1
Ciencia y sociedad: una relación compleja
La ciencia se presenta como una actividad distinta de otras actividades sociales. Este asunto interroga desde hace tiempo a los pensadores que se esfuerzan por comprender la sociedad y sus transformaciones. En este primer capítulo, presentaremos algunos de sus análisis clásicos, en particular, a propósito de las condiciones del desarrollo de las ciencias. Presentaremos el análisis de Merton, considerado como el primer sociólogo de la ciencia, sobre las relaciones entre puritanismo y el papel del científico. Después, siguiendo los trabajos de Ben-David, nos inclinaremos por la emergencia de las ciencias como actividad social diferenciada. Finalmente, pondremos la atención en los mecanismos de organización y de gobierno de las ciencias en la sociedad.
La emergencia de una actividad social distinta
En esta primera parte, veremos cómo surge la ciencia en tanto que fenómeno social, cómo se instituye el papel social del científico a partir de los valores de la sociedad, después, cómo se autonomiza la comunidad científica con respecto a la sociedad, cómo en su seno emerge la institución del laboratorio y la instauración de las disciplinas.
La ciencia: un fenómeno de la sociedad
La idea de ciencia está asociada a menudo a la idea de un mundo aparte. La imagen del sabio aislado, apasionado por cosas incomprensibles, o la del genio, encarnada por Einstein, marca todavía nuestra percepción de lo que son las ciencias. Parecen ser actividades misteriosas y los científicos seres extraños. Las ciencias serían una forma distinta de conocimiento.
Ahora bien, desde hace tiempo, los pensadores sugieren que la emergencia de la ciencia es un fenómeno social e histórico, y que el sistema del saber depende de la estructura social.
Para Auguste Comte (1798-1857), por ejemplo, el espíritu humano y cada rama del conocimiento pasa por tres estados: teológico, metafísico y positivo. En la fase teológica, los fenómenos naturales son explicados por fuerzas o por seres semejantes al ser humano: dioses, espíritus, ancestros, demonios. En la fase metafísica, estos se explican por grandes causas y por entidades abstractas como la Naturaleza. Mientras que en la fase de la ciencia positiva el ser humano observa los fenómenos y establece entre ellos vínculos en forma de leyes. Renuncia a encontrar las causas absolutas. Las matemáticas, la física y la química fueron las primeras en entrar en el estado positivo, dado que los fenómenos serían más simples de pensar. Las ciencias que se acercan a asuntos más complejos, como los fenómenos sociales, ineluctablemente verán imponerse el pensamiento positivo, pero más tarde. En el estado positivo, el científico impone su veredicto a los ignorantes. Estos estados de saber se corresponden con las etapas de la evolución de las sociedades: la sociedad teológica y militar para los dos primeros, organizada según la costumbre; la sociedad industrial para el tercero, organizada alrededor del crecimiento de los rendimientos de la producción en las fábricas. La ciencia sería entonces un fenómeno social e histórico ligado a una forma particular de organización de la sociedad.
Karl Marx (1818-1883) estableció también, una correspondencia entre un estado del sistema social (el modo de producción capitalista) y un estado del sistema de conocimiento.
El papel científico: un producto de los valores
En los años veinte y treinta, el sociólogo Rober K. Merton (1910-2003) se preguntó sobre los orígenes culturales e históricos de la comunidad científica. Describe la ciencia como una esfera de actividad social y cognitiva diferente de las otras formas de actividad y de creencia. Caracterizó el clima social que favorece su emergencia, así como las condiciones técnicas que la hacen necesaria. Ésta se constituye como esfera de actividad autónoma, capaz de resistir a las influencias externas; y proclama y defiende los principios de independencia, de rigor y de pura racionalidad.
Merton funda su análisis en el estudio de los orígenes de la comunidad científica en el siglo XVII, en Inglaterra, analizando las biografías de los miembros de la elite británica, la actividad de la Royal Society (fundada en 1645), así como sus trabajos, inventos y publicaciones. Subraya el fuerte crecimiento de los saberes técnicos, de las competencias y del equipamiento, en las minas, en la industria metalúrgica, en la construcción naval y de armamento, desde los años 1620. Merton pone, también, una particular atención en los valores, creencias y sentimientos que marcan este periodo de auge de las ciencias y las técnicas.
Construyendo un cuadro en el que se cuantifica la evolución de las elecciones de carrera hechas de las elites sociales inglesas, observa, en la primera mitad del siglo XVII, que las categorías «ciencia» y «medicina y cirugía» obtienen un éxito creciente. La elite se vuelve hacia la ciencia antes que hacia el ejército o la marina, las artes (pintura, escultura, música, poesía, prosa), la educación, la historiografía, la religión, el saber escolástico, el derecho o la política. Según Merton, el fenómeno se explica por la valorización del papel social del científico y por una forma de reconocimiento de la sociedad hacia esta actividad. Se produce en esta época una convergencia entre los valores del puritanismo inglés del momento (interés por los asuntos terrenales, rigor, condena de la ociosidad, libre examen y distancia en relación a las tradiciones y al utilitarismo) y los de la filosofía naturalista y las ciencias experimentales. Esos valores, que colocan la experiencia en la cumbre de la jerarquía de las formas del saber, impregnan a los fundadores de la Royal Society; se reconocen en el movimiento baconiano (desde 1640) y en la educación científica. Las convicciones de la época, en lo que se refiere a la misión confiada al ser humano de perfeccionar el destino de la humanidad, convergen con la idea de una mejor comprensión y control de la naturaleza. La idea de una ciencia de la naturaleza, que estudie el orden y las regularidades, es asociada a las virtudes de una nueva profesión que se dedica a ella. Para Merton, el auge de la ciencia como esfera de actividad distinta y la de un nuevo papel profesional en la sociedad se explican menos por la afluencia de nuevos conocimientos que por la orientación de los valores de la sociedad y por las tentativas de los miembros de la Royal Society de justificar, ante Dios, los caminos de la ciencia. Los valores puritanos que combinan racionalismo y empirismo, favorecen el método científico y rehabilitan la ciencia empírica desacreditada en la Edad Media.
Las conclusiones de Merton, similares a las de Max Weber respecto al auge del capitalismo en Alemania, conducen a la idea de que el desarrollo de la ciencia está condicionado por la valorización religiosa de ciertas actividades. La institucionalización de una actividad esotérica, potencialmente peligrosa para el poder y cuyas consecuencias prácticas aún no es evidente, se da por supuesto. La valorización religiosa crea las condiciones favorables para el desarrollo de la ciencia y del nuevo papel social del sabio. Esta tesis se opone a la idea común según la cual el éxito de la ciencia para resolver los problemas habría provocado su reconocimiento y su valorización en la sociedad. La aparición de la ciencia moderna se explica, por el contrario, por los valores de la sociedad que obligan a los individuos. El papel social del científico está definido por un conjunto de normas de comportamiento.
La comunidad científica: el fruto de la autonomización
El sociólogo Joseph Ben-David (1920-1986), en The Scientist’s Role in Society (1970), sugiere que hay que asomarse a la historia de las universidades para comprender la emergencia de este nuevo papel social y la velocidad de su propagación fuera de Inglaterra.
La formación científica está ya organizada en las Universidades, de manera autónoma con respecto a los poderes de los Príncipes y las Iglesias; los universitarios están reagrupados en corporaciones dotadas de sus propias reglas de funcionamiento. En la Edad Media y en un contexto de renacimiento urbano con las asociaciones gremiales, la Universidad surge como corporación de maestros y aprendices para el aprendizaje intelectual. Se apoyan en los métodos desarrollados desde el siglo XII: planteamiento de un problema (quaestio), argumentación en torno al mismo (disputatio) y búsqueda de una conclusión sintetizadora (conclusio). El gremio de maestros elige los aprendices y los educa hacia la graduación, la cual les habilita para enseñar. La validación papal de los grados otorga a los egresados una dimensión supraterritorial y los libera de los poderes eclesiásticos locales. Al mismo tiempo, los gremios de estudiosos reciben la protección de reyes y los promocionan para el desarrollo de la burocracia. A partir de privilegios y franquicias reales, logran una independencia y autonomía jurídica respecto a los poderes civiles locales y los concejos municipales. Gracias a esa doble protección, papal y real, las corporaciones universitarias se benefician de una autonomía económica, administrativa y jurídica. Maestros y aprendices se mueven por toda Europa, hablan un mismo idioma, el latín, pasan de una universidad a otra, y desarrollan una imagen de la Cristiandad como una cultura superior unificada. La universidad surgió así como una institución docente reconocida por autoridad del Pontífic...