Locura y creación
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Locura y creación

El caso clínico como experiencia literaria

  1. 144 páginas
  2. Spanish
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Locura y creación

El caso clínico como experiencia literaria

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Información del libro

El caso clínico es el corazón de la clínica. Si no se parte de la historia de aquel sistema de relaciones, cualquier otra intervención teórica o diagnóstico transforma a la persona en caricatura, al sujeto en personaje y al sistema de relaciones en estereotipo para todas las situaciones.En esta obra singular, Pietro Barbetta nos adentra en los casos vitales como el de la hija de James Joyce, Lucía, considerada loca por el poder psiquiátrico de su época; entrelaza psicoterapia con literatura a través de autores como Pier Paolo Pasolini, quien conectó su estilo literario con la práctica social crítica (de la que es parte la propia terapia); conversa sobre esquizofrenia con Nadine Tabacchi, filósofa con este diagnóstico; y reflexiona sobre la importancia del acontecimiento o del Nombre como indicador de género en psicoterapia.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417341091
Edición
1
Categoría
Psicología
1
Diálogo sobre la esquizofrenia1
Imaginemos que dos personas pueden hablar un día de la esquizofrenia libremente, sin negar el sufrimiento humano, sin entrar en la metáfora de la esquizofrenia como una enfermedad devastadora e incurable, sin subestimar el malestar y el miedo de las voces, de los delirios, de las visiones, sin siquiera subestimar los riesgos de agravamiento presentes en la cura de la esquizofrenia. Escuchando, con coraje, también los puntos de vista más distantes de las actuales acreditaciones científicas (como la obra de Deleuze y Guattari), sin considerar los últimos estudios sobre neurotransmisores como el nuevo evangelio de la salud mental. Por el contrario, un poco por espíritu crítico, un poco porque se trata de dos bastiones opuestos, estos dos dialogantes nuestros se entusiasman ante las páginas del Anti Edipo y consideran el DSM como una colección de principios dormitivos. Dos oxímoros: un Quijote lúcido y una Hipatia visionaria. Aquí conviene dejar toda sospecha de lado. No hablamos de esquizofrenia, dialogamos con la esquizofrenia como un tercer personaje de la escena, personaje que no está en la cabeza de don Quijote, y ni siquiera en la de Hipatia, que emerge de la conversación como una terceridad, un conocimiento del tercer tipo.
QUIJOTE.—¿Cómo describe aquella cosa llamada esquizofrenia?
HIPATIA.—Su pregunta es oportuna porque sabe formularla inmediatamente como una «falacia». A algunos podría parecerles mal planteada. ¿Por qué no decir directamente «cómo describe la esquizofrenia»? Dado que esta segunda pregunta supondría que la entidad de lo que se discute sea al menos un poco cierta y unitaria y habría al menos una respuesta igualmente clara y unívoca. No es así. Aquella cosa llamada esquizofrenia es una gran caja de Pandora, un abigarrado caldero de anomalías, problemáticas, misterios y ricas vetas. Por este motivo la pregunta es extremadamente exacta: sabe problematizar un diagnóstico complejo evitando reducirlo a alguna denominación.
Dicho esto: ¿Cómo la describo? Lejos de volverla a llamar enfermedad, ya que sólo eso no es, pero lejos también de volverla a mistificar, diré directamente que la esquizofrenia es un infierno. Semejante a lo dantesco: voces, dolores, persecuciones, condenación y a veces sangre. El todo en endecasílabos y treinta y cuatro canciones y una cabeza comida como fiero pasto (comida cruda) de «aquel pecador». Por eso me gustaría contraponerme: «¿Verás renovado el dolor desesperado que “apremia mi corazón”?».
QUIJOTE.—Usted ha tocado el tema y al mismo tiempo ha definido un terreno poético en el cual los dos podemos expresarnos, al menos momentáneamente, o tal vez para mantener, durante todo el diálogo, la alegoría: el infierno y el paraíso perdido. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos condiciones? Creo que alguno de nosotros experimentó sobre todo la segunda; otro, la primera; otro, ambas. Me gustaría hablar de esta diferencia: Dante y Milton. «Lleno de dudas estoy, no sé si arrepentirme del pecado cometido y ocasionado, o alegrarme».
HIPATIA.—La diferencia está en la conciencia. Quien anhela un paraíso perdido tiene al menos una idea de paraíso y al menos una duda como Milton: «Si arrepentirme… o alegrarme». Junto con la conciencia se da la elección. Milton puede elegir. En cambio, el Conde Ugolino se enjuagará eternamente la boca con «pelos de la cabeza que había roído por detrás».
El infierno del esquizofrénico es similar a la condena eterna. Además, está lleno de inconsciencia y para cierta parte, de impotencia. Y la cabeza que se está devorando es la propia.
Desplazándonos hacia un terreno poético, podríamos encontrar la bella definición de la muerte de Wislawa Szymborska: «Ocupada en matar, lo hace de un modo torpe, sin método ni habilidad». La esquizofrenia es así, errante y caótica. Lástima que a diferencia de la muerte de Wislawa, ésta mata lo que produce. En Filosofía de la ciencia sería etiquetada como «causa funcional», que tiene que ver con un insidioso trasfondo de causas teleológicas (todavía demasiado aristotélicas). Con respecto a la cruda explicación epistemológica, la poética es más vívida y sagaz. Por eso la prefiero.
Volviendo al infierno/paraíso perdido, podríamos además decir que el segundo caso lleva consigo la falta y la nostalgia del reino de los cielos. La esperanza y la alegría que pueden tener o perder. El infierno no es sólo ausencia de paraíso —por el contrario, dantescamente, tal falta podría ser también el limbo o el purgatorio—es una alteridad opuesta, donde tal vez ni siquiera la nostalgia tiene lugar. Quizás la depresión podría ser un paraíso perdido si existe la idea de que es la no felicidad. La esquizofrenia, en cambio, sin pretender estatutos ontológicos superiores, no tiene banalmente ideas a las cuales referirse esquemáticamente. No es nunca una «a diferencia de X», es sólo «Y», tout court (en una palabra). Sólo tiene convulsiones relacionadas a la extrañeza, su propio infierno con el que se automaterializa.
QUIJOTE.—En el Anti Edipo se habla de la esquizofrenia como una instancia irreductible a la familia edípica, una instancia que implica continentes, razas, podríamos añadir religiones, políticas, mundos. Alegría que deja escandalizados a los bien-pensantes. Esto ha suscitado un gran escándalo; sin embargo, es una atractiva perspectiva erasmiana. En una época no dominada por la psiquiatría, el Elogio de Erasmo ha hecho menos escándalo. ¿Cómo lo explica?
HIPATIA.—Kuhn me ayudará a responderte. Creo que el escándalo ha sido dado por la confrontación con el paradigma dominante. El Anti Edipo se opuso tanto a la matriz disciplinaria como a los modelos que, según Kuhn, forman el paradigma. Kuhn era un constructivista, la figura que puso en marcha la crisis de la epistemología. Él creía que las teorías científicas eran convenciones aceptadas, enseñadas y compartidas en el interior de una determinada comunidad científica. En la época de Erasmo, el Elogio no generó igual escándalo probablemente porque suponía un paradigma psiquiátrico distinto. A su vez, la locura era una parte del hombre, como lo eran otros apetitos, otras facultades, otras afectaciones. Ideas fuertemente cambiantes.
A los escandalizados biempensantes querría responderles con la siguiente observación: la pequeña familia edípica es a la esquizofrenia lo que la mecánica newtoniana es a la mecánica cuántica. Lo que vale para un balón no lo vale para un átomo, ni siquiera para lo inmensamente grande. No quiero decir que la mecánica newtoniana sea inútil; de hecho, ni siquiera funciona muy bien en el mundo de los cuerpos de medida enormes o microscópicos, pero cuando se aproxima al átomo e indaga entre sus fantasiosos electrones, que suelen ser a veces olas, a veces partículas, la física clásica se llena de anomalías incurables.
La esquizofrenia es una instancia que involucra continentes, razas y mundos. En esto no es diferente a los fotones que chapotean en todas las cosas o a los electrones que se escurren al interior de la materia. Comprender las partículas microscópicas es comprender el mundo. Para comprender la esquizofrenia con todos sus anexos sirven esas entidades infinitesimales que saben responder a grandes preguntas y que también dejan abierta la posibilidad de que macroscópicamente parezcan absurdas. Metafóricamente es similar al dualismo onda-partícula o al principio de indeterminación de Heisenberg, donde se debe aceptar la indeterminación de una respuesta a una pregunta si se quiere responder a otra.
Los físicos me perdonarán si juego con sus palabras, pero la mecánica cuántica y la relatividad einsteniana tienen un encanto irrefrenable que no me permite resistirme a ellas. Siempre puedo justificarme asumiendo la tesis según la cual una manifestación de la esquizofrenia (como recuerdan los psiquiatras) es hacer discursos que no tengan ninguna conexión lógica. Es saltar de un tema a otro completamente distinto. Lo estoy haciendo, pero mi diagnóstico me lo permite. Alguna vez quizás esto se llamó poesía o creatividad o fantasía. Quizás en los tiempos de Erasmo, quizás para Deleuze. En el Nuevo Mundo, estas definiciones fueron probablemente reemplazadas por otras más útiles y eficientes. Me imagino una revisión de Huxley que contemple un paquete de Edipini en traje color caqui.
Concluyo con esta ilógica pregunta: ¿el gato negro está vivo o muerto? ¿Lo queremos observar?
QUIJOTE.—Bueno, parece que estamos entrando en el corazon de la cuestión. La física acepta la idea de que teorías contrastantes expliquen diferentes fenómenos, la matemática acepta la idea de que logicistas, constructivistas, formalistas, intuicionistas, etcétera, tengan posiciones diferentes, que esas aproximaciones diferentes creen mundos diferentes y que puedan concebir formas matemáticas igualmente bellas en diversos campos. El estructuralismo piagetiano se basa en la teoría de grupos de transformación elaborada por el grupo Bourbaki; el estructuralismo deleuziano, en los sistemas infinitesimales de análisis matemático; la teoría del doble vínculo parte de la teoría de los tópicos lógicos de Russell, etcétera.
A día de hoy, el único campo que tiene pretensiones científicas totalitarias parece ser el campo psi. Por una parte, el número de psiquiatras psicofarmacológicos y psicólogos comportamentales, que incluso han comenzado a defender una práctica inhumana como el electroshock, y por el otro, aquella parte de psicoanalistas aún encerrados en una torre de marfil con sesiones cuatro veces por semana durante veinte años; oponiéndose como dos ejércitos idénticos, compartiendo la misma epistemología del poder, Eteocles y Polinices. Así devastaron el alma del sujeto y le faltaron al respeto, basta sólo observar cómo ambos —y no uno menos que el otro— miran la patología como una plaga a erradicar, como defectos a reparar, un antihumanismo perverso. El gato en este caso puede ser el delirio desatendido del esquizofrénico: para ambos es síntoma y punto, no importa el contenido. El delirio para unos es una razón para suministrar neurolépticos, a menudo en dosis altas; para otros es indicador de la destrucción del Ego. Ambos tienen en común una convicción arraigada: la esquizofrenia es incurable. Como bien dijo una vez Marcelo Pakman: si es incurable, entonces es el momento de respetar los derechos humanos de quienes la padecen.
En general, la cuestión de la cura en el campo de la mente es una cuestión peligrosa. Lo que no encaja en el mundo de la vida mental es pensar en términos de cura, reducir la vida a una cura. La terapia no cura porque afecta a la vida. El fármaco está muy bien si se mejora la vida, si va acompañado por el diálogo y la red social, por el deseo, por la posibilidad de aumentar el número de opciones posibles. Además de poseer el habeas corpus, mis derechos de ciudadanía deben ser respetados.
HIPATIA.—Ha traspasado el velo de Maya hundiéndose en la cuestión justa. Hay varias observaciones que hacer a este respecto. Primero comenzaría por esta pregunta: ¿curar qué? Curar mi delirio no es como derrotar el cáncer. El delirio en la vida del esquizofrénico no es como un tumor, no es ni siquiera como la diabetes, aunque se use ésta como metáfora en psiquiatría para justificar la necesidad de los psicofármacos, como en el caso de la insulina. El deliro es íntimo. No es un cuerpo extraño, sino que es todo. Es aquello en lo que creo. Es más: es el pensamiento sobre el cual reposa toda mi fe. Más allá de las alucinaciones y de los otros síntomas del esquizofrénico, el delirio es la visión del mundo de la persona enferma. ¿Visión distorsionada? Indudablemente sí. Pero es aquello que ve, siente, t...

Índice

  1. Introducción
  2. 1 Diálogo sobre la esquizofrenia
  3. 2 La hija de Joyce
  4. 3 El caso entre ficción y clínica
  5. 4 Pasolini. Psicoterapia y literatura
  6. 5 El nombre
  7. Bibliografía