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Arqueología de lo común
Identificar en lo común el principio de las luchas actuales contra el capitalismo, y ello en todo el mundo, exige que previamente nos pongamos de acuerdo sobre qué se entiende aquí por común. El uso extensivo del adjetivo «común» en expresiones como «bien común» o «bienes comunes» podría hacer suponer que quiere decir cualquier cosa, que es algo en lo que todo el mundo puede reconocerse: sería, en el fondo, una de esas «palabras de goma» de las que hablaba Auguste Blanqui a propósito de la «democracia». Estaríamos así ante una palabra insignificante, un no-concepto, un término en el fondo sin interés. Y, de hecho, a menudo se emplea como si designara al mínimo común denominador de las movilizaciones, el término medio que debería reunir a los «hombres de buena voluntad» de todas las clases y todas las confesiones. Ni las buenas intenciones ni los arrebatos de la conciencia bastarán nunca para llevar a cabo una política que se enfrente realmente al capitalismo. Y si lo común estuviera relacionado sólo con la «vida buena», con la armonía con la naturaleza o el vínculo social, no habría mucho más que decir al respecto: bastaría con los tratados de moral. No habría nada nuevo que decir sobre las luchas actuales si se tratara tan sólo de movimientos de indignación moral que intentan introducir, en un mundo asolado como nunca antes lo estuvo por el egoísmo de las oligarquías dominantes, un poco más de atención a los demás, un mayor cuidado y más voluntad de compartir. ¿Quién no se identificaría, al menos en el plano de las palabras, con la aspiración a rehacer un mundo común, restablecer una comunicación racional, redefinir un vivir juntos? Una aspiración que puede alimentar tanto el republicanismo más intransigente como todos los comunitarismos particulares que apelan a las raíces, a los orígenes, a las tradiciones, a las creencias.
Entendemos aquí lo común de un modo que se desmarca de cierto número de usos corrientes poco reflexivos y, por decirlo todo, bastante amnésicos. Para empezar a pensar la nueva razón de lo común, tenemos que llevar a cabo un trabajo de arqueología. Lo que se presenta como lo más nuevo en las luchas emerge en un contexto y se inscribe en una historia. Es la exploración de esta larga historia la que permite librarse de las banalidades, confusiones y contrasentidos. Proponemos, en este capítulo inicial, un primer deslinde de los discursos en torno a lo «común», tanto para decir lo que no es como para introducir la concepción que queremos elaborar en este libro.
La co-actividad como fundamento de la obligación política
La raíz etimológica de la palabra «común» nos da una indicación decisiva y una dirección de investigación. Émile Benveniste indica que el término latín munus pertenece en las lenguas indoeuropeas al vasto registro antropológico del don, dentro del cual designa un fenómeno social específico: por su raíz, remite a un tipo particular de prestaciones y contraprestaciones relacionadas con los honores y las ventajas vinculadas a cargos. Designa entonces, inseparablemente, lo que hay que cumplir activamente (un oficio, una función, una tarea, una obra, un cargo) y lo entregado a cambio en forma de regalos y recompensas. Reconocemos en las significaciones del término la doble faz de la deuda y el don, del deber y el reconocimiento, propia del hecho social fundamental del intercambio simbólico. La literatura etnológica y sociológica ha estudiado, desde Marcel Mauss, sus múltiples formas en las sociedades humanas. El término que designa la reciprocidad, mutuum, es por otra parte un derivado de munus. Pero el munus no se puede reducir a una exigencia formal de reciprocidad. Su singularidad reside en el carácter colectivo y a menudo político del cargo re-munerado (en el sentido etimológico del verbo remuneror, que significa ofrecer, a cambio, un regalo o una recompensa). De entrada y sobre todo, no son los dones y las obligaciones entre miembros de la parentela o entre amigos los designados mediante este término, sino, más a menudo, prestaciones y contraprestaciones que conciernen a una comunidad entera. Esto se encuentra tanto en la designación latina del espectáculo público de gladiadores (gladiatorum munus), como en el término que expresa la estructura política de una ciudad (municipium) formada de ciudadanos de la municipalidad (municipes). Se comprende entonces que la immunitas remita a la dispensa de la responsabilidad o del impuesto y pueda trasladarse, a veces, en el plano moral, a la conducta de aquel que trata de escapar a sus deberes hacia otros por egoísmo. Se comprende sobre todo que los términos communis, commune, communia o communio, formados todos ellos con la misma articulación de cum y de munus, quieran significar no sólo lo que es «puesto en común», sino también y sobre todo a quienes tienen «cargos en común». Lo común, el commune latín, implica pues, siempre, cierta obligación de reciprocidad ligada al ejercicio de responsabilidades públicas. La consecuencia que aquí extraeremos es que el término «común» es particularmente apto para designar el principio político de una coobligación para todos aquellos que están comprometidos en una misma actividad. En efecto, hay que entender el doble sentido contenido en munus: al mismo tiempo la obligación y la participación en una misma «tarea» o una misma «actividad» —de acuerdo con un sentido más amplio que el de la estricta «función»—. Hablaremos aquí de actuar común para designar el hecho de que haya hombres que se comprometen juntos en una misma tarea y produzcan, actuando de este modo, normas morales y jurídicas que regulan su acción. En sentido estricto, el principio político de lo común se enunciará, por tanto, en estos términos: «sólo hay obligación entre quienes participan en una misma actividad o en una misma tarea». Excluye, en consecuencia, que la obligación se funde en una pertenencia dada independientemente de la actividad.
Esta concepción recupera, aparte de la etimología latina, es lo que sugiere el griego, lengua política por excelencia, y más precisamente el griego tal como se fijó en el léxico aristotélico. Lo común de origen latino resuena con la concepción de la institución de lo común (koinôn) y con el «poner en común» (koinônein) en Aristóteles. De acuerdo con la concepción aristotélica, son los ciudadanos quienes deliberan en común para determinar qué conviene a la ciudad y qué es justo hacer. «Vivir juntos» no es, como en el caso del ganado, «pacer en el mismo lugar», tampoco es ponerlo todo en común, es «poner en común palabras y pensamientos», es producir, mediante la liberación y la legislación, costumbres semejantes y reglas de vida que se aplican a todos aquellos que persiguen un mismo fin. La institución de lo común (koinôn) e...