Escuela, docencia y educación
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Escuela, docencia y educación

Nuevos tiempos, nuevas actitudes

  1. 160 páginas
  2. Spanish
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Escuela, docencia y educación

Nuevos tiempos, nuevas actitudes

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El futuro lo construimos todos nosotros, cada día, con lo que hacemos o no hacemos en nuestro trabajo, en nuestra casa, en la sociedad de la que formamos parte. Por ello, si queremos que ese futuro proteja la vida colectiva, necesitamos repasar y hacer nuestras determinadas prácticas. A nuevos tiempos, nuevas actitudes. En la actualidad, apreciamos los procesos de vida, humanos y de conocimiento son distintos. Si queremos reorientar nuestra labor de acuerdo con este nuevo contexto, hemos de tener presentes todas estas alteraciones. En educación, el trabajo se hace con las personas, y por ello es imperativo que trabajemos de acuerdo a la emergencia de estos múltiples paradigmas. Solo así lograremos comunicarnos con las nuevas generaciones que confían en nosotros. Habrá momentos de dificultad, pero de toda complicación brota siempre la posibilidad de mejora para el futuro. Los educadores asumimos una profesión que constituye en nosotros una forma de vida impregnada de futuro.

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Información

Año
2018
ISBN
9788427723672
Image
10
Voluntades soberanas y disciplina debilitada
La tragedia no es cuando un hombre muere, sino lo que muere dentro del hombre mientras vive
Albert Schweitzer
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DEBERES, DESEOS Y DERECHOS
Actualmente hay muchas familias que están subordinadas a sus hijos. Esto es bastante cierto, se está criando a niños de 10 y 12 años que actúan casi como “terroristas”. Ellos tienen a la familia como rehén. Un día, estaba yo en el aeropuerto, en São Paulo, y fui a coger el carrito del equipaje. Un padre, al lado de un niño de esta edad, hacía lo mismo. Y el niño bramó:
—Yo no quiero este carrito.
—Pero éste es igual que los otros —argumentó el padre.
—Pero yo no quiero éste.
Yo pensé: “Voy a observar”. El padre hizo ademán de tirar del carrito y el hijo gritó:
—¡Yo no quiero este carrito!
¿Qué hizo el padre? Guardó el carrito y cogió aquél que el niño quería. Pensé: “¡Dios mío! Si este niño, a esta edad, decide cuál es el carrito del equipaje que va a usar, en casa, probablemente decidirá dónde va a comer la familia, cuál es la película que se va a ver y la música que se va a escuchar”. No tendrá noción de tiempos, de las fases de maduración y va a caer en una trampa. Ese tiempo de maduración es el que permite que se consigan dar pasos en las próximas etapas.
Hay familias que se acobardan ante sus hijos, no colocan límites en la disciplina del día a día. ¿Dónde estalla eso? Dentro de la escuela. ¿Por qué? Porque nosotros somos el primer adulto que le da órdenes. “¿Dónde está el uniforme?”; “¿Has hecho los deberes?”; “¿Y el material?”; “Baja el pie de encima de la mesa”. ¿Y qué hace él? Se pone a la defensiva. ¿Y la familia? La familia también está perdida en varias cosas. Y por eso, refuerzo la alerta hecha en este libro: nosotros, desde la escuela del siglo XXI, tenemos que establecer una colaboración con las familias y hacer una formación de padres y madres, porque gran parte de ellos están desorientados. En nuestro trabajo debe constar la colaboración con la familia, porque estos no dominan ciertas cosas del día a día y se convierten en rehenes de sus propios hijos.
Debido a la competitividad, a la necesidad de la inserción de la mujer en el mercado laboral, a las distancias entre la casa y el trabajo en las grandes ciudades, ha habido en la sociedad occidental una disminución significativa del tiempo de convivencia entre niños y adultos; ya no comparten una serie de valores antes trabajados.
El hecho de que los padres se ausenten, ya sea por necesidad o bien por no dar prioridad a esa relación, hace que retrasen más la vuelta a casa. Lo que más perjudica a la formación de los niños es que los padres, al reencontrarse con sus hijos, quieran compensar la ausencia atendiendo todas sus demandas, provocando una distorsión entre el deseo y el derecho. El niño y el joven no crean un proceso de conquista, pues reciben las cosas instantáneamente.
Parte de los jóvenes de hoy en día confunde los deseos con los derechos. Y cree que todo esto es muy obvio. Un ejemplo: hay personas, con 40 años, que nunca han ido a Porto Seguro, en Bahía. Pero su hijo de 16 años ya estuvo allí. En la graduación de la escuela, el padre o la madre pagó mucho dinero para que el hijo pasara una semana en la Passarela do Álcool. Cuando va a buscarlo, el domingo por la tarde al aeropuerto, imaginando que el chico va a salir “babeando” de gratitud, el padre o la madre lo abraza en el vestíbulo:
—¿Qué tal, hijo, cómo fue?
—Ah, normal…
—¿Pero estuvo bien?
—Guay…
Aquel tedio, todo es obvio. Todo es fácil. Claro. ¿Dónde está el esfuerzo exigido? En la escuela. Una parte de los hijos de la clase media no necesitan hacer la cama, no necesitan cuidar las cosas de casa, la familia contrata a alguien que lo haga. Él no hace ningún esfuerzo. En la escuela, la situación es diferente y explota con nosotros. Esta es también una cuestión relevante.
La sociedad occidental atraviesa hoy en día una fuerte crisis en algunos valores esenciales: hay sacudidas cotidianas en los territorios de la fraternidad, de la integridad y de la solidaridad. La pérdida del vigor de cualquier valor es negativa y, entre nosotros, surge cada vez que hay una materialización excesiva de la vida, una pérdida de sentido de la noción de la colectividad y la exaltación de una egonarcisismo complaciente.
Un chico o una chica de 14 años quiere vivir todo lo que se vive a lo largo de una vida de 60 o 70 años. Tanto es así que sale de fiesta como si no hubiera mañana. El padre o la madre llega por la noche y se encuentra al chico de 15 años que ya sale.
—¿Adónde vas?
—Salgo de fiesta.
—Pero si ya saliste anoche.
—Mamá, puede ser la última fiesta de mi vida.
¿Una persona de 15 años puede tener una visión así? Otro ejemplo:
—¿Adónde vas, hija?
—Voy a acampar con unas amigas, en una cascada.
—¿Estás loca? Fuiste de acampada el domingo pasado.
—Mamá, puede ser el último viaje de mi vida.
Esta falta de visión, o de sentido del tiempo, es una cuestión a la que debemos enfrentarnos en la escuela. Y tendremos que hacerlo en la formación de valores éticos, de valores de convivencia, porque, de lo contrario, lo que se vive es la ausencia de proyectos, esto es: “tengo que vivir el futuro ahora completamente, al mismo tiempo, todo junto”. Y eso crea una falta de compromiso en el niño o en el joven.
Evidentemente, la escuela necesita actuar en su día a día con un apoyo pedagógico que asuma la posibilidad de que entendamos que, de hecho, estamos en el siglo XXI. No tan sólo porque cambió una fecha, sino por algo que es especial: nuestra capacidad de no sentirnos superados. Esto podrá ocurrir no por el hecho de hacernos mayores, sino por el hecho de hacernos viejos, es decir, si nuestra cabeza envejece.
Me gusta insistir en que no todo lo que viene del pasado necesita ser guardado ni tampoco ser dejado de lado. Muchos de los valores que tuvimos en el pasado necesitan ser vigorizados; ser moderno no es abandonar lo que pasó. Lo que tenemos que proteger y llevar hacia adelante se llama “tradicional”, lo que tenemos que descartar y abandonar es lo “arcaico”.
Así, hay valores tradicionales y valores arcaicos. Considero valores tradicionales aquellos que son universales (amor, lealtad, integridad, disciplina, esfuerzo honesto), y necesitan ser una referencia para nuestras vidas.
LA DISCIPLINA COMO ESFUERZO
Una de las cuestiones más serias hoy en día dentro del trabajo escolar es la lógica del debilitamiento de la disciplina. Y no tan sólo en el sentido del comportamiento, de la conducta social, sino de la disciplina como dedicación metódica a la capacidad de estudio, de realización de una tarea. Existe una ausencia en la consolidación del esfuerzo. Una parte de las generaciones anteriores tenía en la idea del esfuerzo, algo que les llevaba a tener clases de refuerzo, de manera que se pudiera ampliar un conocimiento que se suponía más extenso o difícil.
Generaciones anteriores, especialmente hasta la Generación X, sea de los hijos de los años 50 o de los hijos de los años 70, todavía tenían alguna percepción del esfuerzo. No había tantas tecnologías facilitadoras y las existentes no eran tan accesibles por el conjunto de la población, a causa de una menor condición económica. La mayor disponibilidad de recursos de naturaleza diversa provocó una disminución de las prácticas del esfuerzo cotidiano.
Ejemplo: algunas tareas eran compartidas en familia. En una casa, la ausencia de microondas, nos llevaba a hacer la comida todos los días. Ayudar en las tareas de casa formaba parte del día a día: recoger la habitación, hacer la compra, pelar las patatas. La facilidad que encontramos hoy en día en el mercado con productos listos para el consumo, aquello que he llamado miojização1 de la vida, ha hecho que disminuya nuestra dedicación. Hoy en día es común que alguien llegue a los 20 años sin haber hecho la cama o sin haber ayudado nunca a lavar los platos.
Nuestra cultura, que fue esclavista en gran medida, contribuye a acentuar este vínculo del trabajo manual con tareas de menor valor. Esta es la sexta generación que está en la escuela es la sexta desde la abolición de la esclavitud formal en Brasil. Eso significa que es un hecho muy reciente en términos de memoria. Y si consideramos que la discriminación y los prejuicios son fuertes también, esto contribuye todavía más a este panorama.
La primera señal de que se está mejorando de vida es la liberación de cargas domésticas –que no sea necesario planchar, ni cocinar, ni limpiar. Y esta posibilidad llegó con la facilidad que el mundo de la tecnología dio a esas tareas. Las generaciones Y y Z están creciendo con una mayor facilidad, lo que ya forma parte de la cultura brasileña. Pero esta facilidad no forma parte de otras culturas, en la estadounidense o en la europea, el niño puede ser hijo del presidente de una empresa, y tiene que quitar la nieve de la puerta, ayudar a limpiar el garaje, cortar el césped, y la familia comparte las tareas del día a día, aunque exista una máquina para ello.
Se ha producido un debilitamiento de la disciplina en el doble sentido de la palabra. La disciplina como conducta y la disciplina como esfuerzo.
La disciplina como conducta se debilitó en la medida en que casi no existe una convivencia de niños y jóvenes con sus responsables adultos.
La primera herramienta humana que exige disciplina en el contacto cotidiano es el docente. Este debilitamiento de la disciplina como conducta, como comportamiento, vino también con el aumento de las ciudades, donde los adultos necesitan más tiempo para desplazarse, tienen trabajos más intensos y la digitalización del trabajo lleva a las personas, dependiendo de la clase social, a continuar las actividades profesionales en casa, al tener que revisar el e-mail, responder a mensajes, estar todo el tiempo disponible.
La disciplina como esfuerzo es más complicada todavía, porque se trabajó la idea de que deberían ahorrarse a los niños y a los jóvenes las actividades intensas. Hay una exageración que lleva a confundir crecer con sufrir, esfuerzo con sufrimiento. Este debilitamiento impacta mucho en el aula. El ambiente se vuelve conflictivo, desagradable.
Las familias se pierden en esto, de tal forma que viene siendo común encontrar padres y madres –más en las escuelas privadas que en las públicas– que se muestran menos satisfechas con la escuela porque su hijo sacó una nota baja o porque recibió una llamada de atención de los profesores por no hacer los deberes para casa. Como si exigir esfuerzo en la organización del trabajo escolar fuera una ofensa.
Esta percepción de que es necesario ahorrar esfuerzos a los hijos tiene varias razones: de naturaleza psicológica por parte de los padres y madres; de naturaleza sociológica, en una comunidad que pasó a tener unas condiciones y medios de vida mejores; y también una razón que entra en el campo de la pedagogía, que es suponer que a los niños y a los jóvenes se les tiene que ahorrar todo tipo de esfuerzo. Y eso no es verdad.
Hay una frase clásica de nuestros abuelos que contiene cierta crueldad: “Si tu hijo no llora hoy, tú llorarás mañana”. Efectivamente, en esta frase existe una idea de violencia física; pero no es de eso de lo que estoy hablando. Hablo de la necesidad de evitar la formación de un carácter tibio, de una personalidad pusilánime; que el estudiante sea flojo, que entienda todo el tiempo que sus deseos son sus derechos: “Quiero esto, tienes que darme…”. Esto produce un impacto bastante negativo en las relaciones.
Hay todavía una cuarta parte, en la cual tengo alguna responsabilidad como gestor público que fui, que fueron las políticas de organización del trabajo por ciclos, con la retirada de la planificación en algunos sistemas de evaluación. En la gestión donde estuve como secretario, durante un año, fue por ciclos. El gobierno siguiente hizo una modificación, y la Ley de Directrices y Bases de 1996 puso dos ciclos en lugar de tres como habíamos establecido en la ciudad de São Paulo. La evaluación continua, que es una idea altamente loable y necesaria, del modo en el que fue introducida en varias redes, en vez de obstaculizar el suspenso “burro”, facilitó los aprobados.
Este caldo de cultivo –políticas de evaluación continua para impedir el abandono inútil, junto con una sociedad que disminuyó la capacidad de esfuerzo de las generaciones más jóvenes, más las facilidades traídas por la tecnología– generó una estructura de debilidad, que dejó a las personas sin ganas de empeñarse más.
¿Qué podemos hacer para cambiar este panorama?
En primer lugar, es necesario crear una estrecha colaboración entre las familias y la escuela, ya sea la escuela pública o privada. Una sugerencia es que se organicen con frecuencia (ya que no es fácil) encuentros de padres y madres con profesores, para traer este tema a debate. No sólo se trata de disciplina en la conducta, sino también en el estudio: el número de horas dedicadas a hacer los deberes, la necesidad de que el padre o la madre utilice al menos 15 minutos al día para hablar con su hijo sobre la escuela y para comprobar si su hijo hizo los deberes; a fin de cuentas, cuando el trabajo está bien organizado permite un uso más inteligente del tiempo disponible. La escuela necesita atraer a la comunidad de responsables a fin de repensar este tema.
En segundo lugar, tiene que ser un proyecto pedagógico de la escuela, no tan solo de un profesor, aisladamente. Porque si es un profesor el que no acepta que los deberes no estén hechos, que exige atención durante la explicación, que dificulta el uso de aparatos electrónicos en el aula fuera de las consultas permitidas, pierde fuerza. No basta con que el profesor diga “no entra en clase quien no hizo los deberes, tal y como hablamos”. Si él hace eso, va a liberar de responsabilidades a los padres ausentes en la discusión. Si manda al alumno al despacho del director o del jefe de estudios, puede ser tachado d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Índice
  4. NOTA DEL AUTOR A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
  5. INTRODUCCIÓN. La emergencia de múltiples paradigmas
  6. Entre la cautela y el ímpetu
  7. ¿Y nosotros, docentes, qué hacemos?
  8. Estado de atención y desafío de cambio
  9. Humildad pedagógica y competencia colectiva
  10. El poder del saber y los pilares de la educación
  11. Paradigmas de la tecnología y de la distracción
  12. Tecnología, aprendizaje y profundidad
  13. La generación actual y la cotidianidad reconfigurada
  14. La era de la impaciencia y la enseñanza
  15. Voluntades soberanas y disciplina debilitada
  16. Hijos en el mundo, alumnos en la escuela
  17. Los valores que enseñamos y la “clase del Bien”
  18. El oficio de compartir: aquello que nos mueve
  19. CONCLUSIÓN. Seriedad, sí, ¡pero con alegría!
  20. Página de créditos