1
A vueltas con la educación mediática
Joan Ferrés Prats y Maria-Jose Masanet
1. La importancia de la educación mediática
En un entorno social y cultural en el que la mayor parte de las comunicaciones son mediadas por tecnologías, el mundo académico debería conceder una importancia capital a la educación mediática. Si el ser humano se desarrolla como persona en la interacción con los demás, y si hoy una gran parte de las interacciones son mediadas, hay que asumir que la educación mediática es un requisito imprescindible para poder garantizar el desarrollo de la autonomía personal y la plena implementación de una cultura democrática.
De hecho, no se trata de una reclamación reciente. Ya en la década de 1950, Antoine Vallet desarrolló su teoría del Lenguaje Total (Vallet, 1952) y en los años sesenta, Umberto Eco afirmaba que: «la civilización democrática se salvará únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica, no una invitación a la hipnosis» (Eco, 1968: 367). Pero la urgencia se ha ido incrementando durante las tres últimas décadas, a medida que el concepto de competencia mediática ha ido adquiriendo un reconocimiento científico, ha ido creciendo el volumen de las comunicaciones mediadas y, paralelamente, se ha ido generalizando un discurso sobre la necesidad de la educación mediática.
Lo han certificado diversos organismos europeos e internacionales como la UNESCO, la ONU, el Parlamento Europeo o la Comisión Europea, que han hecho durante las últimas décadas llamadas urgentes reclamando a los países la puesta en marcha de programas de educación mediática.
A pesar de estas reiteradas llamadas, la oferta de formación en este campo en el ámbito universitario y en el de la enseñanza obligatoria sigue siendo escasa y lastrada por graves carencias y confusiones, como se podrá comprobar en los capítulos de este libro. No es fácil encontrar prácticas de educación mediática que sean sólidas, estables y generalizadas. Como señalan Divina Frau-Meigs y Jordi Torrent (2009: 10): «aún resta la importante tarea de convertir estos grandes principios en prácticas aplicaciones».
Las tecnologías han ido incrementando hasta límites insospechados hace unos años no sólo la capacidad de la difusión de imágenes, sino también, y sobre todo, la potencialidad seductora de las mismas, pero no se han incrementado en la misma medida los esfuerzos para implementar una formación que convierta la imagen en una provocación para la reflexión crítica, una oportunidad para el disfrute estético y una herramienta para la producción comprometida y responsable.
Especialmente significativo es que falte una definición precisa y consensuada de qué comporta ser competente en este ámbito. Basta fijarse en la confusión terminológica que se viene arrastrando desde hace décadas en este campo. Antes el caos terminológico se manifestaba en la falta de consenso para dar nombre a la materia. Se hablaba de educación en medios, educación para los medios, educomunicación, educación en comunicación audiovisual, alfabetización mediática, media literacy, educación mediática, etcétera.
Hoy se han añadido expresiones que incrementan la confusión. Se habla, por ejemplo, de multialfabetización, de alfabetización informacional, de nuevas alfabetizaciones, de alfabetización digital, de alfabetizaciones múltiples, de transliteracy…
El caos terminológico puede ser a un tiempo expresión y causa de una gran disparidad de aproximaciones, con las consiguientes diferencias en cuanto a prioridades y, en consecuencia, en cuanto a lagunas y carencias.
Ante esta vorágine de términos, Buckingham (2004) alerta de la necesidad de focalizar las energías en la formación ciudadana en materia mediática y evitar caer en la bruma de la ambigüedad extrema y generalizada. Consecuencia de esta falta de definición y diagnóstico es la falta de planes de acción concretos que permitan a la ciudadanía, tanto en el sistema escolar como en los entornos sociales y mediáticos, desenvolver interacciones comunicativas inteligentes con los medios. En este ámbito es donde se sitúa el proyecto que da origen a este libro.
Como hemos comentado, la experiencia mediática es el resultado de la interacción entre unos mensajes y unos interlocutores de los mismos. Hoy la experiencia mediática incluye tanto los mass media como los social media. En los mass media la producción del mensaje está reservada a los profesionales de la comunicación. En los social media los ciudadanos y ciudadanas reciben mensajes a través de las tecnologías y al mismo tiempo están habilitados para producirlos. Son prosumidores (prosumers), según la acertada expresión que acuñó hace décadas Alvin Tofller (1980). Gracias a las nuevas tecnologías tienen la oportunidad de producir mensajes propios en la misma medida en que interaccionan con mensajes ajenos.
En este nuevo entorno social y comunicativo, para garantizar la competencia mediática de la ciudadanía hará falta un esfuerzo social generalizado, pero habrá que implicar de manera prioritaria a los profesionales de la comunicación, responsables de la producción de los mensajes de los mass media, y a los profesionales de la educación, que tienen una incidencia directa en la formación de los ciudadanos, que son los interlocutores de estos mensajes y los productores e interlocutores de los mensajes en los social media.
Todo ello conduce inevitablemente al ámbito de la universidad, el espacio en el que trabajan los formadores tanto de los futuros profesionales de la educación como de los de la comunicación y es en este ámbito que se centra el proyecto del que nace el presente libro.
2. La competencia mediática de la ciudadanía
Para comprender el alcance de las informaciones que se ofrecen en los diversos capítulos de este libro es imprescindible contextualizar los resultados de las investigaciones que están en la base de su publicación.
En el año 2006 se ponía en marcha en la Universidad Pompeu Fabra una iniciativa académica e investigadora, avalada por el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC), con la posterior implicación de otras entida...