El enigma de la realidad
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El enigma de la realidad

Las entidades de la física de Aristóteles a Einstein

  1. 144 páginas
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El enigma de la realidad

Las entidades de la física de Aristóteles a Einstein

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A lo largo de la Historia del pensamiento sobre la naturaleza, han surgido temas recurrentes de discusión filosófica. La misma cuestión del ser y la nada planteada en la Grecia antigua toca de lleno la Física de hoy ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el espacio? ¿Son entidades reales? Y el nuevo espacio-tiempo de la relatividad ¿cómo se relaciona con el tiempo y el espacio clásicos? Desde Aristóteles a Einstein se ha reflexionado en profundidad sobre la realidad del tiempo y el espacio. Pero, a pesar de la coincidencia parcial en las conclusiones, persisten discrepancias de fondo sobre una larga lista de términos y hechos de la Física. La realidad de ciertas entidades ha sido cuestionada desde el mismo momento en que fueron propuestas: el movimiento de traslación de la Tierra, la atracción gravitatoria entre dos cuerpos… Desgranaremos aquí estos apasionantes debates y las diversas formas en que estos hechos físicos se han ido aceptando. Por otra parte y para mayor desconcierto, las teorías se suceden sin una continuidad evidente entre sus elementos teóricos. Es difícil describir la transición de la mecánica de Newton a la relatividad especial y general como una transición continua en el significado de sus términos. ¿Son compatibles las diferentes teorías de la Física? Al pasar de una a otra ¿qué es lo que se conserva? ¿Acaso cambia la realidad según la perspectiva? Frente al relativismo, al fin siempre prevalecen, las leyes de la naturaleza. Distinció de la Generalitat de Catalunya (Barcelona, España, 2002) y Gruber Prize for Cosmology (internacional, recibido en Cambridge, UK, 2007)

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Información

Año
2011
ISBN
9788497847032
EL ENIGMA
DE LA REALIDAD
Las entidades de la física de Aristóteles a Einstein
Pilar Ruiz-Lapuente
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© Pilar Ruiz-Lapuente, 2011
Ilustración de cubierta: Iván de Pablo Bosch
Primera edición: noviembre de 2011, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
Avenida del Tibidabo 12, 3º
08022 Barcelona (España)
Tel. 93 253 09 04
Fax 93 253 09 05
correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com
Preimpresión: Grafime, S.L.
Mallorca, 1 - 08014 Barcelona
www.grafime.com
eISBN: 9788497847032


E-pub x Publidisa
Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada de esta versión castellana de la obra.
A M.ª Angeles, Jim y Dave
Prefacio
A lo largo de la historia del pensamiento sobre la naturaleza, han surgido temas recurrentes que dan de lleno en la discusión filosófica. ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el espacio? ¿Son entidades del mundo? Y el nuevo espacio-tiempo de la relatividad einsteniana, ¿cómo se relaciona con el tiempo y el espacio clásicos? De Aristóteles a Einstein se ha reflexionado en profundidad sobre la ontología espacio-temporal, con unas conclusiones parcialmente coincidentes. También hay quien ha mantenido posiciones contrarias a las de estos autores.
La misma cuestión del ser y la nada toca de lleno la física. ¿La negación del ser es algo más que una posibilidad lógica? La crítica al realismo ontológico para entidades propuestas por la física ha dado mucho que reflexionar en el pasado siglo.
En epistemología, por otra parte, se suceden unas teorías físicas a otras sin que sea evidente que haya una continuidad en sus elementos teóricos. En consecuencia existen teóricos que defienden una epistemología antirrealista de la física del cosmos. En numerosos episodios de los debates centrales de astronomía y física se han sostenido variedades que van del instrumentalismo al convencionalismo. Recuperaremos para este libro la histórica polémica sobre el sistema heliocéntrico.
La física evoluciona y prueba una y otra vez su invariancia bajo transformaciones diversas. Con el triunfo de la relatividad especial, la velocidad de la luz en el vacío es la constante invariante. En última instancia, la invariancia de las leyes de la física expresadas en cualquier sistema de referencia es la que prevalece en relatividad general. Frente a principios de origen muy diverso, como el de elección de un sistema de referencia, la invariancia de las leyes destaca sobre los demás, al triunfar experimentalmente. Propongo denominar a este principio como de prevalencia de la ley frente a la perspectiva. En este volumen, entre tus manos, examinaremos a qué conclusiones nos empuja este principio. Para abrir el apetito, avanzamos que principios de carácter epistemológico, como el de Ockham, tienen menos base que los que llevan a la invariancia de las leyes: en ciertos sistemas de referencia, la expresión de muchos fenómenos puede complicarse y la hipótesis con menor número de entidades teóricas puede no ser la mejor.
En último término este texto tiene como propósito hacer ver que mucho de lo que se pensaba en la antigua Grecia no queda tan lejos de lo que experimentamos hoy en día, aunque la evolución de los conocimientos haga más concretas las intuiciones arcaicas. El debate de si existe un plenum o un vacío queda hoy día aclarado. Nociones que a primera vista parecen contradictorias se resuelven finalmente con un desenlace revelador. Si las antiguas intuiciones se materializan en descripciones concretas, pensemos en todo lo que aún queda por tomar forma en este mar de ideas, de vaguedades, que han pasado a ser realidades comprobadas en laboratorios con alto grado de precisión. El nivel de exactitud que se requiere para decir si una teoría es correcta o no, es tal que, a veces, tendemos a pensar que la realidad es indiferente a la ontología. Entidades entrelazadas en teorías diversas pueden probarse correctas o falsas en experimentos de altísima precisión que, de no ser alcanzada, dejaría mal definida una teoría. El engarce de teorías sucesivas no es algo trivial, y a ello dedicaremos el capítulo final que concluirá El enigma de la realidad.
PARTE I
Movimiento
Aristóteles abarcó gran variedad de ramas de la ciencia y las humanidades. De la taxonomía a la lógica, sentando las bases de áreas diversas dentro de la filosofía y los estudios de la naturaleza. Su pensamiento se dedicó en gran medida a la teoría del ser, la ontología. Muchos siglos después, aún encontramos en sus distinciones la raíz de las actuales discusiones sobre el ser, sobre lo que es. Sus argumentaciones sirven como punto de arranque para las nuevas propuestas filosóficas de los siglos XX y XXI.
En lo que se refiere a la física, el filósofo griego formuló leyes intentando crear una disciplina coherente. Procuró que las teorías fueran consistentes entre sí. Para ello ordenó diversas disciplinas bajo un marco capaz de explicar amplias áreas de la naturaleza. El fundamento unificador era su teoría del cambio. En ella encontramos un intento de crear una teoría del todo, de un tipo muy diferente a las que conocemos hoy. Su Física intenta ser consistente con su teoría de los Cielos y con su Metafísica.
Hoy en día, las leyes de la dinámica del Estagirita han sido ya descartadas al no corresponderse con los resultados experimentales. Sin embargo, incluso hoy, parecen razonables al hombre de la calle (si se olvida de muchos siglos de conocimiento acumulado y experimentos de laboratorio). Por ejemplo, la caída de los cuerpos es un experimento que está siendo refinado constantemente: el trascendental debate sobre si las cosas caen a la misma velocidad independientemente del peso del cuerpo fue abierto en su Física. Aristóteles no encontró que las cosas cayeran a la misma velocidad, independiente del peso del cuerpo. El Estagirita contribuyó proponiendo una ley para el movimiento de los cuerpos dejados bajo su propio peso: la gravedad —y la levedad— de las varias masas de un elemento dado son directamente proporcionales a su volumen. La velocidad de caída de los graves y de subida de los ligeros es proporcional a su peso o levedad.
Si Aristóteles estuviera en lo cierto, podríamos tener un cuerpo dos veces más voluminoso que otro cayendo al doble de su velocidad. Que este no es el caso se ha probado una vez se refinó el experimento para eliminar la resistencia del aire al volumen, que modifica la caída de manera muy importante. Galileo sería el primero en afirmar que la caída debe ser la misma a pesar de pequeñas diferencias causadas por la resistencia al movimiento de los cuerpos, proporcional a su volumen. A pesar de que hay historias que ligan esta afirmación con el famoso experimento de la torre de Pisa, se cree que el test empírico de esta ley solo ocurriría más adelante, entre 1645 y 1650 desde la torre de Bolonia. Dos bolas de arcilla de la misma dimensión pero distinto peso, una de las cuales estaba vacía por dentro, y la otra llena, dejaron la torre al mismo tiempo y llegaron al suelo a tiempos diferentes, como documenta el historiador italiano Riccioli en 1951.1
Sin embargo, para Galileo, la caída de los cuerpos con la misma velocidad requería estar en el vacío, esto es, en ausencia de aire.2 Aun hoy, se sigue realizando este experimento, que está en la base de las teorías de la gravitación.
Muchos debates en física se abrieron con Aristóteles y han recibido respuesta a lo largo de los siglos. Así comenzó la discusión sobre los fundamentos de las teorías. Aristóteles dejó bien clara su posición sobre la ontología del tiempo y del espacio (o lugar). En lo que se refiere al espacio, el filósofo griego es sustantivista, es decir, para él, el espacio está asociado a una entidad o sustancia definida alrededor del volumen ocupado por el cuerpo. Por lo tanto, en la ontología del Estagirita, el espacio es un objeto del mundo real. Espacio es lugar:
(lugar) es el límite del cuerpo contenido, por el cual el contenedor hace contacto con lo que lo contiene Por «lo que contiene» entiendo un cuerpo capaz de movimiento.3
Para entender el significado de la definición, «lugar» de una cosa o espacio es el contenedor que está más cerca de la cosa rodeándola sin ser parte de ella, esto es, la periferia del contenedor donde la cosa está, una extensión inmaterial.
Básicamente, esto lleva a considerar el espacio como un recipiente. Cuando las cosas se mueven, dejan parte del contenedor para pasar al siguiente. Esta consideración del lugar como envoltorio lleva a algunas contradicciones. Era contradictorio definir movimiento como cambio de lugar si ese lugar estaba considerado como la superficie alrededor del contenedor en movimiento, ya que los cuerpos que se mueven no se moverán en relación a esa superficie. Si, por el contrario, la superficie se toma como una extensión inmaterial inmóvil, esta será siempre la superficie que rodea el lugar de un cuerpo diferente. Muchos intelectos de la Edad Media intentaron clarificar este tema. Leer la física de los escolásticos lleva a la interpretación de lugar como algo independiente de la existencia del cuerpo, esto es, a un punto de vista sustantivista. En una lectura literal del Estagirita, el lugar existe independientemente de todas las cosas en él. En el curso de la historia de la física, algunos pensadores, incluyendo a Newton, se han adherido al punto de vista sustantivista del espacio, mientras que otros, como Leibniz y Mach, lo han negado.
Más interesante que su posición contradictoria respecto al lugar, encontramos en Aristóteles una disección penetrante del problema del tiempo. Los argumentos empleados en esta discusión se resumen a menudo en la conclusión de que el tiempo no existe, que este es tan solo el número por el que se nombra el cambio. La discusión proporcionada por Aristóteles es de gran validez incluso hoy en día, en que el estatus ontológico del tiempo es examinado por teorías mucho más avanzadas. En la ontología del espacio-tiempo de su Física, uno puede considerar la posición de Aristóteles como no sustantivista respecto al tiempo, una posición compartida por muchas propuestas físicas.
Podemos reproducir aquí algunos pensamientos, tales como la consideración de salida de su Física IV.4
La cuestión (sobre el tiempo) es, primero, si es una entidad real, y segundo, cuál es su naturaleza. Hay cierta sospecha de que el tiempo no existe en absoluto, o que por lo menos su existencia es tenue o débil. Esta sospecha surge del resultado de las siguientes consideraciones. Algún tiempo ya ha ocurrido y no existe, y otro tiempo está en el futuro y no existe todavía; estos constituyen un lapso infinito de todo el tiempo, con el tiempo o que está con nosotros en cualquier momento; pero aparecería imposible que algo que consiste de cosas que no existen exista por sí mismo.
Después de descartar que el tiempo tenga una existencia como entidad de la realidad que existe en el mundo exterior, examina la posibilidad de que el tiempo esté relacionado con el cambio. Encuentra que el tiempo no es cambio, pero debe ser un aspecto del cambio. Que el tiempo está relacionado con el cambio se evidencia al examinar la expresión del paso del tiempo:
Si la diferencia entre ahoras no se nota, el tiempo entre ellos parece no existir. Así que si pensar que el tiempo no existe es algo que ocurre cuando no distinguimos ningún cambio y cuando el pensamiento parece quedarse en una condición única indiferenciada, y si cuando notamos y discernimos cambio, decimos que ha pasado tiempo, entonces claramente el tiempo no existe sin cambio. Está claro, pues, que el tiempo no es cambio, pero que a la vez no existe sin cambio.5
Después de argumentar que el tiempo no es cambio, Aristóteles clarifica más la relación entre tiempo y cambio:
Tiempo no es cambio, pero es una característica del cambio que hace que el número sea aplicable a él. Prueba de esto puede encontrarse en lo que sigue. Evaluamos «más» y «menos» por medio del número, pero evaluamos más y menos cambio en términos del tiempo. Así que tiempo es un tipo de número. Pero «número» es ambiguo: describimos no solo lo que es numerado y numerable como número sino también aquello por medio de lo cual numeramos. Así que tiempo es número en el sentido de lo que es numerado, no en el sentido de por lo que numeramos.6
Como nota útil, ofrece la comparación entre un número de caballos: de la misma manera que podemos mediar la cantidad de caballos y los caballos por unidades de los mismos, podemos medir el cambio por el tiempo y el tiempo por el cambio. En Aristóteles:
Al igual que entendemos cuántos caballos hay asignándoles un número, el número en sí mismo se entiende como número de caballos usando un caballo como medida. Lo mismo sirve para tiempo y cambio también: medimos cambio por tiempo y tiempo por cambio.7
Aristóteles clarifica asimismo por qué tiempo no es ciclo como a veces se piensa que es en alusión ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Obras
  4. El enigma de la realidad
  5. Bibliografía
  6. Contraportada