y sociedad y en comprender las nuevas funciones y perspectivas que ofrecen los gabinetes de comunicación, las unidades de cultura científica y las radios universitarias.Además, este estudio ofrece una radiografía de las iniciativas puestas en marcha por distintas entidades del contexto europeo y latinoamericano para el acercamiento de la I+D+i.

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Información

Año
2017
ISBN
9788497843140
1. Introducción
Explicaba Paul Hazard en su excelente obra sobre la crisis de la conciencia europea, que él ubicaba en treinta y cinco excepcionales años de la vida intelectual a caballo entre los siglos xvii y xviii, de qué forma la «razón científica» de manera impetuosa había entrado por la fuerza en la universidad:
Su privilegio era establecer principios claros y verdaderos, para llegar a conclusiones no menos claras y no menos verdaderas. Su esencia era examinar; y su primer trabajo, enfrentarse con lo misterioso, con lo inexplicado, con lo oscuro, para proyectar su luz sobre el mundo (Hazard, 1975: 109).
De esta manera, el siglo de las luces vino ayudado de «gasendistas, cartesianos, malebranchistas y gentes sin domicilio conocido queriendo examinar y expulsar a Aristóteles».1 Fueron treinta y cinco años en los que encontramos a figuras como Spinoza, cuya autoridad comenzaba a promoverse, Malebranche, Leibniz, Fontenelle, Locke o el gran Descartes. Sigue afirmando Hazard:
Estos héroes del espíritu, cada uno según su carácter y su genio, estaban ocupados en replantear, como si hubieran sido nuevos, los problemas que solicitan eternamente a los hombres: el de la existencia y la naturaleza de Dios, el del ser y las apariencias, el del bien y el mal, el de la libertad y la fatalidad, el de los derechos del soberano, el de la formación del estado social, todos los problemas vitales. ¿Qué hay que creer? ¿Cómo hay que obrar? Y siempre surgía esta cuestión, cuando se la había creído definitivamente resuelta: quid est Veritas? (Hazard, 1975: 11-12).
Sin embargo, para ser sinceros, antes de que tuviera lugar todo esto, la teología, la filosofía o el derecho, entre otros saberes, ocupaban el centro de atención de las universidades, cuestión ésta que no debiera relegarse, a pesar de que mencionadas atmósferas no cumplan estrictamente el modelo, en ocasiones encorsetado, del método científico.
En este orden, tal como ya indicaba hace algunos años Mariano Peset (1987: 103), pareciera existir un cierto desajuste entre los historiadores de la ciencia y los historiadores de la universidad. Así, mientras los primeros ven las universidades como baluartes y centros de resistencia para la implantación de las nuevas sistemáticas, los segundos no han sabido en su mayoría conectar con los historiadores de la ciencia para verificar las conexiones contextuales y evolutivas. Estamos, pues, de acuerdo con Peset cuando afirma:
Para mí, historia de las ciencias e historia de las universidades son dos caras de una misma moneda, de ninguna de estas especialidades puede prescindirse, si queremos entender la historia del pensamiento humano, la historia de la cultura a su nivel máximo (Peset, 1987: 103).
Observará el lector, sin embargo, cómo no es nuestra intención examinar esta dinámica que nos alejaría en mucho de lo que ahora nos concierne; esto es, el análisis iniciático de la divulgación científica y su contextualización histórica. Pretendemos, pues, simplemente esbozar el tejido temporal que justifique que ciencia y universidad se encuentran vinculadas, dado que las ideas y descubrimientos científicos no pueden desgajarse de la realidad que les circunda. Así, por ejemplo, Peset nos describe cómo los clerici medievales universitarios suscitan saberes que aunque desde un punto de vista presentista hoy estimemos como externos al ámbito científico, actuarán como instrumentos legitimadores del contexto y acabarán explicando el surgimiento de nuevas ideas y hallazgos (Peset, 1987: 105). En definitiva, entendemos que la historia de la ciencia y la de su divulgación no es un proceso autónomo, dependiente únicamente de la voluntad propia del científico, sino un proceso arraigado a la realidad filosófica y social del entorno, donde las universidades adquieren una función justificativa (Peset, 1987: 105-106).2
No pretendemos con todo ello avalar una historia que defienda a las instituciones frente a las teorías científicas, aunque parece evidente que la historia de la ciencia no debe desvincularse del entramado de las relaciones sociales y científicas.3 Nos parecen, en este sentido, muy acertadas las reflexiones que Mariano Peset vuelve a hacer sobre los elementos que la historia de la universidad puede proporcionar para un análisis holístico del proceso evolutivo de las ciencias (Peset,1987: 106-108):
  • Por un lado, la mayoría de los científicos han pasado por las aulas universitarias, es allí donde obtienen sus conocimientos iniciales. Para un estudio de los comienzos, de la formación e influencias que hayan podido tener, o de los libros y lecturas que pudieron participar en sus avances posteriores, es fundamental la historia de la universidad.
  • Por otro lado, la institución universitaria resulta ser imprescindible para analizar la difusión de saberes y disciplinas. La historia de la universidad es, pues, un instrumento para examinar la extensión sociológica de la ciencia, como lo pueden ser los estudios que analizan la coyuntura de la producción impresa, sus rutas comerciales o la censura de ideas. Quizá sea bueno recordar aquí que junto a las estrictas instituciones universitarias encontramos entidades vinculadas —colegios y conventos fundamentalmente— que han tenido una enorme importancia en la evolución de las universidades y que asumirán una cierta relevancia en aperturas científicas.
  • Asimismo, en las instituciones universitarias se constituyen corrientes, focos científicos, enfrentamientos ideológicos, intereses contrapuestos. Su estudio constituye el armazón donde se dilucidan los saberes universitarios.
En definitiva, consideramos que la historia de la universidad se nos presenta como una herramienta muy útil para establecer una sociología de los saberes científicos y su divulgación.
Llegados a este punto, y una vez justificada nuestra interpretación inicial en la que establecemos una vinculación entre historia de la universidad e historia de la ciencia, conviene que hagamos dos aseveraciones que sirvan para ubicar adecuadamente lo que pretendemos en estas breves páginas:
  • Por un lado, entendemos que la historia de la ciencia, sin ser ese su objetivo sustancial, cumple funciones de divulgación científica. Posiblemente sea un tema controvertido, pero estamos de acuerdo con el especialista Sánchez Ron cuando expone lo siguiente: «[…] la historia de la ciencia, sin ser divulgación, cumple con funciones de divulgación científica […] [las obras de historia de la ciencia] cumplen con una doble función, una pretendida y otra impensada: contribuyen a la historia de la ciencia como disciplina y a la difusión de la ciencia en la sociedad» (Sánchez, 2002). Entendemos, en consecuencia, que cualquier exposición que verse sobre divulgación científica, como es el caso, no debe obviar a los historiadores de la ciencia ni a su disciplina, dada la función social que representan: sus obras no son únicamente divulgativas, pero ni debe menospreciarse este término ni, por supuesto, debe subestimarse su aplicación colectiva.
  • Por otro lado, consideramos que para la confección de un análisis histórico de la divulgación científica, debemos dejar entrever la relación existente entre la historicidad de la filosofía y la de las ciencias. Si estas últimas proporcionan a la filosofía los datos alcanzados directamente de su examen de la realidad, la primera presta a las ciencias los principios universales y sus conocimientos comunes. Antonio Aróstegui, entre otros autores, ha segmentado la historia de la filosofía y las ciencias en cuatro etapas, a pesar del riesgo que supone periodizar algo que por esencia resulta ser constante e ininterrumpido:
    • una primera o antigua, en la que la reflexión filosófica se aplica al problema de la naturaleza y las ciencias se encuentran entroncadas plenamente con la filosofía;
    • una segunda o medieval, que se ocupa esencialmente del tema de Dios. En consecuencia, la teología logra conquistar desde múltiples perspectivas el pensamiento filosófico, y la ciencia sólo desveló algunos avances, aunque lejos del oscurantismo con la que tradicionalmente se la ha calificado;4
    • una tercera etapa o moderna, en la que el problema epistemológico adquiere un cierto predominio en filosofía, y, en consecuencia, las ciencias alcanzan una destacada independencia frente a la filosofía, dándose incluso notorios enfrentamientos entre unos y otros;
    • y, por último, una última etapa, nada armónica y repleta de corrientes y contracorrientes, que, a pesar de los riesgos que supone esta generalización, se centraría en la metafísica, el problema del hombre y la integración de las ciencias y la filosofía. Ni que decir tiene que las ciencias adquieren ahora una extraordinaria propulsión (Aróstegui, 1963).
En consecuencia, entendemos que historia de la ciencia, historia de la filosofía e historia de las universidades resultan ser componentes sustanciales para un análisis de la historicidad de la divulgación científica.
1.1. La divulgación científica: un poco de historia
Como resulta natural, en las escuetas líneas que siguen no pretendemos hacer, ni siquiera mínimamente, un recorrido por la historia de la ciencia y su divulgación. Para todo ello hay especialistas reputados que de forma pormenorizada lo vienen haciendo con bibliografías selectivas y obras de referencia.5
No nos resistimos, sin embargo, a hacer nuestras las reflexiones de Javier Echevarría (1999) que ya expusimos en otro lugar (Martín-Pena et al., 2016: 22-25), para ver de qué forma la divulgación del conocimiento, su trasmisión y difusión, ha tenido lugar en el transcurrir del tiempo:
  • En las primeras etapas históricas, como es sabido, la escritura no existía y era la palabra el elemento fundamental para difundir los conocimientos. En consecuencia, la transmisión del conocimiento y su divulgación en la denominada cultura ágrafa se llevaba a cabo de «uno a uno» o «de unos pocos a unos pocos», de forma aislada e inconexa.
  • Más adelante, la revolución agrícola o neolítica supuso importantes avances científicos de consecuencias globalizantes. Asimismo, la invención de la escritura supuso una nueva forma de transmisión de la información, relevando en muchos casos a la memoria y a la palabra como elemento verificador de contenidos culturales y científicos (Farrington, 1980; y White, 1986). En consecuencia, consideramos que escritura y ciencia se encuentran vinculadas, configurándose ambas como instrumentos de poder sólo accesible a las clases dirigentes (por ejemplo, los escribas). En definitiva, la circulación científica y su sucinta divulgación era «de unos pocos y para unos pocos», convertidos en clase dirigente.
  • La invención de la imprenta, hace apenas poco más de medio milenio, supuso nuevas características tecnológicas, sociales, económicas y culturales. Con ella, no sólo se difundió la alfabetización, sino que también se vieron modifica...

Índice

  1. Prólogo
  2. 1. Introducción
  3. 2. Estructuras universitarias dedicadas a la divulgación y comunicación científica
  4. 3. Acercamiento a entidades, proyectos y casos de buenas prácticas en divulgación de la ciencia
  5. 4. Conclusiones
  6. 5. Bibliografía y webgrafía