Cómo construimos universos
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Cómo construimos universos

Amor, cooperación y conflicto

  1. 256 páginas
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Cómo construimos universos

Amor, cooperación y conflicto

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la vida que toma formas diversas en función de las diferentes escalas en las que se manifiesta: biológica, histórica, cultural, grupal e individual. Alcanzar el origen oculto del amor requiere, en primer lugar, trascender el sentido general de esta palabra y seguir el camino de retorno a los orígenes, donde yace el secreto origen de la cotidianidad amorosa. Los sentimientos gregarios, el apoyo mutuo y la cooperación, son el regalo más valioso que nos han transmitido, a través de millones de años de vida, las especies que nos precedieron. Construimos mentalmente cada relación amorosa siguiendo las mismas pautas que guían nuestra construcción de lo que llamamos "realidad" y apoyamos nuestra conducta en estas construcciones mentales. El amor, como sentimiento aislado, no existe. Como parte integrante de nuestra vida, forma parte de un entramado sentimental que le confiere significados diversos. En los conflictos amorosos vamos cambiando el significado que damos a nuestras emociones en función de los cambios que tienen lugar en la relación. Quienes hayan vivido o estén viviendo el amor y sus conflictos, quienes pretendan reflexionar acerca de ellos, por interés personal o profesional, encontrarán en este libro herramientas para avanzar en el conocimiento del amor, en sus luces y sus sombras, en el dominio sobre su propia vida y su libertad.

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Información

Año
2010
ISBN
9788497845885

Primera parte
LOS ORÍGENES DEL AMOR Y DEL CONFLICTO

1. Amor y sentimientos

1. El amor no es un sentimiento

La omisión y la simplificación nos ayudan a comprender, pero, en muchos casos, nos ayudan a comprender lo erróneo.
ALDOUS HUXLEY
Contrariamente a lo que se suele pensar, el amor no debe ser considerado como un sentimiento aislado, si queremos aproximarnos a su comprensión, sino como un complejo de sentimientos inserto en un contexto afectivo emocional y social bajo cuyo paraguas se abrigan una serie muy amplia y variada de sentimientos y pensamientos de órdenes muy distintas.
Es perfectamente comprensible que alguien pueda amar a su esposa o esposo, a su madre o a su padre, a su hijo o hija, a un amigo o amiga, a su perro, la música o la filosofía, y parece evidente que todos estos amores, que no son incompatibles entre sí, son de muy diversas índoles y proporcionan estados de ánimo muy diferentes. Pero no es el carácter polisémico de la palabra lo que hace que se pueda considerar algo más que un sentimiento, sino la multitud de sentimientos que están estrechamente asociados a cada una de las diferentes formas de amor.
La gran cantidad de acepciones del término «amor» pone en evidencia el amplio abanico de significados que podemos darle y la gran variedad de sentimientos que encierra, si lo consideramos desde el punto de vista de a quién van dirigidos. Si lo contemplamos desde la perspectiva de quien los experimenta, tienen en común la expresión de emociones, en principio placenteras (aunque a veces pueden no serlo) pero muy distintas unas de otras. Muchas de ellas se consideran compatibles, pero no todas. Se puede amar a más de un hermano o hermana, a más de una hija o de un hijo, a más de una amiga o amigo, pero no se suele considerar adecuado, en nuestra cultura, amar a más de un marido o una esposa, ni a más de una pareja sentimental. La cultura determina, al menos en parte, a quién y cómo debemos amar.
Todas las sensaciones amorosas van unidas -de manera ocasional o permanente-a otras, como por ejemplo la ternura, el sentimiento de protección, la entrega, el placer, etc. Tampoco están excluidos de los sentimientos amorosos, aquellos que comportan estados desagradables como la envidia, la rivalidad o los celos. Por eso no deberíamos hablar del amor como un sentimiento sino como un complejo de sentimientos, tanto por la variedad que encierra como por el hecho de que nunca se da sin otros sentimientos asociados, que pueden depender tanto del momento o estadio de la relación como del tipo de amor al que nos refiramos, o de ambos a la vez.
Este complejo de sentimientos que encierra el término «amor» parece, en rigor, inabarcable en los límites de una definición que lo reduzca a una sencilla expresión apta para ser contenida en un diccionario. Cuando, en la vida psíquica, nos enfrentamos a un fenómeno demasiado complejo como para describirlo o explicarlo en su manifestación actual, recurrimos a estudiar su formación a lo largo de la vida del individuo (psicogénesis) y su evolución en el seno de los colectivos humanos (historia), para ver como se ha ido desarrollando y conformando, tanto en su vertiente individual como colectiva, y así poder establecer relaciones entre ambas dimensiones.
Con frecuencia, esta forma de proceder, característica de la psicología evolutiva y llevada más lejos por la epistemología genética de Piaget, con interesantísimos resultados, nos incita a ir aún más lejos para buscar un inicio que se pierde en la arqueología del pensamiento, cuando ni la historia ni la prehistoria nos dan respuestas satisfactorias a las preguntas que nos planteamos sobre el fenómeno que nos interesa. Es un viaje no carente de riesgos, como todo viaje que se precie, pero éste no es un obstáculo suficiente para impedir aproximarnos a donde queremos llegar.
Los estudios psicogenéticos suelen tomar su punto de partida en el nacimiento del ser humano y los que rastrean el pensamiento colectivo lo hacen en las formas más arcaicas de pensamiento del que poseemos testimonios escritos. Pero antes hubo más cosas.
La mayoría de quienes estudian el amor (incluido Sternberg)[1] lo consideran como un sentimiento que, si bien puede estar compuesto por otros (Sternberg y su triángulo), no deja de constituir una unidad aislada o con una naturaleza específica en sí. Hablan del amor como un sentimiento.
Nuestra concepción es diferente. Consideramos que, en rigor, no se debería hablar de un sentimiento aislado, como tampoco se debería hacerlo de un pensamiento aislado o de una operación mental aislada, porque cada uno de ellos está integrado dentro de sistemas de conjunto que les confieren sentido, mientras que si permanecen aislados pierden su sentido al descontextualizarse. Así pues, cualquier sentimiento conlleva otros sentimientos que forman sistemas y que configuran el sentimiento en cuestión que focalicemos. Deberíamos hablar de conjunto de sentimientos o de «complejo emocional» (o de emociones) más que de emoción o sentimiento como algo aislado.
Dado que nuestro cerebro funciona gracias a las conexiones neuronales que se producen continuamente en él, no pueden existir sentimientos ni razonamientos aislados, sino activamente interrelacionados unos con otros. De esta manera, hablar de un sentimiento, un pensamiento o un razonamiento aislado es hacer deliberadamente una abstracción, recortar un continuo y este recorte nos permite aislarlo mentalmente del conjunto del que forma parte y visualizarlo, pero hay que tener presente que no se trata más que de un subterfugio, sin duda necesario para su análisis, en una primera fase, pero que hay que restituirlo al todo del que forma parte y restablecer sus conexiones con él, ya que fuera del continuo natural en que está inserto modifica en gran manera su sentido.[2]
En efecto, no existe un conocimiento aislado sin un contexto que le dé sentido, como tampoco existe un sentimiento descontextualizado. Sin embargo, el aislarlo artificialmente nos permite ver lo que antes no veíamos, por nuestra dificultad mental de percibir lo complejo sin antes simplificarlo para adaptarlo a nuestro sistema primario de pensamiento. Después podemos reincorporarlo mentalmente al conjunto del que forma parte y empezar a vislumbrar las interconexiones que establece con su entorno. De esta manera nos damos cuenta de que el contexto emocional, es decir, todas aquellas emociones implicadas en un sentimiento determinado, modifican dicho sentimiento haciéndolo variar bajo la presión de las demás emociones hasta convertirlo en diferente (ya sea de manera circunstancial o permanente). Ésta es una de las razones de que los sentimientos evolucionen y cambien con el tiempo o adquieran, ocasionalmente, matices diferentes que inducen a acciones inesperadas.
Un hombre contaba a su psicólogo que había conocido a una mujer de la que estaba profundamente enamorado. El psicólogo le pidió que explicitara las características que hacían de aquella persona el objeto de su amor. El hombre le contó con gran ilusión lo extravertida que era, cómo le llenaba el oírla hablar con tanto entusiasmo y franqueza, su vitalidad y su alegría.
Pasó el tiempo y, un buen día, el paciente acudió de nuevo al psicólogo preso de desánimo y consternación, y le contó que iba a romper su relación con la mujer que tanto entusiasmo le provocara. El psicólogo le pidió que le describiera las causas que provocaban su deseo de ruptura. «No puedo soportarla -dijo el paciente-: no para de hablar, dice cosas sin pensar que pueden ofenderme, continuamente está queriendo ir de un lugar a otro y se ríe por las cosas más tontas.»
En un principio, el hombre enamorado sólo percibía las características de su pareja como agradables, pero con el tiempo cambió el significado de las mismas características, que pasaron a resultarle insoportables. Es evidente que el contexto emocional en el que lo juzga, en cada uno de los momentos, es completamente diferente.
Llamamos «contexto afectivo-emocional» a todos los sentimientos, emociones y pensamientos que rodean, o forman parte, de un determinado sentimiento, confiriéndole un significado particular gracias, precisamente, a la red de interrelaciones que se dan entre todos ellos. No existen tampoco sentimientos si no están asociados a pensamientos que les confieren la característica de tales.
Emociones, sentimientos y pensamientos constituyen un tejido intra e interconectado que se activa de manera simultánea. Al pensar o ver a una persona con quien tenemos o hemos tenido una intensa relación afectiva, no experimentamos «amor» (como un solo sentimiento) sino que se activa todo un conjunto o sistema de emociones y pensamientos que pueden provocarnos desde alegría, placer, bienestar e ilusión hasta inquietud, dolor, nostalgia, pena o malestar, o incluso una mezcla de varias de ellas, dependiendo del lugar que ocupe en nuestra vida o de la relación que tengamos con dicha persona en aquel momento.
Si consideramos el amor como un solo y único sentimiento, aunque aceptemos su variabilidad según las culturas, los tiempos, la historia personal, etc., el amor nos resulta muy difícil de explicar y más aun de definir. No se puede definir porque no «es» una sola cosa, sino un conglomerado de emociones y sentimientos que varía, no sólo según el tiempo, el espacio y l...

Índice

  1. Agradecimientos
  2. Introducción
  3. Primera parte LOS ORÍGENES DEL AMOR Y DEL CONFLICTO
  4. Segunda parte EL AMOR Y LOS CONFLICTOS
  5. Bibliografía