El umbral del mundo visible
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El umbral del mundo visible

  1. 240 páginas
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El umbral del mundo visible

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Información del libro

El umbral del mundo visible constituye un examen psicoanalítico del campo de visión, en el que la principal preocupación de Silverman es establecer lo que significa ver. Así, pone de manifiesto que nuestra mirada se ve siempre influida por nuestros deseos y nuestras ansiedades, y mediada de un modo completo por las representaciones que nos rodean. Estas restricciones psíquicas y sociales nos llevan a cometer actos involuntarios de violencia visual contra otros. Silverman explora las circunstancias conscientes e inconscientes bajo las que tales actos de violencia podrían ser reparados y la mirada inducida a ver y afirmar lo que es abyecto y ajeno a ella misma.

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Información

Año
2009
ISBN
9788446038849
1. El ego corporal
En El ego y el id, Freud sostiene que el ego es, «ante todo, un ego corporal; no es meramente una entidad superficial, sino que es él mismo la proyección de una superficie»1. Aunque no define ninguno de los términos por los que caracteriza la entidad psíquica que es el asunto primordial de esta muy citada frase, una cosa deja absolutamente clara: nuestra experiencia del «sí» está siempre circunscrita por el cuerpo y deriva de éste.
Aparentemente, ésta es una afirmación desconcertante, pues el cuerpo se halla ostensiblemente fuera del dominio del psicoanálisis. En «Los instintos y sus destinos», Freud hace hincapié en el hecho de que los impulsos sólo comunican con el inconsciente a través de un representante ideacional2. Y en La interpretación de los sueños elude la especificación de una ubicación física de la realidad psíquica3. Más aún, en su explicación de la histeria, la única neurosis en la que el cuerpo parecería asumir el máximo protagonismo, Freud deja claro que esto lo hace sólo en cuanto red de significados desnaturalizados4. Lacan insiste haciendo aún más hincapié en una relación disyuntiva entre el cuerpo y la psique; la identidad y el deseo sólo son inaugurados por una serie de rupturas o escisiones que sitúan al sujeto a una distancia cada vez mayor de la necesidad y otros indicios de lo estrictamente biológico5.
¿Cómo, pues, hemos de entender la afirmación de Freud según la cual, desde el mismo comienzo y en su sentido más profundo, el ego es de naturaleza corporal? En este capítulo 1 intentaré dar a esta pregunta una respuesta bastante diferente de la habitual. Puesto que mi objetivo es en último término la clarificación de cómo en el plano del ego corporal entran en juego el género, la raza, la preferencia sexual, y otras distinciones culturalmente construidas e impuestas, me ocuparé no sólo de la imagen especular, sino también de la mirada y la «pantalla» cultural o repertorio de imágenes; no sólo de las identificaciones idealizadoras, sino también de sus equivalentes desidealizadores; y no sólo de la alteridad del ego, sino también de su convencional insistencia sobre la «igualdad-a-sí».
La imago visual
La explicación del estadio del espejo que da Lacan se ha leído por lo general como una elaboración más completa de la seductoramente breve descripción del ego ofrecida por Freud: como una explicación, en particular, de la insistencia de Freud en el ego como la «proyección» de una «superficie». Lacan propone que el ego cobra existencia en el momento en que el sujeto infantil aprehende por primera vez la imagen de su cuerpo dentro de una superficie reflejante, y es él mismo una refracción mental de esa imagen. De manera que el ego es la representación de una representación corpórea6. Significativamente, estas dos representaciones tienen un estatus predominantemente visual. No es sólo que la «superficie» de la que el ego es una «proyección» sea especular, sino que el mismo córtex cerebral también «funciona como un espejo», un «sitio» en el que «las imágenes se integran»7.
Lacan insiste en el carácter ficticio y la exterioridad de la imagen fundacional del ego. También caracteriza el proceso psíquico que el ego pone en movimiento como la primera de muchas identificaciones estructuradoras (que con frecuencia implican no sólo representaciones exteriores, sino otros sujetos). Esto ha alentado a algunos comentaristas a insistir en que el estadio del espejo debería entenderse metafórica más que literalmente. Laplanche, por ejemplo, sugiere que se conciba el estadio del espejo simplemente como el «reconocimiento [por el niño] de la forma de otro humano y la precipitación concomitante en su interior de un primer perfil de esa forma»8. El análisis de las palomas y las langostas que hace Lacan en su ensayo sobre el estadio del espejo podría incluso parecer que apoya tal lectura. En el pasaje en cuestión, el desarrollo normal depende una vez más de la introducción de una imagen (3 [ed. cast. cit.: p. 14]). Esa imagen no necesita ser una reflexión especular; la simple aparición de otro miembro de la misma especie, de cualquier sexo, es todo lo que es necesario, pues lo que aquí está en juego es meramente la identificación de la especie.
Sin embargo, en el Seminario I, Lacan subraya el hecho de que las cosas rara vez son tan fáciles con los sujetos humanos como lo son en el resto del mundo animal. Con los humanos hay un término extra, que parecería coincidir precisamente con lo que se podría llamar el «moi» o aspecto «pertenecerme» del ego, en cuanto opuesto a aquellos que agotaría el mero reconocimiento por parte del sujeto de sí mismo como miembro de una especie9. Y en su explicación del estadio del espejo, Lacan insiste paradójicamente en la «otredad» y la «mismidad» de la imagen en la que el niño encuentra por primera vez su «sí». Por un lado, el estadio del espejo representa una méconnaissance, pues el sujeto se identifica con lo que él no es. Por otro lado, lo que ve cuando mira en el espejo es literalmente su propia imagen.
Lacan atribuye a esta reflexión literal un papel decisivo en la formación inicial del ego y una influencia determinante sobre el subsiguiente desarrollo del ego. En el Seminario I, caracteriza la reflexión literal como la Urbild o el prototipo especular del ego (74 [ed. cast. cit.: p. 193]), y en el ensayo sobre el estadio del espejo lo describe como «el umbral del mundo visible» (3 [ed. cast. cit.: p. 13]). Con esta metáfora del umbral, cuyos múltiples significados explorará este libro, Lacan sugiere que la reflexión corpórea del sujeto constituye el límite o la frontera dentro de la que puede ocurrir la identificación.
El Seminario I contiene un amplio análisis de un experimento óptico, el experimento del ramillete invertido, que ayuda a clarificar la noción de la imagen especular como un umbral o límite. En este experimento, un pedestal con un jarrón boca arriba se halla ante un espejo esférico. Un ramillete de flores invertido está suspendido de la base del pedestal. Cuando un espectador ocupa una posición particular en relación con el pedestal y el espejo esférico, una imagen real de las flores (esto es, capaz de reflejarse en un espejo plano) se proyecta sobre el jarrón, de modo que éste parece contenerlas. En la revisión que hace Lacan del experimento, las posiciones relativas del jarrón y las flores están invertidas, de modo que es una imagen del jarrón más que de las flores (o, para formular el caso en términos más directamente relacionados con este análisis, del continente más que del contenido) lo que se produce como un espejismo encima del pedestal. En la apropiación teórica del experimento por parte de Lacan, el jarrón imaginario representa la imagen del cuerpo, que –aunque ficticia– consigue efectivamente estructurar y contener.
En un punto del Seminario I, Lacan insinúa que la imagen corporal desempeña este papel incluyente y excluyente con respecto a otras imágenes, y especifica aquellas que son loci aceptables de identificación y las que no lo son (145 [ed. cast. cit.: p. 220). En el Seminario VII, hace explícito este axioma, y sugiere que la imagen especular cumple «un papel como límite»: «es lo que no se puede cruzar»10. Así, en el corazón de la teoría lacaniana del estadio del espejo parecería haber algo que ha pasado en gran medida inadvertido, algo que pone en cuestión la noción actualmente de moda de un sujeto perpetuamente móvil, capaz de un amplio espectro de identificaciones corporales contradictorias: el principio del cuerpo igual-a-sí. La tarea primordial de este capítulo será la elaboración y la problematización de este principio al que, por desgracia, en las páginas de los Seminarios y los Escritos de Lacan nunca se presta atención.
Laplanche también dice que la primera identificación que conjura al ego a cobrar existencia implica la articulación de las fronteras corporales. «Nos vemos [...] llevados a admitir la existencia de una identificación que es precoz y probablemente también extremadamente esquemática en su fase inicial», escribe en Vida y muerte del psicoanálisis, «una identificación con una forma concebida como límite o como saco: un saco de piel» (81 [ed. cast. cit.: p. 111]). Aunque aquí «límite» parecería significar la línea divisoria entre el «sí» y el «mundo», por su proximidad conceptual con «saco» también significa un contenedor cuya figura determina de antemano los «contenidos» imaginarios que se pueden poner dentro de él. En otras palabras, como Lacan, Laplanche sugiere que, lejos de estar abierto de par en par a cualquier imago visual, el ego normativo sólo permite aquellas identificaciones que son congruentes con su forma. Sin embargo, como ya he indicado, un momento después Laplanche disocia la articulación de este contenedor corporal y la propia reflexión del sujeto al atribuir un estatus metafórico al estadio del espejo. El moi o componente «pertenecerme» del ego hace su aparición desde otra dirección: desde la dirección del cuerpo «sensacional».
Una nota añadida por James Strachey en su traducción inglesa de El ego y el id y aprobada por Freud propone una explicación del ego corporal muy diferente de la propuesta por Lacan en los Escritos y los primeros Seminarios: «El ego deriva en último término de las sensaciones corporales», reza esta nota, «principalmente de aquellas producidas en la superficie del cuerpo. Se lo puede por tanto considerar como una proyección mental de la superficie del cuerpo...» (26n [ed. cast. cit.: p. 2709, n. 1634]). Laplanche parte de esta nota de El ego y el id así como del ensayo de Lacan sobre el estadio del espejo para su propia explicación de las identificaciones primordiales del sujeto. Por un lado, explica, la imagen especular permite «una aprehensión del cuerpo como “un objeto separado”». Por otro lado, el cuerpo es aprehendido por el sujeto como suyo «propio» mediante la exploración táctil de su «superficie cutánea» (81-82 [ed. cast. cit.: p. 112]). En un análisis subsiguiente del dolor físico y su papel en la definición de los límites del ego corpóreo, Laplanche vuelve a hacer hincapié en la crucial parte desempeñada por el cuerpo sensacional en la constitución del ego (82 [ed. cast. cit.: p. 113])11. Explica por consiguiente más satisfactoriamente que Lacan cómo el ego puede predicarse de la «mismidad» y de la «otredad». Sin embargo, Laplanche no elabora más ni la naturaleza del cuerpo sensacional ni su relación con la imagen visual. Para una elaboración así debemos atender a la obra de Paul Schilder y Henri Wallon.
La sensación y el ego corporal
Podría parecer difícil explicar el ego como una proyección de la sensación corporal sin de algún modo dar carta de naturaleza a esa entidad psíquica. Sin embargo, en un extraordinario libro publicado por primera vez en 1935, La imagen y la aparición del cuerpo humano, el neurólogo y psicoanalista vienés Paul Schilder elabora una teoría radicalmente des-esencializadora de la parte desempeñada por la sensación en la producción del ego corporal y que hace hincapié sobre algunas cosas de un modo a menudo sorprendentemente congruente con el ensayo de Lacan sobre el estadio del espejo. Aunque reconoce de inmediato la importancia de las imágenes del cuerpo en la formación del «sí», Schilder sostiene que éstas no representan más que una de las componentes de esa entidad. El «modelo postural del cuerpo» o la «imagen del cuerpo», los dos...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Reconocimientos
  6. Introducción
  7. EL UMBRAL
  8. 1. El ego corporal
  9. 2. Del ego-ideal al don activo del amor
  10. 3. El éxtasis político
  11. EL MUNDO VISIBLE
  12. 4. La mirada
  13. 5. La mirada
  14. 6. La pantalla
  15. Otros títulos publicados