Historia de la radio y la TV en España
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Historia de la radio y la TV en España

Una asignatura pendiente de la democracia

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Historia de la radio y la TV en España

Una asignatura pendiente de la democracia

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Historia de la Radio y la Televisión en España compone una detallada radiografía de ambos medios desde su nacimiento hasta finales de 2012. Enmarcados en cada período político, contextualizados en la situación social, económica y cultural de cada etapa, la radio y la televisión en España aparecen así como el escaparate privilegiado de todas las contradicciones y paradojas de la democracia española, en un modelo atípico y nada homologable con los grandes países europeos occidentales. Esta obra analiza la regulación, los debates ideológicos y la economía de cada uno de los modelos de radiotelevisión, desde RTVE hasta los terceros canales, desde las cadenas privadas hasta las televisiones locales, recomponiendo así un sistema audiovisual integrado que sigue jugando un papel clave para la cultura española y la participación democrática, al tiempo que desempeña un papel económico cada vez más importante. Prolongada hasta la actualidad, esta visión incluye un detallado estudio de la política radiotelevisiva de las dos legislaturas del Gobierno Zapatero, y alcanza a revisar la hiperactividad audiovisual del Gobierno de Rajoy en su primer año de mandato. Ambos períodos vienen a confirmar así una larga historia de reformas y contrarreformas, de avances y retrocesos que definen finalmente el antetítulo de este libro: la radio y la televisión continúan siendo, muchas décadas después de su lanzamiento, una trascendental asignatura pendiente de la democracia española.

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Información

Año
2013
ISBN
9788497845700
1
El franquismo:
radio y televisión autoritarias
Sin tratar de realizar paralelismos automáticos, parece inevitable acordar que entender este largo período en la historia de la radio y la televisión en España, de casi cuarenta años tras el «Alzamiento Nacional», exige tener en cuenta procesos de orden político, económico y social que a su vez determinan una situación peculiar de la cultura y sus medios de difusión en la España de esa dura época, aunque sólo sea porque la radiotelevisión estatal muestra permanentemente, durante casi cuarenta años, una proyección directa y escasamente mediada de la política general.
De esta forma, los relevos de los directores generales se demoran poco respecto a los cambios en el Gobierno. Asimismo, la longitud de sus mandatos es una variable claramente dependiente de las vicisitudes políticas: frente a la estabilidad prolongada en períodos relativamente tranquilos (5-6 años para los primeros directores de radiodifusión), se suceden períodos breves en las épocas de confrontación interna (8 meses entre 1962-1963); junto a nuevos mandatos prolongados en los años de consolidación del régimen (de 4 a 6 años en la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta), hay cortas permanencias de los máximos cargos (7 a 13 meses) en la crisis final del régimen. Además, el perfil mismo de esos altos puestos de RTVE evoluciona al impulso de las adaptaciones del sistema político, comenzando por la preponderancia inicial de los militares durante una larga primera etapa, como figura que es necesario añadir en España a la sucesión de profesiones emblemáticas habitual en otras televisiones europeas: los ingenieros, los realizadores, los presentadores y los periodistas.
El franquismo ha sido considerado, en efecto, por muchos historiadores como un fenómeno particular, diferente de los regímenes fascistas europeos de esa época, con rasgos comunes pero también con otros singulares.3 Un régimen en el que el papel del partido único, sólo nominalmente anclado en la Falange o el Movimiento, era sustituido o ensamblado por el ejército (Nicolás, 2005, p. 70) o, dicho de otro modo, en el que el «fascismo desnaturalizado» estaba ampliamente supeditado a los intereses de ese Estado (Terrón, 1981, p. 54). Su ideología más permanente será, así, el «nacionalcatolicismo», definido por una estrecha colaboración entre las dos ideologías coherentes del sistema, el falangismo y el catolicismo integrista, con combinaciones cambiantes de su peso en los casi cuarenta años de dictadura, y asentado en una estrecha colaboración entre el Estado y la Iglesia, «en pro de un objetivo común, el control de la sociedad civil [...]» (Nicolás, 2005, p. 96).
Sin embargo, estas matizaciones no niegan una represión de dimensiones estremecedoras, teniendo en cuenta sólo la posguerra, que convirtió a España en una «inmensa prisión» (Nicolás, 2005, p. 67). Así, historiadores muy prudentes estiman que fueron entre 50.000 y 79.000 las ejecuciones realizadas por consejos sumarísimos tras el fin de la guerra, y unos 300.000-370.000 los encarcelados durante todo el estado de guerra (desde abril de 1939 hasta abril de 1948). Todo ello sin contar con más de medio millón de exiliados (Tusell, 2005, p. 27; Di Febo y Juliá, 2005, pp. 33-34). Como señalan los autores citados, se trató de una «depuración masiva de los vencidos hasta erradicar por completo todo lo que los vencedores tenían como causa del desvío de la nación» (Di Febo y Juliá, 2005, p. 34).4
Si esta represión general a gran escala y el exilio masivo de intelectuales subsiguiente provocaron una cultura «sesgada de forma abrupta por la dictadura» (Nicolás, 2005, p. 173), «mutilada» en la ciencia y el pensamiento (Tusell, 2005, p. 35) respecto a una brillante etapa anterior de creación intelectual en la II República, tal situación tenía forzosamente que condicionar toda la cultura, la educación y la comunicación social. Más aún cuando la depuración masiva afectó especialmente, junto a maestros y profesores, a los periodistas (1.800 aceptados entre 4.000 expedientes tramitados) (Terrón, 1981, p. 64).
Ciertamente, el franquismo evolucionó notablemente en su amplia duración. Así, los años cincuenta fueron testigos de la integración internacional del régimen dictatorial y de su apertura comercial y financiera, acabando con el aislamiento y la autarquía económica que habían caracterizado al sistema durante más de una docena de años. En la política internacional, los jalones fundamentales de este proceso son la firma de los acuerdos con el Vaticano y Estados Unidos (1953) y la aprobación del ingreso de España en la ONU (1955); en el interior, es preciso destacar el conjunto de reformas económicas conocidas como Plan de Estabilización (decreto ley de Ordenación Económica de julio de 1959; BOE de 22-7-1959), que realmente abarcan medidas muy diversas desde 1951: reforma fiscal, liberalización del comercio y de la economía hacia el exterior, integración en organismos económicos internacionales como la OCDE o el FMI. A partir de 1960-1961 se verán las consecuencias positivas de la nueva política económica, con tasas fuertes de crecimiento económico en la década siguiente, pero también se verificarán fenómenos desgarradores: una inmigración interior masiva (4,5 millones de habitantes entre 1960-1970) y una «dramática diáspora española camino de Europa» (Lacomba, 1972, p. 28), con más de 1,5 millones de inmigrantes sólo en Francia, Alemania y Suiza.
Tales reformas y los cambios consiguientes producidos en el régimen, mucho más allá de las circunstancias que explicaban su origen, han llevado a discusiones intelectuales entre historiadores que se prolongan hasta hoy. Algunos autores han hablado de un «régimen autoritario» de «pluralismo limitado» (Linz, 1974), para distinguirlo del fascismo, por su falta de ideología coherente y su carencia de movilización permanente de la población. Pero esta afirmación ha sido rechazada frontalmente por otros autores que lo consideran una «dictadura cesarista, con una base militar, fascista y católica» (Juliá, 1999, p. 159). Otros autores lo han caracterizado como un «régimen de absolutismo despótico» (Vilar, 1977), o como un sistema «autoritario-tecnocrático» (Tezanos, 1989, p. 14) negando tal «pluralismo», limitado realmente a las distintas familias políticas que integraban el régimen. Ni el preámbulo ni el articulado de la Ley de Prensa de «guerra» de 22 de abril de 1938 (BOE de 23-4-1938), utilizada profusamente en la represión contra la libertad de expresión hasta su derogación, veintiocho años después, se compadecen de ningún tipo de pluralismo de opinión.5
En todo caso, parece claro que «en el franquismo no hubo verdadero espacio de publicidad», ni presencia ni intermediarios de la sociedad civil, sino asunción de la publicidad por el discurso oficial y sus organismos: «De ahí la imposición de un espacio público totalmente unificado (equivalente, a nivel ideológico, al partido único a nivel político)» (Imbert, 1990, p. 49). Con todos sus rasgos particulares, la estructura mediática española de esa etapa enlaza con las notas comunes de lo que un experto de la evolución internacional de la comunicación ha señalado para las «sociedades autoritarias corporativistas»: «El poder político tiende a estar monopolizado por el partido gobernante y a mantenerse por medio de un sistema clientelista de patrocinio que reúne a diferentes grupos sociales dentro del Partido y del Estado. La “voluntad del pueblo” que representa los medios de comunicación tiende a definirla el partido gobernante» (Curram, 2005, p. 259).
Pero si los primeros movimientos obreros ya se habían producido en 1945-1947 y en 1951, las reformas económicas ocasionarán en un primer momento una fuerte recesión y una acusada inflación, con las consiguientes reacciones sociales de protesta. El año 1956, justamente el del nacimiento de la televisión en España, ha sido señalado por diversos autores como el momento en que los desequilibrios estructurales se desencadenan, con numerosas movilizaciones obreras y estudiantiles de protesta. Y el año 1959, cuando TVE comenzaba su verdadera cobertura nacional, ha sido calificado como el punto en que España se encontraba prácticamente en suspensión de pagos internacional. Desde el punto de vista ideológico, los años cincuenta son también la época de una adaptación relativa de la ideología oficial del régimen a los nuevos tiempos, con una merma de sus señas de identidad fascistas y un acento en el catolicismo integrista, que conectaba mejor a escala internacional con el ambiente de la guerra fría.
Sin embargo, las reformas económicas, el lavado de cara ideológico y la apertura al exterior no pueden ocultar su acompañamiento de una «represión implacable en el interior» (Di Febo y Juliá, 2005, p. 88). Un régimen represivo que no se limitó a los primeros años marcados por la ley marcial (hasta 1948), sino que continuó durante los años cincuenta, sesenta y setenta. En efecto, la transición económica y consiguiente adaptación del régimen fue acompañada permanentemente de acciones represivas que respondieron a cada movimiento reivindicativo social o político. La permanente represión general se agudizó en diversos momentos con el mecanismo del «estado de excepción», iniciado en 1956, cuyo objetivo era intensificar el terror entre la población general con la eliminación temporal de las precarias garantías civiles, incluyendo la suspensión temporal de la inexistente libertad de expresión (art. 12 del Fuero de los Españoles sobre la «libre expresión de las ideas»). Además, un arsenal de leyes represivas fue desplegándose complementariamente en esos años: Ley de Orden Público, de julio de 1959; Ley contra la Rebelión Militar, el Bandidaje y el Terrorismo de septiembre de 1960, etcétera.
Por ejemplo, en contra de los movimientos estudiantiles de 1956 se suspendieron durante tres meses los derechos de libre residencia y movimiento y se clausuró la Universidad Complutense de Madrid. Frente a las huelgas mineras de Asturias, en marzo de 1958 se declaró el estado de excepción en esa región, con cientos de deportados, despedidos y detenidos. En mayo de 1962 se declaró el tercer estado de excepción frente a las huelgas de Asturias, Guipúzcoa y Vizcaya. Como reacción al «contubernio de Múnich» de junio de 1962 (reunión de movimientos de oposición en el Movimiento Europeo) se produjeron numerosas detenciones y destierros.
En todo caso, los años sesenta han sido considerados por muchos autores como los de la consolidación de la dictadura, tras la recuperación y las fuertes tasas de crecimiento económico vividas en esa época. Un proceso que el régimen y algunos autores revisionistas recientes han utilizado como una especie de legitimación de la dictadura por el éxito económico del «desarrollismo». Sin embargo, prestigiosos historiadores económicos han concluido que ese crecimiento económico espectacular no puede atribuirse ni al régimen ni a su planificación —al que sin embargo se debieron quince años de estancamiento—, sino que tal sistema actuó más bien de freno, como signo de la aceptación a regañadientes de la economía de mercado y del impulso conjunto de la economía europea; es decir, que los datos positivos no responden al propagandístico «milagro español», sino a un «milagro europeo» y que, en todo caso, esos procesos, en el marco del peculiar régimen organizado, originaron «desigualdades muy profundas», incluso cuando la sociedad de consumo se había extendido relativamente en la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta (Tortella, 1994, pp. 206-221).6
Más allá del éxito económico y de la inevitable transformación de la sociedad española, de hecho la represión no cesó hasta el final, hasta la muerte del dictador, con condenas a muerte y ejecuciones trágicas: de Julián Grimau (1963), de Puig Antich (1974) y de cinco militantes de ETA y del FRAP (septiembre de 1975), por más que las circunstancias internas e internacionales determinaran una última década de vida de la dictadura caracterizada por «una erosión progresiva de la capacidad represora del régimen, una disminución constante de su apoyo social y un creciente deterioro de su cohesión interna» (Tezanos, Cotarelo y Blas,1989, p. 188).
Así, resulta claro, frente a múltiples mistificaciones posteriores, que ni en los períodos de crecimiento eco...

Índice

  1. Cubierta
  2. Historia de la Radio y la televisión en España
  3. Portadilla
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Capítulo 1
  8. Capítulo 2
  9. Capítulo 3
  10. Capítulo 4
  11. Capítulo 5
  12. Consideraciones finales
  13. Epílogo
  14. Anexos
  15. Bibliografía
  16. Créditos