Criterios de resiliencia. Entrevista a Boris Cyrulnik
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Criterios de resiliencia. Entrevista a Boris Cyrulnik

  1. 80 páginas
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Criterios de resiliencia. Entrevista a Boris Cyrulnik

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En mayo del 2011, Boris Cyrulnik visitó México como profesor invitado por la Universidad de Guadalajara para compartir sus reflexiones y experiencias con universitarios, profesionales de diversos campos y público en general durante el evento titulado Resiliencia: Vínculos e Inclusión Social. En este foro internacional, el Dr. Cyrulnik impartió la conferencia titulada Criterios de resiliencia: condiciones de un nuevo desarrollo después de un traumatismo. A partir de esta conferencia, Ana Guadalupe Sánchez y Laura Gutiérrez tuvieron un encuentro con él, donde el Dr. Cyrulnik, con gran transparencia, sensibilidad y honestidad, trazó con bellas palabras, un cuadro que nos acerca a su pensamiento, a sus sueños y sus afectos abriendo una dimensión muy íntima y personal de su vida. En esta obra se reproduce tanto la entrevista como la conferencia de Boris Cyrulnik. Ambas son imprescindibles y valiosas para el amplio público que sigue con gran interés su trabajo.

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Información

Año
2016
ISBN
9788416572175
Entrevista a Boris Cyrulnik
Ana Guadalupe Sánchez: Hemos dividido esta entrevista en varias secciones. Queremos iniciarla con lo que es su visión personal acerca de varias cuestiones. ¿Cómo visualiza y describe la naturaleza humana?
Boris Cyrulnik: ¿Cuánto puedo hablar, tres horas? (Risas.)
Boris Cyrulnik: Creo que no queda casi nada de la naturaleza en la naturaleza humana. La naturaleza humana es: los cromosomas XX para las mujeres y XY para los hombres, ser mamíferos; eso es todo. Es decir, cuando el espermatozoide de Layo encontró el óvulo de Yocasta, eso no podía dar sino un ser humano, eso no podía dar lugar a un gato o a un pájaro, eso no podía dar otra cosa que un niño humano. Entonces, ahí hay un determinismo natural, y cuando digo esto no hablo de Edipo, porque para hablar de Edipo es necesario que haya una historia, es necesario que haya una cultura, es necesario contar con el resto de la naturaleza humana. El hombre es, probablemente, el único animal capaz de escapar de la condición animal.
Creo que hay un determinismo genético: nuestro sexo, el color de nuestra piel y el color de nuestros ojos están genéticamente determinados. Siete mil enfermedades han sido genéticamente determinadas, y, diciendo esto, casi no he dicho nada de la condición humana.
He hablado del punto de partida, de cuando éramos mamíferos. Todos éramos mamíferos marinos, porque todos hemos estado en el líquido amniótico de la madre durante nueve meses. Enseguida hemos sido alimentados con la leche de nuestra madre y hemos partido como mamíferos, pero aún no nos habíamos convertido en seres humanos. Entonces, al principio somos cromosomas, somos biología, pero enseguida devenimos mamíferos, y antes de nuestro nacimiento devenimos seres humanos. Devenimos, no nacemos seres humanos, devenimos seres humanos, a partir del fin del embarazo de nuestra madre. Por tanto, comenzamos a devenir seres humanos cuando estamos aún en el vientre de nuestra madre, a partir de la vigésimo séptima semana. Es la edad en la que comenzamos a sentir las emociones de nuestra madre. Cuando ella está conmovida, el bebé, el feto, está conmovido; cuando ella está feliz, el bebé está tranquilo. Se produce una comunicación de las emociones. Cuando la madre habla, las bajas frecuencias de su voz acarician la boca del bebé. Cuando la madre habla, las bajas frecuencias son transmitidas perfectamente por el cuerpo y vibran contra los primeros corpúsculos táctiles del bebé, en la boca y en las manos, es decir que cuando la madre habla acaricia a su bebé.
Hay muchas experiencias, que hemos llevado a cabo en Toulon, que muestran, que explican por qué, en la hora que sigue a su nacimiento, el bebé reconoce la voz de su madre. Reconoce cuando su madre habla porque, cuando su madre habla, siendo él aún un feto, se despierta y traga líquido amniótico, traga cinco litros de líquido amniótico al día, y el líquido amniótico está perfumado por lo que come su madre, y cuando la madre fuma el líquido amniótico huele a cigarro.
En Marsella, las madres toman alioli. ¿Saben lo que es el alioli? Es una mayonesa, una salsa con mucho ajo. Y después del nacimiento, cuando la madre ha comido alioli, se pasa un dedo impregnado de ajo por la boca del bebé y éste sonríe. Cuando la madre no ha comido alioli, se pasa el dedo impregnado de ajo por la boca del bebé y el bebé hace un gesto de desagrado.
El bebé reconoce el olor de su madre inmediatamente después del nacimiento, como consecuencia del líquido amniótico. Hay una firma olfativa, igual que hay una firma auditiva. Cuando la madre abraza al bebé de manera vertical contra su pecho, nos preguntábamos por qué el bebé mete la cabeza en la esquina que forman el cuello y el cuerpo. Preguntamos a dermatólogos, y la conclusión fue que la firma olfativa de las madres está ahí, y por eso el bebé coloca su nariz ahí. Es ahí donde está marcado el olor, la firma olfativa de esa madre, y no de otra mujer. Entonces el bebé piensa que está en su casa y se duerme. Es ahí donde se encuentra la mayor cantidad de glándulas sudoríparas; por tanto, el bebé se siente en casa. En ese momento somos aún mamíferos. Pero muy pronto, siendo mamíferos, nos preparamos para la palabra y el rostro, porque hay neuronas, una pequeña zona de neuronas que no tienen los otros mamíferos, que hace que seamos muy sensibles al rostro. Lo reconocemos muy temprano y muy bien, mientras que los restantes mamíferos son más bien sensibles al olor. Nosotros no somos tan buenos con los olores, somos mucho mejores con la palabra y con el rostro.
Debido a esas neuronas que están ahí, en el occipucio, percibimos rostros por todos lados; por ejemplo, en este florero hay una frente, una nariz, una barbilla. Percibimos rostros por todos lados porque somos nosotros los que damos forma a los rostros, mientras que los otros animales dan forma olfativa o sonora, pero no mucho a los rostros.
Vean; aquí hay una nariz, aquí hay cabellos, aquí está la boca. Vemos rostros por todas partes, mientras que los otros mamíferos no saben hacerlo. Es decir, nosotros, cuando todavía no hemos nacido, ya escuchamos mejor los sonidos, y no se trata sólo de ruidos o gritos, sino que los percibimos estructurados como sonidos; y apenas llegamos al mundo, ya percibimos los rostros.
Por tanto, inmediatamente después del nacimiento percibimos lo que llegará a ser la semantización de nuestro mundo: las imágenes y las palabras. Enseguida comenzamos a humanizarnos. Y ahí devenimos progresivamente seres humanos; tenemos la aptitud natural, biológica, para devenir seres humanos, pero para ello es necesario que haya un ser humano a nuestro lado. Si se está solo, incluso si se está sano pero se está solo, no es posible devenir un ser humano. Es necesario que haya una alteridad para que escuchemos esos sonidos que al cabo de dos años se convertirán en palabras, y es necesario que haya una alteridad para que reconozcamos los rostros que se convertirán en familiares.
Inmediatamente antes de nacer, ya no somos sólo animales. En nuestro nacimiento, e inmediatamente después de nuestro nacimiento, nos humanizamos. A partir de ese momento, nos desarrollamos en función de lo que los otros han dispuesto a nuestro alrededor. Si los otros han dispuesto a nuestro alrededor palabras, aprenderemos a hablar. Si los otros han dispuesto a nuestro alrededor sonrisas, aprenderemos a sonreír. Si los otros han dispuesto a nuestro alrededor gritos o soledad, entonces aprenderemos a gritar o a estar solos.
Lo que me permite decir esto es que hicimos una observación en Marsella que ha sido citada frecuentemente. Queríamos filmar la primera sonrisa de un bebé. Esperábamos. Habíamos colocado dos electrodos y una cámara que filmaba. El bebé estaba dormido y pasado un momento sonrió. Estábamos haciendo un electroencefalograma al mismo tiempo, y mostramos que el bebé sonreía en el momento del sueño paradoxal, en el momento de los movimientos oculares rápidos. El sueño paradoxal es desencadenado por un neuropéptido de origen genético que estimula el puente, es decir, un anillo que se encuentra en la base del cerebro. Vemos ahora ecografías de bebés que sonríen en el útero. No sé qué es lo que hace sonreír a los bebés en el útero. En nuestro experimento, el bebé duerme, sólo habíamos puesto dos transmisores del electroencefalograma, y vemos que de repente aparece el sueño paradoxal y entonces el bebé sonríe; es un acto biológico, un acto motor. Pero cuando la madre ve sonreír a su bebé, no he escuchado nunca a ninguna decir: «Mira, mi bebé acaba de segregar el neuropéptido que provoca la sonrisa». La madre ve la sonrisa, interpreta como un ser humano y dice: «Mira, mi bebé es feliz gracias a mí». Y cuando el bebé sonríe con los ojos abiertos y la madre responde a la sonrisa del bebé, como lo hemos visto en los comportamientos de imitación, ella transforma un acto motor en un acto relacional. Y el bebé, cuando ve sonreír a su madre, sonríe como lo vimos en la imitación. Así, un lazo se teje por la sonrisa, o por el grito cuando la madre grita y el bebé tiene miedo. Cuando la madre sonríe, el bebé responde con una sonrisa. El lazo se teje y la madre transforma un acto motor en un acto relacional humano.
Esta mañana yo decía: cuando se habla alrededor de un bebé, la zona del sonido temporal izquierda se reduce y se vuelve muy pequeña; es la zona de la palabra, se transforma en zona de la palabra. La reducción prueba el buen funcionamiento del cerebro. Es decir que, cuando se le habla a un bebé, se produce una emoción intensa; cuando se habla alrededor de un bebé, se esculpe su cerebro, se mejora su desarrollo y se reduce esa zona cerebral.
Laura Gutiérrez: Ésa es una expresión muy bella: «La palabra esculpe el cerebro del ...

Índice

  1. Índice
  2. Introducción
  3. Entrevista a Boris Cyrulnik
  4. Criterios de resiliencia: condiciones de un nuevo desarrollo después de un traumatismo
  5. Agradecimientos
  6. Sobre las autoras